Mystery Men nº08


Título: El Despertar de la Momia de Lenin (IV)
Autor: Julio Martín Freixa
Portada: Julio Martín Freixa
Publicado en: Dic 2015 

El enfrentamiento final y espectacular entre la Momia de Lennin y los Mystery Men! ¡No te lo puedes perder! ¡Nuff said!
Action Tales presenta

Creado por Julio Martín Freixa


 

La imponente momia del mandatario embalsamado, recubierta con su armadura de combate, acababa de sacudirse de encima a sus dos asaltantes. Agatha Mandrake y Garland Faust salieron despedidos con gran violencia por los aires, impactando sobre el mobiliario del improvisado taller. Cuando su vista por fin se aclaró, Faust pudo ver que de los ojos de Lenin emanaba un resplandor carmesí, chispeando en la penumbra.
 
—¡Casi me arrañáis la pintura de la coraza! —dijo el no-muerto con su voz de ultratumba—. El juego ha dejado de divertirme. Voy a ponerle fin. —El resplandor se acentuó vivamente, anunciando una descarga letal de aquellos rayos que le sabían capaz de lanzar.
 
—¡Agatha...! —articuló el francés, aturdido—. ¡Sálvate tú! ¡Corre!
 
 
 
 
 
 
El Doctor Dröm veía a la Muerte acercársele en cuestión de décimas de segundo, encarnada en aquellos apetitosos y terribles crustáceos. Las langostas se aproximaban al diminuto ser, movidas por una mezcla de hambre y curiosidad. Aquellas pinzas parecían bien capaces de cortarlo limpiamente por la mitad de un sólo ataque. Sin embargo, el místico apeló a la energía interior que había aprendido a canalizar durante sus muchos años de estudio y recogimiento. Ignorando el peligro inminente, se concentró en las moléculas de aire que llenaban sus crecientemente doloridos pulmones. De éstas, abstrajo los átomos de oxígeno que se difundían a su torrente sanguíneo desde los alvéolos bronquiales. Siguió mentalmente el recorrido de millones de hematíes, que transportaban la preciosa hemoglobina que habría de oxigenar su cerebro. Entonces, alcanzó una cálida sensación de paz interior que lo situó más allá de las necesidades físicas, tales como comer, dormir o incluso... ¡respirar! La sensación de sosiego dio paso a otra de vértigo indescriptible, como si descendiera en picado por una montaña rusa suicida, cabeza abajo. Luchó con todas sus fuerzas contra el impulso de abrir los ojos, sabedor de que en ello le iba la única oportunidad que conservaba de salvar su vida.
Lo siguiente que vio fue la luna del acuario hecha añicos, con el agua y sus habitantes, ya de tamaño normal, desbordándose por la moqueta. Estaba tumbado en posición nada decorosa sobre ésta, totalmente empapado. Al parecer, se había desmayado en el proceso de recuperar su tamaño original. Judas le miraba desde lo alto, con una cómica expresión perpleja en su rostro curtido por el sol y el viento del desierto.
 
—¡Que me aspen, Doc! —exclamó—. Vaya si eso ha estado cerca. El pervertido no mentía, después de todo.
 
—Sí, ha sido toda una experiencia. Ya hablaremos de eso más tarde —añadió el Doctor Dröm, con gesto reprobatorio—. Ahora, busquemos al resto de los Mystery Men.
 
Avanzaron por el estrecho pasillo, donde las puertas a cada lado ya empezaban a abrirse, dando paso a rostros somnolientos  que los contemplaban con una mezcla de curiosidad y reproche. Una pareja de ancianos murmuraba, señalándolos:
 
—Fíjate, Cornelius. ¡Qué desvergüenza! La juventud se está echando a perder, con todos esos invertidos que pululan por ahí.
 
—Sí, Agnes. Tienes toda la razón. Primero ese jaleo de golpes y gritos que no nos deja pegar ojo, y luego esto. ¡Es la última vez que viajo con esta compañía!
 
—Un momento... —dijo el Doctor Dröm, tratando de mantener la dignidad, aun con el traje completamente arruinado por el agua—. ¿Podría decirme de dónde venían esos ruidos?
 
