Thor Señor de Asgard nº25


Título: La Caída de los Panteones (I)
Autor: Miguel Ángel Naharro 
Portada: Luis David Gómez/ Color: Carolina Bensler
Publicado en: Septiembre 2013

Thor visita Olimpia, la ciudad de los Eternos, donde tienen que decidir si finalmente se unen a la Alianza de Dioses, justo cuando una amenaza regresa desde el pasado más reciente del señor de Asgard.

“Ha tenido muchos nombres. Vingthor el lanzador, el hijo de la larga barba y enemigo de Hrodr. En su hogar ancestral Hymir le conoce como Veur. Compañero del infeliz Hrungnir le han llamado algunos. Al este del Elvigar, en tierra de gigantes, susurran el nombre de Hloriddi. Su padre le llamaba hijo. Su madre, querido. Y bajo las bóvedas celestes es Thor Odinson, dios del trueno, temor de Jormungand.”
Stan Lee y Action Tales presentan:
Creado por
Stan Lee & Jack Kirby



La ciudad de Olimpia tenía eones de antigüedad. Una grandeza y un pasado sin igual habían visto en cada centímetro cuadrado del llamado hogar de la raza de los Eternos.
Quienes fueron adorados antaño como dioses y que llevaban muchos siglos ocultos entre sus muros, ajenos a las miradas curiosas de los mortales.
Una figura caminaba por las calles de la ciudad.
Era nada más y nada menos que la del poderoso Thor, señor  de Asgard y Dios del trueno.

El asgardiano contempló las altas torres y edificios de la ciudad, con una arquitectura y una belleza que rivalizaba con las de los diferentes reinos divinos que había visitado en su larga vida. Recordó, no sin amargura, que varias veces, visitó Olimpia en circunstancias nada agradables, para entrar en conflicto con su habitantes, por diferencias entre los dioses terrestres y la raza creada por los seres espaciales llamados los Celestiales.
Se congratulaba de que en esta ocasión, fuese una visita agradable y sin violencia de por medio.
Tras la visita a Asgard de Ikaris, y la parada en Midgard, donde se enfrentaron al villano llamado Juggernaut, Thor aceptó gustoso la invitación ofrecida por el eterno para visitar Olimpia y poder asistir a la gran asamblea de los Eternos que aún permanecían en la Tierra.[1]
El resto de sus congéneres, partieron tiempo atrás al espacio, a buscar su lugar en el universo, como trataban de encontrar los que decidieron permanecer en el planeta Tierra.
Thor seguía firme en su decisión de que se unieran y aportasen savia nueva al consejo de panteones. Era muy consciente de que no sería algo muy popular entre muchos de sus miembros, pero debía haberles ver que conllevaba más ventajas que inconvenientes el que se uniesen a ellos.
Paseaba en las calles de la ciudad, mientras Ikaris atendía un asunto importante, según sus palabras, antes de la reunión de los habitantes del hogar de los Eternos.
Siguió disfrutando del paseo, y regocijándose de la paz que se disfrutaba entre los muros de la ciudad.
No muy lejos de allí, Ikaris accionó un mecanismo en un panel oculto y una puerta metálica se deslizó con suavidad.
Era una cámara sin aparente sentido. Las leyes físicas no funcionaban de igual forma en ese lugar que en el resto de nuestro plano de existencia.
El eterno sintió de inmediato su abrumadora presencia. De inmediato, su primer instinto, fue el de marcharse mientras aún pudiese. Olvidando todo lo hablado con anterioridad. Sabía que por desgracia, eso no era posible. Era una reunión a la que no podía faltar, por más que el rechazo a la misma le acompañase.
—Estás aquí… Parece que Ikaris el Eterno tiene palabra al fin y al cabo…—Dijo una voz profunda y cavernosa.
Ikaris frunció el ceño  con preocupación viendo la sombra recortada de su acompañante. Sabía que realmente no se encontraba allí. Pues esa cámara era un medio de comunicación, proyectando apenas un atisbo de la imagen, una sombra emborronada de con quién contactases.

—Aunque fue Zuras quien realmente te dio la palabra, es mi deber mantenerla. Aunque no es del todo de mi agrado… Las consecuencias si esto sale mal, serán imprevisibles…
La sombra titánica rió. Y esta risa le produjo al eterno un escalofrío como ninguna otra cosa lo habría hecho antes.
—No tienes elección y lo sabes, Ikaris… El pacto fue sellado mucho tiempo atrás y debe ser respetado, así lo dicta la ley eterna y lo sabes…
Ikaris se mordió el labio con rabia y cerró los ojos un instante.  Claramente sabía que si el pacto fuese roto, rompería la palabra dada. Tiempo atrás, como dirían los mortales, hicieron un pacto con el Diablo, y ahora, debían pagar el precio con creces.
—Todo se hará según lo acordado. —Anunció finalmente Ikaris.
Los ojos de la figura oscura refugiaron con un brillo intenso de profunda satisfacción.




