Blade nº13

Título: La muerte de los monstruos (VI): La armada de los Angeles (II)
Autor: Carlos Javier Eguren
Portada: Conrado Martín
Publicado en: Junio 2014

¡La Espada de Azrael podría aniquilar a todos los monstruos! La última esperanza de las criaturas de la noche es que Blade recupere esa arma antes que los temibles Ángeles de la Mañana Silenciosa. Pero… ¡Debemos esperar lo inesperado! ¡Nada volverá a ser lo mismo!
Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan


UNO

Nadie sabía el nombre real de Hettie el Delirio. Nadie sabía casi nada de ella.

Hettie era una anciana vagabunda, que llevaba en Nueva Orleans desde que se fundó, y de eso habían pasado algo más que décadas o siglos. Había visto esclavos, carnaval, vudú y castigos.

El Delirio vivía en la calle, presa de una locura que la acompañaba desde su niñez. Llevaba mucho tiempo enferma, bebía, había sufrido palizas, abusos… Una vez la intentaron quemar viva y lo consiguieron, pero permanecía viva aunque desfigurada. No la quemaron por ser bruja, sino por ser una mendiga. Así era el nuevo signo de los tiempos.

Hettie el Delirio, la mujer que veía lo imposible, seguía el camino que el destino le ha preparado. Sin embargo, nada de lo malo que le había ocurrido durante décadas era comparable a lo que estaba a punto de ocurrirle.

Dos hombres vestidos de blanco aparecieron al final de la calle. Era una hora tardía y nadie transitaba aquel mundo decadente, salvo un borracho que se quedó mirándolos. Uno de los forasteros de pulcras ropas lo cogió de la cabeza y lo estampó contra una pared, dejándolo inconsciente. Sin testigos, continuaron su camino y brillaban en la oscuridad alumbrando su propio camino. En sus manos portaban ahora armas como espadas, aunque portaban revólveres y un rifle tras ellos. Sus rostros estaban ocultos por yelmos, no por vergüenza, sino por orgullo de ser lo que eran. En sus armaduras, portaban un símbolo antiguo.

Cuando llegaron al callejón donde encontrarían a Hettie, pensaron en cómo dejarla inconsciente y llevársela si se resistía. ¿La encontrarían durmiendo, borracha y débil? Era un monstruo, no habría piedad.

—No arméis jaleo. Otros vagabundos están durmiendo. Vamos.

Hettie estaba de pie, aguardándoles. Su rostro antiguo como centurias se elevaba con soberbia, como si fuera una reina y sus ropas fueran lujosos mantos pese a eran despojos hallados en la calle y ella hedía. No iba a ser atrapada, ella se entregaría.

A los Ángeles de la Mañana Silenciosa que fueron a buscarla solamente les quedaba acompañarla hasta el vehículo más cercano y llevársela junto a su señor, el Maestro.

—Si os preguntáis como lo habré sabido –dijo Hettie, mirando al que sabía de los dos guardias que se lo preguntaba–, es que no comprendéis del todo mi poder.

Cerró los ojos. Recibió un golpe en la cabeza y cayó al suelo. La arrastraron como un trofeo.

Eso sucedió hacía dos noches en las callejuelas más pobres de Nueva Orleans, con el aroma cercano del fuego y el pantano. ¿Se imaginaba alguien lo que iba a pasar a continuación?

DOS

Una luz intermitente y el vacío. Existían muchas vidas así, pero aquello era algo más que una vida.

Al principio, todo estaba oscuro como una mancha de petróleo en un océano de tinta. Luego, hubo un ligero chispazo. Esos atisbos de luz parecían imaginarios, pero luego crecieron, más y más, hasta que la llama refulgió. Se desvaneció alguna vez, pero regresó. Aquella estrella giraba lentamente, tomando vida, haciendo que hubiese algo de luz. Y empezó a alejarse.

Blade dio un par de pasos hacia la luz. Se sintió atraído por ella, quizás porque llevaba toda su vida en la oscuridad, pese a ser el único vampiro que podía caminar bajo la luz del sol.

Cuando Blade se sintió cansado, antes de llegar al calor del fuego, decidió detenerse. Las sombras le helaban la sangre, pero la luz debía seguir. Él pensó que no era lo suficientemente bueno para ella.

La luz se detuvo y flotó ante él. Dio un paso y la llamarada siguió. ¿Qué hacía aquel fuego? Acaso ¿le estaba esperando? ¿Era una guía?