—¡Qué desfachatez! —se escandalizó la anciana—. No contento con el estropicio que acaba de provocar con su más que evidente borrachera, todavía tiene ganas de unirse a esa orgía del demonio que seguramente se estará celebrando en algún sucio rincón de este barco. ¡Por mí, como si le zurcen, canalla!
 
—Déjalo que siga la parranda, Agnes —terció el abuelo, indulgente—. Nosotros también fuimos jóvenes. Siga este pasillo recto y luego baje unas escaleras. Estoy bastante seguro de que a partir de ahí podrá seguir el estruendo usted mismo.
 
—Gracias, caballero —contestó el Doctor Dröm, estrechándole la mano en un gesto apresurado—. Le prometo que, a partir de mañana, me enmendaré y trataré de ser un hombre de provecho.
 
Dejando a todos los testigos atónitos, la extraña pareja se perdió de vista a toda velocidad.
 
 
 
 
 
El primero de los rayos oculares de la momia de Lenin achicharró un mechón de pelo de la frente de Agatha Mandrake. La macabra sonrisa que mostraba el dictador daba a entender que había fallado a propósito: estaba jugando con ellos, sabiéndolos indefensos.
 
—Ya no necesito a mis secuaces para llevar a cabo mi labor de destrucción —sentenció—. Os eliminarré poco a poco, con gran sufrimiento, para que sirváis de ejemplo a todo aquél que ose oponérseme.
 
—No nos doblegaremos ante ti, rojo —replicó la bruja—. Mientras me quede un hálito de vida, lucharé con todas mis fuerzas. Y lo mismo va por el resto de mis compañeros.
 
—¿Tienes más aliados en este juego vuestro tan deliciosamente doivertido? —se burló Lenin—. ¡Qué interresante!
 
—La libertad siempre triunfará por encima del totalitarismo, espectro —terció Faust—. Deberías saberlo ya. ¿Cuántas veces has de morir para quedarte quietecito en la tumba, de donde nunca debiste volver?
 
—¡Ilusos! —tronó Lenin—. ¿Acaso no veis la futilidad de vuestros delirios? ¿No entendéis que os tengo completamente a mi merced? Sólo os permito vivir unos momentos más para poder regodearme en mi triunfo. Una victoria que señalará el amanecer de una nueva era. Una era de...
 
En ese preciso instante, se oyó un estruendo procedente de las puertas de la sala, que se abrían con violencia. Dos figuras irrumpían a toda velocidad, una de ellas empapada en agua salada. Desenfundando su Colt Dragoon con gran destreza, Judas encañonó a la sorprendida momia, declamando:
 
—¡Oh, cállate de una vez!
 
El estallido del cañón resonó por la estancia, como apostillando sus escuetas palabras. Mientras una bala de punta hueca volaba en pos de su blanco, el Doctor Dröm sacaba de un bolsillo oculto en su chaleco su baraja de cartas de acero. Una a una, las fue lanzando con velocidad endiablada. La bala impactó en el centro de la coraza pectoral, explotando con furia. El villano se tambaleó, incapaz de asimilar lo que le estaba pasando. Lanzó sendos rayos por sus ojos muertos, pero para entonces ya era demasiado tarde, pues el impacto le había hecho volver su cara hacia el techo. Antes de que pudiera recuperar el equilibrio, las afiladas cartas de la baraja del Doctor Dröm le rebanaron el cuello, dejando su cabeza unida al cuerpo únicamente por un amasijo de vértebras resecas y carcomidas.
Entonces, el techo de la sala se fundió por el efecto de sus rayos oculares, derrumbándose sobre la momia, que quedó enterrada bajo treinta toneladas de arenques salados.
Garland Faust y Agatha Mandrake se apartaron a tiempo de evitar ser sepultados ellos mismos por tan indigna carga, que al parecer era almacenada en el compartimento superior hasta aquel momento. El Doctor Dróm se acercó a la montaña piscícola, su atención captada por un bulto que asomaba entre las muertas criaturas del mar. Tomándolo entre sus manos, lo alzó para contemplarlo mejor a la mortecina luz de las lámparas de acetileno. Se trataba de la cabeza momificada de Lenin, de cuya boca sobresalía la cola de un sabroso arenque salado.
 
