Elseworlds Man of Steel nº 13

Título: La mente del Mal (III): el regreso de Metallo
Autor: Federico Hernan Bravo
Portada: Moises Lopez
Publicado en: Julio 2013

¡Metallo, el cyborg con el corazón de kryptonita, ha regresado! Dirigido ahora por Ultra, esta peligrosa máquina de destrucción viene dispuesto a cobrarse la revancha sobre el Hombre de Acero. ¿Podrá Superman detenerle?
Un planeta condenado. Unos científicos desesperados. Su última esperanza. Una agradable pareja. Esta es la historia del hombre destinado a convertirse en el héroe más importante de todos los tiempos. Esta es la historia de...
Creado por Jerry Siegle y Joe Shuster

En capítulos anteriores: Ultra, el mayor dolor de cabeza para Superman despues de Lex Luthor, esta dispuesto a hacer todo lo posible por destruir al ahora Presidente de los USA. Pero  ni siquiera esa amenaza consigue que el Hombre de Acero y el antiguo empresario aúnen fuerzas. Ultra tenía previsto una contingencia en caso de que el héroe se entrometiese en sus planes: Metallo.

-Apenas recuerdo cómo fue – dijo Metallo. Se hallaba tumbado sobre una mesa de examen mientras sus partes cibernéticas eran escaneadas por haces de luz – Sé que sufrí un choque. Venia huyendo de la poli, en Los Ángeles, y el auto se salió de la ruta. Todo se volvió borroso a partir de ese momento... Hasta que recuperé la conciencia tiempo después en un hospital.

El cyborg hizo una pausa. Los haces de luz le escaneaban el cráneo de metal.

-Mi cuerpo había sufrido serios daños – prosiguió contando – Quemaduras, huesos rotos… estaba hecho una mierda. Los médicos no sabían cómo hacía para seguir vivo, pero no eran positivos en cuanto a mi futuro. Y era verdad: yo tendría que haberme muerte esa vez. Pero no sucedió así – rió – Parece que Dios quería darle una oportunidad al viejo Johnny Corben. ¿Usted cree en Dios, Doc?

-No- dijo Ultra.

-Yo tampoco, pero da que pensar. Fue un milagro que lo único intacto en mí fuera mi cerebro. Aunque, como he dicho, me moría. Y entonces se produjo el segundo milagro… y lo hizo en la forma de otro Doc, como usted. Salvo que más loco…Se llamaba Vale, profesor Emmett Vale. Apareció una noche en el hospital, con una propuesta para mí. Podía salvarme, me dijo, si consentía ponerme en sus manos. Mi cuerpo estaba hecho pedazos y me moría, así que no tenía nada que perder. Acepté y luego… luego…

-Continua, por favor – pidió Ultra.

-El profe hizo algo – siguió relatando Metallo – Traslado mi cerebro a un cuerpo artificial y me dio una segunda oportunidad. Me convirtió en un cyborg. No sabía bien qué se suponía que debía hacer a continuación… Creo que maté al viejo por diversión o porque me aburrió, no sé bien. Lo cierto es que luego regresé a lo que mejor sabía hacer en la vida: ser asesino a sueldo. Y profesional.

-¿Mataste a muchos?

-A algunos cuantos peces gordos. Pero mi mejor trabajo estaba por venir. Luthor me llamó para contratar mis servicios. Quería matar a un superhéroe, alguien que le estaba arruinando el negocio con el bajo mundo de Metrópolis.

-Superman.

-Todavía no decía llamarse así y por ese entonces vestía un traje negro(1). El caso es que lo enfrenté y luchamos de igual a igual…

-Pero no resultó como esperabas.

-No. Me venció, pero me dejó con vida. Lamento decir que luego no continué así. La gente de Luthor se encargó de eso.

Silencio. Ultra esperó. Metallo siguió hablando.

-Morir por segunda vez tampoco fue fácil – prosiguió – e igual de permanente. La batería que alimentaba mi cuerpo era mi principal fuente de energía, pero lo que la gente de Luthor no sabía era que tenía un sistema de reserva, así como un soporte vital aparte. Mi cerebro siguió vivo, pero no podía hablar ni moverme hasta que usted me encontró y me reensambló. Se lo debo, Doc. El resto, ya lo sabe… ¡Es bueno volver a estar de una pieza!

