Elseworlds Constantine nº03

Título: American Gods (y III)
Autor: Federico Hernan Bravo
Portada: Martin Roca y Roberto Cruz
Publicado en: Diciembre 2014

Constantine había hecho su trabajo. Había conseguido reunir a los viejos dioses ocultos en la Tierra para detener el Apocalipsis... pero fue detenido antes de continuar. Pero, a pesar de estar entre la vida y la muerte, sigue siendo nuestra última oportunidad para sobrevivir. ¿Logrará escapar antes que todo termine? ¡No te pierdas el desenlace de esta tremenda historia!
Supongo que hay un plan para todos nosotros. He tenido que morir dos veces para darme cuenta de ello. Como dice el libro, Él trabaja de formas misteriosas. A algunos les gusta y a otros no. Yo soy de estos últimos. Asi que, si el trabajo ha de hacerse, lo haré a mi manera.

Resumen de lo publicado: Odín, el señor de los dioses del Norte, acude a Constantine con el fin de evitar la llegada del Apocalipsis provocada por Marduk. Consigue utilizar sus dones para descubrir la verdadera identidad de varios dioses, los cuales habitaban entre los humanos "de incognito", para que le ayuden en su misión. Pero caen en una emboscada en el Central Park y John es gravemente herido.

1. Salud delicada

Hospital Central. Nueva York. Unas horas más tarde…


Constantine abrió los ojos. Se hallaba acostado en una cama, en una habitación del Hospital Central de Nueva York. Todavía débil y mareado por los analgésicos que le habían dado, echó un vistazo a su izquierda. Una figura se encontraba parada a su lado, mirándolo con evidente preocupación.

-Odín – susurró. El anciano asintió y sonrió amistosamente. Le colocó una mano sobre la frente. Estaba fresca y lo alivió.

-Llámame “Señor Wednesday” mientras estemos aquí – le recomendó – Si me dices “Odín”, todos pensaran que te has vuelto loco.

-¿Qué tengo? ¿Qué me pasa?

-Artemisa te trajo aquí. Se contactó conmigo. Has hecho un excelente trabajo, John. Lograste encontrarlos a todos.

-Inari… el dios japonés…

-Lo sé. Una gran perdida. Terrible(1). Pero ya no te preocupes más. Todo ira bien – sonrió.

-Todavía… no has respondido a mis preguntas… ¿Qué tengo? ¿Qué me pasa?

Odín suspiró.

-Apenas llegaste, te hicieron una resonancia magnética en la cabeza con un tomógrafo… Yo… lo siento, John. Al parecer, los doctores dicen que tienes un tumor en el cerebro.

Silencio. Pesado, muy pesado.

-¿Por eso me duele la cabeza?

-Exactamente. Está presionando tus lóbulos frontales o algo así. Lo lamento, John – Odín lucía afligido.

Constantine cerró los ojos. Un trueno sonó. Allá fuera del hospital prácticamente diluviaba.

-Sin embargo, pueden combatirlo. Quizás con quimioterapia…

-Por favor, no bromees.

-No lo hago. Los doctores me hablaron de eso. Pueden empezar un tratamiento con quimio.

-¿Por qué simplemente no me operan? Que me abran la cabeza y listo.

Odín negó.

-No funciona así. El tumor –según los médicos– está muy avanzado y es muy agresivo. Operarte ahora conllevaría un riesgo enorme. Los doctores de este hospital prefieren un método menos invasivo.

-Y una mierda – John se levantó de la cama bruscamente. Buscó su ropa.

-¡Espera! ¿Qué haces? ¿Adónde piensas que vas?

-¿Qué no es obvio? Me marcho de aquí. Hay unos asuntos pendientes que terminar. Esa dichosa guerra entre dioses, por ejemplo.

Odín lo detuvo. John protestó, pero en verdad estaba débil. El anciano lo obligó a volverse a acostar en la cama.

-Ya no es asunto tuyo – le dijo.

-¿Cómo que no? ¡Tú me contrataste! Y yo no dejo los asuntos a medias.

