Weird Tales nº04

Título: Hombre Azul y el Pueblo Olvidado 
Autor: Néstor Allende y Miguel Ángel Naharro
Portada: Néstor Allende 
Publicado en: Nov 2012

¡Número especial John Carter de Marte! con dos estupendas historias: El Hombre de Azul por Néstor Allende y el Pueblo Olvidado por Miguel A. Naharro. Vive las aventuras del personaje creado por Edgar Rice Burroughs en Action Tales!!
"Las historias más emocionantes, inquietantes y llenas de pulp y aventura"
Action Tales presentan




Hombre Azul

Escrito por Néstor Allende


Dejah Thoris echó un vistazo a la cámara de audiencias desde detrás de una cortina: Los mismos aduladores de siempre, cargados de presentes para ganarse su gracia, comerciantes para enseñarle su mercancía e intentar venderle extraños artilugios, ropas, telas y alimentos; embajadores de otras ciudades con peticiones a cada cual más absurda…

Maldijo a John en voz baja por haberse ido y dejarla a ella sola con todo lo que conllevaba organizar las festividades de Issus.

 Con un suspiro, apartó a un lado los cortinajes y entró, majestuosa, en la sala. Su bello cuerpo, adornado con vaporosas, escasas y escuetas telas y joyas, se cimbreó al andar hasta alcanzar el sillón sobre el estrado. Todos estaban inclinados ante ella, en una profunda reverencia que no acabaría hasta que se sentase en el trono.

Todos excepto una figura situada al fondo.

Ramis Thann aguardaba impaciente a que su señora le diese permiso para acercarse.

Dejah Thoris tuvo que controlar su propia impaciencia y dejar que la marea de aduladores, comerciantes y embajadores siguiese el curso estipulado por el protocolo antes de poder recibir a Ramis Thann.

El soldado se aproximó por fin al estrado, y tras arrodillarse, Dejah Thoris le indicó que se levantase y la acompañase a la sala de audiencias privada.

“Al demonio el protocolo”, pensó mientras el revuelo se extendía por la sala. “Esto es más importante. Que John los calme cuando vuelva”

–Lo han vuelto a ver, mi señora –dijo Ramis Thann apenas hubo cerrado la puerta a sus espaldas –.Y en las mismas circunstancias. Al parecer el Hombre Azul asaltó una caravana hace dos días. No hubo muertos, pero quemó todo el contenido.

–No consigo entenderlo. No se apropia de nada, pero destruye todo lo que lleva la caravana. Dispersa a los animales, y abandona a los caravaneros y sus guardias a su suerte. Y luego desaparece sin más.

–Ninguna de nuestras patrullas ni de las de Erthix ha podido localizarlo. Pero dicen que hizo frente a un contingente de soldados de Erthix y mató a varios. A una distancia a la cual ni siquiera el rifle de un Thark alcanza. – Ramis Thann evitó la mirada de su Jeddara mientras decía: –Algunos lo tildan de mago.

– ¡Mago! Lo que nos faltaba. En pleno mes de Issus siempre nos aparece un autoproclamado profeta, mago o lo que quiera que se invente.

–Este no se ha autoproclamado nada, mi Jeddara. De hecho nadie parece haberle visto nunca antes de su primera aparición hace un mes, justo en la primera fecha de en la que se celebra el inicio de las festividades.

– ¿Y no te parece demasiada casualidad, Ramis Thann? ¿Qué pretende ese hombre vestido de índigo? ¿No has descubierto nada en tu viaje que pueda aportar algo de luz sobre las motivaciones de ese personaje?


Ramis Thann se sirvió un vaso de vino mientras Dejah Thoris se asomaba al balcón. Helium se veía engalanada por los miles de banderines y escarapelas en honor de las fiestas de Issus. La algarabía de colores le hizo daño a la vista en esa tarde soleada en Barsoom.

–Tan sólo rumores de taberna y cuchicheos de viejas al sol –continuó Ramis Thann mientras apartaba la cortina dorada para salir al balcón con Dejah Thoris – .Pero nada fiable.

–Las viejas y los borrachos aportan información fiable en ocasiones. Solo hace falta separar el grano de la paja –Ramis Thann enarcó una ceja ante la expresión –.Al menos eso dice siempre John.

Ramis Thann sonrió ante la aclaración y continuó al ver el gesto apremiante de Dejah Thoris.

–Dicen que no es de este mundo. Que viene en busca de venganza. Algunos lo llaman la Muerte Índigo. Los pocos que le han visto lo describen como un ser alto, cubierto totalmente por ropajes azules, que sólo permiten ver sus ojos dorados. Va armado con un largo cuchillo curvo engarzado en plata y un rifle de largo cañón, lacado en negro con repujados también en plata. También hay una historia…

–Continúa. No te detengas. ¿Qué historia es esa? ¿Tan increíble es que no te atreves a relatarla?

