Doctor Extraño nº03

Título: Entran... Los Invasores!
Autor: Julio Martín Freixa
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Septiembre 2014

Extraño utiliza el alias del Doctor Druida para evitar paradojas temporales en la época donde se encuentra, con la mala fortuna de encontrarse cara a cara con el auténtico místico acompañado de los héroes de la segunda guerra mundial: ¡Los Invasores!
Una vez fue un hombre como todos, hasta que Stephen Extraño renació, convirtiéndose en el hechicero supremo de este plano de existencia…
Doctor Strange creado por Stan Lee y Steve Ditko

Resumen de lo publicado: Utilizando la máquina del tiempo del Doctor Muerte, y contando con la inestimable ayuda de Madame Web, el Doctor Extraño comienza un tour de force a través de la corriente espacio-temporal para salvar su vida. Al parecer, hay una entidad diabólica desconocida que intenta interferir en el pasado para evitar que Stephen Extraño se convierta en Hechicero Supremo. En la Nueva York de los años 40, une fuerzas con el Reportero Fantasma para evitar que sus abuelos sean asesinados. Utilizará el alias del Doctor Druida para evitar paradojas temporales, con la mala fortuna de encontrarse cara a cara con el auténtico místico y su supergrupo, Los Invasores


Casi podía notar cómo el color abandonaba sus mejillas ante la visión del verdadero Doctor Druida, aunque bastante más joven de como lo recordaba, rodeado por buena parte de los miembros de Los Invasores.

—¿Es que no me has oído? —silabeó con vehemencia el místico de barba poblada—. ¿Quién eres en realidad?

—Es una historia complicada... —comenzó Stephen Extraño, visiblemente inquieto al mirar de reojo las llamas de la Antorcha—. Pero lo cierto es que no puedo revelaros mi verdadera identidad. ¿Lo harías tú acaso, Capitán América?

—No son tiempos para poner en juego la seguridad de la nación con secretos, amigo —contestó el abanderado—. A mí me respalda el gobierno de los Estados Unidos de América, pero en cambio no sabemos quién te respalda a ti.

—Yo digo que lo llevemos a la Hidrobase —terció Namor—. Cualquiera que trate de suplantar la identidad de un colaborador de los Invasores tiene que ser considerado como un enemigo potencial.

—Espera un momento, Namor. Antes de nada, querría hacer una comprobación. Siento fuertes emanaciones místicas que provienen de este hombre... —Druid alargó sus dedos hacia las sienes del Doctor Extraño. Éste, temiendo una intrusión telepática que revelase su verdadera identidad, levantó un escudo místico de protección. Una cápsula de luz verde lima envolvió su cuerpo como un aura mágica.

—¡En guardia! —gritó el Capitán—. ¡Podría estar relacionado con nuestro objetivo!

Invocando las fuerzas ancestrales de la naturaleza, Anthony Ludgate Druid se fundió con el espíritu de la foresta, tratando de penetrar la defensa de Stephen, del mismo modo que las raíces de un viejo sauce buscan un curso de agua subterránea. Su esencia, resonando en armonía con la madre naturaleza, tocó la psique del viajero del tiempo.

»¡Sal de mi cabeza! Te lo ruego, si hurgas en mi mente podrías encontrar la perdición para toda esta línea espacio-temporal. Si mi verdadera identidad se revelara, las consecuencias podrían ser desastrosas.

»Descuida, extranjero. En este momento no soy capaz de leer tu mente más allá de lo que libremente quieras compartir conmigo de forma voluntaria; tus defensas místicas son fuertes. Sin embargo, debo cerciorarme de que no eres un agente del enemigo, u otro tipo de amenaza.

»La razón por la que he adoptado tu nombre es que vengo del futuro, gracias a esta máquina que ocultaba entre los matorrales. Estoy aquí para evitar una catástrofe que podría alterar todo el continuo temporal. La mejor forma que se me ocurrió para disfrazar mi verdadera identidad sin levantar sospechas era tomar prestado tu nombre. Créeme, no soy ninguna amenaza, sino la única esperanza de la humanidad.

»En ese caso, para que yo pueda confiar en ti, antes debes confiar en mí y bajar tu defensa mística. De esa forma, podré evaluar tu aura y sabré si dices la verdad. Prometo no indagar más de lo estrictamente necesario.