Blade recordó los viejos cuentos donde los caballeros andantes buscaban un objeto de poder y, cuando perdían el camino, debían esperar una señal divina. A veces, ese signo era un ciervo blanco que les conducía hasta el artefacto ansiado, la reliquia maldita, algo como la Espada de Azrael.

La Espada de Azrael.

Una idea fugaz, más que la luz sin duda, cruzó la mente de Blade.

Entonces despertó de su sueño. Estaba durmiendo en el suelo. Nada de camas, nada de placeres inútiles para él. A su lado, todas sus armas y un pensamiento: ¿y si la luz le iba a guiar hasta la Espada de Azrael?

Parecía una auténtica locura, pero ahora que andaba perdido, sin saber cómo encontrar aquella arma, Blade había pensado en la posibilidad.

Pero como todas las soluciones de los sueños, a veces uno despierta antes de hallarla o comprender… Incluso se puede olvidar de la respuesta que ha encontrado.

Blade miró en torno a las sombras. Eran frías como en su delirio.

Sin embargo, hubo unos chispazos de luz.

¿Era… podía ser cierto?

Al final, una pequeña esfera flotante de fuego surgió, esperándole.

Antes de que fuera tarde, Blade se puso de pie y siguió la luz por primera vez en su vida. Sabía que estaba despierto, que era una señal y que quizás la Espada le estuviese esperando.

Cuando salió de su estancia, en un pequeño apartamento de las afueras (había rehuido la misericordia de Drácula), una brisa fría le golpeó, entrecerró los ojos y temió que el brillo desapareciese, pero allí seguía, a su merced. Quizás nadie lo viese salvo él, tal vez estuviese destinado a ser un caballero andante.

No pidió ayuda a Danny, Morbius, Belladonna, Rex, Terror, Lilith, Drácula… Todos ellos podían ser peligrosos si hallaban el arma. No confiaba en el conde y en sus métodos. Blade debía aceptar que siempre había sido mejor trabajando solo, en equipo solamente había sufrido la derrota.

Y así, como un zombi hambriento de luz, Blade persiguió aquel farol en medio de las tinieblas.

TRES

Lo que Blade no vio en ningún momento, cegado por la estrella, es que había una llamarada escondida tras de sí. Si bien la luz que seguía parecía divina, la que lo vigilaba era de un origen más oscuro.

Un gran caballo de fuego llevaba sobre sí un demonio en llamas que vigilaba al Cazador. Danny el Jinete Fantasma vio cómo Blade partía en busca de algo que no veía y supo que debía seguirle. Al fin y al cabo ¿no era ese el pacto al que había llegado con Drácula, vigilar al gran monstruo?

—Y eso que empezabas a caerme bien – dijo Danny y escupió una llamarada antes de empezar a perseguir a Blade como una sombra consumida por las llamas. Antes, avisó a las fuerzas de Drácula.

CUATRO

No muy lejos, en la Torre de Drácula, como la llamaban algunos que conocían la aciaga verdad, no todos podían dormir…

—Sigues despierta –dijo Rex acercándose a Belladonna, que releía varios libros polvorientos.

—En realidad aquí nadie duerme: vampiros, zombis, inmortales… Ya sabes, no lo necesitan.

—Sí, lo sé… ¿Qué estás buscando? ¿Puedo ayudar?

—Busco pistas sobre la Espada de Azrael. He estado buscando señales, pensé que podía llamarse Muramasa, pero luego he visto que no, que ya ha sido hallada en otras ocasiones, son varias, son katanas y son muy distintas. Así que ando buscando sombras que se escabullen. La historia parece no querer saber nada de la Espada de Azrael.

—Una espada genocida… No quiero saber por qué espanta tanto a la gente… –habló Rex con ironía.

Belladonna le dedicó una sonrisa triste al hombre lobo, que seguía queriendo a aquella mujer que tanto había significado para él en el pasado, hasta que la abandonó por temor a dañarla al convertirse él en un monstruo salvaje e incontrolable.

—Siento que no hago todo lo que puedo, Rex.

— ¿Por qué crees eso?

—Mis poderes… no han servido. Debería saber cómo encontrar esa arma y aquí estoy, revisando en el Google del año X antes de Cristo…

—Acabarás hallando la solución.

—Eso espero, Rex, o acabaremos todos muertos.

Rex se sentó al lado de Belladonna.

—Todos vamos a morir tarde o temprano. He llegado a la conclusión de que lo importante puede que no sea cuándo, sino cómo.

