The Spider nº03

Título: ¡A Sangre y Fuego en Harlem!
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Abril 2013

¡¡Continua la lucha contra el crimen de The Spider!! The Spider irrumpé contra los soldados de los Hijos de Lee, desatando su ciega furia contra ellos
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger



A los pies del poste humeaban los restos de una tela estampada con barras y estrellas. Sobre ella, a diez metros del suelo colgaba arrogante y orgullosa la enseña de los estados Confederados de América. Unos centímetros por detrás, atada al mismo poste que salía perpendicular del edificio, pendía una cuerda en cuyo extremo un policía colgado ya sin vida. Hubo un trueno y el cadáver comenzó a oscilar cuando una bala le destrozó la mandíbula.

-¡Ha fallado soldado! ¡¿A eso le llama puntería?! -El que había gritado lucia un uniforme de cabo confederado.- ¡En la próxima batida peleará en primera línea! -Arrojó una inquisitiva mirada al cuerpo y miró a las bestias a su alrededor-. Soldado, baje el cuerpo. Nuestros sabuesos necesitan comer. Se lo han ganado.

Un ruido de motor interrumpió sus palabras. Por la calle que conducía a la escuela vio como se acercaba una motocicleta. Montándola, vio una figura con sombrero, colmilluda y una capa flameando tras él como si fuera las patas de una gran araña.

-¡Spider! -Desenfundó su revolver y comenzó a bramar órdenes al escaso grupo de soldados que estaban con él.- ¡Retirada! ¡Todos al salón de actos! -Antes de entrar él mismo, azuzó a la docena de fieros perros de caza que lamían la sangre que goteaba del policía muerto y acribillado.- ¡A él! ¡Matad! ¡Matad!

Respondiendo de inmediato a la voz de su amo, la jauría entrenada par asesinar, corrió en dirección a la moto que ya entraba en el patio sin disminuir de velocidad.

Spider se agachó sobre la moto y aceleró al máximo. Embistió a la jauría que se abalanzaba sobre él sin detenerse. Derrapó una vez la dejó atrás y frenó, dando media vuelta. Desmontó y empuñó la ametralladora Thompson que había encontrado colgando del manillar minutos antes.

Los perros que no había atropellado volvieron a la carga, en un pandemonio de ladridos y dientes cubiertos de sangre. The Spider tuvo un fugaz vistazo de jirones de carne enganchados en las bestiales fauces que ya tenía casi encima.

Carne humana.

El líder de la jauría saltó, derribándole antes de que pudiera apretar el gatillo. Se revolvió al sentir los primeros mordiscos en los pies mientras las náuseas le invadían al sentir el viscoso aliento de los que pretendían desgarrar su rostro.

Agitó sus miembros con furia, revolviéndose y contorsionando los miembros hasta que logró girar sobre si mismo, alejándose unos escasos metros de sus enemigos. Con una rodilla aun en tierra vio como los canes asesinos se hallaban ya a escasos centímetros una vez más.

Abrió fuego, barriendo el terreno ante él con una mortal rociada de plomo que frenó casi en seco a los enloquecidos sabuesos. El líder saltó, viéndose detenido por un chorro de balas que le desventró, salpicando con su sangre al vigilante.

Cuando la última bestia yacía desangrándose, Spider cogió e encendedor de platino que ocultaba su sello y marcó a los perros. Nadie se libraba de su justicia si podía evitarlo. Terminó de bajar el cadáver del policía. No era digno que colgase como fruta desechada a medio caer del árbol.

Empuñó sus pistolas automáticas. Dentro de aquel edificio serian más manejables y útiles que la Thompson, sin munición apenas ya. Abrió la puerta de una patada y entró sin mirar atrás.

El interior de la escuela era relativamente pequeño. Desechó las diversas aulas y buscó el salón de actos. En ese lugar o en el gimnasio tendrían juntos a todos sus prisioneros.

Le extrañó no toparse con centinelas emboscados... ¡Hasta que de una puerta asomó un rifle y disparó! El disparo falló por poco, agujereando su capa. Respondió de inmediato con un disparo propio y el arma enemiga retrocedió apresurada. Desdeñando su seguridad personal, corrió hacia la puerta, abriéndola de una patada al tiempo que disparaba de nuevo.

En el interior del aula vio a un soldado de los Hijos de Lee con un brazo colgando como un peso muerto. Una de las balas le había atravesado el hombro. Estaba tendido en el suelo y miraba con terror a la enmascarada figura ante él. Sabía como iba a acabar.

¡Se lanzó hacia él! Sorprendido por la reacción del enemigo malherido, Spider no pudo evitar que alcanzara su tobillo, cerrando sobre él sus dientes como si fuera una fiera muerta de hambre.