Ultra sonrió. Miró a Hoffman, su colega. El análisis al cuerpo del cyborg había acabado.

-Así que por eso crees en los milagros – aseveró el científico en silla de ruedas – Por haberte salvado tantas veces.

-No he dicho que crea en milagros, Doc. Pero no puedo negar que yo no sea uno caminando.

-¿Milagro o prodigio de la ciencia? – terció Ultra – Creemos haber descubierto la respuesta a tu inusual resistencia y no tiene nada de milagroso. El análisis al que te sometimos reveló muchas cosas. La primera, que el hombre que construyó tu cuerpo, aunque loco, era un genio… la forma en que diseñó tus circuitos es ejemplar. Numerosos sistemas redundantes evitan que incluso un trauma muy severo sea fatal. Naturalmente, tu cerebro orgánico está protegido; unos microprocesadores biónicos son los encargados de mantenerlo estable y funcionando. Has tenido mucha suerte de caer en mis manos. Ya puedes ponerte de pie.

Metallo se movió. Se paró. Flexionó sus brazos y piernas robóticas.

-Soy un tipo suertudo – dijo – Todavía no entiendo en qué te puedo servir, que no sea matar a alguien.

-Precisamente, matar es una parte de mi plan. La otra es la misión que voy a encargarte.

-Soy todo oídos, Doc. Dígame lo que quiere que haga.


Redacción del Daily Planet. Momentos después…

Clark se servia un vaso de agua del dispenser en el pasillo mientras pensaba concentradamente en los últimos acontecimientos. El atentado sufrido por Luthor era una prueba cabal de que el Ultra-Humanita estaba decidido a cumplir su venganza sobre todos ellos.

Mientras Ultra siguiera libre, todos estaban en gravísimo peligro, incluidos los relacionados con Superman.

De cierta manera, era una especie de tranquilidad el saber que Lois había partido hacia las Bahamas enviada por el señor White a investigar un aparente asunto de contaminación toxica en el lecho marino. Aquello la sacaría del radar de Ultra al menos por un tiempo. El suficiente, esperaba, hasta poder encontrar al científico criminal y detenerle.

Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos por la aparición en persona del señor White, quien venia a buscarlos hecho una furia…

-¡Kent! ¡Al fin! ¿Que diablos haces?

-¡Oh! ¡Señor White! ¿Sucede algo?

-¡Vaya sino! ¡Acaban de llamar a la Redacción! ¡Un robot ha asaltado el Banco Mercantil de Metrópolis y ha tomado a la gente de rehén! ¡Dicen que dijo que si Superman no aparece, matara a todos!

-¿¡Un robot!?

-¡Te quiero cubriendo esa historia, Kent! ¡YA!

-¡Cielos! ¡Ya voy, jefe!

Clark salió corriendo, pero en vez de dirigirse al ascensor, se metió en un almacén y se mudó de ropas rápidamente, convirtiéndose en Superman. De inmediato alzó vuelo por una ventana hacia el lugar.


En el Banco Mercantil de Metrópolis, los clientes tomados de rehén temblaban y se estremecían ante el ser de metal que montaba guardia delante de ellos.

Metallo ni los miraba. Sus foto-receptores ópticos estaban fijos en el exterior, a la espera de Superman. Había ignorado también a la policía reunida fuera del banco, quien montaba un operativo de seguridad e intentaba comunicarse con él mediante un altavoz.

El Hombre de Acero no faltó a la cita. Entró al banco a supervelocidad. Cuando vio al cyborg, se sorprendió muchísimo.

-¿Corben?

-Hola, supertipo. ¡Cuánto tiempo! Celebro que me reconozcas, pese a no llevar carne encima de mi endoesqueleto de metal.

-¡Es imposible! ¡Se supone que estabas muerto!

-Y se supone que tú eres muy fuerte. Veamos si es cierto.

Metallo lo golpeó. Superman atravesó una pared volando. Pese a la sorpresa inicial del ataque, rápidamente se sacudió los cascotes de encima y de nuevo se enfrentó al cyborg.

-He hecho unas mejoras- le advirtió Metallo - ¡Yo ganaré está vez!

-Lo dudo mucho.

