Título: La muerte de los monstruos (VII): Rendición Autor: Carlos Javier Eguren Portada: Conrado Martín Publicado en: Febrero 2015
¡La Espada de Azrael ha sido encontrada por los Ángeles! El arma que puede extinguir a cualquier monstruo de la faz de la Tierra ha caído en las peores manos posibles y Blade ha fracasado, pero ¿por qué sigue vivo? ¿Qué quiere de él el Maestro, el Líder de los Ángeles? ¡Descúbrelo aquí!
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Solo hay una persona que se interpone entre la humanidad y los Hijos de la noche. Un cazador solitario cuya misión es eliminar de la faz de la tierra a ese cáncer llamado Vampiro.
Creado por Marv Wolfman y Gene Colan
La oscuridad comenzó a disiparse con breves zumbidos y estocadas de luz que dejaron al Cazador aún más confundido. Una voz atronadora cubrió su alrededor y sus reflejos de asesino hicieron que abriese los ojos.
—Te encontré muerto y te resucité… Otra vez —dijo el Maestro con un rostro sonriente—. Créeme, me debes una y esa una debe ser una conversación. Al fin y al cabo, he montado todo este espectáculo para volver a verte y así he convocado una diabólica simetría: vuelvo a encontrarte muerto, pero la pregunta es: ¿te resucitaré? Creo que la elección depende de ti esta vez.
El fundador y líder de los Ángeles dejó su yelmo sobre una mesa antigua, de madera negra, recubierta por un lienzo rojizo. A su espalda, colgando en la pared, un estandarte con uno de los símbolos de la Orden.
Blade descubrió que se hallaba de uno de los cuarteles de la congregación. Pronto, los recuerdos volvieron a su mente y aceptó que no, no era una pesadilla: los Ángeles poseían ahora la Espada de Azrael.
El Cazador se había llevado un golpe para luego recuperar la conciencia en aquella extraña estancia, culminada por viejos tapices y cuadros de batallas secretas. El dolor de cabeza le mareaba, pero no podía dejar que la confusión le llevase.
— ¿Qué debo hablar con el nuevo tirano del mundo? —preguntó Blade levantando su rostro.
Quiso mover sus brazos, pero unos grilles se lo impedían. Miró a su alrededor. Estaba atado a la silla; pesadas cadenas de plata se aferraban a sus pies y manos. Su rabia ni siquiera podía liberarle.
— ¿Me has llamado “el nuevo tirano del mundo”, muchacho? ¡Entonces ya me reconoces como tu señor, qué placer!
El Maestro sonrió contemplando el arma que tenía en sus manos: la Espada de Azrael.
—Hay muchos mundos y el mío jamás será gobernado por alguien como tú.
El Maestro guardó el arma en su vaina y dirigió su rostro en dirección a Blade.
—No te preocupes, amigo, no quiero gobernar tu mundo, quiero destruirlo hasta que se convierta en un recuerdo tan falso que ni siquiera parezca un cuento con el que asustar a los críos.
>> Cuando se extinga tu sociedad, no tendrás un rey al que obedecer… En realidad, no tendrás… nada. No habrá vampiros, hombres lobo, sirenas, minotauros, demonios… Nada. No serán ni leyendas, no existirán, los erradicaré de la memoria humana y crearé una civilización que no guarde miedo a ninguna criatura deleznable. ¿No me convierte eso en alguien digno de seguir? Durante siglos, nos hemos enfrentado a los monstruos, hemos vivido aterrorizados nuestras cortas vidas (al menos las vuestras, yo siempre fui inmortal, ¿no?). Ahora, tengo la oportunidad de cambiar todo, de crear una nueva raza humana, más fuerte, sin miedo a nada. ¿Ves mi bondad?
—Veo tu idiotez.
—Te estás ganando que te corte la lengua…
—Los humanos siempre tendrán miedo.
—Ningún miedo real a partir de ahora.
— ¿Crees que los humanos no pueden ser monstruos para los humanos?
—Después de lo que haré, no… Sabrán cuál es su destino si me desafían y no será un destino placentero, sino uno del que no se regresa: la muerte.
