Mystery Men nº05


Título: El Despertar de la Momia de Lenin (I
Autor: Julio Martín Freixa 
Portada: Julio Martín Freixa 
Publicado en: Jun 2015 

¡Nueva saga! El profesor Challenger, reúne a un grupo de intrépidos "Mystery Men" para enfrentarse a una amenaza sin igual... ¡La momia de Lenin! .
Action Tales presenta:

Creado por Julio Martín Freixa

 





Pasaban los minutos, inexorables, y el anfitrión seguía sin aparecer. El extraño cuarteto continuaba intercambiando anécdotas de sus respectivas carreras en la lucha contra el crimen, a excepción de un taciturno Judas el Miserable, que se limitaba a contemplarlos con gesto hosco. Garland Faust lanzaba furtivas miradas de reojo a la esfera del carillón, cuestionándose si realmente aparecería él. En el instante en que las manecillas marcaban las diez, como en respuesta a su callada pregunta, un panel de la biblioteca giró sobre su eje oculto para dar paso a un anciano de aspecto simiesco, cuyas cejas pobladas como felpudos dejaban en la sombra unos ojos que transmitían autoridad. La frente huidiza, en otros tiempos cubierta de una espesa cabellera negra como la noche, ahora tan solo reflejaba la luz de los candelabros. Su barba seguía siendo tan poblada como antaño, de cuatro puños de largo al menos, pero se había cubierto de nieve. Entre sus manos grotescamente enormes sostenía un vaso de whisky lleno hasta la mitad, en el que flotaban dos peces de hielo.
 
—Buenas noches, señores. Señora. —Hizo una leve reverencia en dirección a Agatha Mandrake.
 
—Lamento haberles hecho esperar.
 
—¡Profesor Challenger! —exclamó Faust, entusiasmado—. Viejo tunante, empezaba a pensar que nos habías gastado una broma pesada. ¡Mira que hacernos venir hasta la vieja Inglaterra para nada!
 
—Aunque tuviera por costumbre tal cosa, no lo haría en una situación tan preocupante como esta —contestó el anciano de sienes plateadas.

—Directo al grano como siempre, ¿verdad, George? —dijo Agatha—. ¿Ni siquiera vas a contarnos cómo te ha ido en estos últimos diez años?

—Detecto cierto tono de acritud en tus palabras, Agatha —contestó el profesor—. Pero ya habrá tiempo para las cortesías, si logramos salir airosos de esta situación.

—¿De qué se trata esta vez, viejo amigo? —terció el Doctor Dröm—. No nos habrías reunido aquí de no ser algo importante.

—Es más que eso, Devon —dijo Challenger—. La vida del presidente de los Estados Unidos está en juego, y tan solo un grupo de individuos extraordinarios como vosotros puede evitarlo.

—¿Quién quiere matar a Roosevelt? —dijo Judas—. ¿Comunistas?

—En cierto modo, sí —dijo Challenger—. Pero también hay mucho más. Por cierto, os presento a Judas Zacarías Bocanegra. Al igual que Agatha y Faust, es un inmortal. No es un gran conversador,
pero su habilidad con las pistolas es legendaria.

Las miradas de todos los asistentes se clavaron en el hosco individuo de la cicatriz, que los contempló desafiante. Después, el profesor continuó:
 
—Sabed que me hubiera gustado acompañaros personalmente en esta misión, pero lamentablemente mi salud ya no es la que era. ¡Ah, qué tiempos aquellos en los que descubrí la Tierra Perdida! Esos papanatas que se atrevían a considerarse mis iguales tuvieron que comerse en secreto sus palabras de desprecio hacia mi ilustre persona, pero aun así todavía hubo quien dudó de mi descubrimiento sin parangón en los anales de la paleontología...
 
El profesor continuó divagando sobre su currículo como investigador de lo desconocido durante varios minutos, que trajeron a la memoria de alguno de los asistentes los tiempos en que los periódicos se hacían eco, con más que prudente escepticismo, de las pretendidas hazañas del profesor George Edward Challenger. Por un momento, el carácter irascible del hombre de ciencias, misógino y misántropo como pocos, afloró a través de las arrugas de la edad.

—¡Ejem! —tosió Faust—. No quisiera interrumpir, profesor... Pero todavía no sabemos para qué nos has convocado.
 
—Es verdad, hijo —concedió—. No te lo censuro. Es tan solo que, desde que mi segunda mujer murió, paso días enteros sin conversar con ningún ser humano. A ver, ¿por dónde empezar? —Se atusó la larga barba blanca—. ¿A alguno le suena el nombre del infame Onanista Gris?
 