Fue el turno del Ultimo Hijo de Krypton. Su puñetazo envió a Metallo volando hacia afuera del banco, a la calle. Ante la atónita mirada de los policías y la surtida multitud reunida, superhombre y organismo cibernético se trenzaron en una terrible lucha que solo podría ser descripta como un “duelo de titanes”.


A través de los canales de noticias, Luthor –que estaba en la Casa Blanca, en Washington DC- se enteró de lo que sucedía en Metrópolis. Tomó un teléfono e hizo una llamada…

-¿Qué demonios ocurre? – le espetó al encargado de LexCorp en la ciudad - ¡Estoy viendo la televisión! ¡Superman está peleando con Corben! ¿Me oíste? ¡Corben! ¡Se supone que teníamos resguardados sus restos! ¿Cómo es posible que siga vivo?

Una patética excusa le fue dada del otro lado de la línea. Lex montó en cólera.

-¡Pues averigua cómo pudo pasar esto! ¡Quiero respuestas! ¡Quiero un responsable! – exigió y colgó. Volvió su mirada a la televisión. Superman y Metallo seguían luchando.


La calle se convirtió en un ring-side. Las escenas de la terrible lucha entre héroe y villano quedarían grabadas en la retina de los muchos espectadores ocasionales del combate. Al inicio, parecía que nadie iba a ganar; la balanza no se inclinaba a favor de nadie. Luego, las cosas cambiaron y se hizo evidente que Superman ganaría aquel encuentro.

De un certero golpe, la cabeza de Metallo fue arrancada de encima de sus hombros. Salió volando despedida hacia el suelo, mientras el resto del cuerpo hacía patéticos esfuerzos por recuperarla. El Hombre de Acero sabia que la única parte orgánica del cyborg estaba en ella, de modo que de esa forma no lo mataría pero sí podría parar su amenaza, destruyendo su cuerpo de metal.

Acabado el peligro, Superman recogió la cabeza del piso. Los foto-receptores ópticos de Metallo lo miraron con odio.

-Se terminó, Corben. No sé si puedes oírme, pero me encargaré de que coloquen tu cerebro en buen recaudo.

El cyborg –lo que quedaba de él- rió.

-Será en otra ocasión, idiota – dijo.

Un sonido extraño, como un zumbido, se dejó oír. Extrañado, Superman revisó la cabeza de metal con sus rayos X… y descubrió que en vez de un cerebro humano vivo, había circuitos y explosivos.

-Cuatro… tres... – canturreó la cabeza – Dos…

El Hombre de Acero la arrojó con todas sus fuerzas al cielo. Explotó en las alturas, sin causar daño a nadie.

“¡No era él!”, pensó, “No era Corben. Solo se trataba de un autómata. ¿Qué está pasando aquí?”

El verdadero Metallo se encontraba de hecho lejos de allí y con otro aspecto. Volviendo a usar carne encima de su esqueleto de metal y vestido con un lujoso traje, de saco y corbata, se encaminó maletín en mano hacia el aeropuerto de Metrópolis. Su destino: Washington D.C.


En el laboratorio de las Montañas Rocosas, Ultra recibió de boca de Hoffman el parte de la misión de Metallo y el éxito de su plan de distracción para Superman.

-Excelente. Ahora mientras el señor Corben cumple con el objetivo planteado para su misión, tú y yo nos ocuparemos en el tema de las mejoras de mi cuerpo físico…

-Ultra, no quiero sonar alarmista, pero no puedo dejar de señalarte los peligros que existen tras lo que deseas.

-Y yo tengo que recordarte, Karl, que soy quien da las ordenes en éste laboratorio, y que si no estas de acuerdo con mis ideas, pues… - Ultra se encogió de hombros – Claro que yo que tú me lo pensaría dos veces antes de tomar una decisión precipitada. Hay mucho que perder. ¿A poco crees que Luthor se tome bien tu traición? Mira que traicionar al Presidente de la Nación es un delito muy grave.

Se produjo un incomodo silencio. Ultra sonrió. Hoffman se mordió los labios. Su colega tenía razón; echarse para atrás ahora era una pésima idea.

-Está bien – concedió – Se hará como dices, por supuesto.

