Doctor Extraño nº06

Título: Una voz en la oscuridad
Autor: Julio Martín Freixa
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Diciembre 2014

¡Final de saga! El Doctor Extraño se enfrenta cara a cara con su nemesis, el enemigo oculto que lo ha arrastrado por el tiempo y el espacio para acabar con el ¿podrá el hechicero supremo sobrevivir a tal enfrentamiento?
Una vez fue un hombre como todos, hasta que Stephen Extraño renació, convirtiéndose en el hechicero supremo de este plano de existencia…
Doctor Strange creado por Stan Lee y Steve Ditko

Resumen de lo publicado: El Doctor Extraño, advertido por Madame Webb de que una misteriosa entidad está tratando de alterar el pasado para evitar que él mismo llegue a convertirse en el Hachicero Supremo, ha logrado superar varias situaciones de peligro con la ayuda de diversos superhéroes. Sin embargo, su desconocido enemigo ha ido demasiado lejos esta vez: descubierta la intervención de Madame Webb, ésta se halla en peligro mortal. Sin tiempo que perder, el Maestro de las Artes Místicas corre a enfrentarse a su némesis y dejar el asunto zanjado de una vez por todas, para bien o para mal.

Los intuitivos mandos de la máquina del tiempo del Doctor Muerte estaban programados para llevarlo a la residencia de Madame Webb, en Salem (Oregón), a la línea temporal presente desde la que había partido al principio de su aventura. Tal vez fuera demasiado tarde ya, pero Stephen confiaba en que tan solo se tratara de una trampa para atraerlo hasta allí, con lo cual no tendría sentido dañar a la telépata. Sin embargo, al no saber contra qué entidad se las tendría que ver, la duda comenzaba a corroer su ánimo como el ácido un trozo de carne. El torbellino caleidoscópico que danzaba ante sus ojos, como si se encontrara en el interior de una loca montaña rusa, se desvanecía a la velocidad de la luz a medida que se aproximaba a su objetivo. Pronto tendría lugar la confrontación final.

El carrusel se detuvo en el zaguán de una casa que reconocía como la vivienda de Cassandra Webb. La anciana, aquejada de miastenia gravis, nunca la abandonaba en la medida de lo posible, pues disponía allí mismo de todo lo necesario para el tratamiento de su dolencia: bombas infusoras de analgésicos, que infundían las drogas directamente en su torrente sanguíneo y en su espacio epidural de manera continua. Al bajarse de la máquina del tiempo, no percibió con sus sentidos terrenales nada anómalo, mas su consciencia interior clamaba ante la presencia de un ente paranormal que impregnaba las paredes con su maligna esencia.

—¿Cassandra? —llamó Extraño, aventurándose por la escalera que describía una curva ascendente hacia la planta superior, donde sabía que se encontraban los aposentos de Madame Webb—. ¿Estás ahí?

Ninguna respuesta secundó su llamada, pero de pronto sintió que el estómago se le volvía del revés. Agarrándose al pasamanos de madera noble para no caer, se dobló sobre sí mismo y cayó presa de una sensación de nausea irreprimible. Las luces titilaron tres veces hasta extinguirse y toda la casa pareció girar sobre un eje invisible. Una bruma azulada, fosforescente y fantasmagórica, ascendió desde los escalones de mármol, envolviéndolo como un sudario etéreo. Cerró los ojos, aquejados de una pesadez intolerable, y sus músculos dejaron de sostenerlo.

Cuando los abrió de nuevo, descubrió que se encontraba sujeto mediante cadenas, cuyos eslabones parecían estar forjados de cristal verdoso, a una columna que nacía en el suelo de piedra y parecía perderse en la oscuridad, muchos metros por encima de su cabeza. A lo largo de la columna estaban esculpidos los rostros grotescos de cientos de almas torturadas, quizá miles, en expresiones que competían entre sí por reflejar la máxima expresión de horror, locura y miedo. Ante sí pudo distinguir, surgiendo de la bruma, una pasarela de piedra húmeda que ascendía desde el abismo describiendo absurdas curvas donde reposaban jaulas conteniendo esqueléticos prisioneros. Todos estaban inmóviles, con expresiones de la más completa desesperanza en sus rostros demacrados. A lo largo del puente demencial, avanzaba una siniestra figura de cabellos revueltos, embozada en una raída capa de tejido basto. A medida que se acercaba, la insana palidez de su rostro y la maldad implícita en su mirada enfermiza despejaron las dudas que Extraño aún pudiera albergar respecto a su identidad: se trataba del Amo del Reino de los Sueños, uno de sus más viejos enemigos... ¡Pesadilla!