Un inmenso vórtice lo absorbía todo como un agujero negro, llevando toda materia a su interior y destruyéndola. Entre este panorama de caos y destrucción se hallaba inmune a sus efectos una construcción; una isla de piedra con una alta torre de basalto negro que se erigía desafiando al caótico paisaje.
En su interior en una sala circular, con una mesa de piedra.
Varias personas se hallaban situadas alrededor de la misma, dioses de diferentes panteones y con personalidades y aspectos muy dispares.
Un humanoide con piel grisácea, una cabeza calva y unos ojos rojos sin pupilas visibles y piernas acabadas en pezuñas dio un fuerte golpe en la mesa. Era Nanobozho, dios de la tierra y el fuego de los Anazazi.
— ¿Cuándo actuaremos? Estamos perdiendo el tiempo hablando y hablando ¡Y no hacemos nada!
Kalí, la diosa de la destrucción hindú desenvainó sus cimitarras y sus ocho brazos se pusieron en posición de ataque.
—Ahora tenemos el elemento sorpresa, nadie esperará nuestro movimiento. —Dijo Kali con rabia.
Una mujer delgada y de apariencia frágil, con un kimono rojo, y cuya cabellera era agua llena de peces y vida marina, se levantó moviendo negativamente la cabeza. Se trataba de  Ame-no-Mi-Kumari, la diosa nipona de las aguas.
—Hay que tener paciencia, un movimiento en falso, y estaremos perdidos. —Observó la diosa.
Morrigan, diosa de la guerra y de la muerte celta pensaba en que esta alianza seria efímera. Nyambe de los dioses africanos observaba impasible como se desarrollaba el conflicto entre los otros dioses.
Un torbellino de llamas apareció repentinamente de la nada, haciendo volar a uno y otro por la estancia, hasta impactar con fuerza contra los muros.
De las palmas de las manos de Nanobozho ondas de energía dispuestas a arrojarlas contra cualquiera.
— ¿Quién se atreve a desafiarme?
— ¡Yo me atrevo! —Gritó una mujer egipcia vestida con ropajes reales y de una belleza apreciable.
— ¡Apset, la señora egipcia de la llama!
—“No debemos enfrentarnos entre nosotros, tenemos un enemigo común”
Una voz tenebrosa hizo acallar cualquier otra en la asamblea. Era el señor del Hades olímpico, quien otrora respondiese al nombre de Hércules.
—El olímpico tiene razón. —Dijo Apset. —Todos estamos aquí reunidos por un solo motivo.
Morrigan se adelantó y se puso delante de la diosa egipcia.
—Nuestra preocupación por los últimos acontecimientos y por quien ha sido nombrado líder del concilio divino, Thor Odinson. —Comentó la celtica. —Sus actos trajeron la muerte de mi esposo Dagda y la destrucción de mi patria.
—Todo hemos perdido en mayor o menor grado por culpa del señor de Asgard. —Observó Nyambe.
—Su liderazgo solo nos traerá desgracias.
—Somos el círculo envolvente que evitará eso, amigos míos. —Apuntó Apset. —Decidme ¿sabéis cual es el último movimiento de Thor?
Nanobozho frunció el ceño y se volvió ante el resto de miembros del círculo.
—Pretende unir a los llamados Eternos, que presumen ser dioses, al consejo de los panteones ¡No lo podemos permitir! ¡Es indignante!
—Son mortales que pretenden asumir el papel que nos corresponde por derecho. —Observó Ame-no-Mi-Kumari. —No son dignos de ponerse a nuestro mismo nivel.
—No permitiremos que eso ocurra. Proceded con cautela, pronto nos volveremos a reunir. —Anunció Apset
Apset contempló como los miembros del Círculo Envolvente desaparecían al atravesar uno por uno los diferentes espejos, que los transportarían inmediatamente a sus respectivos planos.
Una vez sola, hizo un gesto y su aspecto cambio por completo.
Pobres ignorantes. —Pensaba. —No saben que están siendo mis títeres y que los manejo a mi completo  antojo. Mi voluntad es la que decidirá lo que ha de ocurrir. A si ha sido siempre y así será.
 ¿Acaso no soy Loki y estaban para servirle?[2]