-No te ofendas, John… pero en el estado en el que te encuentras, no serás precisamente de gran ayuda para nadie. Mira, descansa. Quédate aquí. Ahora yo me encargaré de la tropa.

-Pero… pero querías que los entrene… ¿Recuerdas? Que los preparara para la batalla.

-Es cierto. Pero consideremos esto un cambio de planes. Tú salud está primero. Descansa – repitió Odín – Yo me haré cargo de todo.

-¡No voy a quedarme para que me metan químicos en el cuerpo, se me caiga el cabello y quizás muera! Lo siento, pero no – Constantine hizo una pausa. Miró al anciano a los ojos – Eres un dios. ¿Por qué no me curas?

Odín carraspeó.

-Lo siento, John. Podría hacerlo… lo hubiera hecho antes, pero el tumor que tienes está muy avanzado y si intento curarte mágicamente, puede que tu cuerpo no reaccione como debería hacerlo, no lo resistas y mueras.

-Genial. Y si me quedo aquí, lo más probable es que a la larga también me muera. Gracias, abuelo. Gracias por nada.

-John…

-Sólo… sólo vete, ¿quieres? Deseo estar solo. Ya me las arreglare yo con esto.

Odín lo miró con tristeza. Le apoyó una mano sobre la suya, asintiendo.

-Voy a reunirme con el resto – le informó – Vamos a analizar la contraofensiva. Te tendré al tanto de todo. Descansa.

-Vete ya.

Odín se marchó. Constantine resopló, agitado. Otra vez su vida pendía de un hilo. Nueve años atrás, había sido un cáncer de pulmón, del que se había curado “milagrosamente” gracias a los servicios de Lucifer. Ahora, era un tumor cerebral.

-Estás jodido, John – se dijo – Jodidisimo. Puta mierda.

Cerró los ojos. Al cabo de un momento, se quedó dormido.


Odín salió del hospital cubierto con un paraguas. Caminó hasta la acera y llamó a un taxi. Apenas el coche se detuvo, saltó dentro.

-¿Adónde lo llevo? – le preguntó el conductor.

-Al Hotel Babilonia. Tengo que asistir a una reunión muy importante…

-¿En un día como hoy? ¿Con éste clima? – el taxista arrancó el coche.

Odín sonrió enigmáticamente.

-Es una reunión muy especial. No me la perdería por nada del mundo.


2. Sueño con muertos

Constantine soñaba.

Otra vez, un manto de pesadillas parecía envolverlo. Visiones de ángeles caídos y de demonios de ojos negros lo acosaban. Se veía otra vez en el Infierno, un páramo desolador y arrasado que ya conociera tan bien nueve años atrás. Cuando las pesadillas se volvieron insoportables, cuando el sueño se tornó totalmente delirante, algo muy curioso sucedió. John sintió que lo tocaban y que ese contacto disipaba el miedo y el terror. Hacía al lascerante dolor de cabeza remitir.

Fue entonces cuando su sueño dio un inesperado giro de 180 grados y del agreste paisaje del Averno pasó a una apacible playa californiana. En el horizonte de olas azules y cristalinas, el Sol estaba saliendo. Un amanecer glorioso y totalmente cargado de significado.

John no estaba solo en la playa. Había alguien más junto a él. Dos personas, dos mujeres. Una idéntica a la otra. Las dos vestían de blanco.

-Ángela – dijo, reconociéndola. Y luego, a su hermana – Isabel(2).


Las dos mujeres asintieron. Ángela miró a Isabel y ésta última le hizo un gesto afirmativo. La chica se separó de ella y le apoyó una mano en el hombro a Constantine.

-Caminemos por la playa, John – le pidió.

Ante la atenta mirada de Isabel, Ángela y Constantine se alejaron un poco en la arena. Corría un viento fresco y las gaviotas chillaban allá arriba, en el cielo.

-Ángela… de veras, lo siento – dijo él – Sé que estás muerta por mi culpa…

-Eso ya no importa, John. Lo que sí importa es que te recuperes. Un gran mal está en camino.

