Mystery Men nº02


Título: Peligro en Cozumel (II)
Autor: Julio Martín Freixa 
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Febrero 2015 


El investigador de lo oculto Doctor Dröm, se dirige a Conzumel para intentar evitar que fuerza primigenia que permanecía dormida desde el alba de los tiempos renaciese gracias a la adoración de unos insensatos ¿podrá evitarlo antes de que sea demasiado tarde? ¡Descúbrelo! .
Action Tales presenta:

Creado por Julio Martín Freixa

 

—Un momento, Devon —interrumpió Garland Faust—. ¿Quieres decir que los fantoches de la Orden de Neptuno ya estaban siguiendo tus pasos?
 
—Son una organización más ramificada e insidiosa de lo que pensamos —dijo el Doctor Dröm—. Tienen agentes infiltrados por todas partes, como pude comprobar por mí mismo. El mero hecho de que hayan podido subsistir, totalmente inadvertidos, durante los siglos, nos da una idea de su fortaleza.
 
—Lo cierto es que no había vuelto a oír hablar de ellos... —Faust hizo una pausa—... desde más o menos el siglo XVI. Ya ha llovido desde entonces.
 
—En cambio, yo nunca he cruzado mi camino con ese culto secreto —apuntó Agatha Mandrake—. Al menos, no de forma que me haya quedado patente.
 
—Entre los métodos de sus altos mandatarios se encuentra el control mental, en todas sus variantes: doblegación de la voluntad, hipnosis, borrado de recuerdos... —precisó Dröm—. Con ellos, nunca se sabe qué es real y qué forma parte de un constructo inducido por medios artificiales. Por lo que sabemos, podríamos habérnoslos tropezado en el supermercado la semana pasada, sin recordarlo.

—Eso es de lo más inquietante —terció Faust—. Pero, si vous plait, continúa con tu historia. Mon ami y yo mismo estamos ansiosos por saber cómo acaba. —Señaló con un cabeceo hacia la taciturna figura de aquel hombre de semblante hosco, con la barba de varios días atravesada por aquella cicatriz que le bajaba desde la caja hasta el mentón. ¿Qué oscuro secreto encerraría el pasado de ese desconocido? La respuesta tendría que esperar, pues Devon Mardröm tenía un relato que terminar:




De modo que estaban al corriente de sus movimientos. Por fortuna el episodio no había sido presenciado por ningún testigo. En lo sucesivo, tendría que mantener los ojos bien abiertos. El resto de la travesía transcurrió plácidamente, y el ferri arribó a Puerto Langosta, entre cenotes y arrecifes de coral. Aquí y allá se veían emerger los tubos de respiración de los buceadores. Las sombrillas destacaban en la costa como inmóviles mariposas multicolor. Adentrándose en las calles, buscó una agencia de turismo, donde obtuvo un mapa general de la isla y contrató un taxi para llevarle a las inmediaciones del yacimiento de San Gervasio. Las ruinas estaban a unos quince kilómetros hacia el interior, al noroeste de la isla. Los primeros pobladores de Cozumel habían sido pescadores nómadas, hacia el siglo II antes de Cristo. No fue hasta quinientos años más tarde que se produjo la llegada de los primeros mayas, que introdujeron la agricultura y la arquitectura. Finalmente, en el siglo VIII, los navegantes mayas-chontales desarrollaron el culto a la diosa de la luna, la fertilidad y el nacimiento: Ix Chel. Pero aquello que el Doctor Dröm había venido a buscar era mucho más antiguo y taimado. Se trataba de una fuerza primigenia que permanecía dormida desde el alba de los tiempos y que ahora podría renacer gracias a la adoración de unos insensatos. Faltaban escasas horas para el 27 de agosto de 2013, cuando Neptuno, en su punto más cercano al Sol, sería iluminado y podría ser visto desde la Tierra como una mota azul en el firmamento. Si las sospechas del Doctor Dröm eran ciertas, toda la historia había sido un plan perfectamente orquestado desde la sombra por una organización milenaria que aguardaba el momento propicio para el resurgir del olvidado culto de Neptuno. Habían utilizado al infortunado hijo de Arthur Westerwood para introducirlo en la secta y después dejarlo escapar, simulando un descuido. Sabían que acudiría a su padre, un estudioso de la arqueología antigua, con las notas y el mapa que habían preparado para la ocasión. Sería cuestión de tiempo que la información llegase a las manos de su famosa hermana, Laura Westerwood, la eminente arqueóloga, y sus colegas de Archeotec. Con los recursos de la universidad de Miskatonic a su disposición, no tardarían en comenzar la obra que a la secta de Neptuno le resultaba imposible llevar a cabo: la excavación en plena isla de Cozumel. Era necesario que fuese una entidad legítima y mundialmente reconocida la que se hiciera cargo, de otro modo no sería posible obtener los permisos requeridos. Y aquella noche podría tener lugar el rito de invocación definitivo, si lograban exhumar aquello que dormía bajo las piedras...

—Hemos llegado, señor —dijo el conductor, deteniendo su viejo Chevrolet Bel Air del 57.