>>Postrando a los rebeldes, perdonando a los ilusos, fomentando a los creyentes, mi utopía dejará de serlo para convertirse en el mañana.
>>Educando a los críos desde pequeños con puño de acero, librándonos de las manzanas podridas de esa temporada… en un par de generaciones tendremos un imperio que valdrá la pena construir, uno cimentado por guerreros de acero que jamás temblarán, Ángeles que traerán lo que siempre ambicionamos un gran futuro, la Mañana Silenciosa donde no se escuchará el lamento de nadie ni el aullido de los monstruos. ¡Pronto amanecerá y nadie podrá hacer nada para evitarlo, desgraciado!
Blade negó con la cabeza.
—Eso sí que da miedo.
— ¿Te da miedo a ti? Empezamos bien entonces y…
—Jamás, lunático —interrumpió Blade—. ¿Qué más da que sea real o ficticio el miedo? No podrás con él eternamente.
—Venceré a todos los monstruos, ¿cómo no vencer al miedo? Así la humanidad se librará del peor enemigo de todos, aquel que nos ha desgarrado tanto tiempo. En mi mundo feliz ya no habrá miedo ni temor, no habrá sombras a las que temer, no habrá leyendas a las que acudir para tener escalofríos. Cortaré el cuello de las pesadillas y decapitaré al terror. Será un mundo sin miedo, un mundo que valdrá la pena vivir.
— ¿Sabes qué, Maestro? Al final todos ellos tendrán miedo…
— ¿A qué?
—Mejor dicho, ¿a quién?
— ¿A quién, pues?
—A ti. Temerán que los señales como monstruos, ¿qué harás? ¿Te erradicarás a ti mismo? Podrías empezar por eso.
—Blade, a los que osen tener miedo, los erradicaré también.
—Y solo causarás más gente con miedo. Tu camino no tiene salida.
—Abriré una si hace falta.
Blade reía pocas veces, pero sabiendo que aquella podía ser la última ocasión, lo hizo.
—Entonces, ¿qué hago aquí teniendo que aguantar tus gilipolleces cuando ya tienes planes para tu reino a tu imagen y semejanza?
El Maestro dio un par de pasos hasta vislumbrar un globo terráqueo que estaba ante él. Blade pensó por un instante que el Maestro lo arrancaría y, siguiendo sus delirios de conquistar el mundo, se pondría a bailar con él, como Charles Chaplin en El gran dictador, esa película que vio tantas veces de crío.
— ¿Qué haces aquí? Esa es tu pregunta y… Oh, Eric, Blade o como quieras llamarte, ¡es sencillo! ¿Qué haces? Pues saber qué puesto puedes tener en mi imperio futuro: un cadáver más o un lugarteniente que ocupe mi trono.
La sorpresa acribilló a Blade.
— ¿De qué demonios estás hablando?
Una sonrisa cruel se dibujó en el rostro del Maestro.
—De demonios precisamente. Mi misión siempre ha sido extinguir a los monstruos. Temo haberme convertido en uno, una bestia inmortal, pero necesaria para cumplirse la voluntad divina, compañero. Ahora, que mi triunfo es inminente, debo preservar la nueva sociedad que crearemos y ahí entras tú.
Blade esgrimió una pequeña sonrisa. Si iba a morir, no le importaba que fuese con una muestra de alegría lunática en su cara.
—No nací para inclinarme ante reyes dementes.
— ¿Y si ante sanguijuelas mezquinas? ¿Sigues a Drácula y sus sucios discípulos y no a mí?
—Yo no les sigo, ellos me siguen a mí.
—Entonces, si no te creo y si no te inclinas ante él, ¿qué haces? ¿Te pones a cuatro patas?
—Agradece ahora que no pueda romper estas cadenas, porque juro que te partiría el cuello.
— ¿Me partirías el cuello? ¿Y qué más da? ¡Estúpido, soy inmortal! Mientras exista un monstruo, seguiré vivo hagas lo que me hagas. ¡Puede tenerlo bien claro tu jefe!
—Drácula no es mi jefe.
—No mientas.
—No seré su perro faldero jamás, ¡ni el tuyo, maldita sea! Jamás.