—Vaya, vaya —dijo con su insidiosa voz meliflua, como la de un ghoul que tuviera la garganta empapada en almíbar—. Eres duro de matar, eso te lo concedo. Pero parece que al final me saldré con la mía... ¡Mírate! Indefenso como un niño, atado a la Columna de la Desesperación y sin escapatoria posible.

—¡Pesadilla! —contestó Extraño, fingiendo indiferencia—. Tengo que reconocer que no me esperaba que fueras tú el que ha montado todo este tinglado. Siempre has sido un segundón.

—Sigue fanfarroneando mientras aún puedas, Extraño. Pronto nada de eso tendrá importancia, cuando te prive de todos tus poderes místicos. Entonces reinaré supremo sobre el plano de la vigilia, del mismo modo que reino aquí en mi reino de los sueños.

—Perdona si no me muestro impresionado, Pesadilla, pero ya he oído ese discurso antes. Sabes que no tienes poder sobre nada que quede fuera del plano onírico. Ambos sabemos cómo acabará esto, no importa cuántas cadenas de fantasía anudes en torno a mí. Pero te advierto una cosa: como hayas hecho daño a Mademe Webb, esta vez me aseguraré de que no puedas volver a hacérselo a nadie nunca más.

—La vieja tullida no me interesa —masculló, cerrando los dedos sarmentosos en forma de puño huesudo y mortalmente pálido—. Era tan solo un pretexto para atraerte hasta aquí, donde poder terminar por mí mismo lo que nunca debí dejar en manos de otros. Tu molesta interferencia en mis planes ha sido estimulante, pero ya comienzo a cansarme de juegos.

—Verás, de verdad que me gustaría quedarme a oír tus delirios toda la noche, pero lo cierto es que tengo algo de prisa. ¿Empezamos ya con nuestro habitual enfrentamiento de ilusionistas de feria, para que al final acabes humillado y yo me pueda marchar?

El rostro de Pesadilla se contrajo en una mueca de odio, pero al instante adoptó una expresión de astucia maligna:

—Bueno, Stephen... Lo cierto es que esta vez será un poco diferente. ¿No te has preguntado cómo es posible que haya sido capaz de interferir en tu plano de existencia con tanta facilidad, incluso a través del tiempo?

—En realidad, tan solo lo has hecho a través de intermediarios, Pesadilla. Pero sí, es un método que hasta ahora no te había visto utilizar. Creía que el alcance de tu poder se limitaba al plano onírico.

—Déjame que te presente a alguien, Extraño. Lo encontré por casualidad en uno de mis viajes astrales...

A un gesto de Pesadilla, un remolino comenzó a dispersar una ventana entre las brumas, revelando una imagen difusa que poco a poco fue ganando nitidez. Aquel ser que mostraba, de orejas puntiagudas y colmillos afilados asomando entre los labios grises, no era de este mundo ni de ningún otro conocido. La poderosa figura ciclópea estaba unida de cintura para abajo a una máquina de extraño diseño, sin poder distinguirse dónde acababa el ser y dónde el artefacto. Sus ojos sesgados reflejaban una expresión de inabarcable hastío, como el de alguien que lleva eones vagando por el cosmos sin encontrar el objeto de su búsqueda.

—¿Es ese el Conformador de Mundos? —preguntó Extraño, abriendo los ojos de par en par—. ¿Qué está haciendo aquí?

—Oh, no seas ingenuo, Stephen. En realidad, solo es una imagen que he conjurado. Lo que de verdad importa es que esta vez sí estás perdido, Extraño. Con el poder del Conformador de Mundos de mi parte, no hay nada que no pueda lograr.

—Tengo entendido que el Conformador es incapaz de soñar por sí mismo... Por eso se dedica a hacer realidad los sueños de cualquier ser con la capacidad de soñar. Pero tú... tú eres una criatura del plano onírico... ¡Nada de esto tiene sentido!

—¿Eso crees, mago? —cloqueó Pesadilla, que ahora sí parecía estar a sus anchas—. En realidad, es todo demasiado evidente. ¡Ojalá hubiera encontrado antes a este ser atormentado! Imagínate lo que supondría para el Conformador tener a su disposición los sueños de millones de seres, sin tener que intervenir directamente para conseguirlos. ¡Yo se los proporcionaré! Pero antes, él hará realidad mi sueño, maldito Doctor Extraño... El de acabar contigo, de forma completa e inapelable. Él me ha dado la capacidad de influir en el mundo de la vigilia, con el único fin de evitar que te conviertas en Hechicero Supremo. De ese modo, ya nada se interpondrá en mi dominio absoluto de tu plano de realidad. Los millones de habitantes de la Tierra ni siquiera lo sabrán, pero yo dominaré sus vidas mediante sus sueños, haciéndome cada vez más poderoso en el proceso. Todo cuanto desee se cumplirá, por los siglos de los siglos, y el Conformador de Mundos seguirá soñando los sueños ajenos, evadido de todo lo que no sea su profunda y definitiva inmersión en el plano onírico... donde siempre ha deseado estar, aun sin saberlo.