-Muy bien – Ultra movió su silla de ruedas hasta colocarse delante de un gran monitor de computadora. Presionó unos botones y la imagen de Metallo apareció en pantalla – He comprobado los esquemas del cuerpo de Corben. Gracias a él, tengo la clave para la operación cerebral que tu gente y tú deberán realizarme.

La imagen en pantalla cambió por la del cráneo del cyborg. Revelaba su cerebro biológico y unos circuitos implantados en él.

-Metallo me dio el secreto para conservar vivo un cerebro sin cuerpo, hasta trasladarlo a otro. Pretendo que eso mismo ocurra conmigo. Karl, deberás extirpar mi cerebro, conservarlo y luego transplantarlo al cuerpo físico que mis esquemas biológicos han previsto como el adecuado para albergar mi intelecto.

Ultra le alcanzó una Tablet-PC. Hoffman leyó los datos.

-Ultra, lo que pides para la ultima etapa del proceso es sencillamente imposible – terció - ¡No tenemos los componentes genéticos para desarrollar éste tipo de cuerpo físico!

-Ahí es donde te equivocas. Por eso he enviado a Metallo a Washington. Hay un cierto genetista muy famoso en esa ciudad, con acceso a ciertos lugares que pueden proveernos del ADN que necesitamos.

-Sigo pensando que es una locura…

-Todo está calculado. Lo único que tienes que hacer es sacar mi cerebro de éste cuerpo y después colocarlo en el otro. Nada más.

Ultra volvió a sonreír. Hoffman sintió escalofríos por la tarea asignada por venir. Cualquiera diría que estaba viviendo en carne propia una película clase B de los años cincuenta. Si tenía éxito con la operación, ¿en qué rayos se convertiría Ultra? Tan solo pensarlo le daba pavor.


Tiempo más tarde en la ciudad de Washington, Metallo, con su disfraz humano, visitaba al experto en genética del cual Ultra hablaba: el doctor Dabney Donovan.

-Es usted un hombre muy difícil de encontrar, Dr. Donovan.

-Mi tiempo es oro, señor Corben. Vamos al grano, por favor.

Se hallaban en el consultorio del doctor, sentados el uno frente al otro delante de su escritorio.

-Ok – Metallo abrió su maletín – Como le venia diciendo, mi jefe, el Dr. Gerard Shugel, está muy interesado en contratar sus servicios. Es usted el mejor genetista de la nación.

-Muy halagador – Donovan enarcó una ceja – Pero me temo que mis honorarios son sumamente… ¿Cómo lo diré? Caros.

-Oh, el dinero no es problema, doctor. De hecho, mi patrón considera que querrá trabajar en esto gratis después de echarle un vistazo a lo que tengo aquí.

Corben le entregó un pen-drive. Donovan le dio vueltas en las manos hasta decidirse a introducirlo en su computadora. Al cabo de un rato estaba fascinado con lo que veía.

-¡Esto es extraordinario! – exclamó – Ésta simulación por ordenador es uno de los mapas más completos que he visto del ADN humano, pero… aquí veo otra secuencia… - Donovan pestañeó – Es otro modelo genético… ¿Cómo lo consiguió?

-Cortesía de mi jefe – Metallo sonrió – Tengo unas muestras de células y sangre en mi maletín, doctor. Lo que mi jefe quiere es que usted le provea de material genético capaz de fabricar un ser viviente a partir de la segunda secuencia y que sea compatible con las muestras que le he traído. ¿Puede hacerlo?

Donovan no contestó de inmediato. Se sacó los lentes y se masajeó los ojos.

-Yo… sí, pero no será fácil… Necesitaré material del Proyecto.

-¿Qué Proyecto?

Donovan guardó silencio. Había hablado de más.

-No estoy autorizado a decírselo. Lo lamento.

Metallo resopló. Se estaba cansando de representar aquel papel tan tranquilo. Decidió dejar de lado las formalidades y hacer las cosas a su modo tan peculiar: estiró una mano hacia el cuello del científico y lo apretó. A Donovan casi se le corta la respiración. Aferrándolo como si su mano fuera una tenaza poderosa, lo levantó en el aire y lo apretó contra una pared.

-¡Ahora, mi buen doctor, hablemos sobre ese Proyecto y cómo va usted a hacer gratis este trabajito para mi jefe!

Donovan le contó todo a Corben sobre el Proyecto. Según dijo, el nombre completo y oficial era “Proyecto Cadmus” y se trataba de un programa súper-secreto de investigación genética avanzada del Gobierno.