— ¡Preferiría un perro cazador, pero si continuas negándote, no te preocupes, encontraré una forma de que mi nuevo mundo soporte el amanecer! Irónico que aquel nacido de las sombras, el único capaz de ver la luz, no quiera ser el guía de una civilización hundida en la oscuridad, que se topa por primera vez con los rayos de un sol que los Ángeles han propiciado.
Chistó mientras negaba con la cabeza, como si no quisiera aceptar la insolencia de un niño pequeño. Blade no se calló.
—Un sol que es una hoguera de personas muertas.
— ¡Personas no! ¡Monstruos! Tú más que nadie debería saber la diferencia. ¡Tenía fe en que lo supieras, tenía fe en ti de muchas maneras! Por un tiempo pensé que solamente te habías unido a Drácula para una cosa: ser mi espía entre sus entrañas, mi estaca en su corazón, mi hacha en su cuello… pero parece que la ponzoña al final ha vencido en ti y te has unido a tu peor enemigo. Patético, Eric, muy patético.
—Tanto como tú, llorándome para que te ayudase en tu falsa cruzada contra los Ángeles cuando nos conocimos…
—Yo nunca lloriqueo, Blade. Cuando te sometamos a la tortura que hemos pensado, quizás tú sí. ¿Quizás? A quién engañar, te prometo que sí.
>>Maldito… Te recogí, Cazador, pensando que podrías serme útil. Se escuchaban rumores de monstruos como Drácula regresando de las sombras, también incluso una madre de los vampiros llamada la Creadora… Pensaba que el asesinato de una niña haría que me dieses algo más de información de la amenaza, pero al final siempre supiste cómo escapar de mí… Y cometer el más grave error: encontrar a los Ángeles de la Mañana Silenciosa y convertir a tus aliados, mi orden, en tus enemigos. ¡Merecerías un aplauso por esa estupidez!
—Así que siempre fui una pieza más tu rompecabezas demente, pero te enfadas porque nunca fui tu zorrita…
El Maestro cerraba sus manos, convirtiéndolas en puños con los que atacar en cualquier momento. Paseó una de sus manos por el fuego de una antorcha, sin miedo alguno a quemarse. Pareció disfrutarlo.
—Blade, no te engañes, por favor, ¿quieres? Eres lamentable… Eras un monstruo que elegía ser un cazador. Me recordabas a mí, pero ahora me doy cuenta de todas las diferencias y creo que será mejor dejarte de lado.
— ¿Y por eso tenemos esta conversación desquiciada?
—Será la conversación que dé paso al final.
— ¿Piensas morirte ya?
—No, aún no. Todavía queda lo mejor. La guerra terminará en cuanto liquide a cada representante de las criaturas oscuras.
—Espero que te pateen el culo.
—Pensándolo, en realidad, ni siquiera será una guerra. Algunos lo catalogarían de genocidio…
—Y los matarás…
—Claro que sí, aunque no importa lo que ladren esos perros. Yo lo considero una limpieza a todos los niveles.
—Digno de ti…
El Maestro dio un puntapié a una silla, lanzándola a un lado.
— ¡Por supuesto que es digno de mí! ¿De quién si no? ¡Soy el único que ha tenido valor de llevar a cabo esta labor! ¡Este mundo ha sufrido largo tiempo una plaga, pero ya no más! ¡Soy el ángel exterminador y mi obra culminará pronto!
Blade contempló a aquel loco. Imaginar un mundo reinado por alguien así le hacía pensar que la muerte más que un consuelo era un regalo. Habló.
—Primero los monstruos, luego los mutantes, después la gente con poderes, al final cualquiera que te lleve la contraria… ¿Y qué harás al final, idiota? ¿Irás a por los negros, los asiáticos, los bancos…? ¿Las mujeres? ¿Los hombres?
El Maestro guardó silencio un instante para luego decir con calma:
—Sí, sin duda hay muchos tipos de monstruo, pero tú has rechazado la mano que te he tendido, así que no te toca a ti pensar en eso.
—Jamás participaría en tus juegos.
El Maestro se acercó a Blade.
—Ya veo… Algunos pensarían que ahora debo decidir qué hacer contigo, pero en realidad no es así, ya no tengo porqué, tú mismo has decidido y tu destino será un claro mensaje, una hermosa advertencia.