–Perdón, mi señora. –Se removió incómodo, apoyándose en el balcón mientras los ruidos de los tenderetes de las calles subían de tono al acercarse una comitiva de nobles a palacio. –La historia dice que el Hombre Azul vaga desde hace años por Barsoom. Dicen que las armas mortales no pueden dañarle mientras busca venganza…

– ¿Y por qué busca venganza, Ramis Thann?

–Eso no lo sé, mi Jeddara. Nadie sabe qué busca o pretende el Hombre Azul. Pero he descubierto una cosa muy curiosa en mi viaje, que creo puede tener que ver con los motivos que impulsen a ese ser.

–Siempre te ha gustado ser dramático en el momento preciso, Ramis Thann –rió Dejah Thoris con una voz clara y cristalina –.No me extraña en absoluto que nuestro viejo maestro dijese que deberías haberte dedicado al teatro. Continúa, por favor. Y no pares hasta que lo hayas contado todo.

–Al parecer, todas las caravanas que ha destruido pertenecen a unos comerciantes muy concretos. Uno de ellos fue encontrado muerto hace una semana en sus aposentos. Habían clavado sus manos a la puerta de su casa y cercenado su cabeza. Su cuerpo desnudo había sido cubierto por miel y dejado a la intemperie para que lo devoraran los insectos.

– ¡Que horrible! ¿Qué lleva a alguien a hacer algo así?

–No lo sé, mi señora. Pero el otro comerciante está aquí, en Helium. Es Aras Bolath, el tratante de vinos.

– ¿Ese gordo seboso? –el escultural cuerpo de Dejah Thoris se estremeció al recordar al lidibinoso comerciante –Pensaba que se le había dejado claro que no se acercase a palacio después de las quejas de Heletha Riva.

–Y así es, mi señora. Pero parece ser que acompaña a la delegación de Erthix en calidad de asesor.

Ese hombre siempre ha tenido mucha influencia sobre los tratos comerciales entre Erthix y Helium. Ya sabéis que es el único que produce licor de Thax.

Dejah Thoris hizo un mohín de disgusto ante las palabras de Ramis Thann. Se dio la vuelta y volvió a entrar en el interior de la sala.

– ¿Cuándo volverá el Jeddak John Carter, mi señora? –preguntó Ramis Thann –.Quizá él pudiese ocuparse de este asunto.

–Me temo que no tan rápido como quisiera, mi buen Ramis. Yo también esperaba su llegada hoy, pero no sé que puede estar retrasándole –se volvió hacia Ramis Trann con la decisión pintada en sus grandes ojos –. Haz que vigilen discretamente a Aras Bolath. Eso es todo por ahora.

Ramis Thann se inclinó ante su preocupada Jeddara y abandonó la sala.

Dejah Thoris contempló la atestada sala al día siguiente de su conversación con Ramis Thann. La delegación de Erthix se aproximaba desde el fondo para presentarle sus respetos. Los doce miembros portaban en sus manos espléndidos y lujosos presentes: joyas, pieles, telas…y vinos.

Aras Bolath bamboleaba su obeso cuerpo mientras portaba una botella delicadamente tallada en cristal con un líquido ambarino dentro. Sus gruesos dedos, cargados de refulgentes anillos, parecían incapaces de sostener la botella, y se removían de un lado para otro sobre su superficie. El calor del día hacía que el hombre sudase profusamente, y parpadeaba continuamente debido a los gruesos goterones que se deslizaban desde su calva cabeza y entraban en sus ojos saltones. La triple papada se agitaba con cada paso que daba hacia el trono. A Dejah Thoris le pareció uno de los hombres más repulsivos que había visto hasta el momento.

La delegación se inclinó y ofreció sus presentes a los pies de la Jeddara.

– ¿Hay algo que pueda ofrecer a cambio de estos presentes? –preguntó Dejah Thoris siguiendo la tradición. Antes de que nadie de la delegación pudiese contestar, una voz se alzó al fondo de la sala:

– ¡La vida de un hombre!

Dejah Thoris vio como la multitud se apartaba apresurada y temerosamente para dejar pasar a un individuo alto y totalmente cubierto por ropajes azules, seguido de una  figura más baja, y un niño que portaba un larguísimo rifle en las manos, ambos cubierto por telas azules de pies a cabeza. La única parte de sus cuerpos que mostraban eran los ojos, de un color dorado.

– ¡Es el Hombre Azul! – murmuraban los presentes – ¡La Muerte Índigo!

Dejah Thoris se puso en pie mientras su guardia se interponía entre las figuras que se aproximaban y ella.

