The Spider nº11

Título: ¡El sello de The Spider!
Autor: Luis Guillermo del Corral
Portada: Jose Baixauli
Publicado en: Marzo 2014

El Mal no pocas veces se cree superior y seguro en su fortaleza.... hasta que la batalla final estalla y solo queda matar o morir. Pero, quien morirá? ¿Los Hijos de Lee y su gris odio, o el Amo de los Hombres en un baño de sangre en su solitaria guerra contra los malvados?
Su justicia  es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger


El elegante coche blanco abandonó con el ronroneo del motor el cementerio. Eugene Jefferson II ahora yacía bajo tierra, en el panteón familiar construido tras la Guerra de Secesión. De sus ocupantes había sido el único en no tener descendencia directa oficial. Su herencia se repartiría entre sus parientes y una hija ilegítima reconocida poco antes de su defunción.

El hombre que se hacia llamar Robert Lee Jr. musitó una maldición. Su chofer (un hombre negro, de grisáceos rizos), preguntó sin dejar de prestar atención al tráfico neoyorquino.

-¿De vuelta a casa señor? -El otro, las manos apoyadas en su bastón como un cetro, sopesó sus opciones unos instantes.

-No. Volvamos al club. Tengo urgentes asuntos que resolver. Ha habido problemas en mis negocios y no puedo demorar más la solución. -El chofer giró a la izquierda en el primer cruce y aceleró sin decir más. En el asiento de atrás, el hombre hacia plan tras plan, preguntándose cómo se habrían tomado sus capitanes aquella baja en su guerra por purificar la nación.

Al tiempo que el apresurado funeral terminaba, otra escena muy diferente tenía lugar en una iglesia de Harlem. Desde que empezaran las muertes, los servicios y rezos habían sido continuos. Pedían un justo que detuviera aquella lluvia de sangre.

-¡Hermanos, escuchadme, os lo ruego! -Yves Garou, servidor de un dios diferente al que allí se adoraba, alzó el bastón con cabeza de gato. Al instante, la multitud se silenció. Muchos de los allí presentes respetaban la autoridad de aquel hombre. No pocos, seguían los preceptos de la misma diosa que él.- ¡Monsieur Araignée tiene que deciros algo!

El aludido se adelantó, caminando con medida lentitud. Tras la máscara, observó aquellos rostros con un único deseo: Paz. Una paz que puede que él no llegara a conocer jamás por elección propia. En otra era podría haber sido rey. Dominar.

Pero en aquella era, el Maestro de los Hombres había elegido servir y proteger. Desechando el púlpito, se aproximó a los bancos. Habló con voz firme, segura y llena de su propósito.

-Desconozco la opinión que tienen de mi. No me importa lo que piensen. Solo he venido a decirles esto. Ya han oído a Mr. Garou. ¡Háganle caso! Háganlo y les juro que jamás tendrán que volver a preocuparse por los Hijos de Lee. Yo me encargaré de ello.

>>Decidan lo que quieran. Me enfrentaré solo a ellos si ese es su deseo. Lo que les pido es precisamente para alejarles del peligro.

>>Los Hijos de Lee morirán esta noche, tienen la palabra de the Spider.


La reunión tenía lugar en una pequeña y selecta biblioteca del Southern Cross Club. Solo había cuatro personas en la habitación, sentadas en grandes butacones alrededor de una mesa de madera con incrustaciones de marfil. Los presentes vestían todos impecables uniformes sudistas y permanecían encapuchados hasta el cuello, dejando ver tan solo sus ojos. Tres lucían galones de coronel. El cuarto, según indicaban los distintivos que lucia, era general. Los coroneles permanecían en incómodo silencio mientras escuchaban la furibunda respuesta a sus quejas:

-¡Es un solo hombre! ¡Tenemos más recursos y poder que algunas naciones europeas, por Satanás!

-Sus acciones nos han causado mucho daño. Armstrong ha muerto. Eugene ha muerto. Decenas de nuestros soldados han muerto. No pocos han desertado. -El que hablaba, de orgullosa y madura voz sureña vislumbrada bajo la capucha, sentenciaba como si poseyera la Verdad Universal-. Nos ha diezmado. Un solo hombre.

-¡BASTA YA! hatajo de cobardes. Purificaremos nuestra nación y lo haremos así. Os recuerdo que soy vuestro general y me debéis obediencia absoluta.

>>Mientras volvía del funeral estaba pensando en emplear tus contactos en el ejército -señaló a otro hombre, gordo y de silueta bovina-. Y los periódicos y emisoras de Rudolf.