El Dios del trueno caminaba pensativo por los amplios y milenarios salones de Olimpia.
Su mente se hallaba a dimensiones de distancia, concretamente, en su hogar, la legendaria Asgard.
Bridghit, su querida esposa, se encontraba ya en avanzado estado de gestación, y pronto daría a luz a su vástago y heredero al trono.
Una leve sonrisa se dibujó en el rostro del asgardiano. Era muy claro que había cambiado mucho. Poco quedaba del alocado y aventurero guerrero, sin querer responsabilidades que asumir y sin tener un liderazgo con el que acompañar su legendario poder y habilidad en el combate. Ahora era nada menos que el señor del reino dorado, líder de la coalición de dioses y un marido ejemplar.
Quien se lo hubiese dicho  apenas unas décadas atrás. Había sentado finalmente la cabeza y realmente, era algo que le gustaba. Había evolucionado como persona y como dios, para bien.
Su padre, allá donde estuviese, con los primeros dioses, estaría orgulloso de cómo le estaban yendo las cosas.
Tan ensimismado se hallaba Thor en sus reflexiones, que no se dio cuenta que su deambular le llevó por una zona restringida de la ciudad, llena de estatuas y murales que reflejaban la historia de la raza creada por los Celestiales desde los primigenios días de la gestación de la raza humana.
Unas luces parpadearon a intervalos irregulares, formándose a continuación una especie de nube energética de la que surgieron numerosas figuras, de apariencia humana, armados con armas energéticas, que comenzaron de inmediato a disparar contra un distraído Dios del trueno.
— ¡Detente, intruso! ¡Estas invadiendo un área prohibida! —gritó uno de los atacantes sin dejar de disparar ráfagas de energía con su arma.
Thor hizo girar con rapidez su martillo de Uru, desviando cada uno de los haces energéticos que iban contra él.
— ¡Por Ymir! ¿Qué clase de traición es esta?
Los atacantes se abalanzaron contra él con furia y sin ningún miramiento, golpeándole con unos guanteletes que descargaban impulsos fotónicos.
Con una furia creciente, el señor de Asgard movió BadmrHird, su martillo místico con la pericia de uno de los mayores guerreros del universo, derribando uno tras otro a sus oponentes.
Thor fue consciente de que no parecían terminar nunca, por cada uno que tumbaba, una docena más ocupaba su lugar.
En un momento, se lanzaron sobre él a la vez, cubriéndolo por completo hasta hacerle desaparecer por su número.
Una masa de individuos le cubría por completo, hasta que con el estruendo de un potente trueno y un rayo que salió de la nada, sus enemigos salieron despedidos en todas las direcciones.
El asgardiano levantó su martillo, dispuesto a derrotar a sus enemigos, por más que le superasen en número con creces.
— ¿Crees que tenéis alguna posibilidad de derrotarme, bellacos? ¡Soy Thor, señor de Asgard, Dios del Trueno y amo de la tormenta y del rayo!
Se volvieron a preparar para atacar, cuando, inesperadamente, se quedaron paralizados por completo y se desvanecieron envueltos en una ola de energía.
— ¡Sangre de Odín! ¿Qué es lo que sucede aquí? —exclamó Thor sorprendido.
Un hombre musculoso, con el cabello y la barba ya blancos, con una pañuelo cubriéndole los ojos y que se apoyaba en un callado de madera, se acercó con pasos lentos, pero firmes.
—Mis disculpas, Thor. Eran Delfianos, hemos sufrido algunos ataques externos últimamente [3]y Phestos los ha vuelto a activar. Son seres creados con materia extradimensional. Son buenos guardianes en diversas situaciones, y tu ADN no eterno activó las recientes medidas de seguridad, creo que Phestos debe aún ajustarlos.
—Me temo que no nos conocemos, amigo—Indicó Thor a su interlocutor. — Creo que nunca te había visto junto a los Eternos.
—Llevo mucho alejado de los asuntos de mis hermanos y hermanas. Los mortales me llamaron Samson, y es tan buen nombre como cualquier otro.[4]
— ¿Samson? Es un personaje de la mitología cristiana. —observó Thor, recordando su vida como mortal en diversas identidades diferentes.
El eterno sonrió.
—Ikaris nos ha convocado a todos la plaza del ascenso de la ciudad. Creo que tiene quiere hablar con todos nosotros.
Thor asintió, siguiendo al eterno por las solitarias calles de la antaño orgullosa ciudad de Olimpia. El mismo Dios del trueno, sintió la gloria y sabiduría que emanaban de cada piedra de la gran ciudad. Se imaginó como debió ser cuando estuvo repleta de habitantes, y no sólo ocupada por apenas una docena de eternos.
En el centro de la plaza, se hallaban los demás eternos. Makkari, Hada y su amante mortal al que llamaban Ballesta, Legba, Phestos, el joven y risueño Duende, Ajak, su compañero vengador Gigamesh, los desviantes Ransak el rechazado y Karkas, a los que trataban como si fuesen unos eternos más. Destacaba la ausencia de Sersi, que se encontraba en misión con sus compañeros los Campeones. [5]
Y en lo alto de lo que asemejaba un estrado, al lado de la otra-co-líder de los Eternos, Thena, se hallaba Ikaris.
—Bienvenido, Thor. Es la hora de comunicar el siguiente paso que vamos a dar. — Indicó Ikaris.
— ¿El siguiente paso? —Preguntó intrigado el señor de Asgard.
—Dar a conocer nuestra existencia a la raza humana y salir a la luz. — Anunció Thena con firmeza a su lado.