– ¿Quién sois y qué derecho tenéis a solicitar la vida de un hombre?

–Todo el mundo me conoce como el Hombre Azul, y estos son mis hijos. Y el derecho que me ampara para solicitar la vida de un hombre es el derecho de la sangre: ¡La venganza!


–Ahora estáis en Helium, Hombre Azul. Yo soy Dejah Thoris, la Jeddara de Helium en ausencia del Jeddak de Jeddaks, mi marido John Carter. Y aquí soy la única que dispone de las vidas. Estos hombres están bajo la protección de Helium y la mía propia.


–He intentado ser razonable, Jeddara de Helium. ¡Pero la vida de Aras Bolath, el comerciante de vinos, me pertenece, con o sin vuestro permiso! –rugió el Hombre Azul mientras señalaba con un largo dedo de oscura piel a la temblorosa forma del comerciante. Un largo cuchillo curvo apareció en la otra mano.

–¡Detenedle! ¡Matadle! –chilló Aras Bolath con voz aflautada e infantil.

Tres de los cinco guardias que acompañaban a la delegación de Erthix se abalanzaron sobre el Hombre Azul con sus espadas prestas. Todo el mundo retrocedió para dejar espacio, y Dejah Thoris exigió que se detuviesen de inmediato, pero nadie le hizo caso. El capitán de la guardia de día conminó a sus hombres a no intervenir y mantener la posición para proteger a su Jeddara.

Uno de los guardias de Erthix descargó un pesado golpe contra el Hombre Azul, que lo esquivó con facilidad y de un único tajo de su cuchillo, le cercenó el brazo y a continuación, la garganta. El hombre cayó al suelo mientras, con un revuelo índigo, el misterioso Hombre Azul se abalanzaba sobre otro de sus enemigos y le hundía el cuchillo en el pecho hasta que la punta asomó por su espalda.

Los gritos de terror y el gemido de algunas mujeres al desvanecerse ante la visión de la sangre eran los únicos sonidos que acompañaban a la lucha.

El último de los guardias, al verse en inferioridad, arrojó su espada al suelo, frente al Hombre Azul.

–Ahora, Aras Bolath, hijo de un ulsio, encomiéndate a Issus. –dijo el Hombre azul señalando con su cuchillo ensangrentado al gordo y tembloroso hombre.

–¡Ya es suficiente!

–¡John! –llamó Dejah Thoris al ver a su marido cruzar el pórtico de entrada acompañado por Woola y Kantos Kan. El Hombre Azul se volvió para ver aproximarse al alto y musculoso Jeddak de Helium.

–John Carter… He oído de ti, Jeddak de Jeddaks. Hombre de Jarsoom. Te pido a ti lo mismo que le he pedido a tu esposa: La vida de Aras Bolath, el comerciante de vinos.

–No sé qué pasa aquí, ni quién eres tú. Pero ningún hombre vierte sangre en mi casa sin un buen motivo.

–Mi motivo es la venganza, Jeddak John Carter de Jasoom. Y si tú no me la proporcionas de buen grado, ¡la tomaré yo mismo!

Y dicho esto, el Hombre Azul se arrojó sobre Aras Bolath, pero con un increíble salto, John lo agarró por las ropas y lo apartó de un empellón. El Hombre Azul se revolvió y descargó un revés a John con el cuchillo curvo, que John detuvo con su espada. Ambos hombres se separaron para volver a arrojarse uno sobre otro, intercambiando veloces golpes.

John estaba sorprendido por la rapidez y fuerza de su adversario. Por el rabillo del ojo observó cómo Woola se abalanzaba sobre el Hombre Azul para, de repente, encontrarse con que no estaba allí y chocar contra el poderoso cuerpo del terrestre, entre exclamaciones de asombro por parte de los presentes.  John se desembarazó de Woola a tiempo de ver cómo el Hombre Azul caía sobre él desde las alturas. Sin contenerse ya, John le dio una patada al Hombre Azul cuando se inclinaba para clavarle el cuchillo, que lo mandó al otro extremo de la sala. Confiaba que el uso de su tremenda fuerza física en Barsoom no le hubiese matado, y el espanto apareció en su cara cuando vio que el Hombre Azul se levantaba sin tener en apariencia herida alguna.

Le arrojó diversos presentes de los que había traído la delegación que se acurrucaba en una esquina, pero el Hombre Azul o bien los esquivaba, o bien no parecían hacerle demasiado daño, y continuaba su avance hacia él, con el cuchillo curvo por delante. Woola saltó sobre él y el Hombre Azul se desembarazó del calot con una patada que lo lanzo a varios metros.