—Estás loco, Pesadilla... —escupió Extraño—. ¡Nunca podrás prevalecer!

—Basta de charla —dijo Pesadilla, chasqueando los dedos de largas uñas color verde—. Que empiece el show.



Todo se desvaneció de repente. Se hizo una gélida oscuridad y hasta el suelo desapareció bajo sus pies. No sentía gravidez y las cadenas se habían evaporado. De pronto, en el silencio sepulcral, se hizo una luz a lo lejos. El resplandor fue creciendo hasta originar un vórtice ambarino del que comenzaron a surgir formas aladas, volando en desbandada hacia él. Miró en derredor, percibiendo que comenzaban a formarse formas y volúmenes en el espacio, de vivos colores fosforescentes. Figuras geométricas, engañosamente planas, se plegaban en ángulos imposibles para revelar puertas abiertas procedentes de dimensiones desconocidas. Escaleras en forma de hélice ascendían y descendían a la vez en mitad de la nada, desafiando la cordura de un observador inexperto. Pero Stephen Extraño había librado batallas místicas con anterioridad, en condiciones enloquecedoras sin igual, y no iba a dejarse impresionar por unos pocos efectos especiales. Observando la horda demoníaca que aleteaba hacia él, flotó en el éter mientras preparaba las llamas de los Faltine. Poderosos rayos místicos brotaron de la punta de sus dedos, abrasando a los demonios con su abrazo. Giró con la facilidad de un maestro, guiando el fuego mágico hacia los grotescos demonios, que sin embargo seguían apareciendo por la grieta sin solución de continuidad. El Doctor Extraño continuaba su labor destructora con la precisión de un neurocirujano, la misma habilidad que había cultivado en sus años de juventud antes de convertirse en el Hechicero Supremo.

Pero, ¿qué habría sido de su vida, de no haber llegado a serlo? Sin duda, habría seguido alcanzando nuevas cimas de gloria personal, siendo como era el mejor de los neurocirujanos, solicitado por todo tipo de personalidades de la alta sociedad. Siempre había soñado con eso; el éxito, el reconocimiento, las fiestas, las bellas mujeres, el lujo, la vanidad satisfecha... ¿Cómo había dejado todo eso atrás, para llevar su vida por el arduo y solitario camino de la magia? Como Hechicero Supremo, sentía sobre sus hombros el peso abrumador de saberse el defensor de la humanidad ante todo tipo de amenazas arcanas. No podía vacilar en su deber, siempre estudiando viejos grimorios e incunables de conocimiento místico, en su necesidad de mantener su mente preparada para afrontar todo tipo de desafíos mágicos. De pronto, tomó consciencia de que estaba cansado de todo ello. No de incinerar demonios, labor que realizaba sin esfuerzo y casi sin reparar en ello, como la tejedora que aplica sus moldes sobre la lana para confeccionar una bufanda, sino de ser el Hechicero Supremo. Por un momento, deseó que todo fuera diferente, que todo volviera a empezar. Deseó no haber tenido el accidente que le arrebatara la precisión de sus movimientos finos, el pulso que todo buen curujano debe tener. Recordó aquella noche, tras una fiesta en la que había vuelto a bañarse en una solución de ego sobrealimentado y alcohol, al volante de su flamante descapotable por una carretera llena de curvas.

De pronto, estuvo ahí. Supo que no se trataba de un sueño, sino de la pura realidad. Flotaba en su forma astral por encima de la sinuosa carretera, por la que ya se acercaba el cabriolé a imprudente velocidad. Pero había algo más: un rostro comenzó a materializarse en el aire fresco de la noche, flotando ante él. Era el Conformador de Mundos, y le habló así:

—Has formulado un deseo, Stephen Extraño. Como sabes, soy el Conformador de Mundos y te ofrezco la posibilidad de cumplirlo. Con solo un gesto, podrás impedir que tenga lugar la tragedia, y así poder continuar con la vida que siempre deseaste.

El Doctor Extraño dudó por un momento ante las palabras de aquel ser que transmitía serenidad, sosiego. Sin embargo, una incipiente duda se abría paso en su mente, al principio como una vocecilla en la tormenta, cobrando fuerza poco a poco. El principio de una pregunta se formó en su cabeza y le hizo salir de su ensimismamiento: ¿Y si...?