—Esto es San Gervasio —dijo Dröm, echando una mirada conspicua a través de la ventanilla—. ¿No podría adentrarse un poco más en la jungla?

—No, señor. Aquí se acaba la carretera, si es que se le puede llamar así a este camino de tierra. A partir de aquí, tendrá que seguir solo.

A regañadientes, el doctor se apeó del taxi, bajo un sol de justicia. No se veía ni rastro de turistas en las ruinas.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó—. Esperaba ver una nube de turistas por aquí.

—Es por las nuevas excavaciones. Durante esta semana, no se hacen rutas turísticas por aquí. A usted le he traído porque me va a pagar el doble de lo normal.

Una vez satisfecha la deuda, el vehículo se alejó por el camino, levantando una nube de polvo a su paso. A solas frente a los restos del pasado, el Doctor Dröm se internó en la jungla. De súbito, la oscuridad se cerró a su alrededor, arremolinándose entre sus pies serpenteantes jirones de niebla. Los rayos del sol apenas podían penetrar el exuberante dosel y un fuerte olor a tierra húmeda y hojas en descomposición embotaba sus sentidos. La sensación de estar adentrándose en un mundo extraño y opresivo, salido de una pesadilla, se hacía cada vez más vívida a medida que avanzaba entre la maleza. Consultó su brújula de bolsillo, pues no disponía de ninguna otra referencia para asegurarse de que no estaba caminando en círculos. ¿Cuánto tiempo llevaba deambulando? ¿Minutos, horas, días quizá? Era difícil saberlo, pero juraría que la luna y las estrellas habían hecho ya su aparición. Tenía que alcanzar la excavación antes de que Neptuno brillara en la bóveda celeste, o las consecuencias podrían ser fatales. Entonces, los oyó. Ecos rítmicos que reverberaban desde el corazón de la selva, como una llamada ritual. Siniestros tambores que anunciaban el advenimiento de fuerzas demoníacas, ávidas de sangre y destrucción. Haciendo acopio del último reducto de su fuerza de voluntad, el Doctor Dröm luchaba contra su propio miedo irracional, el pánico primordial de un hombre que había contemplado el abismo otras veces… ¡Y el abismo le había devuelto la mirada! Finalmente, alcanzó el perímetro vallado del nuevo yacimiento, en mitad de un claro. El cartel no dejaba lugar a dudas, pues en él lucía el emblema de la universidad de Miskatonic, junto al de Archeotec. Encontró la verja abierta y ningún vigilante, algo nada habitual en esos casos. Las siluetas de las máquinas excavadoras se recortaban contra el cielo estrellado como siniestros esqueletos de dinosaurio. El resto del valioso equipo arqueológico yacía desparramado sin orden ni concierto, presa fácil de cualquier saqueador. En el centro del recinto se alzaba una enorme tienda de campaña, que recordaba un viejo elefante desinflado. Por todo alrededor, se podían observar montones de tierra removida y piedras. Si el doctor estaba en lo cierto, debajo de la tienda estaría la entrada a la excavación. Solo esperaba que no fuera ya demasiado tarde para los arqueólogos, incluida Laura Westerwood.
Tomó una lámpara de keroseno y, prendiéndola con una cerilla, se aventuró en el interior de la carpa. Tal y como había anticipado, en el suelo se abría una oquedad oscura como las cuencas vacías de la Muerte, retándole a escrutar sus secretos. Amparado únicamente por la burbuja de luz que arrojaba la lamparilla, comenzó a descender por la escala de mano metálica que colgaba del borde. Al bajar la mirada pudo distinguir el firme de una gruta que discurría de norte a sur, unos cinco metros bajo sus pies. Una vez puso los pies en tierra, pudo comprobar que la temperatura había descendido varios grados de forma súbita. Entonces volvió a escuchar los tambores, esta vez con mayor nitidez y con un ritmo cada vez más desenfrenado. Avanzó hacia el origen del sonido y llegó a una bóveda que se abría ante sí, excavada por manos ancestrales en la roca caliza. Agazapado tras un saliente de la pared, fue testigo de una escena insólita.
Los cuatro arqueólogos, todavía con sus ropas de trabajo, se hallaban de pie, atados a unas estalagmitas con las manos sujetas por detrás. Podía ver sus miradas perdidas reflejando las llamas, con total seguridad debían de haber sido drogados. A ambos lados, ocho indígenas, con el cuerpo pintado con motivos ceremoniales, golpeaban los tambores que sostenían en sus regazos. Puesto en pie, un hechicero chamán ataviado con una capa emplumada salmodiaba en una lengua más antigua que los mayas. En la mano izquierda sostenía el tridente de Neptuno, a modo de bastón ceremonial. Con él trazaba intrincados símbolos en el aire, ante la mirada impasible de sus prisioneros. El Doctor Dröm intuía lo que iba a suceder a continuación, si no hacía algo para evitarlo; iban a ser sacrificados en honor a su impía deidad. Sin titubear, metió la mano en la bandolera y extrajo un objeto esférico de cristal. Se trataba de una redoma que contenía gas lacrimógeno de alto índice de dispersión, cortesía del departamento de química de la universidad de Miskatonic. Lo lanzó con todas sus fuerzas a los pies del chamán, que de inmediato comenzó a retorcerse entre violentos accesos de tos. El Doctor Dröm montó las piezas de una máscara antigás y se la colocó sobre el rostro antes de entrar en escena. Corrió hacia el sacerdote emplumado y, arrebatándole el tridente, le golpeó en la sien para dejarlo fuera de combate. Los otros acólitos, también incapaces de controlar los espasmos, todavía no eran capaces de comprender lo que estaba ocurriendo. Cuando los cautivos ya empezaban a mostrar los mismos síntomas, Dröm les fue colocando, uno por uno, unos pañuelos empapados en agua de su cantimplora sobre la cara. Seguidamente, cortó las ataduras de todos ellos y comprobó que estaban saliendo poco a poco de su estupor.