Cadmus tenía el material que Ultra necesitaba para fabricarse un nuevo cuerpo, por lo que Metallo obligó al genetista a llevarlo hasta las instalaciones subterráneas y proporcionárselo. Sin más remedio que obedecer so pena de perder la vida, Donovan lo guió hasta el lugar, donde el primer escollo que tuvieron que sortear fue el guardia de seguridad de la entrada principal…

-Lo siento, Dr. Donovan, pero su ayudante no puede entrar sin autorización del Director Westfield.

Donovan tragó saliva. Miró a Corben. La expresión de su rostro era fría y pétrea, inescrutable.

Él no podía saberlo, pero el cyborg analizaba al guardia con sus sensores ópticos. El único armamento que tenia, según su computador interno le dijo, era una pistola Glock en su cartuchera. Si su compañero no conseguía hacerlo entrar por las buenas a ese lugar, mataría al soldado. Ya lo tenía decidido.

Donovan, sin embargo, se las arregló para sortear aquel obstáculo. Insistió en que como miembro fundador del Proyecto era innecesario atenerse a tanto protocolo y que tenía urgencia por pasar. Si el soldado no los dejaba hacerlo, lo denunciaría con sus superiores por obstaculizar a un miembro del personal principal del programa.

Crease o no el guardia, ya sea por temor o por ahorrarse una reprimenda de quienes estaban por encima de él, los dejó pasar.

-Bien hecho, Doc – dijo Metallo, mientras avanzaban por unos pasillos llenos de soldados y operarios, que apenas les prestaron atención.

Un rato después, Donovan y él entraban en un laboratorio de máxima seguridad (previo tecleo de un código de seguridad en la puerta de entrada) y el científico se colocó un traje aislante, penetrando a continuación en una cámara acorazada. De su interior, extrajo un tubo lleno de una pasta incolora conservada a bajas temperaturas y después se reunió con el cyborg de nuevo.

-¿Qué es lo que tiene ahí? – le preguntó Corben.

-La base genética que se necesita para la creación del organismo que su jefe desea. Es ADN recombinante. Garantizado cien por cien su efectividad.

Donovan le entregó el tubo.

-¿Será compatible con las muestras que le traje en mi maletín? – quiso asegurarse Metallo.

-Totalmente. No debería provocar ningún rechazo. Se adapta fácilmente a cualquier código genético – el científico se mostró tenso – Escuche: yo ya he cumplido con mi parte. He hecho bastante. Lo he traído aquí, arriesgando mi propio cuello, le he dado el material genético que necesitaba… Déjeme ir.

Metallo no respondió. Se limitó a mirarlo con frialdad.

-Le prometo que no le diré a nadie de usted. Se lo aseguro.

-Lo lamento, Doc. Mis órdenes fueron claras: conseguido el material, no dejar cabos sueltos al azar. Como comprenderá, eso incluye eliminar testigos.

Donovan retrocedió. Pegó su espalda contra una pared. El asesino avanzó hacia él, amenazante.

-¡No puede hacerlo! – protestó el genetista - ¡Y aunque lo hiciera, no podrá salir de este complejo! ¡Los soldados lo coserán a balazos apenas de un paso!

El cyborg sonrió.

-Uy, que miedo.

Sin que Metallo pudiera evitarlo, Donovan se arrastró por la pared hasta que sus dedos tocaron un interruptor. Una alarma comenzó a sonar con fuerza.

-¡Es usted hombre muerto! – dijo.

Metallo frunció el ceño. Se volvió. Unos sonidos de pasos se oían por el corredor más cercano.

-No lo creo – aferró la cabeza de Donovan con sus manos y con un rápido movimiento, se la torció. En ese momento se abrió una puerta y un grupo de soldados armados entraron…

-¡Quieto! ¡Ponga las manos en alto! – ordenaron.

Metallo no se molestó en obedecer. Caminó directamente hacia ellos con intenciones asesinas.

-¡Fuego!

Los soldados abrieron fuego con sus ametralladoras, acribillando a balazos a Corben. El impacto de las balas apenas lo hizo tambalear. Volaron pedazos de la carne orgánica que recubría su cuerpo y cuando cesaron los disparo para ver qué sucedía, su rostro había perdido la mitad de su recubrimiento.