—Morir de pie o vivir de rodillas.

—Arrancar una yugular y caer o dejar que te aplasten… Es mi versión.

—Arranquemos yugulares entonces, antes de que los Ángeles nos las corten con la Espada de Azrael.

Las palabras de Belladonna no llegaron a convertirse en otra frase esperanzadora, Rex la besó y ella lo permitió. La aprendiz de hechicera notó la barba de tres días de él, como en el pasado, aquel abrazo cálido y se perdió mientras él notaba el aroma a rosas de Belladonna, su piel, su deseo…

Ambos hicieron el amor como antaño, sobre libros que se convertían en cenizas, mientras el mundo del ahora se preparaba para la guerra.

No sabían que todo estaba a punto de perderse.

CINCO

Siguiendo el sonido de la futura lucha, Drácula había convocado a los líderes de diferentes clanes de monstruos de toda la ciudad. Muchos representantes mundiales estaban presentes, incluso. El rumor de un viejo enemigo tomando el poder había extendido sus garras por todo el mundo.

—Matar a los Ángeles antes de que nos maten a nosotros –dijo Drácula. Fueron sus únicas palabras antes de que estallase el alboroto.

—Eso de matar Ángeles lo sabemos todos… –dijo un demonio.

—Se refiere a los Ángeles de la Mañana Silenciosa –corrigió un enorme Golem.

—Ah… Pero… ¿No son un mito? –farfulló el pequeño demonio, tocándose los cuernos con los que estaba clavado del techo.

— ¿Los Ángeles de la Mañana Silenciosa? –preguntó un elfo alto, de piel fría y ojos sangrientos–. Son un mito incluso en Asgard y sus reinos. Esa orden de asesinos es fantasía…

—No lo son –dijo Lilith, como otra importante miembro de la comunidad de monstruos–. Han asesinado a cientos de monstruos en los últimos años, miles en décadas. Crímenes a los principios inconexos y ocultos. Ahora, sabemos más de todo ello y solo podemos luchar o rendirnos y dejar que nos maten.

—No sé si eso es creíble –discrepó un espectro de la Edad Media, llamado Nick–. En el Más Allá se han escuchado rumores, pero… ¿Qué más da? Estoy muerto. No pueden matarme de nuevo. ¿Qué me harán?

—Pueden erradicar la fuerza que hace que los fantasmas crucen este plano. Así de poderosa es la Espada –advirtió Drácula tras conseguir algo de silencio.

La discusión continuó mientras una hidra golpeaba a todos con cada ataque de ira.

— ¿Nos hablas de guerra, conde? –preguntó una mujer encapuchada. ¿Era una momia, como se decía?–. ¿Tú nos salvarás de ella?

—La guerra ya es inevitable, solamente queda luchar.

—No sé si puedo creerme todo esto –habló una voz de un monstruo de niebla–. ¿La Espada de Azrael? ¿En serio?

— ¡Sí, créetelo, pedo galáctico! –gritó Terror irrumpiendo en la gran sala de reuniones–. ¡Muchos estáis muertos ya, si no queréis terminar de desaparecer, luchad, eso es lo que queda!

La sala retumbó en algarabía. Estaba abarrotada de seres que para muchos eran imaginarios e irónicamente eran incapaces de creer en una leyenda que resultase real.

En ese instante, en medio de las peleas entre criaturas y clanes, Morbius llegó hasta Drácula. Lo servía esperando que fuera cierta la oferta del conde, que pudiese erradicar la enfermedad que destrozaba a Morbius desde dentro.

—El Jinete está siguiendo a Blade. Algo ha ocurrido –avisó, dejando al conde inquieto por primera vez en décadas.

SEIS

Lejos de allí, los pasos de Blade le condujeron a un gran pantano cubierto por el hedor de la muerte. Una ligera niebla amenazaba con engullido, pero había algo que no se había desvanecido: la luz.

La pequeña estrella había continuado su viaje hacia las afueras, alumbrando un camino entre el lodo, los reptiles y la muerte. Blade había ido tras ella.

Hubo un chispazo. La luz roja se volvió azul y se alzó para trazar círculos sobre un lugar que iluminó con fuerza. Bajo ella, había unas ruinas. ¿Podía ser una iglesia como delataba su destrozada arquitectura? Sí, era un pequeño edificio destruido, de corte antiguo, anegado por la muerte. Blade se encaminó hacia él.