Tras unos tensos momentos de vacilación, el Doctor Extraño accedió a la exigencia de Druida, jugándoselo todo a una sola carta. El hombre del traje rojo cerró los ojos, al tiempo que colocaba las yemas de los dedos sobre las sienes del Hechicero Supremo. Un suave resplandor ambarino iluminó los rostros de ambos, mientras el examen seguía su curso. Cinco segundos después, Druida rompió el trance y afirmó con rotundidad:

—Dice la verdad. No he hallado trazas de maldad en él. Tenía sus propios motivos para utilizar alias por el que algunos me conocen, que prefiero no revelar, pero eso no nos da derecho a retenerlo sin motivo.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —se indignó Namor—. Podría estar bajo control mental... ¡Yo digo que está tramando algo!

—En ese caso —dijo Aarkus, con su voz espectral—, lo mejor es que lo mantengamos cerca de nosotros. Al menos, por el momento.

—Pero, Visión —intervino la Antorcha—, los federales nos han enviado en misión oficial. No les hará demasiada gracia saber que dejamos venir con nosotros a un desconocido.

—También yo era un desconocido hasta hace unas horas —concluyó Druid—. De no ser por la llamada del Tío Sam no me habría unido a vosotros cuatro en esta misión, y eso solo ha sido posible debido a la peculiar naturaleza de la misma. Las habilidades de este hombre misterioso podrían sernos de utilidad. Además, según he podido entender, éste al que llamáis Visión tampoco es un miembro fijo de vuestro grupo, pero sus palabras son sabias; si este extraño resulta ser un enemigo, es mejor tenerlo cerca.

—Lo cual nos lleva al siguiente punto —dijo el Capitán—: ¿por dónde empezamos la búsqueda?

—Ciertamente, Capitán —contestó Anthony Druid—, tengo la sensación de que ha sido un golpe de suerte encontrarnos con este aliado.

—Caballeros, no quisiera ser descortés —dijo Extraño, que empezaba a cansarse de lo forzado de la situación—, pero yo no pedí unirme a su animado y colorido grupo. Ya que parecemos estar forzados a colaborar, agradecería que se me pusiera en antecedentes sobre cualquiera que sea la misión que se traen entre manos.

Los cinco hombres misteriosos se miraron unos a otros hasta que el Capitán América rompió el silencio:

—Ha desaparecido un objeto valioso de la sala de exposiciones del museo Smithsonian, esta misma noche; un objeto al que una leyenda atribuye propiedades mágicas. Se trata de la copa de Odín, un cuenco de bronce del que se dice bebió el mítico padre de los dioses nórdicos.

—Los federales sospechan que espías nazis se habrían apropiado de la copa, enviados por el afán ocultista de su führer que continúa buscando el arma que le dé ventaja en esta guerra —continuó Namor—, por eso nos han hecho venir desde Europa con carácter de urgencia.

—Pensaba que estábamos tras la pista —terció Druida—, pues las lecturas de actividad paranormal me llevaron hasta este lugar. Pero todo parece indicar que dichas lecturas se debían más bien a tu presencia aquí.

—Me parece demasiado revuelo por una simple copa antigua —dijo Extraño—. ¿Hay pruebas de que se trate de un objeto legítimamente mágico?

—No sería la primera vez que intentan algo así —contestó Anthony Druid—. En mis casos como investigador de sucesos paranormales me he cruzado varias veces con agentes del enemigo. De todos modos, nuestro deber es seguir nuestras órdenes y recuperar la copa antes de que salga de nuestras fronteras. ¿Crees que tus habilidades nos podrían ayudar a localizarla?

Stephen Extraño sopesó las posibilidades, nada halagüeñas, ya que el tiempo corría en su contra. Por otra parte, no había recibido mensaje por parte de Madame Web, quien le había asegurado que establecería contacto con él para guiarle hasta su nuevo destino. ¿Cabía, pues, la posibilidad de que su misión en este punto de la corriente temporal no hubiera acabado aún? No siendo capaz de encontrar una alternativa mejor, el hechicero se encogió de hombros. Con tono de resignación, contestó:

—Haré lo que esté en mi mano. Pero no doy por hecho que tal artefacto tenga propiedades mágicas. En mis... estudios... he tenido acceso a detallados catálogos de objetos mágicos. Si hubiera leído algo acerca de la copa de Odín, creedme, lo recordaría. No obstante, tal vez pueda dar con el objeto de todos modos. Ahora, si me disculpáis, lo que debo hacer no puede ser visto por ojos de extraños... —Se dispuso a ocultarse tras los arbustos para hacer uso de su amuleto místico, el Ojo de Agamotto, en busca de alguna pista sobre el paradero de la copa.