–¿Qué maldita cosa eres? –le preguntó John mientras volvía a enzarzarse.  Descargó un tajo circular que el Hombre Azul esquivó con facilidad, pero el esquivar el golpe de John puso al Hombre Azul al alcance de Kantos Kan, que aguardaba su oportunidad desde el comienzo de la pelea.

–¡No lo mates! –avisó John con el tiempo suficiente como para que Kantos Kan corrigiese su ataque y le atestase en la nuca un fortísimo golpe con la empuñadura de su espada, que hizo caer de rodillas al Hombre Azul.

John saltó sobre él y le agarró, poniéndole la punta de la espada bajo la barbilla.  La detonación de un arma sonó en el salón, y una esquirla de roca se desprendió de la pared a escasos centímetros de la cabeza del terrestre.

–¡Suelta a mi padre! –gritó el niño desde el suelo, desde donde apuntaba con el largo rifle a John. –¡Es un hombre bueno y tú eres malo! ¡Como el señor gordo!

–Tranquilo, chico.  Baja el arma y soltaré a tu padre, si ambos prometéis tranquilizaros y explicarme de qué va todo esto.

El niño miró al Hombre Azul y posó el rifle tras unos momentos. John se separó del Hombre Azul con cautela y enfundó su espada tras ver que este guardaba el largo cuchillo curvo entre los pliegues de sus ropas.

–¿Y bien? –solicitó con los brazos en jarras –¿Quién eres realmente y qué es lo que está pasando?

El Hombre Azul llevó una mano a las telas que envolvían su rostro y las retiró hacia abajo, revelando un rostro noble de piel broncínea, con una corta barba, y unos intensos e hipnóticos ojos dorados. Realizando una reverencia, el Hombre Azul reveló quien era:

–Mi nombre es Yuba Ag Maha, y soy terrestre como tú, John Carter. –Una ola de susurros recorrió la sala – No eres el primero que viene a Barsoom. Yo llevo aquí desde nuestro siglo XIII.

–Debí habérmelo imaginado a la vista de tu fuerza y el uso de esos ropajes. ¿De qué parte de la Tierra eres, amigo?

–Provengo del norte de África. Soy Tuareg.

–He oído hablar de tu pueblo.

–Sí. Los franceses nos tachan de asesinos y salteadores. Pero a mí ya no me importa lo que sucede en Jasoom. Aquí tengo a mi familia. Quien te ha disparado es mi hijo Aghaly, y esta es mi hija Kella.

–se giró velozmente hacia el comerciante –¿La recuerdas, Aras Bolath? Puede que totalmente vestida no, ¿verdad?

–Explícate, Yuba Ag Maha. –pidió John mientras tendía los brazos hacia Dejah Thoris, que se aproximaba junto a Woola.

–Como podéis ver, tengo dos hijos, pero no mujer. Ello es a causa de Aras Bolath y Pertos Tinn. Me case con una Barsoomita, como habéis hecho vos, y durante años viví feliz en los desiertos de Barsoom. Pero Pertos Tinn secuestró a mi amada Dahla Lidd y a mi hija Kella, y los vendió como esclavos a este hijo de una hiena, para que satisficiesen todas sus truculentas perversiones. Mi pobre Dahla Lidd no pudo soportarlo y murió. Yo conseguí rescatar a mi Kellla, pero no antes de que este felón la profanase siendo aún doncella. Desde entonces los persigo sin descanso. Pertos Tinn ya ha pagado, ¡pero aún queda la deuda de sangre de Aras Bolath!

–¡Eso es falso! ¡Este hombre miente! –chilló Aras Bolath con su voz de lechón.

–¡¿Me llamas mentiroso?!  ¡Sólo por eso tu lengua debería de ser arrancada de tu boca!  ¿Niegas acaso lo que hiciste? ¡Kella, descúbrete y que todos contemplen la mácula de tu belleza!

La muchacha dejó caer sus ropajes al suelo, mostrando la desnudez de su bien formado cuerpo. Sin embargo, la deslumbrante belleza de Kella se veía mancillada por unas largas cicatrices, aún con costra sobre ellas, que recorrían sus sedosos muslos y sus turgentes pechos. Cristalinas lágrimas de tristeza afloraron a sus enormes ojos y todos los presentes sintieron a la vez ira y pena por la forma en la que había sido maltratada la muchacha. Dejah Thoris abrazó fuerte a John y ocultó su rostro en el hercúleo pecho de su marido, ahogando un sollozo de pena.

–¡Contemplad la vileza de Aras Bolath! ¡Y el cuerpo de su madre acabó aún peor! Decidme ahora que me negáis mi derecho de venganza, John Carter.

–No. –respondió John con voz ronca. –Tenéis todo el derecho a disponer de la vida de Aras Bolath a vuestro placer. Pero no toleraré tortura ni mutilación. La venganza no ha de empañar la justicia de Helium.