Expuso su ambicioso plan. Uno que suponía, si todo salía bien, poner al país al borde de una segunda Guerra Civil. Todos asintieron y se mostraron de acuerdo, porque huir no era una opción razonable. El líder del grupo dio entonces una palmada y una aterrada criada negra, temblando de pies a cabeza les sirvió el bourbon que había pedido minutos antes.

Alzaron sus vasos y brindaron por el éxito que ansiaban conseguir. Levantaron sus capuchas para beber. Segundos después cayeron desplomados al suelo.

Mientras los Hijos de Lee comenzaban su reunión, muchos metros más abajo, en el sótano, the Spider saltaba al tiempo que descargaba sus pistolascontra un grupo de hombres uniformados de gris. Huían tropezando con los cadáveres de los perros y sus compañeros muertos acusándose unos a otros de su común cobardía.

Gracias a la ayuda del señor Garou, había conseguido los planes del Southern Cross Club y de sus subsótanos secretos. Sin embargo, no esperaba resistencia. Aquellos hombres aunque cobardes eran muchos y les estaban haciendo sufrir un peligroso retraso.

Escuchó un portazo al fondo y a la derecha de aquel estrecho corredor de cemento mal iluminado con apenas dos bombillas. Un portazo metálico. Casi al tiempo, una ronca, histérica amenaza, levantó un patético eco.

-¡Esto es el polvorín! ¡Ríndete o lo volaremos, Spider! ¡Morirás con nosotros! -El enmascarado vigilante respondió con una carcajada llena de desprecio.

¡Así ahorraré balas! ¡Sois los últimos! Tengo todo el tiempo del mundo. -Mentía. Su plan dependía de que todas las acciones se llevaran a cabo en el momento adecuado. Y estaba peligrosamente cerca de retrasarse de forma irremediable.

Escuchó ruido de pelea y gritos. Al parecer, habían surgido discrepancias acerca de la dignidadde su suicida amenaza. Hubo un disparo. Otro y otro y otro más. Luego, la puerta se abrió como si fuera un ataúd monstruoso.

Arrastrando los pies, cubierto de sangre y cortes como si llorase muerte y no lágrimas, salió un único hombre. Apenas pudo gemir una inútil suplica de clemencia. El cañón de una automática del calibre 45 le saludó con su mortal bramido. El suelo de hormigón se manchó de hueso, sangre y materia gris.

The Spider bajó el brazo. Dio media vuelta y mientras subía las escaleras, cambió los cargadores de sus armas por dos llenas que llevaba en sus bolsillos. Aceleró el paso. Se le acababa el tiempo.

El General, por vez primera desde que sus planes se pusieran en marcha, conocía el miedo. La certeza de la victoria lo abandonó por unos instantes; para ser reemplazada casi de inmediato por una rabiosa ira asesina. ¡El alcohol que había consumido había sido drogado!

El y sus coroneles habían quedado sin sentido, quien sabía por cuanto tiempo.

-¡Nada de quitarse las máscaras! -El más grueso de los coroneles estaba cubierto por un evidente sudor frío y respiraba con resollantes y molestos bufidos.- ¿Que hora es?

-Han pasado tres horas -respondió uno que había permanecido callado hasta entonces-. Usted ha sido el último en recuperar el sentido, General. Lamento decirle que tengo malas noticias, señor. -Con deliberada calma le alargó una hoja de papel escrita a máquina.

>>Estaba en la mesa cuando despertamos. Le interesa leerlo. Es importante.

La hoja le fue arrebatada sin contener su rabia. Rabia que se convirtió en feroz odio al leer el mensaje:

No le voy a conceder una oportunidad de rendirse y entregarse porque no la merecen. Encontrarían el modo de esquivar el peso de la Ley. Haré Justicia con ustedes. Y una vez muertos, quien tenga que saberlo recibirá información de sus actividades.

Usted y los que pretenden medrar a su sombra son peores que insectos. Pero esta vez han caído en mi tela. Uno a uno si es necesario les destruiré. Y de sus miserables vidas no quedará más que ceniza esparcida a los cuatro vientos.

El mensaje estaba firmado con un sencillo sello que los cuatro hombres reconocieron de inmediato con un frío y oscuro temblor. Un emblema que todos los injustos aprendían a temer tarde o temprano como una inevitable sentencia de muerte.

Una peluda araña escarlata.

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Concluirá en: ¡A Través Del Fuego Y Las Llamas!

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