¿Le esperaría la Espada de Azrael allí?

La luz empezó a apagarse.

Debía intentarlo al menos.

Blade caminó con cierta rapidez, mientras la extraña flora y fauna del pantano parecían vigilarle. No sabía la historia de la iglesia maldita y tal vez nunca la conociese, pero era su única esperanza.

Atravesó el portal quebrado, custodiado por estatuas deformes de ángeles, y la peste quedó atrás. Cuando llegó a la oscuridad, lo único que vio en su interior fue una sombra que titiritaba y le extendió una mano. Era una mujer cuyo rostro estaba quemado.

—Lo siento… por traerte aquí, pero ellos… lo querían –gimió la anciana. Antes de asimilarlo, Blade vio cómo Hettie fue atravesada por un haz de luz. Vomitó sangre cubierta de gusanos y cayó muerta. La disculpa fueron sus últimas palabras.

Blade miró a su alrededor, de la penumbra aparecieron docenas de Ángeles de la Mañana Silenciosa. Había estado tan cegado por la señal que no había reparado en la posible trampa y eso era algo que un cazador no se podía permitir. “Blade, eres un viejo estúpido”, se dijo.

—Antes de que ataques, pequeño aprendiz, deberías saber que todo ha terminado, ¿entendido? –dijo una voz que Blade reconoció. Era el asesino de Hettie, el Maestro y sus manos brillaban, en ellas había algo que Blade supo identificar.

—La Espada de Azrael.

—Sí, la encontramos hace bastante –contestó el Maestro–, pero la he utilizado por primera vez con esta bruja. Ella creó esa luz que te trajo hasta aquí, se lo pedimos porque quería hablarte. No te preocupes, por ahora solamente las brujas caen como moscas por el mundo.

>> ¿Te ha complicado mucho la vida seguir una espada que ya teníamos nosotros? Ha sido complicado, ha habido muchos engaños, pero créeme, ha valido la pena ver tu cara. Ahora, charlemos.

El Maestro sonrió. Blade cerró sus puños. La Espada de Azrael brilló con más fuerza. El Cazador estaba recordando porqué prefería la oscuridad.

SIETE

Lejos de allí, mientras Rex abrazaba a Belladonna con toda la ternura de un amor recuperado, le susurró unas palabras difíciles para él, pero tenía que hacerlo, por primera vez en años sentía que controlaba al lobo de su interior.

—Te quiero…

Eran palabras poderosas para Rex y nunca las había pronunciado. Por eso, cuando el rostro de

Belladonna se heló y cayó hacia un lado, él se extrañó. Cuando notó que el latido del corazón de la joven se apagó, Rex perdió el control. Estaba muerta.

— ¡Belladonna! ¡No!

Todo cambió. El llanto, el dolor y la sospecha convirtieron a Rex en un enorme lobo que lanzó un aullido que hizo retumbar la torre de Drácula.

OCHO

Un fugaz rayo cruzó la estancia donde Drácula había reunido a los monstruos. Una magia oscura golpeó por doquier y brujas como aquella de tres cabezas y solamente un ojo, cayeron abatidas.

— ¿Qué está ocurriendo? –gritó un orco, perdiendo el control y pateando a su alrededor.


—La Espada de Azrael –contestó Drácula.

—Ha sido descubierta –completó Lilith y comenzó a temblar–. Por los Ángeles de la Mañana Silenciosa…

— ¡Joder! ¡Joder! –gritó Terror y empezó a hacer aspavientos, perdiendo algún dedo pútrido–. ¡A las armas todos ya o acabarán con nosotros! ¡Aplastemos a esos hijos de la gran perra!

Morbius retrocedió. La Espada de Azrael era cierta, ¿cómo detener aquello? ¿Podría saberlo Blade, que se había marchado, o solamente había huido? Lanzó uno de los primeros aullidos de guerra. A su vez, uno de los emisarios de la Suprema Hechicería empezó a enviar mensajes a todos los magos, pero antes de que terminase la guerra había comenzado.

NUEVE

El Jinete Fantasma, lejos de los monstruos aun siendo uno, supo de la masacre y sus entrañas ardieron. Si él iba a guiarlos a todos al infierno, iba a ser un trabajo eterno que la Espada de Azrael ya había comenzado.

— ¡Que el infierno nos asista! –gritó con fuego en sus fauces y su caballo empezó a galopar sobre ascuas.

Se hizo el silencio.

Continuará…
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