—¡Te estaremos vigilando, amigo! —exclamó Antorcha—. Una meadita rápida, y de vuelta...

Haciendo caso omiso del chascarrillo del androide, el Doctor Extraño se sentó en la posición del loto, entrando en trance casi al instante. El ojo del amuleto se abrió, revelando el orbe inmemorial que refulgía con la luz del entendimiento y la sabiduría. Extraño rastreaba cualquier traza de poder místico, basándose en la deducción de que si los alemanes habían mandado a buscar un objeto supuestamente mágico, habrían enviado a algún practicante de las ciencias arcanas en la expedición. Al principio le costó lo indecible abstraer los ecos remanentes de la batalla que había tenido lugar en el puerto, contra el Maestro de los Zombis. La apertura del portal a la Dimensión Oscura todavía deslumbraba su ojo interior, incapacitándolo para ver más allá en busca de presencias mágicas más remotas. Por fortuna, no tuvo que buscar demasiado lejos; una nueva traza de magia oscura le llegaba desde un punto al norte de la ciudad. No le era posible precisar más al respecto, pero sin duda se trataba de actividad mística. Volvió del trance y se dirigió a Anthony Druid con voz firme:

—No estoy seguro de que sea la pista que andáis buscando, pero alguien está utilizando magia al norte de Nueva York, cerca de Nueva Jersey.

—Será mejor que vayamos a comprobarlo —dijo el Capitán América—. Namor, tú me llevarás a mí. Antorcha llevará consigo a nuestro nuevo aliado. Por cierto, ¿cómo debemos llamarte? Como ya sabes, Doctor Druida ya está cogido.

—Podéis llamarme, simplemente, Doc. Respecto al ofrecimiento de transporte, no hace falta que os molestéis; tengo mis propios medios.


Seis coloridas figuras sobrevolaban la ciudad que nunca duerme, siguiendo la pista que solo Extraño había sido capaz de captar. A medida que se iban acercando a su origen, la señal se fue haciendo más clara, hasta el punto de que Druid también la pudo percibir sin esfuerzo. Por debajo de las figuras que surcaban en silencio el cielo estrellado se extendía una antigua zona industrial abandonada.

—Parece que viene de ese edificio en ruinas —dijo el detective paranormal—. Será mejor que bajemos a investigar.

—Podría ser una trampa, Doctor Druida —dijo Extraño—. Deja que sondee el edificio a mi modo, antes de entrar. —Ante la perpleja mirada de los Invasores, el Hechicero Supremo descendió a través de una rota ventana hacia el interior de la última planta del inmueble. Lejos de miradas indiscretas, Stephen se acomodó en un rincón y procedió a desdoblarse en su forma astral mientras los Invasores esperaban en la azotea. Atravesó paredes descarnadas y suelo polvoriento una y otra vez hasta llegar al subsuelo. Allí pudo ver, a la luz mortecina de bombillas ineficientes, una curiosa galería de los horrores. Envueltos en las sombras que arrojaba la irregular luz cenital, cuatro gigantes acorazados permanecían de pie, inmóviles como estatuas de metal. Cada uno pintado con un color primario distinto, además de uno negro como una noche sin estrellas, silenciosos como centinelas que aguardan las trompetas del Juicio Final. Las emanaciones místicas seguían siendo fuertes, pero Stephen no era capaz de precisar su naturaleza y origen. Confiado, se acercó más al nivel del suelo para obtener un nuevo ángulo de visión. Entonces, de forma inesperada, una apabullante ráfaga de energía mística azotó su forma astral, afectando de manera dolorosa al Hechicero Supremo. ¿Qué inefable trampa arcana había sido urdida contra él? Luchando por recobrar el control sobre su forma astral, logró oír una voz en el interior de su mente, la misma voz aterradora que le había asaltado en su sancta sanctórum, retumbando con estas palabras:

¿Creíste poder librarte de mí tan fácilmente? Eres patético, Extraño. Déjame adivinar... Tus nuevos amigos no saben de las limitaciones de tu forma astral... ¡Y de lo que pasará si no regresa a tu cuerpo antes de la hora señalada! Pronto se cansarán de esperar a tu regreso y vendrán ellos mismos. Para ellos tengo preparada esta sorpresa, con la que casualmente me he topado esta noche. El Maestro de los Zombis resultó ser una decepción, así que he decidido intervenir personalmente para asegurarme de que no abandones este tiempo con vida.