—Creo que es una especie de charlatán de circo —dijo Agatha—. Casi me topé con él el pasado año, cuando estaba viajando por Europa por motivos de negocios. Ofrecía un espectáculo de lo más vulgar en un burdel de Budapest, según dicen. Algo relacionado con la necrofilia.
 
—Es mucho más que todo eso, Agatha —continuó el profesor—. Su verdadero nombre es Igor Pajowski. Es un auténtico erotomante, y además de gran poder.
 
—¿Qué tipo de erotomante, exactamente? —inquirió Dröm—. Esa es una rama de la magia muy poco común.
 
—Tiene la capacidad de animar cualquier cadáver, sin importar su grado de deterioro —dijo Challenger—. Lo hace mediante obscenos rituales arcanos en los que realiza sin ningún pudor prácticas onanistas, de ahí su vergonzoso apelativo.

—¿Y qué ha hecho ese exhibicionista barato, profesor? —terció Judas, masticando una onza de tabaco con la boca abierta.
 
—El Onanista Gris, que en realidad trabaja para una organización criminal internacional, ha llevado su negra arte demasiado lejos. —Challenger apagó las luces y preparó una bobina de celuloide en un proyector—. Prestad atención a estas imágenes obtenidas de un informativo de la televisión soviética.
Sobre una pantalla de lienzo blanco, e inmediatamente después de una cuenta atrás en caracteres cirílicos, empezaron a tomar forma imágenes de la Plaza Roja de Moscú. En ella, se veía el exterior de un suntuoso mausoleo. Ya dentro, las colas de turistas deambulaban en procesión en torno a una urna de cristal que contenía una figura yacente.

—¡Es la momia de Lenin! —exclamó Faust—. Qué macabro recuerdo...

—Observad al individuo al fondo de la imagen —dijo Challenger—. En la imagen no se aprecia, pero me apuesto la barba a que va vestido por completo de gris.

El tipo en cuestión, de rostro alargado con ojos saltones y el cabello grasiento peinado con la raya en medio, hizo una señal con el brazo e inmediatamente empezaron a salir hombres armados que dispersaron a la multitud. Iban vestidos con monos de una pieza, rematados por capuchas acabadas en pico. La cámara tembló, probablemente debido a que el técnico que estaba filmando la escena no se esperaba nada ni remotamente parecido a aquello. Dos de los matones se acercaron al objetivo con claras intenciones de interrumpir la grabación, pero el Onanista Gris les ordenó que se detuvieran.
 
—Parece como si quisiera que lo viera todo el mundo —dijo Dröm—. Debe tratarse de un psicópata con delirios megalomaníacos.
 
Los instantes que siguieron resultaron un tanto confusos: mediante diminutas cargas de explosivos, dispuestas cuidadosamente para no dañar la momia, pretendían volar la urna protectora. Cuando el estallido se produjo, ya nada se interpuso entre el cadáver embalsamado y los profanadores.

—¿Y los guardias de seguridad? —dijo Agatha—. ¿Por qué no intervienen?

—Los drogaron con granadas de gas somnífero —dijo Challenger—. Sin duda, lo tenían todo bien planeado. Además, mis informadores sospechan que el Onanista Gris podría haber actuado con el beneplácito del Kremlin, aunque ese punto está aún por confirmar. Pero lo más repulsivo, y a la vez extraordinario, viene justo ahora...

El Onanista Gris se colocó detrás del féretro abierto, de forma que tan solo se veían de él la cabeza y los hombros. Por unos instantes pareció entonar una letanía con los ojos cerrados, tal vez un oscuro ceremonial olvidado. Su rostro se congestionó cada vez más intensamente, detalle que se pudo apreciar con claridad, aun en aquella imagen en blanco y negro. Segundos después, abrió los ojos y la boca desmesuradamente, como si fuera un ahogado que consigue sacar la cabeza del agua en su último momento vital. El Onanista Gris sufrió hasta cinco sacudidas que convulsionaron su rostro de forma grotesca y después pareció desmayarse, teniendo que ser sujetado por dos de sus esbirros para no caerse de espaldas.
Luego, la momia de Lenin se sentó en su lecho de muerte, veloz como un resorte.
Sus manos se agarraron a los laterales del ataúd para ponerse en pie, destrozando la madera como si no fuese más que papel mojado. Una mueca feroz apareció en el rostro del finado Soviet Supremo, que abrió los ojos en aquel instante. De ellos solo surgía luz, en forma de haces que se proyectaban hacia el alto techo abovedado y las ricamente ornamentadas paredes. Todo el edificio se vino abajo a medida que la momia babeante deambulaba dando tumbos, con los brazos extendidos como un sonámbulo, girando como un trompo enloquecido, sumido en una orgía de destrucción. La imagen se fundió en negro.
Los cuatro aventureros se habían quedado boquiabiertos, incapaces de asimilar lo que acababan de ver. La primera en tomar la palabra, recuperándose de su estupor, fue Agatha:
 
