The Spider nº14

Título: El discurso del muerto
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Daniel Medina
Publicado en: Diciembre 2014

Conocía bien aquella parte de la ciudad. La había visitado con frecuencia como Richard Wentworth, colaborando con la ley. Ahora la visita la realizaba como el Amo de los Hombres. Su fin era el mismo. Poner fin definitivo y absoluto a la actividad criminal que estaba teniendo lugar allí.
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger

Apenas entraron en el apartamento de ella, Wentworth no se contuvo por más tiempo y preguntó a Nita si ella también lo había visto.

-¿Esas horribles cicatrices? -Wentworth acarició la cabeza de Apollo, pensativo.

-No, querida, la marca en el entrecejo. Yo no le marqué durante la masacre en la galería. Hubieran descubierto mi identidad de inmediato. Además... hay otro detalle. Uno que convierte este suceso en una posible amenaza mucho más grave que n robo con muertos. -Nita reconoció aquella determinación en su mirada. Tenia que admitirlo: En decenas de ocasiones, solo the Spider había sido capaz de evitar catástrofes y conspiraciones criminales que amenazaban con extender nada más que muerte, ruina y locura.

-¿De que se trata? -Richard Wentworth permanecía pensativo, usando la plena potencia de su cerebro, el mejor y más valioso recurso del cual se valía en u solitaria guerra contra el inframundo criminal.

-Ese hombre ya estaba muerto cuando participó en el asalto a la galería. Había algo en su mirada... Cuando vi el cuerpo en la morgue me convencí. Vi demasiados muertos en Francia en las trincheras como para no saberlo.

>>The Spider actuará esta noche. Pero hasta entonces... Aun podemos disfrutar de unas horas de paz. Podemos ir al Museo de Historia y después a ese restaurante nuevo del que me han hablado. -Sin poder contenerse, Nita miró directa a los ojos del hombre que tenia enfrente y respondió con determinación.

-Acepto tu invitación. Pero te lo advierto: No hagas que te maten. No pienso llevar luto, el negro no me favorece.

Ram Singh cedió por una vez a la tensión y exclamó un breve y furioso juramento en hindustani. En el asiento trasero, Wentworth lucia el aspecto por el cual era conocido por aquellos que más le temían. Sombrero, capa cubriendo una espalda jorobada, largos cabellos grises hasta los hombros y dos prominentes colmillos bajo una negra máscara de seda.

El Hispania Suiza dejó una larga marca de neumáticos en el asfalto al frenar, evitando por milímetros el estrellarse contra un buzón d correo. A su derecha, casi rozándoles, pasó una furgoneta negra. Circulaba con las luces apagadas y su velocidad rayaba lo suicida.

Ram Singh retrocedió y regresó a la calzada, pero no reemprendió la marcha de inmediato.

-¿Sahib? ¿Se encuentra bien? ¿Perseguimos a ese demonio?

-No. Esta calle conduce directa a la morgue y esa furgoneta venia de allí. Temo que se hayan adelantado. Ya conoces el plan.

-¡Hai, Sahib! -El fiel sirviente hindú se permitió pisar más a fondo el acelerador. Si su amo tenía razón, apresurar un poco la marcha seria bueno.

The Spider se apeó a dos calles de la entrada trasera de la morgue. La usada para entrar los muertos de forma discreta en caso de que fuera conveniente no llamar la atención. Conocía bien aquella parte de la ciudad. La había visitado con frecuencia como Richard Wentworth, colaborando con la ley. Ahora la visita la realizaba como el Amo de los Hombres. Su fin era el mismo. Poner fin definitivo y absoluto a la actividad criminal que estaba teniendo lugar allí.

No se vanaglorió de su osadía: Hacia lo que tenía que hacer. Avanzó con precaución, buscando una entrada que no disparase las alarmas existentes cuando lo vio. El segundo signo de que algo no iba bien. La puerta trasera de la morgue estaba abierta, arrojando un poco tranquilizador rectángulo de luz sobre la noche. El sabia que cuado se abría esa puerta, las normas eran que siempre hubiera al menos un agente de uniforme vigilando.

Aflojó las cartucheras de sus automáticas y avanzó con precavida curiosidad. Años de lucha contra el crimen le habían otorgado una afiladísima intuición. Como una telaraña, esta atrapaba las vibraciones de presentimientos de ruina y muerte. No encontró obstáculos ni enemigos. Solo el abortado eco de sus pasos. Su sensación se probó acertada cuando entró en la estancia que visitara junto a Nita por la mañana.

