The Spider nº05

Título: El Gran General Blanco
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Junio 2013

¡¡Continua la lucha contra el crimen de The Spider!! Se había acabado el hablar. Los Hijos de Lee. Como soldados vestían y guerra les daría!
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger


El fracasado y aterrorizado ladrón yacía encogido y asustado ante los dos hombres y el perro que le observaban de pie, erguidos al máximo como un implacable tribunal. Había intentado huir. Como resultado, Wentworth le había dejado un ojo hinchado.

-¡No se nada más, lo juro! Por favor, tengo mujer y tres hijos.

-Lamento la muerte de los otros cuatro. ¡Habla! ¿Donde tenias que llevar lo que encontraras? -se acercó al hombre hasta casi rozarle el rostro. La silla en la que estaba sentado crujió cuando intentó evitarlo, echarse hacia atrás.- ¡Habla o Apollo comerá hasta hartarse!

El frustrado delincuente observó al enorme can que permanecía sobre sus cuartos traseros, sin despegar su atención de él. Tragó saliva con un enorme esfuerzo y comenzó a hablar.

Tenia que llevar lo que encontrara a un lugar que le dirían tras llamar a un número de teléfono. Allí le pagarían y terminaría su trato. Antes de que se lo ordenaran, el mismo le dio dicho número. Wentworth sabia que no podía retenerle para siempre. No le gustaba, era un riesgo pero tenia que dejarle marchar. Sin embargo...



-¿De verdad piensas que te van a dejar con vida sabiendo que puedes dar pistas sobre ellos? Te aconsejo que desparezcas cuantos antes, escoria. -El otro salió como si los fuegos del infierno le quemaran. Wentworth se volvió entonces a la barbada figura que aguardaba en silencio.

Ram Singh le informó de lo que había descubierto: Una de las tiendas había recibido meses atrás un gran pedido de uniformes sudistas. De hecho, aquella misma semana habían recibido más para hacer unos arreglos, además de encargos adicionales de uniformes nuevos, incluyendo de oficiales. Pero eso no fue lo más importante.Pudo ver como el mismísimo fiscal Armstrong entraba intentando ocultar su rostro.

-Llevaba un pesado maletín. Entró en la trastienda y escuché gritos, sahib. Escuché como el fiscal decía «El resto lo tendrá pasado mañana, aquí a la misma hora». Cuando salió no llevaba el maletín. Por un momento pude ver a la persona con la que hablaba. Sahib, era un encapuchado con uniforme gris.

-¿Algo más? -El hindú asintió. El coche en el cual había llegado el fiscal tenia cristales oscuros, pero estaba seguro de que vio como nada más subir al vehículo, besaba a otro hombre.- ¡¿Estas seguro?!

Ram Singh asintió con firmeza. Eso explicaba muchas cosas. De algún modo, alguien estaba chantajeando al fiscal a causa de sus relaciones personales. Dinero, información sobre la policía... cualquier cosa con tal de evitar el escándalo. Esa entrega tendría como testigo a the Spider. Pero antes tenia que saber una cosa más.

-Esos pedidos... ¿se enviaban al Southern Cross Club, Ram?

-En efecto, sahib. -Wentworth tomó una decisión entonces. Estaba claro que ese lugar era importante. Puede que incluso el cuartel general de los Hijos de Lee.

El Southern Cross Club era el más exclusivo de los locales de toda Nueva York. Los había más lujosos, mayores y de mejor fama. Pero ninguno era tan exclusivo. Solo se entraba bajo rigurosísima invitación de alguno de los miembros. La membresía además era hereditaria. Estaba limitada a familias de muy rancio y aun más sureño abolengo. En caso de haber alguna vacante, la genealogía de los posibles candidatos era examinada hasta la extenuación.

El servicio estaba compuesto en exclusiva por negros y chinos. Richard Wentworth sabía todo esto y pensaba una manera de introducirse en el interior del local con su aspecto enmascarado. ¡Como the Spider! Lo primero era regresar a su propia vivienda. Algo le decía que allí también encontraría a Nita. Rogó una vez más no tener que verse obligado a marcar a su amada con su terrible sello escarlata.

Decidió llevar consigo a Apollo. Recordó e genio del portero y se dirigió a las escaleras en lugar de usar el ascensor. Cuando ya había dejado atrás la puerta del apartamento...

-¡Cuidado sahib! -¡Ram Singh le empujó! Se encogió, tratando de protegerse el cuello mientras rodaba escalones abajo hasta el piso inferior, rodando como un alud humano. Cuando por fin se paró, escuchó un disparo y pedazos de pared le golpearon el cuello.

-¡A él no imbécil, es blanco! -Se incorporó con un quejido. No creía tener nada roto, pero el golpe le había aturdido y no distinguía muy bien lo que sucedía a su alrededor. Escuchó los ladridos de Apollo convertidos en un sordo gruñido de amenaza.

Sacudió la cabeza. No tenia armas, salvo el feo cuchillo que le arrebatara al ladrón. Lo agarro con determinación y comenzó a subir las escaleras.