—¿Qué...? ¿Qué se supone que acabamos de ver? ¿Era ese el verdadero Lenin?
 
—No lo es, querida —dijo Challenger—. Al menos, no es el líder bolchevique que una vez fue. Pero su cuerpo momificado está imbuido de inmensos poderes... ¡Poderes políticos! La abyecta magia del Onanista Gris le ha devuelto un pálido remedo de vida, una falsa existencia desprovista de dignidad o libre albedrío. La momia de Lenin solo vive para destruir el capitalismo... y además, lanza rayos por los ojos.
 
—Esa especie de invocación que le vimos hacer —dijo Faust—, ¿qué era? ¿Un ensalmo arábigo? ¿Un hechizo eslavo?
 
—Nada de eso —dijo Challenger—. Expertos del Pentágono han descifrado las palabras mediante la lectura de los labios. Se trata de dos únicas palabras, pronunciadas en ruso: sis´ki, osel. Las repetía todo el rato, sin cesar, hasta lograr el efecto deseado.
 
—¿Son palabras mágicas, o algo parecido? —dijo Judas.
 
—No —dijo Challenger, sombrío—. Significan tetas, culo.
 
 
 
 

Dos horas más tarde, a bordo del autogiro personal del profesor Challenger, que él mismo pilotaba en mitad de la noche...

—Aún no puedo creer que hayan podido resucitar a la momia de Lenin —dijo Faust—. Y planean usar sus poderes para asesinar al presidente.
 
—Corren tiempos extraños —dijo Dröm—, incluso para un inmortal como tú.
 
—Repasemos el plan —intervino Agatha—. La momia va en el camarote de ese buque de bandera griega, el Mussaka Maris. Harán escala en las islas Feroe, antes de llegar a costas americanas.
 
Nosotros nos embarcaremos allí, para encontrar y neutralizar a la momia antes de que sea demasiado tarde.
 
—Aseguráos de familiarizaros con el equipo que os he facilitado —gritó Challenger desde la cabina de mando, para hacerse oír por encima del estruendo del rotor—. Y después, escondedlo bien en la maleta. Aunque mis contactos podrían arreglar cualquier desliz en la aduana, no quisiera delatarnos tan pronto. Cada segundo cuenta, chicos. El presidente no sabe nada de la amenaza de esa momia asquerosa, esta misión nos ha sido encargada directamente por los chicos de F.I.S.T. No hace falta que os recuerde que es alto secreto.
 
—Por mí, no hay problema, George —dijo Faust, admirando la hoja del estoque oculto en el interior de un bastón de madera noble, cuya empuñadura llevaba tallada la cabeza de un demonio.

—No hay pistola con la que no esté familiarizado, profesor —terció Judas, que acariciaba su pareja de Colt Dragoons modificados como si fuesen cachorrillos. Después las guardó en sus fundas sobaqueras.

—Bonita colección de cuchillos, profesor Challenger —dijo Agatha, mostrando el interior de su chaqueta, forrada de pequeños compartimentos. En cada uno se veía una pieza arrojadiza del más ligero y afilado metal. Había un poco de todo: shurikens, sais, dagas, cuchillos...

—En cuento a mí —dijo el Doctor Dröm—, creo que sabré aprovechar el potencial de estos artefactos. —En los pliegues de su macferlán había ocultos diversos botes de cristal conteniendo material inflamable y químico, como bombas de humo y gas somnífero. Además de eso, una baraja de cartas aparentemente normal era en realidad una mortífera arma blanca de dispersión múltiple: en sus manos diestras, aquellos naipes fabricados en finas láminas de platino podrían rebanar varios pescuezos de un solo lanzamiento.
 
—Todo dispuesto, pues, mis intrépidos Mystery Men —dijo el profesor Challenger, que siempre había demostrado sentir predilección por los nombres dramáticos—. Acabad con ese pervertido y su engendro.

Continuará...
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