-¿Te refieres al Ragnarok? ¿A la guerra de los dioses? Odín tiene todo controlado. Ya ni me necesita. Yo ya hice mi parte.

-No – Ángela negó con la cabeza – No entiendes. ¡Todo ha sido una mentira! ¡Una hábil manipulación de un maestro del engaño! Te ha llevado como una marioneta de un lado para otro y es el responsable de inocular este mal que te aqueja en la cabeza. John, esta criatura nefasta no opera sola. Así como ella tejió sus hilos sobre ti, esta criatura también sigue órdenes… y las consecuencias de lo que están planeando son terribles. ¡Debes detenerlos!

-Lo haré. Puedes contar con ello. Dime quién es. ¿Quién mueve los hilos tras bambalinas? ¿Quién es?

-Ángela – la llamó Isabel – Ya es hora de irnos. Lo siento, pero nuestro tiempo acabó.

-Lo lamento, John. Debo irme. Me gustaría quedarme, pero no puedo.

Comenzó a irse.

-¡Espera! ¡Dame una pista más, al menos! – le gritó Constantine.

Ángela e Isabel se tomaron de la mano. Una luz calidad y potente las envolvió. Antes de desaparecer, una de ellas –quizás Isabel o Ángela misma– se volvió y le dijo:

-Hotel Babilonia… Ve al Hotel Babilonia… ¡Aprisa!


Hubo un trueno y John se despertó. Seguía acostado en la cama del Hospital Central de Nueva York. Todo había sido un sueño, sólo un sueño.

¿O no?

Ángela e Isabel compartieron un mismo don: las dos fueron unas poderosas psíquicas. ¿Y si el paso de la vida terrenal a la vida espiritual no les había privado de seguir teniendo tal poder? ¿Y si ahora que estaban juntas para toda la eternidad, las dos hermanas se habían vuelto tan poderosas como para comunicarse directamente con el mundo de los vivos y entregarle un mensaje?

Existía una sombra de amenaza escondida en sus palabras. Si aquello fue más que un sueño, entonces alguien había sido el responsable directo de provocarle un tumor en el cerebro. Y ese alguien todavía planeaba una maldad aun más grande.

No podía simplemente quedarse de brazos cruzados. Tenia que actuar y tenia que hacerlo ahora.


Cuando la enfermera acudió a ver al paciente de la habitación 214, se llevó la sorpresa de su vida al hallar el pijama de hospital abandonado en la cama y una ventana abierta al lluvioso exterior, cuyas cortinas eran sacudidas por el fuerte viento.

John Constantine se había ido.


3.De dioses paganos y ángeles caídos

Hotel Babilonia.Nueva York. Instantes después.


Apenas entró en el lujoso hotel, John supo que las cosas no iban bien. El primer cadáver que halló horriblemente mutilado –el conserje del hotel– le dio una pista más que evidente de que se enfrentaba a un peligro sin igual. Continuó avanzando por los pasillos alfombrados, llevando su “escopeta sagrada” en alto, listo para lo que fuera y topándose de tanto en tanto y cada vez más con otros cuerpos igual de grotescamente muertos.

Un grito desgarrador, seguido de una carcajada demente lo puso en alerta. Pese al palpitante dolor de cabeza que sentía, se obligó a caminar en dirección del alarido. Había venido del interior de un inmenso salón de reuniones, cuyas puertas de roble, pese a estar manchadas con sangre, se hallaban cerradas.

“Bien. Aquí vamos”, pensó y le propinó una patada a las puertas. Éstas se abrieron de par en par, revelándole el interior de la fastuosa habitación… y algo mas. Una panorámica que empequeñecía a las visiones del Infierno.

Los dioses estaban allí. El grupo que él había reunido, gracias a su don, para Odín(3): Thor, Yu, Quetzalcóatl, Hathor, Horus y Artemisa. Yacían colgados de gruesas cadenas al techo, muertos y desangrados. Apuñalados, literalmente. Y eso no era todo, el horror continuaba, porque con su sangre, alguien (o algo) había dibujado por todas las paredes del cuarto una serie de símbolos místicos. John reconoció unas runas celtas, mezcladas con letras del alfabeto enoquiano –el lenguaje de los ángeles–.