Stephen Extraño seguía forcejeando contra el fuerte influjo del hechizo que retenía prisionera su forma astral, incapaz de moverse. Quienquiera que fuese su desconocido enemigo, se trataba sin duda de una entidad de inmenso poder.



—Ha pasado demasiado rato sin que tengamos noticias de ese Doc —dijo la Antorcha, mostrando signos de impaciencia—. ¡Bajemos ahí nosotros mismos! Tal vez le hayan capturado.

—O tal vez nos la ha jugado y se ha escabullido —dijo Namor—. En cualquier caso, hay que entrar en el edificio.

—De acuerdo, pues —concedió el Capi—. ¡Preparados para la incursión!.

Namor y la Antorcha irrumpieron a través de sendas ventanas de la cara oriental del edificio. Acto seguido, el Capitán América derribó la puerta que daba a las escaleras y bajó el primer tramo a zancadas hasta alcanzar a la pareja, seguido del Doctor Druida. Aarkus generó una neblina con la que se entremezcló, atravesando el suelo de la azotea a través de ella como un fantasma. La visión de Extraño, aparentemente dormido en la posición del loto, les llamó poderosamente la atención.

—Bonito momento para echarse una siesta —dijo la Antorcha.

—Esto no me gusta —dijo Druid—; parece estar en algún tipo de trance.

—Sin embargo, no tenemos tiempo que perder con las extravagancias de ese tipo —terció el Capitán—. Tenemos una misión que cumplir.

—Tenemos que seguir bajando hasta el sótano —dijo Anthony Druid—; de ahí parecen venir las emanaciones.

—Entonces, ¡dejémonos de perder tiempo! ¡Llamas a mí! —La Antorcha concentró un chorro de llamas al rojo blanco en el suelo, abriendo un boquete de ladrillo fundido por el cual se coló hasta el siguiente nivel. Allí volvió a repetir la operación.

—Ese cabezahueca, siempre tan impetuoso... —dijo Namor—. ¡Espérame! —El príncipe submarino voló a través de la misma abertura que había practicado el androide.

Para cuando el resto de los Invasores llegaron al sótano, la antagónica pareja ya había tenido tiempo de descubrir los descomunales hombres mecánicos. La invisible forma astral del Doctor Extraño observaba en silencio, inadvertida, sin poder intervenir.

—¡Echadle un vistazo a esto! —exclamó la Antorcha—. ¿No os recuerdan a Electro?

En efecto, los brutos mecánicos que parecían vigilarles en silencio compartían el aspecto amenazador del robot que había sido su aliado. Como para corroborar las palabras del androide flamígero, la figura metálica de color magenta emitió un zumbido y, acto seguido, su único ojo destelló con una luz eléctrica. A éste le siguieron los otros tres, azul, amarillo y negro, que comenzaron a moverse con la parsimonia del durmiente que se despereza tras una larga siesta. Un aura luminosa emanaba de cada uno de ellos, como un misterioso campo de fuerza de origen desconocido. Las intenciones de las máquinas quedaron de manifiesto cuando el de color negro emitió un resplandor púrpura a través de su único ojo, lanzando un rayo de energía en dirección al Capitán América, que pudo deflectar con su escudo.

—¡Imperius rex! —fue el grito de guerra del Hombre Submarino. Se lanzó al vuelo, como una bala de cañón, sobre el androide color amarillo, lanzándolo contra la pared. El techo crujió, dejando caer una lluvia de tierra sobre los luchadores. El gigantesco bruto mecánico respondió al ataque del anfibio con un golpe demoledor con una de sus manos, que resonó como un martillo pilón. Namor, sorprendido ante tamaña demostración de fuerza, salió disparado hacia el otro extremo del sótano, viendo interceptada su trayectoria por un pilar de cemento que se resquebrajó por el impacto. Aturdido, el anfibio recuperó la verticalidad brevemente, solo para volverla a perder por el impacto del rayo púrpura del robot. Aquellos monstruos mecánicos resultaban mucho más rápidos de lo que su apariencia podía hacer pensar, como estaban descubriendo los héroes de forma dolorosa. Namor fue invadido por la asfixiante sensación de sequedad que el rayo había impreso sobre su piel de anfibio, drenando sus fuerzas sobrehumanas. Si no conseguía recuperar el agua vital que había perdido, pronto no sería más que un bulto inútil en la batalla.