–¡Pero ha de pagar! ¡La justicia de mi pueblo así lo enseña!

–No estáis en vuestro desierto, Yuba ag Maha. Estáis en Barsoom. Vuestra mujer era de Barsoom y estáis sujetos a sus leyes.

En ese momento, con un chillido, Aras Bolath salió corriendo hacia la salida, apartando, empujando y arrojando al suelo con sus gordezuelas manos sudorosas a todo aquel que se interponía en su camino.

–¡Detenedle! –ordenó John.

–¡No, John Carter! Es mío.  Me lo habéis dicho. Y maldito seáis por privarme de mi venganza… ¡Aghaly!

El niño se acercó a su padre y le tendió el largo rifle. Yuba Ag Maha, la Muerte Índigo, tomó cuidadosamente puntería y de un certero disparo le voló los sesos al gordo comerciante en el preciso momento en el que cruzaba el umbral. El obeso cuerpo rodó escaleras abajo hacia la plaza al tiempo que se oían gritos desde el exterior. El Hombre Azul bajó lentamente el rifle y habló con voz queda:

–Está hecho. Mi amada Dahla Lidd descansa por fin –miró a John –.Ya tenéis vuestra justicia, Jeddak de Helium. Ahora me voy. Nada queda aquí para mí ni los míos.

–Perdonadme por obligaros a incumplir la venganza estipulada por las costumbres de vuestro pueblo, pero habréis de comprender que todos los hombres son iguales ante el Creador, y que este no nos dotó de conciencia para permitir que un hombre haga sufrir a otro sin intentar evitarlo. Por favor, perdonadme y sed mi amigo. Nos encargaremos de cuidar a vuestra hija: nuestros mejores doctores harán lo imposible por curarla de sus heridas.

–En verdad es cierto lo que dicen sobre el Jeddak de Helium –dijo el Hombre Azul con admiración

–Sois un hombre noble y generoso. Yo no puedo ser menos. Agradezco vuestra invitación, y desde ahora yo y mi familia os consideramos nuestro amigo. Pero la llamada de los desiertos de Barsoom resuena en mi corazón… Tan sólo nos quedaremos hasta que finalicen las festividades de Issus –rectificó con una sonrisa al ver el gesto de Dejah Thoris.

–En Helium siempre tendréis un hogar, Hombre Azul – dijo Dejah Thoris mientras acompañaba a los terrestres hacia el interior del palacio.

FIN


El Pueblo Olvidado
Escrito por Miguel Ángel Naharro


El sol descendía por el horizonte, sus últimos rayos acariciaban el árido y desolado paisaje de Barsoom.

Dejah Thoris, la jeddara de Helium, contemplaba desde lo alto de un montículo como el ocaso llegaba y la noche avanzaba.

Se encontraban acampados entre un grupo de ruinas indistinguibles que se podían encontrar con facilidad, y que eran usadas en muchas ocasiones como refugio para los viajeros en las largas jornadas del camino entre las ciudades.

La caravana se había detenido unas horas atrás para pasar la noche y que descansasen los Thoat y los miembros de su sequito.

La hermosa mujer se tapó con una capa, su esbelto cuerpo adornado apenas con unas joyas y unas escasas telas, una breve  brisa se comenzaba a formar, y pronto haría frío del que debían resguardarse.

Contaba las horas que faltaban para regresar a Helium y volver a perderse en los brazos de su esposo John Carter. Su marido echaba en falta poder volver a compartir algo de tiempo con Tars Tarkas de los Tharks, su viejo amigo, y decidió realizar un viaje para pasar unos días entre los Tharks, mientras ella se dedicaba a un viaje de negocios de Helium. Quedaron a medio camino, en un lugar deshabitado, donde esperaban poder pasar un tiempo alejados de los asuntos de estado, en el camino de regreso a casa.

En teoría, al amanecer del nuevo día, su esposo llegaría, probablemente acompañado de su gran amigo.

—Mi jeddara, será mejor que entréis en la tienda. Vuestra cena está servida.

Era Thala, una de sus sirvientas más fieles y de confianza. La muchacha de intensos ojos azules y un cabello castaño oscuro largo y lacio, había subido al montículo para avisarle.

Dejah sonrió e hizo un gesto de asentimiento.

—El tiempo ha perdido todo significado una vez que me he dejado llevar por mis pensamientos, Thala.

—Morn Thaom desea hablar con usted, mi señora.

Dejah frunció el ceño y suspiró. Su Dwar era un soldado muy celoso de su seguridad; daba por seguro que le daría una charla sobre lo peligroso de acampar en estos parajes solitarios y abandonados. No estaba de humor para discursos, aunque fuesen de buena fe y en vistas a su seguridad, pero decidió que hablaría con Thaom, era un buen hombre y John lo eligió personalmente para su guardia personal.