-Hola, John – dijo una voz leonina a su espalda. De inmediato, el filo de una cuchilla se posó sobre su cuello, a centímetros nomás de cortar su piel – Bienvenido al corazón del Ragnarok. Ahora, sé buen chico y baja el arma. Lentamente…

La voz era de Ereshkigal. La cuchilla era la punta de la Lanza del Destino. En esta ocasión, la hoja de metal parecía bañada en sangre. John supo al instante de dónde provenía.

-Maldita bruja – siseó - ¡No te saldrás con la tuya!

-Ya lo he hecho, querido. Ahora, no te lo repetiré por tercera vez: baja el arma.

-Yo que tú, obedecería, John. La dama no se caracteriza precisamente por la paciencia.

Constantine se quedó helado al ver aparecer a Odín, quien tranquilamente bebía un Jack Daniel`s mientras contemplaba a sus camaradas muertos con evidente satisfacción.

-¿Tú? Pero… ¿Cómo…?

-Oh. Lo siento, John. Claro, te mereces una explicación – Odín sonrió – Veras, no has sido más que una marioneta desde el principio. Una muy eficiente, debo admitirlo, pero marioneta al fin de cuentas. Nunca llegaste a sospechar que simplemente te estábamos usando para hallar a los principales dioses que quedaban en el mundo y traérnoslos.

-No te entiendo…

-Todo fue un plan calculado, John. Se suponía que tú los buscarías y que los traerías. Y eso has hecho. Felicitaciones.

-Pero… el Ragnarok… la guerra de los dioses… Marduk…

-Toda una hábil patraña, por supuesto. ¿Marduk? Hace siglos que se ha ido. Nunca existió en esta historia más que como mera excusa. Un enemigo inventado al que combatir. Por supuesto, no todos sabían la verdad. Baal, a quién tú liquidaste hace poco en persona, creía estar haciendo su voluntad. Era necesario que ni él ni ningún otro que no fuera de nuestro circulo de confianza supieran la verdad. Ereshkigal, que esta a tu espalda sosteniendo la hoja de la cuchilla que mató a estos dioses, conocía la verdad. Ella desempeñó maravillosamente su papel en esta historia – Odín le guiñó el ojo. La diosa infernal rió – Como sea, todo fue en resueltas cuentas, un gran, gran engaño.

-¿Preparado por quién? ¿Por ti? – le espetó John. La cabeza le latía con más fuerza minuto a minuto.

-En gran parte, sí. Es un merito propio. Un talento natural que tengo.

-¿Sacrificar a tus propios hijos es un talento, maldito viejo enfermo?

-John… el lenguaje. Mantengamos las formas, ¿quieres? La educación ante todo – Odín sonrió – Estaba destinado que Balder debía morir. Prácticamente, el Ragnarok no hubiera podido empezar sin ello. Respecto a Thor – el viejo observó su cadáver colgado con disgusto – Nunca me cayó bien. De todos, él fue siempre el preferido de nuestro padre… motivo más que suficiente y obvio para odiarlo.

-¿“…Él fue siempre el preferido de nuestro padre”? Perdón, pero creo que me perdí de algo. ¿No era Thor tú hijo?

-Ay, John. ¿Qué todavía no te has dado cuenta con quién tratas en realidad? A lo mejor, ese tumor que puse en tu cabeza sí que te afectó la inteligencia – suspiró. Dejó el vaso de Jack Daniel`s sobre una mesa – Odín fue el primero de todos ellos en morir. Para mí, maestro del engaño como soy, fue fácil asumir su identidad. Despabílate, muchacho. Nunca has tratado con el verdadero Odín. Has hablado conmigo…

Súbitamente, cambió de forma. El hombre viejo con el sorprendente parecido físico al actor Malcom McDowell desapareció. En su lugar, ahora había un joven pelirrojo de mirada picara y ladina.