—¡Deprisa! Salgamos de aquí —gritó Dröm. Pero en ese momento, sonó un disparo procedente de algún lugar de la caverna. Al parecer, los indígenas iban mejor equipados de lo que había supuesto.
 
El estruendo de la detonación dio paso a un murmullo gutural, que fue creciendo en intensidad hasta convertirse en un rugido sobrecogedor, acompañado por un fuerte temblor de tierra. ¡La caverna se estaba viniendo abajo!
 
—¡Corred! —apremió el doctor—. Este terreno es inestable. ¡Seguidme!

Como saliendo de un trance, los cuatro arqueólogos atravesaron la galería subterránea en dirección a la escalinata. Los cascotes llovían a su paso, arrastrando nubes de polvo cegador. Todavía tosiendo y lagrimeando, a pesar de los paños húmedos, tropezaban con frecuencia y a punto estuvo alguno de ellos de quedar sepultado para siempre. Una vez estuvieron todos a salvo, mientras se lavaban la cara en un intento de deshacerse de los restos del gas irritante, pudieron presenciar un fenómeno excepcional. Neptuno brillaba en el cielo, como una diminuta luciérnaga sideral. De la boca de la excavación surgía una nube de polvo, cuya silueta espectral les hizo pensar en los horrores primigenios que habían estado cerca de caminar una vez más por la Tierra… ¿O no había sido así?

—De no haber sido por su aparición —comenzó a decir Laura—, quién sabe qué hubiera podido ocurrir. Pero, ¿Quién es usted?
 
—Mi nombre —contestó, al tiempo que se quitaba la máscara antigás—, es Devon Mardröm. Aunque también se me conoce como Doctor Dröm.
 
—No puedo creer que dijeras eso, Devon —dijo Garland Faust, sonriendo como aligátor—. Casi suena a filme de serie B...
 
—Bueno, es posible que en realidad dijera otra cosa —concedió Dröm—. La  mente a veces me juega malas pasadas.

—Doy fe de ello —apostilló Agatha, la fiel y enigmática compañera del Jinete Onírico—. Hay días en los que no es capaz ni de encontrar las llaves del coche sin mi ayuda.
 
—Me dejas en evidencia, jovencita —bromeó Dröm. A pesar del aspecto rebosante de vitalidad de
 
Agatha Mandrake, que aparentaba estar alrededor de la treintena, su verdadera edad constituía un misterio para la mayoría de los mortales. Aprovechó el inciso para desviar la conversación hacia otro asunto que le inquietaba—: Perdonad mi atrevimiento, pero lo cierto es que no sabemos nada del caballero que nos acompaña esta noche. ¿No cree que es un buen momento para las presentaciones, señor...?
El hombre silencioso, que ni tan siquiera se había quitado el guardapolvo, lo miró a los ojos. Devon, gracias a su percepción extrasensorial, supo entonces que, al igual que Agatha y el propio Faust, había vivido el equivalente a varias vidas humanas normales. También percibió una fuerte emanación psíquica procedente de él, ominosa y oscura, como si el individuo que tenía ante él careciese de alma.
 
—Podéis llamarme Judas —dijo con una voz que recordaba a un rodillo pasando por encima de un manto de grava—. Aunque a lo largo de mi vida me han llamado muchas cosas; pocas de ellas bonitas.

—¿De dónde viene usted, monsieur Judas? —inquirió Faust.
 
—He recorrido un largo camino. En realidad, si hay algún lugar que pueda llamar hogar, sin duda se trata del infierno. Llevo allí más tiempo del que puedo recordar.
Los tres amigos se miraron unos a otros, incómodos con el tono mordaz en que hablaba el extraño, aun arrastrando las sílabas como quien acaricia un colt en su bolsillo, dispuesto a disparar a la menor provocación.
 
—Sin embargo, ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que hable de ello —continuó—. Y presiento que en esta sala hay más de un inmortal, por lo que mi historia no os ha de perturbar demasiado. ¡Qué demonios! ¡Qué DEMONIOS! ¡Jajajajaja! ¡Demonios! Tiene gracia...
 
La risa rota de Judas sonó como el graznido de un cuervo al ser aullentado del ahorcado en el que se estaba alimentando, producida por un chiste privado que tan solo él comprendía.

Próximo: ¡La maldición de Judas, el Miserable!


Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)


No hay comentarios:

Publicar un comentario