 
Una comitiva cabalgaba por una senda que cruzaba el interior frondoso del bosque. A la cabeza de los jinetes se situaba Balder el Bravo. Hizo un gesto para que se detuviesen.
Bajó del caballo, y fijó su mirada en una cueva. El rastro que veían siguiendo hacia tiempo les conducía al interior de la cueva. Unos granjeros alertaron de avistamientos de trolls fuera del bosque y la desaparición de algunas reses, probablemente robadas por los trolls para alimentarse.
Se le había ordenado reunir una patrulla y dar caza a los trolls para que los granjeros estuviesen tranquilos.
Hizo una señal a sus hombres para que fuesen cautos y discretos, para no alertar a los trolls que posiblemente se hallaban en su guarida.
Avanzó con sigilo y espada en mano, siempre con sus guerreros guardándole las espaldas.
El interior de la cueva estaba lleno de huesos de animales y pieles y notó un olor fuerte que inundó sus fosas nasales.
Enseguida vieron de donde procedía. Dos cuerpos se hallaban apoyados contra la pared de piedra y tierra, eran dos trolls, macho y hembra, y estaban ya descomponiéndose.
—Que extraño. —Pensó Balder. —Parece que llevasen tiempo muertos.
Un grito salvaje le alertó, y vieron una figura peluda que saltó sobre ellos, con una fiereza terrible ¿una cría de troll?
Enseguida se percató de que no era exactamente eso. Aunque parecía un troll, era  alguien cubierto de pieles de troll, esgrimiendo un afilado y enorme hacha de doble filo, casi más grande que él.
Lo movió contra ellos, uno de los guerreros lo esquivó por muy poco y otro obtuvo un corte leve en un brazo, se lanzaron sobre él con intención de acabar con su amenaza.
— ¡No le matéis! —Ordenó  Balder.
No les fue fácil seguir las órdenes de Balder, ya que se revolvió con violencia, golpeando y mordiendo. En un momento de distracción, con un golpe de la espada, le hicieron soltar su hacha, y otro le golpeó en la cabeza con el mango del arma.
Cayó inconsciente y Balder se acercó y lo examinó. Para su sorpresa, bajo la suciedad y las pieles se encontraba algo muy diferente a la que esperaba.
— ¡Es una chica! —Exclamó sorprendido Balder.
— ¿Acabamos con ella, sire?
Balder negó con la cabeza.
—Nos la llevaremos con nosotros. Es una joven, no un monstruoso troll, aunque lo parezca.
Balder se preguntó que terrible historia ocultaría la muchacha que descansaba en la cueva de los trolls.