-Hola, John. Me presento formalmente: soy Loki, dios del engaño, hijo ilegitimo de Odín y medio hermano de Balder y Thor. Llamado en la antigüedad el “origen de todo fraude”. Y con justa razón, te diré.

Constantine se había quedado mudo. Estaba totalmente sorprendido.

-Sí. Sé que disfrazado de Odín te dije que nunca me verías en esta historia. Obviamente, fue una mentira. Como así lo fue el hecho de que yo estaba atrapado. A decir verdad –algo que no acostumbro a hacer, creeme– sí lo estaba. Fue después de matar por primera vez a Balder en los tiempos mitológicos. Permanecí incontables milenios en una prisión subterránea, cortesía de Odín, padeciendo torturas indecibles – Loki se estremeció – Pero bueno, nada es eterno. Por suerte para mí, alguien me sacó de ahí, haciéndome un enorme favor. Y yo sé pagar bien los favores… ¿Verdad, mi estimado amigo?

Una tercera persona (criatura) apareció en escena. Una que John conocía bien. Si bien no lo había visto desde hacía nueve años, no le extrañó del todo hallarlo ahí mismo, en ese lugar.

-¡Gabriel! – exclamó.

El antiguo arcángel de aspecto andrógino sonrió dulcemente al oír su nombre. Iba bien vestido y los años que había pasado despojado de su gloria y de sus alas no le sentaron tan mal. Se acercó a Constantine y le propinó un puñetazo en el rostro. John cayó al suelo.

-¿Sentiste eso? – Gabriel se agachó a su lado, mirándolo con ternura – Se llama “dolor”. Vete acostumbrando a ello. ¿Lo recuerdas, John? – hizo una pausa. Se puso de pie – Hace nueve años atrás me lo dijiste, luego de darme un golpe como ese. Me abandonaste, así como el Creador me abandonó, a mi suerte. Despojado de mi gloria, mi status angelical, mis poderes… pero no de todos mis conocimientos. Mismos que me han permitido sobrevivir estos nueve años en la apestosa cloaca que tú llamas “mundo”.

Gabriel sonrió. Abrazó a Loki por la espalda. Él lo miró con deseo.

-Como ya estarás sospechando, fui yo quién liberé a Loki de su encierro y orquesté la mayor parte de este plan. Había ciertas piezas que hacer encajar en su sitio, pequeñas cosas que ajustar: recuperar la Lanza del Destino, era una de ellas. Todo, para conseguir un gran objetivo, un gran logro.

-¿Y cuál es? – desde el suelo, John observó al antiguo arcángel con desprecio - ¿Matar a todos los dioses?

-La muerte de los “dioses” es solo el comienzo. ¡Mira a tu alrededor, Constantine! Estamos realizando un gran ritual mágico aquí. Uno que necesitaba como ingrediente principal la muerte, el sacrificio de seis deidades: Thor, Yu, Quetzalcóatl, Hathor, Horus y Artemisa. Su sangre ha servido para cargar de energía mística la punta de la Lanza del Destino. Dioses paganos sacrificados, para poder llevar a cabo el deicidio mayor: matar a Dios.

-¿Matar a Dios? ¡Estás enfermo, Gabriel!

Ereshkigal le propinó a Constantine una patada entre las costillas. El humano se retorció de dolor.

-No, John. Estoy enojado, muy enojado con mi Padre. ¡Este mundo que ha creado es un horror! Mi plan hace nueve años atrás era corregir el error de Dios. Sigue siendo mi objetivo final, aunque para eso, deba realizar lo imposible: matar a Dios. La lanza, eso lo hará. Cargada de la energía mística de los dioses caídos, servirá para asestar a mi Padre la estocada mortal… y sellar su destino.

-Estás demente – Constantine lo miró a los ojos con odio – De todas maneras, nunca podrás hacerlo. Para eso, primero debes entrar en el Cielo. Y te tengo malas noticias, Gabrielito: tú no puedes entrar en aquel lugar. Eres mortal ahora.