Blade deseó librarse de las cadenas y destrozar al Maestro, pero no de una manera rápida y clemente, no. Debía ser una muerte lenta y dolorosa, que pagase por toda su maldad, extendida por centurias y centurias de crimen.
—Eric Brooks, serás ejecutado por los Ángeles de la Mañana Silenciosa a medianoche. Piensa en tus pecados. Pronto, pagarás por ellos.
Continuará…
—Te encontré muerto y te resucité… Otra vez —dijo el Maestro con un rostro sonriente—. Créeme, me debes una y esa una debe ser una conversación. Al fin y al cabo, he montado todo este espectáculo para volver a verte y así he convocado una diabólica simetría: vuelvo a encontrarte muerto, pero la pregunta es: ¿te resucitaré? Creo que la elección depende de ti esta vez.
El fundador y líder de los Ángeles dejó su yelmo sobre una mesa antigua, de madera negra, recubierta por un lienzo rojizo. A su espalda, colgando en la pared, un estandarte con uno de los símbolos de la Orden.
Blade descubrió que se hallaba de uno de los cuarteles de la congregación. Pronto, los recuerdos volvieron a su mente y aceptó que no, no era una pesadilla: los Ángeles poseían ahora la Espada de Azrael.
El Cazador se había llevado un golpe para luego recuperar la conciencia en aquella extraña estancia, culminada por viejos tapices y cuadros de batallas secretas. El dolor de cabeza le mareaba, pero no podía dejar que la confusión le llevase.
— ¿Qué debo hablar con el nuevo tirano del mundo? —preguntó Blade levantando su rostro.
Quiso mover sus brazos, pero unos grilles se lo impedían. Miró a su alrededor. Estaba atado a la silla; pesadas cadenas de plata se aferraban a sus pies y manos. Su rabia ni siquiera podía liberarle.
— ¿Me has llamado “el nuevo tirano del mundo”, muchacho? ¡Entonces ya me reconoces como tu señor, qué placer!
El Maestro sonrió contemplando el arma que tenía en sus manos: la Espada de Azrael.
—Hay muchos mundos y el mío jamás será gobernado por alguien como tú.
El Maestro guardó el arma en su vaina y dirigió su rostro en dirección a Blade.
—No te preocupes, amigo, no quiero gobernar tu mundo, quiero destruirlo hasta que se convierta en un recuerdo tan falso que ni siquiera parezca un cuento con el que asustar a los críos.
>> Cuando se extinga tu sociedad, no tendrás un rey al que obedecer… En realidad, no tendrás… nada. No habrá vampiros, hombres lobo, sirenas, minotauros, demonios… Nada. No serán ni leyendas, no existirán, los erradicaré de la memoria humana y crearé una civilización que no guarde miedo a ninguna criatura deleznable. ¿No me convierte eso en alguien digno de seguir? Durante siglos, nos hemos enfrentado a los monstruos, hemos vivido aterrorizados nuestras cortas vidas (al menos las vuestras, yo siempre fui inmortal, ¿no?). Ahora, tengo la oportunidad de cambiar todo, de crear una nueva raza humana, más fuerte, sin miedo a nada. ¿Ves mi bondad?
—Veo tu idiotez.
—Te estás ganando que te corte la lengua…
—Los humanos siempre tendrán miedo.
—Ningún miedo real a partir de ahora.
— ¿Crees que los humanos no pueden ser monstruos para los humanos?
—Después de lo que haré, no… Sabrán cuál es su destino si me desafían y no será un destino placentero, sino uno del que no se regresa: la muerte.
>>Postrando a los rebeldes, perdonando a los ilusos, fomentando a los creyentes, mi utopía dejará de serlo para convertirse en el mañana.
>>Educando a los críos desde pequeños con puño de acero, librándonos de las manzanas podridas de esa temporada… en un par de generaciones tendremos un imperio que valdrá la pena construir, uno cimentado por guerreros de acero que jamás temblarán, Ángeles que traerán lo que siempre ambicionamos un gran futuro, la Mañana Silenciosa donde no se escuchará el lamento de nadie ni el aullido de los monstruos. ¡Pronto amanecerá y nadie podrá hacer nada para evitarlo, desgraciado!