El campamento estaba formado por su sequito personal, y varios soldados de la guardia Heliumita, algunos se encargaban de alimentar a los Thoat, mientras otros montaban guardia en el perímetro del campamento.

Entró en su tienda, la más grande y colorida de todas ellas, llena de cojines suaves y una mesa provista de alimentos y bebidas para saciar todas sus necesidades.

Thaom le esperaba en un rincón, era fibroso sin un gramo de grasa, su cabeza completamente afeitada y su rostro siempre adoptaba un gesto severo, no recordaba haberlo visto nunca sonreír.

Le hizo una reverencia al percatarse de su presencia.

—Saludos mi jeddara.


Dejah cogió una fruta somp y le dio un bocado mientras miraba al guardia.

—Thaom¿Qué es lo que quería comentarme?

El guerrero se quedó pensativo un instante y después la miró.

—No creo que este sea un buen lugar para pasar la noche en espera del jeddak, mi señora.

—Es un sitio tan bueno como cualquier otro, y fue elegido por tu jeddak en persona ¿osas discutir su criterio?

Thaom tragó saliva y su frente se perló de sudor.

—No, por supuesto que no, mi jeddara.

Dejah Thoris le hizo un gesto para que se retirase y decidió cenar y después irse a descansar, pensando en el esperado reencuentro con su amado, unos días alejados el uno del otro asemejaban eras insondables para ella.

La noche profunda cayó, y su profundo sueño fue interrumpido por unos extraños gruñidos y un escándalo de gritos y sonidos de pelea ¿les estaban atacando?

Echó mano de su espada, cuando el sueño se hundió bajo sus pies, y pesé a sus esfuerzos, no pudo impedir que se hundiese, y sentir unos dedos fríos y huesudos que la arrastraban a la oscuridad de las profundidades bajo la superficie.



John Carter abrió los ojos súbitamente, desorientado y sin saber muy bien cuál era el entorno que lo rodeaba. Tardó unos momentos en recomponerse y darse cuenta de que se hallaba en una curiosa y extraña estancia, cuyo suelo y paredes eran de una aleación o material de un color azul claro. Se incorporó algo mareado, se llevó la mano la cabeza y le vino como un fogonazo un torrente de recuerdos sobre lo que sucedió y como llegó a ese lugar.


Recordaba como montado en su Thoat salió del territorio del pueblo de su amigo Tars Tarkas, y después de unas jornadas, llegó al punto de encuentro donde quedó en encontrarse con la caravana que transportaba a Dejah Thoris.

Se adelantó en un día a su llegada y con curiosidad, exploró los restos de las ruinas del sitio, y en la fría oscuridad escuchó unos extraños siseos, que hicieron que se pusiese en guardia, llevándose su mano a su espada, justo cuando el suelo cedió bajo sus pies y semi-hundido, pudo sentir como garras huesudas y pequeñas lo arrastraban hacía las profundidades de la tierra. Notó sus gruñidos y su presencia y como pesé a sus esfuerzos y resistencia, no pudo evitar que lo capturasen en la oscuridad, sin poder siquiera saber quiénes eran ni que aspecto tenían.

El hombre de Jasoom tuvo un pensamiento en Dejah ¿al no verle le habría buscado? ¿Y si atacaron a la caravana por igual? Decidió desterrar esos pensamientos por el momento, en esos instantes, lo importante era averiguar donde se hallaba y como escapar.

Echó en falta de inmediato sus armas y maldijo entre dientes por ello. Tocó la superficie de la aleación y tras su contacto, se abrió una puerta.

Dudó unos instantes y después la cruzó, observando que un laberinto de innumerables caminos que discurrían por oscuras profundidades y galerías.

Quien sabía si alguna vez podría encontrar una salida de estos túneles y poder regresar a la superficie nuevamente.

Se aventuró en los mismos, no sin precaución por su parte, descubriendo galerías desmoronadas en parte, algunas extrañas salas impolutas, con un diseño de grabados en las paredes que le resultaban del todo extraños e incomprensibles, no era ningún símbolo que le resultase familiar ¿una raza o pueblo desconocido? Por experiencia propia, sabía que los secretos que ocultaba el árido y rojo planeta parecían no acabarse nunca. Los restos de esta antigua civilización le resultaban absolutamente fascinantes, pero no tenía tiempo que perder admirándolos.

Un túnel le llevó a una sala perfectamente cúbica, y llena de una serie de maquinaria que parecía obsoleta y en desuso y un rincón, en una especie de foso encontró algo que le hizo abrir los ojos por la sorpresa, y que le llevó a inquietarse.