-Un pequeño inconveniente que vamos a subsanar – Gabriel sonrió de nuevo. Apoyó la cabeza en el hombro de Loki. Seguía abrazado al dios timador como si fueran amantes… y tal vez, lo fueran en verdad.

-¿Y qué ganan ustedes dos al aliarse con este demente? – les preguntó John a Loki y a Ereshkigal.

-Una vez que Yahvé sea destruido, Gabriel recuperará todo su poder y más – dijo Loki – Entonces, gobernaremos los tres el Universo. Gabriel regirá los Cielos, yo seré Señor de la Tierra y Eri volverá a ser Reina de los Infiernos.

-Patearemos a Lucifer y sus demonios de mi reino – intervino Ereshkigal – Recuperaremos mi trono y por fin todo será como debería ser.

-¿Lo ves, John? A la final, todos ganamos. Y te lo debemos a ti – Gabriel le arrojó un beso en el aire – A propósito, el tumor cerebral que Loki te provocó… fue idea mía. ¿Qué te parece?

-¡Vete al diablo!

-Dolor, John. Lo que me deseaste hace nueve años atrás. Ahora, lo sientes en carne propia – el ex Arcángel se acercó a él y lo pisó con fuerza con su zapato – No te preocupes. Pese a todo, seré misericordioso. Tu muerte será rápida. ¡Oh! ¿Por qué esa cara? ¿No te lo comenté? El ingrediente final para completar el ritual, después de la muerte de los seis dioses paganos, es tu vida, el séptimo sacrificio. Gracias a ello, las Puertas del Cielo se abrirán de par en par y yo entraré por ellas… y mataré a mi Padre con la lanza.

Ereshkigal le entregó a Gabriel la cuchilla. Loki puso de pie a John. Lo sostenía con fuerza sobrehumana.

-Felicitaciones, John. ¿Te acuerdas cuando hace nueve años atrás me preguntaste si podías comprar un pasaje al Cielo? En aquella ocasión te dije que irías derecho al Infierno por el estilo de vida desordenada que llevabas. Bueno, ¿adivina qué? Luego de eso, de derrotarnos a Mammon y a mí, te has ganado el favor del Cielo. Por eso, felicitaciones, John. ¡He aquí tu premio!

Gabriel le cortó el cuello. Un tajo perfecto, limpio, hecho por un acero capaz de perforar átomos si se lo proponía y que ya había cortado otro tipo de carne y sustancia.

Loki soltó a Constantine. Éste cayó en el piso, ahogándose en su propia sangre. En un vano intento para detener la hemorragia, se llevó las manos a la garganta sajada. Ríos de sangre surgieron de la herida y se desparramaron por el suelo.

-¿Recuerdas aquello que decían hace nueve años atrás de ti? ¿Qué cuando murieras, el Diablo mismo vendría a buscar tu alma? Bueno, mi querido amigo, ahora es diferente. ¿Adivina quién va a venir a recoger en persona tu atormentado espíritu cuando expires? – Gabriel rió – El Dios que estoy esperando.

Mientras Constantine moría desangrado, tal cordero en el matadero, afuera del hotel la tormenta recrudeció. Parecía como si el cielo se hubiera abierto.


4. Deicidio

…Y era verdad. El Cielo se había abierto…

Como aquella vez, hace nueve años atrás, Constantine se halló flotando hacia una luz brillante. Un espacio blanco e infinito, lleno de campanas y de cántico de ángeles le esperaban. Pero él no se detuvo allí, pasó a otro lado.

Muy pronto se halló contemplando una especie de oficina. También era blanca y su único ocupante se hallaba sentado detrás de un escritorio de aspecto metálico. De más estaba decir que aquél sujeto que parecía estar esperándolo también vestía del mismo color inmaculado que su entorno.

Lo primero que le llamó a John poderosamente la atención, fue el sorprendente parecido físico de ese “hombre” con el actor de raza negra Morgan Freeman(4).

-Hola, John – lo saludó – Soy Dios. Bienvenido al Cielo.

Constantine estaba impresionado. Tanto, que cuando quiso advertirle al doble divino de Freeman que se volviera y mirara a la persona que tenía atrás, ya era tarde.