Entonces, recordó su llegada al templo del Anciano, desesperado en busca de una cura. Tan lleno de vanidad y de codicia como estaba, no iba a aceptar un «no» por respuesta. Tal fue su insistencia, que el Anciano accedió a enseñarle las Artes Arcanas y poco a poco su alma fue encontrando la paz que se le había negado siempre. Aprendió que su vida había estado vacía hasta entonces, cegado por la avaricia y el afán de demostrar que era el mejor en su campo, sin reparar en las cosas que de verdad importaban. Descubrió la satisfacción de ayudar a los necesitados, y que todo gran poder lleva ligada una gran responsabilidad. Y llegó a ser el Hechicero Supremo.

—Muy hábil, Pesadilla —dijo de pronto la forma astral de Extraño—. ¿Tan desesperado estás, que has tenido que intentar esta última treta?

El rostro del Conformador se fundió, dando paso a los rasgos cadavéricos de Pesadilla, crispados por el odio.

—¡Hazlo, idiota, hazlo! —chilló—. Es tu última oportunidad... ¿Es que no lo ves?

—Querrás decir que es tu última oportunidad —contestó Extraño con firmeza—. Al enlazarme con la consciencia del Conformador, he percibido más cosas de las que te habría gustado. Tu influencia sobre él acaba hoy, ¿verdad? Vuestra alianza tenía fecha de caducidad.

El descapotable se acercaba peligrosamente a la curva fatídica.

—¿De qué estás hablando? —aulló el ser—. ¡Impide el accidente ahora! ¡Te vas a estrellar!

—Has jugado con mi mente, Pesadilla. Y me has subestimado. Pagarás por ello.

Bajo sus pies incorpóreos, un coche deportivo derrapaba hasta salirse de la curva, dando vueltas pavorosamente por la falda del acantilado.

—¡Noooo! ¡Maldito mago! Esta vez ya te tenía...

—Lo único que vas a tener es tiempo para saborear tu derrota, demonio. Espero que lo disfrutes.

Una figura rota asomaba por la portezuela del coche siniestrado. Pronto llegarían las ambulancias. El Doctor Extraño prefirió no mirar.



De vuelta en la residencia de Cassandra Webb, Stephen sacudió la cabeza mientras se palpaba el costado para comprobar si había algo roto. Frente a él, la propietaria de la casa lo miraba desde detrás de sus lentes. Condenada de por vida a estar atada a su sillón y sus sondas infusoras, docenas de cables salían de su cuerpo como si de una telaraña se tratara.

—Todo ha terminado, Stephen. Pesadilla ha vuelto a su reino de sombras y engaño.

—Y debo decir que ni un segundo demasiado pronto —contestó el mago, mirando el reloj de pared que señalaba las doce de la noche—. Ahora entiendo las prisas de Pesadilla por atraerme hasta aquí desde la última parada. Se le estaba acabando el tiempo.

—Sin embargo, has sido capaz de detectar el engaño, Stephen. Y has tenido la suficiente valentía como para resistirte a la tentación. No todos hubieran hecho lo mismo, en tu lugar.

—Me pregunto por qué no habrá impedido el accidente por sí mismo. Habría sido mucho más fácil que dejarlo en mis manos.

—Pero, en ese caso, ¿qué garantía tendría de que una nueva situación de estrés te hubiera llevado a ser el Hechicero Supremo, Stephen? Tenías que ser tú mismo, de manera voluntaria, quien alteraras el curso de los hechos. Creo que estabas destinado a convertirte en lo que eres, independientemente de aquel accidente, aunque esto es tan solo una reflexión personal.

—Muchas veces me he preguntado qué haría si me viera en una situación así, capaz de alterar el pasado. Ahora ya lo sé. —En la voz del Doctor Extraño había un poso de amargura—. Gracias por tu ayuda, Cassandra. Ahora, debo regresar a mi sancta sanctorum.



De nuevo en la soledad de la que durante tantos años había sido su morada, el Doctor Extraño repasaba los acontecimientos que acababa de vivir. En realidad, todo había ocurrido en una sola noche, por obra y gracia de la máquina del tiempo del Doctor Muerte. Ya tendría tiempo de devolvérsela al día siguiente; ahora todas las fibras de su ser le reclamaban una noche de sueño. Adoptó la posición del loto, relajó sus músculos y se dejó llevar por las brumas de la feliz inconsciencia. Después de la fase REM, una insidiosa vocecilla resonó en su mente:

Extraño, ¿estás ahí? Cuánto tiempo sin vernos...

Fin

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