Visión y la Antorcha combinaron sus esfuerzos contra el robot azul, que giraba sus poderosos brazos como las aspas de un enloquecido molino, haciendo zumbar el aire a su alrededor. Las llamas del androide flamígero no parecían llegar a la superficie del autómata, interceptadas por aquella extraña envoltura luminosa. Los golpes del ykraiahno, sin embargo, hicieron tambalearse a la mole. Entonces, el robot amarillo lanzó uno de sus rayos púrpura desde la hendidura que ocupaba el lugar donde habrían estado los ojos de un ser humano, alcanzando a la Antorcha y apagando su llama al instante. Al ver a Namor tendido en el suelo sin poder intervenir, Druida comprendió la naturaleza de su problema. Convocó el espíritu del agua que yacía bajo el subsuelo, en las alcantarillas de Nueva Jersey, atrayendo un géiser que irrumpió a través del piso. El robot amarillo pareció vacilar unos instantes, bañado en aquella húmeda cortina ascendente, tiempo que le bastó a la Visión para concentrar toda su fuerza en un nuevo golpe con ambos puños unidos, como un ariete medieval. La cabeza del bruto mecánico pareció desencajarse mínimamente de sus anclajes y su propietario perdió pie, teniendo que buscar asidero en otra de las columnas. Mientras, el príncipe Namor, alcanzado por las aguas malolientes, comenzaba a reincorporarse al combate.

El Capitán América llevó a cabo una de sus increíbles series de acrobacias, esquivando los rayos del robot negro al tiempo que se iba acercando al coloso. El invasor era un borrón rojo, blanco y azul que avanzaba implacable hacia su objetivo. Una vez dentro de la guardia del gigante, describió un gancho con ambas manos, reforzado por el canto de su escudo. El tremendo mandoble descolgó la mandíbula del bruto, que comenzó a chisporrotear debajo del campo de fuerza. Lejos de detener su ataque, el abanderado rodó por el suelo, colocándose detrás del robot y lanzándose con todo el impulso de sus piernas musculosas contra su base. El monstruo mecánico se tambaleó unos instantes, justo antes de caer hacia atrás con pesado estruendo. Su rayo embistió el techo del sótano antes de apagarse, provocando una pequeña lluvia de cascotes primero y una auténtica avalancha después, sepultando al robot magenta. El Capitán América utilizó su escudo como defensa para bloquear lo peor de la lluvia mortífera, que sin embargo inundó la estancia con una nube de polvo irrespirable y gris.

—¡La estructura se está viniendo abajo! —gritó el justiciero de las barras y estrellas—. Hay que salir de aquí...


Mientras, varias plantas por encima, el cuerpo físico del Doctor Extraño aguardaba ajeno al riesgo que corría su vida. Si su cuerpo astral permanecía separado de él más de veinticuatro horas, los daños serían irremisibles. Pero nada de eso importaba si su frágil envoltura carnal resultaba aplastada bajo la estructura del vetusto inmueble que parecía estar a punto de venirse abajo. Su proyección mística, capturada por el ente desconocido que deseaba su muerte, seguía debatiéndose por liberarse de sus ataduras. Percibiendo una fluctuación de las fuerzas que lo aprisionaban, redobló sus esfuerzos por romper el hechizo:

»Quienquiera que seas, no podrás retenerme mucho más. Empiezas a debilitarte.

»Tanto da, Extraño. Esto solo ha sido un aviso, fruto de la improvisación. La próxima vez, te aseguro que nada podrá evitar que cumpla mi cometido, mago. Ahora debo irme y borrar todo rastro de mi presencia aquí
.

Stephen recobró el control de su forma astral con alivio, dirigiéndose al instante hacia arriba para retornar a su cuerpo. Una vez restaurada su unión, levitó hacia el sótano para ayudar a sus compañeros en apuros. Allí se encontró con un frenético Capitán América, que trataba de sacar a un hombre inconsciente del interior de la carcasa abollada que había sido el robot magenta.