Gabriel, parado detrás de Dios y con una sonrisa malévola en el rostro, levantó la cuchilla. Lo apuñaló varias veces en la espalda.

Dios gimió y se desplomó sobre el escritorio. La sangre se derramó sobre su ropa blanca, tiñéndola de un rojo furioso.

-Hola, Padre. ¿Te acuerdas de mí? – Gabriel no había terminado todavía. Aferró al Creador de su traje y le dio la vuelta. Los ojos de Dios lo miraron, abriéndose como platos, pero no era una mirada de terror, sino de infinita lastima, infinita misericordia.

-Gabriel… - susurró. Varias lágrimas se le escaparon.

-Sí, papá. Yo. ¿Qué te ha parecido eso?

-Perdóname… - Dios alzó una mano, moribundo. Tocó a Gabriel en el rostro. Lo acarició.

-Perdóname tú – el antiguo arcángel tampoco lo pudo evitar. La sonrisa malévola se borró de su rostro. También comenzó a llorar - ¡Perdóname por este pecado, pero es necesario! El mundo debe renacer… y para que lo haga, el viejo Dios que lo creó tiene que morir.

Gabriel se secó las lágrimas. Le enterró la punta de la Lanza del Destino a Yahvé en el pecho.

Hubo un fogonazo de luz inmenso. Constantine (espectador involuntario de aquél drama cósmico) debió protegerse los ojos. Cuando el show de luz acabó, Dios había desaparecido y sólo quedaba Gabriel, cuyas alas angélicas habían sido restauradas y se extendían hacia arriba y a los costados. Su vestimenta también había cambiado: llevaba el mismo traje blanco que el difunto Jehová.

-Dios ha muerto – declaró, mirando a John. La sonrisa en su rostro era beatifica y llena de poder – Ahora, yo soy el nuevo Dios. Gracias, John. Has hecho un maravilloso trabajo. Ahora, descansa en paz.

El renacido arcángel extendió una mano. Constantine fue expulsado de su presencia. Cayó en la oscuridad, en las tinieblas del Sheol, el Reino de los Muertos. Para él, todo había terminado…

¿O todavía no?


Una voz lo llamó. Era potente, fuerte. Se hizo oír entre las tinieblas que lo rodeaban. John parpadeó y de repente se halló frente a la presencia de una extraña criatura: un ser con cabeza de perro y cuerpo de hombre, vestido como un antiguo egipcio.

Al instante, supo quién era sin que él se lo dijera: Anubis, el Dios de los Muertos.

-John Constantine… mira nada mas el lío en el que nos has metido – dijo Anubis, moviendo negativamente su cabeza canina – Ahora, el Universo ha entrado en caos. El Arcángel Gabriel se ha convertido en el ser más poderoso del Cielo y va a echar de allí a todos sus hermanos, los demás ángeles. Todo esto no puede ser bueno.

-Devuélveme a la Tierra – le pidió John – Devuélveme y lo detendré.

Anubis suspiró.

-Sí. Tengo el poder de resucitarte de entre los muertos y voy a hacerlo. También tengo el poder suficiente para hacerte desaparecer ese tumor cerebral que Loki, el dios nórdico del engaño, te provocó. Pero no tienes ninguna chance de parar a Gabriel. Lo lamento. Sin embargo, sí puedes –y debes– detener a Ereshkigal y a Loki. Eso sí puedes hacerlo. ¿Qué dices?

-Devuélveme a la vida y lo haré.

-Es un hecho. Ten cuidado, Constantine. Te esperan momentos muy difíciles en el futuro.


John boqueó, buscando oxigeno. Sus pulmones, vacíos de aire desde hace un rato, protestaron. Tosió y observó a su alrededor mientras se recuperaba. Se hallaba tirado en el piso del salón de reuniones del Hotel Babilonia, donde había muerto. Se llevó una mano a la garganta: la herida estaba milagrosamente curada.

No sin ciertas dificultades, se puso de pie. Loki y Ereshkigal no estaban cerca, pero no deberían haberse ido lejos. Tenía una leve sospecha de dónde los hallaría.