Forcejeó hasta librarse de él asestándole una fortísima patada. Cuando trató de desenfundar su revolver, el otro fue más rápido y acabó con él de un disparo en el entrecejo. Wentworth maldijo. ¡Aquel desgraciado podía haberle proporcionado muy valiosa información! Ahora era solo un cadáver que nada diría.


Se juró a si mismo que se acabó el ir tras los soldados: Se acabó e pelear contra la horda sin rostro. ¡Tenia que descubrir al general de los Hijos de Lee y cortar aquel mal de raíz!

Le extrañó no toparse con más centinelas emboscados. Aceleró su hasta el momento precavido caminar. Temía que usaran como escudos vivientes a sus víctimas antes de matarlos. Casi en el límite de su oído, escuchó un rumor no muy lejano, mezcla de llantos e inmisericordes voces. Apretó con fuerza sus pistolas, hasta que los nudillos se volvieron blancos con la ira que amenazaba con emborracharle.

 The Spider permanecía agachado, con la espalda contra la pared. Alargó el cuello y observó una vez más el salón de actos. Contra una pared yacían los cuerpos decapitados de varios niños. En el escenario había un cadalso improvisado con varias sillas. El Amo de los Hombres contó tres cuerpos uniformados. Todos muertos por el asfixiante abrazo de la apresurada horca de la cual colgaban.

Bajo los cadáveres y algo adelantada, había una tosca barricada de pupitres y sillas. Cubriéndola, una gran bandera confederada. Tras ella, se parapetaban tres soldados uniformados de gris. Demasiados pocos.

Estaba claro que esos debían cubrir la retirada del resto del grupo. Tenia que dejar a uno con vida. Al menos, el tiempo suficiente para sacarle toda la información posible. Tenía que actuar con rapidez o podía quedar atrapado entre dos fuegos cuando llegara la policía.

Quería pensar que llegaría.

Ahora mismo su esperanza residía en que Monsieur Garou lograra hablar con Kirkpatrick e hiciera caso del testimonio de la maestra. Se dio cuenta entonces que si había llegado hasta él era porque querían que así fuera. Había sido a la vez un desafío y un cebo para atraerle a una trampa.

Tenía que haber dado un rodeo en lugar de acceder por el interior, pero ya no había vuelta atrás. Si eso soldados aun permanecían allí, eso quería decir que estaban cubriendo la huida de alguien. Se refirmó en su propósito de capturar a uno de ellos con vid y arrancarle toda la información útil que pudiera. Aquello ya estaba durando demasiado.

Enfundó sus pistolas y empuñó la ametralladora. Haría lo inesperado, temerario y suicida. ¡Se levantó y a instante apretó el gatillo! La puerta se abrió bajo el mortal estruendo de los disparos. Vaciando la munición que quedaba contra la tosca barrera, avanzó asqueado, observando aquellos pequeños cadáveres sin cabeza... y algo más. Vio que faltaba algo.

Dejó que el arma cayera al suelo y desenfundó sus automáticas. Rodeando el parapeto, con las ventanas que daban al exterior frente a él, avanzó sin tomar precauciones. La rabia casi le emborrachaba y ofuscaba su razón.

¡Un sable de caballería se abalanzó sobre su costado! Esquivó eL filo de un brinco, perdiendo un pedazo de su capa y parte del pantalón. El acero no se volvió a levantar. Quien lo empuñaba lucia galones de capitán. Tenía un muslo destrozado por las balas y se desangraba sin remedio. Tras él, dos soldados yacían con el cuello abierto.

Apartó e sable de una patada y le encañonó, rompiéndole varios dientes al meterle el cañón en la boca.

-Habla y tendrás una muerte más rápida y digna de lo que mereces, escoria. -El otro miraba con ojos desorbitados de terror a Spider. Sabía lo que le aguardaba: El sello que imponía en los merodeadores del inframundo y una muerte que no seria llorada.- Quiero que me digas todo lo que sabes.

>> ¿Quien es vuestro líder? ¿Donde os refugiáis? ¡¿Donde habéis llevado las cabezas y a los adultos?! ¡HABLA!

Con deliberada lentitud retiró el arma de la boca rota al tiempo que la amartillaba. ¡Un estampido sonó! El agonizante Hijo de Lee se convulsionó y cayó muerto. Maldiciendo, the Spider corrió hacia la ventana de la que había venido el disparo.

Al asomarse vio dos jinetes. Ambos enmascarados. Una vestía uniforme de general. De su silla de montar colgaba un muy abultado saco que goteaba sangre. Sujetaba un rifle aun humeante. El otro era una mujer. Apenas fue un fugaz vistazo, pero reconoció al instante esa figura, esos rizos color avellana y esa mirada que tanta paz daba a su atormentada alma.

Una mirada que ahora estaba llena de dolor y miedo.

Los ojos de su amada. Nita Van Sloan.


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¡En el próximo episodio!: Camino del Sur

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