—¡Hay hombres dentro de estas armaduras! —gritaba para hacerse oír por encima del estruendo del derrumbe—. ¡Tenemos que sacarlos de aquí antes de que esto se colapse!

Ya desprovistos de aquel aura brillante que les había envuelto hasta la huida del misterioso ente arcano, los robots dejaron de atacar a los Invasores. Namor y la Visión desmontaron las armaduras restantes, rescatando a sus ocupantes, que vestían ropa con el emblema del ejército de los Estados Unidos.

Una vez todos ese encontraron a una distancia prudencial del edificio, pudieron ver la estructura colapsarse, desapareciendo la mitad del inmueble entre una nube de polvo que se expandía como una medusa oscura y monstruosa bajo la luz de la luna.

—¿Qué significa esto? —preguntó el Hombre Submarino al soldado que parecía más entero—. Nos envían en busca de unos nazis y somos atacados por agentes del gobierno.

—Se suponía que ibais a poner a prueba la resistencia de estos prototipos de armadura de asalto —dijo el agente, bañado en sudor—. Lo de la copa de Odín era una cortina de humo, ni siquiera existe tal objeto. Pero pasó algo inesperado... De pronto, las armaduras comenzaron a funcionar por su cuenta. ¡Estos prototipos ni siquiera están equipados con cañones lanzarrayos, pero eso no les impidió dispararos!

—Creo que yo puedo explicar eso —terció Extraño—. Se trata de la fuente de poder místico que rastreamos hasta aquí. No puedo revelar más detalles, pero ésa era la verdadera razón de mi presencia aquí esta noche. Se topó con estos agentes por casualidad y decidió utilizarlos para tenderme una trampa... Y cerca estuvo de conseguir su cometido.

—Me temo —dijo la Antorcha, tras una pausa en que miró al Hechicero Supremo con semblante torvo— que hemos sido utilizados como peones. Mientras nosotros nos jugábamos la vida, y la de estos agentes, para probar los nuevos juguetes de los chicos del departamento armamentístico, los nazis siguen amenazando la libertad de la raza humana.

—Al príncipe Namor no le gusta ser tomado por un necio —dijo el anfibio, con una mueca de disgusto—. Tal vez debamos replantearnos la conveniencia de obedecer a un líder tan retorcido.

Stephen Extraño aprovechó que nadie reparaba en su presencia para tejer un sencillo hechizo de olvido sobre Namor y el Capitán América. No estaba seguro del efecto que tal sortilegio tendría sobre el habitante de una dimensión ajena a ésta y un androide, por lo que excluyó a Aarkus y a la Antorcha. En cuanto a Druida, prefirió no arriesgarse a que sintiese la sutil manipulación mística. Al menos, dos de ellos no le reconocerían cuando se conociesen, años después; olvidarían el aspecto de su rostro y el sonido de su voz por completo, al cabo de unas semanas. Confiaba en el buen juicio de Druida para mantener el secreto si tal encuentro llegaba a producirse. En cuanto a Aarkus y la Antorcha, sabía por experiencia que iban a pasar una larga temporada en paradero desconocido, con todos los que una vez tuvieron contacto con ellos creyéndolos muertos o desaparecidos. Eso eliminaba casi cualquier posibilidad de que se pudiera producir una paradoja temporal, derivada de su presencia en los años cuarenta.

Entonces, una presencia familiar se abrió paso hasta la mente del Doctor Extraño, hablándole con la voz profunda de Madame Web. Su irrupción estuvo a punto de anular el hechizo de olvido, que por fortuna ya estaba bien consolidado.

Stephen, tu misión en esa parada ha concluido. La próxima estación te llevará a Los Angeles, California, en el año 1959. Es allí donde tendrá lugar el próximo intento de eliminarte por parte de tu enemigo.

Con las sienes palpitándole de dolor sordo, como el que proporciona una soberana resaca etílica, el Hechicero Supremo se encaminó hacia Central Park, donde le aguardaba la máquina del tiempo. Mientras sobrevolaba los rascacielos de Manhattan, no pudo evitar sonreír al pensar que los héroes de los años cuarenta, al menos, sí tenían una buena razón para luchar

Continuará...


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Próximo: ¿qué superhéroe de la edad dorada del rock n´ roll unirá fuerzas con nuestro hechicero favorito? ¿Qué nueva amenaza deberá enfrentar? No te pierdas la próxima actualización de Action Tales...

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