Constantine tomó su escopeta (abandonada a un costado) y se encaminó tambaleándose a las escaleras de servicio. Ya no le dolía la cabeza. El tumor cerebral había desaparecido completamente.

Bien. Decidió que era hora de ajustar ciertas cuentas pendientes…


Ereshkigal y Loki se hallaban en la azotea del hotel, contemplando maravillados el cielo. La tormenta terminó abruptamente y las nubes se fueron. Un espectáculo sobrecogedor tenia lugar en las alturas: miles, quizás millones de estrellas fugaces caían a la Tierra.

John supo qué era lo que estaba viendo cuando salió por una puerta a la terraza. No era una típica lluvia de meteoros, eran ángeles. Y estaban cayendo, expulsados del Cielo por Gabriel.



“Anubis tiene razón. Ya no puedo detener a Gabriel”, pensó, “Pero sí puedo acabar con el resto de la triada diabólica”.

-¿No es un espectáculo maravilloso, Eri? – preguntó Loki a su compañera. Ninguno de los dos se había percatado de la presencia de Constantine – Millones de ángeles cayendo a la Tierra… El epilogo perfecto para esta historia. O el prologo, depende de cómo lo mires – sonrió – Me tengo que sacar el sombrero ante Gabriel. El chico es listo.

-¿No es una chica? – Ereshkigal enarcó una ceja – Porque, honestamente, se ve como una.

-Hombre, mujer… Creo que es una deliciosa combinación entre ambos – Loki rió – Lo mejor de los dos mundos, vamos. Creo que va a gustarme mucho ser su amante…

-¡Come plomo bendito, maldito enfermo!

Constantine disparó un escopetazo a Loki por la espalda. Fue directo a su cabeza. Se la reventó como si fuera una fruta podrida. Ereshkigal vio con horror cómo su cuerpo caía por la cornisa hacia la calle. Se volvió y miró a John, con incredulidad.

-¿Cómo es posible…? – empezó. Jamás terminó la frase.

Constantine sacó otra arma que había traído consigo escondida entre sus ropas. Parecía una granada común. Le quitó el precinto de seguridad y se la tiró a la diosa infernal. Ésta la agarró entre sus manos.

-¿Sabes cómo se llama eso, perra? – John sacó un cigarrillo y lo encendió con su mechero. Le dio una profunda calada y exhaló el humo – “Aliento de Dragón”. Es una granada de cobre presurizado que guarda en su interior bilis de dragón. ¿Y adivina qué arroja cuando explota?

Ereshkigal quiso deshacerse rápido de la granada. No pudo. Estalló entre sus manos y la bañó en un chorro fuerte de fuego místico.

Entre gritos y alaridos, la diosa infernal (convertida en una tea ardiente) se sacudió y acabó arrojándose por la cornisa al vacío. Estaba muerta antes de tocar el suelo.

-Esa va por Ángela, maldita zorra – Constantine le echó un vistazo al cielo. La lluvia de meteoros (ángeles) proseguía sin parar.

“Menudo desastre”, pensó, mientras fumaba su cigarrillo,“Ni modo. Tendré que ver como arreglarlo”.

Con su escopeta al hombro, John Constantine se marchó. Tal y como Anubis le dijera, le esperaban momentos muy difíciles en el futuro.

FIN (Por ahora…)


Referencias:
1.- Ver número anterior.
2.- Angela e Isabel son las hermanas que aparecieron en la película "Constantine"
3.- Ver número anterior.
4.- En la mayoría de mis relatos (sobre todo aquellos de Superman), Dios aparece utilizando la forma de Morgan Freeman, al igual que como el actor de raza negra lo interpretaba en la película “Todopoderoso” ("Bruce Al-Mighty" en el original, "Como Dios" aquí en España), junto a Jim Carrey. Como sin duda esta imagen está ligada a la del Creador en el imaginario popular cinéfilo de los últimos tiempos, es un cliché que he deseado conservar para mis relatos de Constantine.

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