-¡Alto ahí! -Su vista por fin se aclaró. Dos hombres, con uniforme confederado y sendos viejísimos revólveres. No lucían galones. Eran soldados rasos.- tenemos órdenes de no matar hermanos de raza, pero puedo hacerle mucho daño. Solo queremos ejecutar a un animal que se cree humano. Le compensaremos por su muerte.

Wenworth no respondió. Con gente así no se hablaba. Exclamó una sencilla orden que e fiel Apollo obedeció enseguida. Los Hijos de Lee le habían dado la espalda. El mordisco casi desjarretó a su victima, que cayó al suelo chillando como una rata. Su acompañante se volvió y aprovechó ese breve instante para arrojar el cuchillo con todas sus fuerzas.

El filo abrió un profundo, sanguinolento surco en la mano del soldado, que dejó caer el revolver con un quejido. Dio medio vuelta y corrió hacia el ascensor tratando de huir.

-¡Apollo, a él! -El can obedeció arrojándose contra el hombre, tumbándole e inmovilizándole cuan largo era. Ram Singh gimió. Estaba vivo, pero una bala le había dado en e hombro. Se recuperaría pero hasta entonces no podría contar con la ayuda de fiel hindú.

De los dos Hijos de Lee, uno agonizaba. El mordisco de Apollo le había seccionado un vaso sanguíneo principal. No podría decirle nada. Pero el otro...

-Ya has visto lo que le ha ocurrido a tu compañero. Si no quieres acabar así y que tu muerte sea rápida, dime que buscabais. -El otro trató de gruñir de forma despectiva. Su expresión se interrumpió al ver la inquebrantable determinación en los ojos de quien le hablaba.

-El mono vio algo que no debía. ¡Ah! -Torció la cara cuando el puñetazo le martilleó la sien.- ¿Pero que le ocurre? ¿Ahora es amigo de los mon... ¡Ah!

Otro puñetazo le dejó casi sin sentido. Wentworth le agarró del pelo y habló con el tono más amenazador de que fue capaz.



-Responde: ¿Donde os reunís los Hijos de Lee? ¿Quien es vuestro general? -Un destello de entendimiento cruzó el cerebro de aquel hombre comido por el odio.

-¡No puede ser! ¡The Spider! -Lanzó un desesperado golpe con el tacón de su bota, tratando de liberarse. El golpe y las palabras cogieron por sorpresa a Richard. La bota golpeó su tobillo, haciéndole vacilar y caer contra Apollo. Esto liberó al otro, que decidió era más seguro huir por las escaleras.

Cuando ya estaba con el primer pie en los escalones, Wentworth se arrojó contra él sin pensarlo. ¡Tenia que evitar que huyera! ¡Era su única fuente! Por desgracia, no calculó bien el impulso, empujándolo escaleras abajo, rodando junto a él. Su cuerpo le había protegido, pero el hijo de Lee estaba muerto: Se había roto el cuello. Cogió su mechero y marcó a ambos hombres, registrándoles mientras lo hacia. No halló nada. Aquello podía desvelar que él y the Spider eran uno y el mismo. Pero no importaba.

Se había acabado el hablar. Como soldados vestían ¡y guerra les daría! Mientras ayudaba a caminar a Ram Singh y bajaban en el ascensor, se dio cuenta de que la pista que conducía al Southern cross Club era buena. Puede que la mejor. Y ahora sabía porque el fiscal Armstrong entorpecía la labor de Kirkpatrick. Si... haría algo para ayudarle. Pero antes, se imponía una visita a ese local. Era miércoles y aun tenia tiempo hasta esa próxima entrega.

-Has hecho bien. Ram Singh. ¡Has sido un héroe! Pero ahora debes descansar y sanar de tus heridas. Pronto volverás a la batalla.

Cuando el ascensor se detuvo y salió al vestíbulo con su fiel seguidor apoyado en su hombro, lo que vio hizo que su grito de sorpresa muriera antes de nacer.

Un hombre muy alto, una cabeza más que él. Anchísimas espaldas, porte arrogante y soberbio. Vestía un impecable uniforme de general confederado, con revolver y sable de caballería al cinto. Se apoyaba en un bastón de oscura madera con empuñadura de oro macizo.

Su rostro estaba oculto por una capucha de seda gris, con tan solo unas rendijas para sus ojos. ¡A sus pies se hallaban los degollados cadáveres del señor Perkins y el ladrón! Su voz sonó sorda, apagada. ¡La voz de alguien sin miedo!

-vaya... mr. Richard Wentworth. No esperaba verlo con vida. Permítame que me presente. Soy Robert Lee Jr. Si me disculpa, tengo que irme. Pero antes... déjeme decirle algo. Aliarse con los monos y tratar de salvarlos puede tener nefastas consecuencias. Pregúntele a la señorita Van Sloan.

-¡¿Que le ha hecho, malnacido?! -El general no respondió. Montó en un caballo que permanecía fuera y huyó al galope mientras se carcajeaba con ganas.

-¡Vaya al Hospital de San Patricio!

Continuará...

Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)

En el próximo episodio: ¡The Spider Atrapado!

No hay comentarios:

Publicar un comentario