Thor echó una mirada reflexiva a Ikaris y Thena, y después, se detuvo en todos y cada uno de los habitantes de Olimpia.
—Sabéis que una vez lo hagáis, no hay vuelta a atrás. ¿Estáis preparados para las consecuencias, Ikaris? —expuso el Dios del trueno a los eternos.
Thena se adelantó, poniéndose a la altura del dios nórdico.
—Es un riesgo que debemos correr. A diferencia de vosotros, que vivís en dimensiones anexas a este mundo, nosotros llevamos viviendo en este planeta desde los albores de la humanidad. Es nuestro hogar, y como tal, deberíamos convivir en paz y armonía con nuestros primos humanos.
—Estoy de acuerdo. Ya es hora de salir del escondite. —opinó Gigamesh. — Estaremos al lado del resto de habitantes, y podremos ayudarnos mutuamente.
Thor frunció el ceño.
—Los mortales son difíciles de predecir. Muchos os verán como una amenaza, y no comprenderán vuestras verdaderas intenciones. Los dioses hemos decidido volver nuestra atención a Midgard, por lo que seguramente, el vuestro, es un paso lógico en ese sentido.
Ikaris asintió.
—Una nueva era se cierne sobre todos y queremos ser parte de ella.
Samson carraspeó, interrumpiéndole.
Thor se volvió al eterno de ojos vendados.
— ¿Tienes algo que añadir, Samson?
El eterno de nombre bíblico se asió con fuerza a su cayado de madera.
—Ya indique que el camino iniciado nos llevará por senderos inexplorados, y posiblemente tenebrosos…. Y el mundo nada volverá a ser igual…
— ¿A que te refieres?
—No puedo decir más, Dios del trueno, solo debes aceptar la palabra de que será así.
—¡¡Y tiene razón!!
Todos se volvieron hacía quien había hablado. Caminando con grandes zancadas, un hombre de gran envergadura y altura, con el cabello y la barba grises y revueltos. Su rostro severo se cubría con un sombrero, que le ensombrecía los ojos.
Una gran capa de piel le cubría,  y con una de sus manos, sujetaba un gran cuchillo que llevaba colgando en el cinturón. En sus manos llevaba unos guantes de cuero, acabados en los colmillos de alguna bestia o animal.
El silencio los invadió por completo,  el asombro se reflejaba en los rostros de los Eternos.
— ¿Y quién eres tú que nos interrumpe? —Preguntó Thor señalando con un dedo acusador al recién llegado.
—¡¡El Intermediador!![6] No creía que aparecerías y responderías a la llamada. —Comento sorprendido Ikaris.
—No sabíamos siquiera si permanecías en este mundo. —Apuntó Phestos confuso.
El eterno, se quitó el sombrero, apoyándose en una alta columna.
—No me gusta inmiscuirme en los asuntos de nuestro pueblo… Excepto si pueden poner en peligro el mundo mortal.
— ¿Y de que forma los actos y las decisiones que aquí se tomen pueden poner en peligro a los mortales? Precisamente, estamos haciendo todo esto, para evitar males mayores. —Observó Thor.
El Intermediador, se mesó la frondosa barba.
—Hay un fino equilibrio que no debe ser alterado, así es desde el inicio de los tiempos y así debe ser.
Ikaris se acercó al eterno, que le sacaba varias cabezas, y a cuyo lado, asemejaba un simple niño. Le puso un dedo en el pecho, y el enfado se reflejó en el normalmente tranquilo rostro del líder de los Eternos de la Tierra.
— ¿Qué sabrás tu? Renegaste de los tuyos y te marchaste. Eres un ermitaño, un solitario y nunca has gustado de relacionarte con los tuyos. Tu opinión, es muy discutible, Intermediador.
El eterno rió a carcajadas.
—Soy un ser solitario, lo admito. —Comenzó a decir el Intermediador. — Pero eso no evita que esté al tanto de muchas cosas que los demás no.
Se giró hacía el señor de Asgard,  y clavó la mirada en él.
—Dime, Dios del trueno, has ofrecido a los míos un puesto en el consejo de dioses de la Tierra. ¿Te ha dicho ya Ikaris quien será nuestro representante?
Ikaris se quedó con la boca muy abierta, como pillado por sorpresa.
Thor miró al eterno interrogante.
— ¿A que  se refiere, Ikaris? ¿Quién habías pensado para el puesto?
La pregunta del asgardiano se quedó en el aire, pues una onda de choque les golpeó de improviso y con una fuerza desmesurada, lanzándoles a varios metros de  distancia y haciendo temblar los mismos cimientos de la ciudad de los Eternos.
La sacudida fue tan fuerte, que la mayoría de ellos salieron despedidos, impactando contra construcciones cercanas y sufriendo un fuerte correctivo.
Aturdido, y conmocionado, a duras penas Thor consiguió incorporarse, con la vista algo borrosa y sujetando con fuerza su martillo de Uru.
¿Qué era lo que había sucedido? Con su vista nublada, alcanzó a ver una colosal figura que avanzaba hacia él.
—Te dije que la próxima vez que nos volveríamos a ver te mataría, tronador…
Enseguida se puso completamente en alerta y en posición de combate. Reconocía esa voz. Muy bien.
—Ningún dios puede escapar a la ira desatada de ¡Desak, el Destructor de Panteones![7]
Continuará…
Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)

Referencias:
1 .- Como vimos en los números 23 y 24 de Thor.
2 .- ¿Loki mujer? Ya apareció en los campeones#2…
3 .- Como se ha ido viendo en la serie Triple Acción
4 .- Se presentó en Triple Acción nº01
5 .- Leer la serie regular, aquí mismo en AT
6 .- No premio para quien se acuerde de este personaje….
7 .- En el ya clásico, Thor#22

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