Toda clase de objetos, ropas, utensilios de cocina, documentos, mapas, incluso armas, descendió al mismo y buscó entre lo que allí había, como si fuesen cosas sin importancia o sin utilidad para sus captores. Encontró una espada y una pistola y se los quedó para sí mismo, cuando sus ojos se posaron en algo que lo dejó paralizado.

Una tiara de metal con joyas incrustadas que le era inconfundible en cualquier sitio.

Se la regaló a Dejah tiempo atrás, como muestras de su amor. La sujetó y apretó los dientes, si se habían atrevido siquiera a tocarle un solo cabello de su cabeza…

De un impresionante saltó, salió del foso y entonces los escuchó, primero eran más tímidos y en tono bajo, pero fueron aumentando rítmicamente. Eran gruñidos, similares a los que  escuchó cuando fue capturado.

Provenían del exterior de la sala y sujetando su espada, salió de la misma, preparado para averiguar su procedencia.

Lo primero que vio, fueron unos ojos con brillo dorado, y al acercarse, vio que eran criaturas pequeñas y escuálidas, con largos brazos delgados, más grandes que sus cortas patas, enormes colmillos sobresalían de sus bocas.

Con un gruñido gutural, las criaturas se abalanzaron con violencia sobre él, que se defendió soltando mandobles con su espada a diestro y siniestro, que horadaban carne y seccionaban miembros sin compasión.

Pronto el hombre estuvo sobre una montaña  de enemigos caídos bajo la fuerza de su espada y de su brazo y cubierto de sangre azulada por gran parte de su piel.

Las pocas criaturas que sobrevivieron, se escabulleron, huyendo con el temor de la fiereza del ataque de Carter.

No le cabía duda de que estos seres fueron quienes le arrastraron por los túneles,  a las entrañas de la tierra.

Ignoraba si habría muchos más, era posible que estuviese plagado de esos engendros, y no podía combatir eternamente y mantenerlos a ralla para  siempre.

Decidió seguir explorando el lugar e intentar averiguar qué era lo que ocurría con exactitud.


Carter irrumpió en un pasadizo fabricado en algún tipo de polímero transparente. Mientras caminaba podía ver como había secciones diferenciadas, con todo tipo de criaturas y formas de vida de cada rincón de Barsoom, algunas incluso le eran totalmente desconocidas y ajenas. Reconoció a algunas: Apt criaturas  que vagaban  por las desoladas extensiones del helado polo norte del planeta, Arañas de Hohr, arañas gigantes que sólo se encontraban en el valle de Hohr, un Banth, una especie de "león marciano", hasta manadas de los carroñeros  y alimañas llamadas calots.

Tras salir del pasadizo, entró en una sala amplia, con una iluminación azulada. Tubos de ensayo, ordenadores, grandes contenedores, camillas y todo tipo de instrumental. Sin duda se trataba de algún tipo de laboratorio.

Unos pasos pesados que hacía retumbar el suelo le hicieron ponerse en alerta y ocultarse detrás de una maquinaria. Pudo ver a dos gigantes acorazados de más de dos metros de altura, llevaban un casco redondo que le ocultaban por completo su rostro y una extraña aleación plateada, con placas y cables que salían del casco hacia una especie de mochila metálica  situada en la espalda, repleta de luces de diferentes colores que iban cambiando a cada segundo.

Los gigantes examinaban algunos paneles de datos, pero la atención de Carter fue hacía la parte más alejada del laboratorio.

Hombres,  y mujeres se encontraban inmovilizados en algún tipo de plataformas metálicas, con  todo tipo de tubos y cables insertados en todo su cuerpo... Algunos incluso tenían cables introducidos por los ojos y otros se convulsionaban como si tuviesen algunos ataques.

Reconoció los emblemas de sus ropas como Heliumitas, y algunos rostros le eran familiares, parte de la escolta de su amada.

¿Y Dejah? ¿Dónde estaba ella? Si le había sucedido algo…

Entonces la vio, en una de las plataformas, aparentemente inconsciente, con algunos de los tubos sujetos a sus brazos. Uno de los gigantes acorazados se encaminó en su dirección, con algún tipo de afilada aguja que le sobresalía del guantelete metálico de su traje. Esa visión le enfureció como nada antes, sujetó la espada y de un formidable salto, aterrizando al lado de la dormida Dejah, justo a tiempo para plantarse delante del gigante acorazado.

Este se quedó paralizado, cómo intrigado por su inesperada aparición.

El adversario no parecía nada impresionado por su llegada, y le atacó implacablemente, el hombre de un fabuloso salto se plantó en su espalda y con su espada atravesó el torso de su enemigo, rompiendo el metal de su coraza y haciendo que se derrumbase entre estertores mortales.