Blade negó con la cabeza.
—Eso sí que da miedo.
— ¿Te da miedo a ti? Empezamos bien entonces y…
—Jamás, lunático —interrumpió Blade—. ¿Qué más da que sea real o ficticio el miedo? No podrás con él eternamente.
—Venceré a todos los monstruos, ¿cómo no vencer al miedo? Así la humanidad se librará del peor enemigo de todos, aquel que nos ha desgarrado tanto tiempo. En mi mundo feliz ya no habrá miedo ni temor, no habrá sombras a las que temer, no habrá leyendas a las que acudir para tener escalofríos. Cortaré el cuello de las pesadillas y decapitaré al terror. Será un mundo sin miedo, un mundo que valdrá la pena vivir.
— ¿Sabes qué, Maestro? Al final todos ellos tendrán miedo…
— ¿A qué?
—Mejor dicho, ¿a quién?
— ¿A quién, pues?
—A ti. Temerán que los señales como monstruos, ¿qué harás? ¿Te erradicarás a ti mismo? Podrías empezar por eso.
—Blade, a los que osen tener miedo, los erradicaré también.
—Y solo causarás más gente con miedo. Tu camino no tiene salida.
—Abriré una si hace falta.
Blade reía pocas veces, pero sabiendo que aquella podía ser la última ocasión, lo hizo.
—Entonces, ¿qué hago aquí teniendo que aguantar tus gilipolleces cuando ya tienes planes para tu reino a tu imagen y semejanza?
El Maestro dio un par de pasos hasta vislumbrar un globo terráqueo que estaba ante él. Blade pensó por un instante que el Maestro lo arrancaría y, siguiendo sus delirios de conquistar el mundo, se pondría a bailar con él, como Charles Chaplin en El gran dictador, esa película que vio tantas veces de crío.
— ¿Qué haces aquí? Esa es tu pregunta y… Oh, Eric, Blade o como quieras llamarte, ¡es sencillo! ¿Qué haces? Pues saber qué puesto puedes tener en mi imperio futuro: un cadáver más o un lugarteniente que ocupe mi trono.
La sorpresa acribilló a Blade.
— ¿De qué demonios estás hablando?
Una sonrisa cruel se dibujó en el rostro del Maestro.
—De demonios precisamente. Mi misión siempre ha sido extinguir a los monstruos. Temo haberme convertido en uno, una bestia inmortal, pero necesaria para cumplirse la voluntad divina, compañero. Ahora, que mi triunfo es inminente, debo preservar la nueva sociedad que crearemos y ahí entras tú.
Blade esgrimió una pequeña sonrisa. Si iba a morir, no le importaba que fuese con una muestra de alegría lunática en su cara.
—No nací para inclinarme ante reyes dementes.
— ¿Y si ante sanguijuelas mezquinas? ¿Sigues a Drácula y sus sucios discípulos y no a mí?
—Yo no les sigo, ellos me siguen a mí.
—Entonces, si no te creo y si no te inclinas ante él, ¿qué haces? ¿Te pones a cuatro patas?
—Agradece ahora que no pueda romper estas cadenas, porque juro que te partiría el cuello.
— ¿Me partirías el cuello? ¿Y qué más da? ¡Estúpido, soy inmortal! Mientras exista un monstruo, seguiré vivo hagas lo que me hagas. ¡Puede tenerlo bien claro tu jefe!
—Drácula no es mi jefe.
—No mientas.
—No seré su perro faldero jamás, ¡ni el tuyo, maldita sea! Jamás.
— ¡Preferiría un perro cazador, pero si continuas negándote, no te preocupes, encontraré una forma de que mi nuevo mundo soporte el amanecer! Irónico que aquel nacido de las sombras, el único capaz de ver la luz, no quiera ser el guía de una civilización hundida en la oscuridad, que se topa por primera vez con los rayos de un sol que los Ángeles han propiciado.
Chistó mientras negaba con la cabeza, como si no quisiera aceptar la insolencia de un niño pequeño. Blade no se calló.
—Un sol que es una hoguera de personas muertas.