Doblado contra la mesa de autopsias estaba el cadáver del doctor. El cuello estaba destrozado, retorcido de modo antinatural, con el mentón descansando sobre la espalda. La vacía mirada congelada en un infinito espanto. En el suelo había una enorme mancha de sangre recién vertida. Sobre ella, apoyado contra un armario, un policía uniformado que trataba de retener la hemorragia con sus manos empapadas de rojo.

The Spider asintió. El agente le había reconocido.

-¿Que ha ocurrido? -Llevado por el deber, el hombre trató de incorporarse, musitando una orden de alto. The Spider obvió lo patético de la escena. La cicatriz de su sien se tornó de un blanco latente. ¡Rabia e ira! Contra la ya inevitable muerte de alguien que con un pie en la tumba, aun pretendía cumplir con su obligación y detenerle.

-No se esfuerce. Por favor, ¿que ha ocurrido? -El policía se dejó caer de nuevo con un sonido mezcla de llanto y risa histérica. El Amo de los Hombres se inclinó sobre él, casi rozando sus labios con su oreja. Débiles susurros, tratando de conservar el máximo de fuerzas durante su agonía.

-El muerto... fue el muerto. Vino un matrimonio con unos documentos para llevarse... un cuerpo. Les dejé pasar... -Un acceso de tos hizo temer al enmascarado vigilante que no pudiera decir más. Pero continuó hablando.

>>Escuché ruidos de lucha y acudí. ¡El muerto se había levantado y retorcía el cuello del doctor! -Otro brusco ataque de tos, tras el cual the Spider solo alcanzó a decir:

-Prosiga, por favor. -Pero la voz agonizaba más y más-. Hable y le juro que los responsables pagaran por ello.

Aquellas palabras avivaron una última y mortecina brasa de fuerza en el policía. A pesar de que la Ley le consideraba un criminal y asesino, era bien conocido que the Spider era alguien de palabra. Gastó su último aliento en una entrecortada narración de lo ocurrido.

Llevado más por el pánico que la costumbre del deber, desenfundó su revolver reglamentario y disparó sobre el asesino del doctor. Llegó a tumbarle, pero aquella carne no dejaba de convulsionarse, como si quisiera levantarse de nuevo pero un gran peso se lo impidiera.

En ese momento le agarraron por el cuello, le clavaron algo y lo arrojaron al suelo tras sentir un fortísimo golpe en la cabeza. El discurso fue puntuado por quejidos, sollozos y casi inaudibles gemidos de dolor.

-Descanse agente. Ha cumplido con su deber. -Con un leve gesto, el vigilante bajó los párpados del hombre, ya muerto.

Sus compañeros debían recibir el testimonio de lo sucedido. Un breve vistazo le mostró lo que buscaba. Una pequeña mesita con hojas y una máquina de escribir al lado de una silla. No podía arriesgarse a dejar un mensaje a mano.

El estruendo del mecanismo podía atraer una más que indeseada atención. Pero en aquel momento, the Spider había tomado una decisión. ¡Y ni el mismísimo Diablo quedaría indemne si trataban de detenerle!

Para él estaba claro. La negra furgoneta que forzó a Ram Singh a casi estrellarse era el vehículo usado por los responsables de lo sucedido allí en la morgue. Y del asalto, robo y muerte causadas en la galería de arte. Una mente criminal que había tenido la desgracia de toparse con el único capaz de detener sus planes. ¡El Amo de los Hombres, the Spider! Esperaba resolver también otro misterio. Una insistente intriga.

¿Como podía ser que un muerto marcado por su terrible sello caminara y matara?

Cambió la hoja en la máquina y apresuró su teclear. Sus actos eran osados y temerarios. Pero aquella noche el escribir aquel mensaje bordeaba la locura suicida. Pulsó la última tecla y usando el sello disimulado en su mechero, marcó el papel, firmándolo. En aquel momento lo captó, como un insecto sacudiendo la telaraña que lo atrapa.

Su oído, habituado a los fúnebres sonidos del hampa, lo distinguió de inmediato. El percutor de un revolver al ser amartillado. Hizo ademán de alzar las manos, pero una rasposa voz masculina le detuvo.

-¡Quieto! ¡Por los cuernos del diablo! No puedo creer que sea yo quién va a matarte, Spider. ¡Quieto he dicho!

¡El revolver bramó a espaldas del Amo de los Hombres!

Continuará...


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Próximo episodio: Marionetas mortales

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