Una calavera de metal con un ojo artificial rojo como un rubí apareció ante la vista de los atónitos soldados.

-¡Buen intento! Aunque inútil…


Luthor asistía a un acto de inauguración de una escuela pública cuando le dieron la noticia del ataque a Cadmus. La prensa que cubría el hecho comentaría más tarde que fue curioso ver cómo el Presidente de la Nación palidecía al acercarse uno de sus hombres de confianza y susurrarle algo al oído.

Excusándose, Lex abandonó el acto y de inmediato, mientras viajaba en su limusina, pidió informes de lo ocurrido por teléfono al responsable directo del Proyecto.

-¡Westfield! ¿Qué diablos ocurrió?

-¡Han atacado Cadmus, señor! – dijo la voz de un hombre asustado, desde el otro lado de la línea.

-¿Cómo diablos puede ser? – rugió Luthor, furioso - ¡Se supone que el Proyecto era el sitio más seguro del mundo! ¿Y ahora me dices que lo atacaron? ¿Quiénes fueron? ¿Cómo ocurrió?

-¡Fue cosa de un solo hombre, señor!

Lex no lo podía creer. ¿Acaso Superman lo había hecho? No podía ser. Nadie salvo unos pocos privilegiados conocían Cadmus.

Westfield le dijo que había grabaciones del hecho. Apenas llegó a la Casa Blanca, Luthor las pidió. Se las trajeron lo más a prisa que pudieron. En ellas, vio cómo Metallo entraba al complejo en compañía de Donovan y cómo el cyborg los mataba a él y a los cientos de soldados que salieron a hacerle frente, una vez que sonó la alarma.

Con un nudo en la garganta, Lex vio la escena de la masacre y cuando las filmaciones acabaron, no le quedó la menor duda: Corben estaba vivo y había escapado robando algo del laboratorio de investigación genética.

“No puede estar actuando solo”, razonó, “¡Hay alguien detrás de todo esto! Alguien muy listo…”

Luthor pensó detenidamente… y la respuesta acudió a su cerebro en un relampagazo.

-¡Ultra! – dijo, escupiendo el nombre.


Metallo regresó al laboratorio en las Rocosas cumpliendo con éxito su misión. Le entregó a Hoffman el material genético que Ultra necesitaba y preguntó donde se hallaba su jefe; le pareció extraño no verlo allí.

-Sígame – le pidió Hoffman y lo condujo hasta un gran quirófano, donde el cuerpo del científico yacía acostado en una camilla, tapado por una sabana blanca. No sin cierto estupor, Metallo vio que tenía la cabeza abierta y vacía.

-¿Y el cerebro?

Hoffman señaló hacia un recipiente grande lleno de líquido. Allí, conectado a unas maquinas avanzadas que lo mantenían vivo, el cerebro de Ultra flotaba palpitando con malignidad.

-Bienvenido, amigo mío – dijo una voz mecánica. Procedía de un aparato conectado al cerebro – Veo que has tenido éxito.

-¿Doc? ¿Es usted?

-Efectivamente. Aunque carezco de cuerpo, gracias a ti he logrado aprender a mantener con vida mi cerebro. Y ahora, con el material genético que has traído de Cadmus, ya puedo fabricarme un físico más apropiado para mi mente suprema.

Metallo no dijo nada. Estaba mudo del asombro.

-Tengo, empero, una nueva misión para ti – dijo Ultra, al rato.

-Dígame.

-Es un trabajo más simple: quiero que secuestres y que me traigas a una persona.


Llovía torrencialmente sobre Metrópolis tiempo después, cuando Lois Lane volvió de su viaje a las Bahamas. Agotada y portando sus maletas, tomó un taxi, indicándole al chofer que la llevara a su apartamento.

…Cual no fue su sorpresa cuando pasaron de largo, dirigiéndose a otra parte…

-Oiga, ¡se ha pasado de destino! – le recriminó al taxista - ¡Mi apartamento está en aquella otra dirección! ¿Oiga? ¡Le estoy hablando!

-Lo sé, Lois. No vamos hacia allí – respondió Metallo, disfrazado de humano otra vez. Le sonrió siniestramente por el espejo retrovisor.

Continuará...

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