— ¡Personas no! ¡Monstruos! Tú más que nadie debería saber la diferencia. ¡Tenía fe en que lo supieras, tenía fe en ti de muchas maneras! Por un tiempo pensé que solamente te habías unido a Drácula para una cosa: ser mi espía entre sus entrañas, mi estaca en su corazón, mi hacha en su cuello… pero parece que la ponzoña al final ha vencido en ti y te has unido a tu peor enemigo. Patético, Eric, muy patético.
—Tanto como tú, llorándome para que te ayudase en tu falsa cruzada contra los Ángeles cuando nos conocimos…
—Yo nunca lloriqueo, Blade. Cuando te sometamos a la tortura que hemos pensado, quizás tú sí. ¿Quizás? A quién engañar, te prometo que sí.
>>Maldito… Te recogí, Cazador, pensando que podrías serme útil. Se escuchaban rumores de monstruos como Drácula regresando de las sombras, también incluso una madre de los vampiros llamada la Creadora… Pensaba que el asesinato de una niña haría que me dieses algo más de información de la amenaza, pero al final siempre supiste cómo escapar de mí… Y cometer el más grave error: encontrar a los Ángeles de la Mañana Silenciosa y convertir a tus aliados, mi orden, en tus enemigos. ¡Merecerías un aplauso por esa estupidez!
—Así que siempre fui una pieza más tu rompecabezas demente, pero te enfadas porque nunca fui tu zorrita…
El Maestro cerraba sus manos, convirtiéndolas en puños con los que atacar en cualquier momento. Paseó una de sus manos por el fuego de una antorcha, sin miedo alguno a quemarse. Pareció disfrutarlo.
—Blade, no te engañes, por favor, ¿quieres? Eres lamentable… Eras un monstruo que elegía ser un cazador. Me recordabas a mí, pero ahora me doy cuenta de todas las diferencias y creo que será mejor dejarte de lado.
— ¿Y por eso tenemos esta conversación desquiciada?
—Será la conversación que dé paso al final.
— ¿Piensas morirte ya?
—No, aún no. Todavía queda lo mejor. La guerra terminará en cuanto liquide a cada representante de las criaturas oscuras.
—Espero que te pateen el culo.
—Pensándolo, en realidad, ni siquiera será una guerra. Algunos lo catalogarían de genocidio…
—Y los matarás…
—Claro que sí, aunque no importa lo que ladren esos perros. Yo lo considero una limpieza a todos los niveles.
—Digno de ti…
El Maestro dio un puntapié a una silla, lanzándola a un lado.
— ¡Por supuesto que es digno de mí! ¿De quién si no? ¡Soy el único que ha tenido valor de llevar a cabo esta labor! ¡Este mundo ha sufrido largo tiempo una plaga, pero ya no más! ¡Soy el ángel exterminador y mi obra culminará pronto!
Blade contempló a aquel loco. Imaginar un mundo reinado por alguien así le hacía pensar que la muerte más que un consuelo era un regalo. Habló.
—Primero los monstruos, luego los mutantes, después la gente con poderes, al final cualquiera que te lleve la contraria… ¿Y qué harás al final, idiota? ¿Irás a por los negros, los asiáticos, los bancos…? ¿Las mujeres? ¿Los hombres?
El Maestro guardó silencio un instante para luego decir con calma:
—Sí, sin duda hay muchos tipos de monstruo, pero tú has rechazado la mano que te he tendido, así que no te toca a ti pensar en eso.
—Jamás participaría en tus juegos.
El Maestro se acercó a Blade.
—Ya veo… Algunos pensarían que ahora debo decidir qué hacer contigo, pero en realidad no es así, ya no tengo porqué, tú mismo has decidido y tu destino será un claro mensaje, una hermosa advertencia.
Blade deseó librarse de las cadenas y destrozar al Maestro, pero no de una manera rápida y clemente, no. Debía ser una muerte lenta y dolorosa, que pagase por toda su maldad, extendida por centurias y centurias de crimen.
—Eric Brooks, serás ejecutado por los Ángeles de la Mañana Silenciosa a medianoche. Piensa en tus pecados. Pronto, pagarás por ellos.
Continuará…
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