Su compañero, accionó un mecanismo de su guantelete, que hizo surgir un cañón que comenzó a lanzar rayos energéticos que el hombre del Jasoom eludió con su increíble agilidad, algo que pareció desconcertar a su atacante.

John Carter se impulsó son sus poderosas piernas, saltando y chocando contra el gigante, que golpeó con dureza contra una parte de la maquinaria del laboratorio, que hizo saltar chispas y soltar descargas de energía cuyas ondas alcanzaron al acorazado, tambaleante, intentó huir, pero no le dejó,

trazando un arco con su espada que rompió la extraña aleación.

El acorazado cayó con estrepito, y John Carter corrió hacía él para rematarle, cuando se escuchó un sonido como de aire escapándose, y la parte superior del torso del traje acorazado se abrió, mostrando  un pequeño ser, con una gran cabeza y aspecto poco humanoide, con grandes ojos y miembros delgados. El ser, cubierto de una sustancia que imaginó que se trataba de su sangre, se arrastró como pudo de la armadura, que Carter comprendió que no era sino un exo-esqueleto
 


La extraña criatura le miró con una mezcla de miedo y curiosidad,  y débilmente alargo una mano con tres dedos.

La mente del hombre llamado John Carter se llenó de imágenes que le desbordaron por completo, la telepatía que mostraban todos los seres de Barsoom era especialmente fuerte e intensa en esa criatura.

Pudo ver imágenes de un lejano pasado, miles y miles de años atrás, antes de que existiesen Hellium y Zadonga o los mismos Tharks, un imperio de estas criaturas gobernaban cada rincón del planeta rojo, usando una tecnología y unos conocimientos jamás vistos en ese mundo.

Las imágenes oscilaban rápidamente, observando inmensas estructuras de batalla, trípodes de metal que arrojaban rayos desintegradores y devastaban todo a su paso.

Ese imperio, con el tiempo, se fue degradando y fraccionándose, llegando a una guerra civil entre los miembros de su misma raza que terminó por devastarlos.

Los pocos supervivientes de lo que fue un auténtico holocausto que sacudió el planeta, decidieron preservar el legado de su pueblo, ya que su decadencia y la posterior guerra les hizo llegar casi a la extinción. Hibernando en bases subterráneas situadas en diversos puntos del globo, intentaron así subsistir y esperar tiempos mejores para despertar si las circunstancias eran las adecuadas e intentar recrear el imperio que se desvaneció como llevado por el viento.

Un pueblo olvidado, que nadie recordaba tras tantas eras y cuyo único legado eran los escasos rastros de tecnología que dejaron atrás y que las razas que llegaron más tarde para habitar Barsoom encontraron y utilizaron.

De alguna forma, en esta base oculta, los únicos supervivientes, despertaron de su largo sueño inducido en cámaras de éxtasis, descubriendo que el resto de sus congéneres en las demás estancias de la base habían fallecido. Iniciaron una exploración para intentar averiguar lo sucedido en todo este tiempo y las criaturas que poblaban la superficie en la actualidad. Antes de iniciar una señal que reactivaría el resto de bases con los últimos miembros de su raza.

Las imágenes se distorsionaron, la criatura se moría, aunque parecía concentrada ¿quizás enviando una señal telepática a algún otro lugar? No podía arriesgarse a que despertase a más miembros de su raza, y le atravesó la cabeza con la hoja de su espada.

Esperaba que permaneciesen dormidos durante muchas centurias más, pues su regreso sólo podría ser una amenaza para todos los habitantes de este mundo.

Se acercó a Dejah Thoris, y con mucho mimo y cuidado, le fue retirando los tubos que la envolvían.

La hermosa mujer se removió, y unos segundos después, abrió los ojos y se tranquilizó al ver a su esposo y el amor de su vida.

— ¿John? ¿Qué ha sucedido?

Le ayudó a incorporarse y pudo contemplar lo que le rodeaba y al resto de prisioneros.

—Os capturaron para estudiaros, como a ratas de laboratorio, pero ya estáis a salvo.

Se dieron un fuerte y caluroso abrazo y un apasionado beso.

Los ojos de Dejah Thoris se fueron hacía la criatura inerte y muerta.

— ¿Qué eran esas criaturas? ¿De donde surgieron?

John Carter miró a la criatura con una sombra cruzándole el rostro.

—Del lejano pasado, un pueblo olvidado… Y recemos por que sigan así.

Ambos no fueron conscientes de que una señal parpadeaba en un monitor, y a muchos kilómetros de allí, unas instalaciones gemelas, comenzaron a reactivarse y a volver de nuevo a la vida…

¿FIN?

Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)



No hay comentarios:

Publicar un comentario