—Es mucho más feo, visto de cerca —dijo, a falta de una frase mejor—. En fin, amigos. Parece que este caso está cerrado.
 
 
 
 
 
La siguiente hora y media se la pasaron tratando de impedir que entraran a la sala los sobresaltados tripulantes, así como los curiosos viajeros que habían sido despertados por el fragor de la batalla. Agatha localizó el maletín con las bengalas, lanzando al aire frío de la noche una de color púrpura. Al cabo de unos minutos, el helicóptero del profesor Challenger se recortó contra el disco plateado de la Luna. El capitán del buque permanecía en un estado cercano a la histeria, ladrando órdenes como un pollo sin cabeza mientras alternaba extrañamente la risa con el llanto. Una vez Challenger se ocupó de él, se le vio visiblemente más tranquilo. Pronto llegarían los chicos del Departamento para la Defensa y Control Sobrenatural para hacerse cargo de todo, y la compañía naval sería indemnizada, así como todos los pasajeros. Una vez realizados los trámites, los Mystery Men se alejaron volando sobre las olas mientras un buque de la marina se aproximaba al Mussaka Maris.
 
 
 
 
—Vaya por Dios, fijaos en los titulares —dijo Garland Faust, sosteniendo un ejemplar del Daily News—. Se ha enterado hasta el apuntador.
 
—Es una propaganda perfecta —contestó Challenger—. Me he cuidado de que nuestro pequeño equipo de operaciones encubiertas no sea mencionado, pero tendrás que reconocer que haber capturado a la mismísima momia de Lenin es un gran golpe de efecto. Imagina si los rusos hubieran interceptado a George Washington aproximándose al Kremlin con una tonelada de dinamita...
 
—Espero que el Onanista Gris se pudra en la cárcel —terció Agatha—. No quiero ni pensar en lo que sería capaz de hacer para vengarse. Ese personaje me pone los pelos de punta.
 
—Hay otros como él, que esperan agazapados su oportunidad para imponer la ley del terror, niña —dijo Challenger—. Es nuestro deber velar por que no se salgan con la suya. Esta mañana he mantenido una conversación con el primer ministro, en la que me ha confirmado lo que ya esperaba: gozaremos de una subvención que nos permitirá combatir el crimen a tiempo completo. ¿Estamos todos juntos en esto, Mystery Men?
 
—Yo sí —dijo Faust—. Sabes que en los últimos doscientos años me he aburrido como una ostra. ¡Ya era hora de un poco de acción!
 
—Cuenta conmigo —dijo el Doctor Dröm—. Al menos, por un tiempo. Estoy cansado de la farándula. Los casinos y teatros pueden esperar.
 
—Donde va Devon Mardröm, también voy yo —terció Agatha Mandrake—. Sin mí no es capaz ni de atarse los cordones de los zapatos.
 
Todas las cabezas se volvieron hacia Judas, que mascaba tabaco con aire indiferente.
 
—¿Qué? —espetó el cowboy—. ¿Estáis esperando a que os dé un besito? Me quedaré por aquí hasta que encuentre algo mejor. Trabajo mejor solo. Pero, por otra parte, nunca he tenido una paga fija. De hecho, no recuerdo haber trabajado ni un sólo día de mis doscientos años de vida. Lo probaré, aunque sólo sea por la curiosidad.
 
El profesor Challenger se puso en pie vigorosamente sin la ayuda de su bastón, desmintiendo el paso renqueante que había mostrado hasta entonces. Con voz profunda, dijo:
 
—Queda oficialmente inaugurada la sociedad de los Mystery Men, dedicada a perseguir y combatir el mal en todas sus formas posibles. ¡Que tiemblen los culpables, pues la luz de la justicia brilla con más fuerza desde hoy! ¡Unid vuestras manos, Mystery Men!
 
Y cinco manos fuertes, una sobre otra, sellaron el juramento si saber que una nueva amenaza, tan letal como insidiosa, ya se estaba gestando no muy lejos de allí. Pero eso es otra historia.


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1 comentario:

  1. Me faltaba leer este numero, de verdad estas historias de Julio son lisergicas, me encantó como terminó. Espero seguir leyendo sobre este grupo. Estas historias me inspiran y generan una envidia "sana" chanfle ¿Por qué no se me ocurren cosas así?

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