Star Trek: en una galaxia muy lejana nº02

Título: Duelo de Titanes
Autor: Sigfrido
Portada: Sigfrido
Publicado en: Mayo 2009

La USS Enterprise se enfrenta al devastador ataque de un destructor Imperial ¡y sólo con la ayuda de Han Solo y la princesa Leia podrán salir triunfantes!
 ¿Que ocurriría si la Federación Unida de Planetas coexistiese con el Imperio Galáctico? ¿Cómo sería ese hipotético cruce de las dos franquicias galacticas mas importantes del siglo XX? Adentrate con nosotros en este fantástico nuevo universo lleno posibilidades, hacia una galaxia muy, muy lejana... hasta donde ningún hombre ha llegado jamás!
Star Trek creado por Gene Roddenberry
 Star Wars creado por George Lucas.

Nota del autor: para situar "cronológicamente" esta historia dentro de la mitologia de ambas franquicias, deberemos suponer que ambas corren en paralelo. Para Star Trek estaría situada tras la tercera temporada de Star Trek: the Original Series; en el aso de Star Wars, se situaría entre Una Nueva Esperanza (Episodio III) y El Imperio Contraaataca (Episodio IV)

Resumen de lo publicado: Al responder a una llamada de auxilio en un planeta perdido, el capitán James T. Kirk y su tripulación descubren una estructura alienígena construida hace miles de años. Esta estructura oculta en su interior una máquina capaz de crear torbellinos subespaciales que se pone en marcha misteriosamente. El U.S.S. Enterprise es engullido por ese torbellino y trasladado a una galaxia muy, muy lejana... Allí encuentran a Luke Skywalker en estado de coma en su Ala-X. Posteriormente, aparece el Halcón Milenario, cuyos tripulantes son teletransportados a bordo del Enterprise para visitar a su amigo. Sin tiempo casi para conocerse, son atacados por una gigantesca nave proveniente del hiperespacio...


David contra Goliat, la leyenda bíblica es lo primero que le vino a la cabeza al capitán Kirk cuando vio el tamaño de su adversario a través de la pantalla del puente. El Enterprise era una nave enorme, casi trescientos metros de largo y más de setenta de altura; pero parecía un mosquito al lado de uno de los destructores estelares del Imperio Galáctico, de más de un kilómetro y medio de largo y casi quinientos metros de altura. Kirk no había visto jamás una nave espacial de semejantes dimensiones, el duelo iba a ser mucho más desigual que el del caudillo hebreo contra el gigante filisteo. Sólo esperaba que, como ocurría en el Antiguo Testamento, la victoria recayera del lado del más débil: el suyo. Por desgracia, esta vez había sido Goliat el que había golpeado primero. El destructor imperial había descargado toda la potencia de sus baterías láser y turboláser sobre el Enterprise un instante después de emerger del hiperespacio. Sulu, que estaba al mando en esos momentos, ordenó que conectaran los escudos demasiado tarde, y el motor principal, el que les permitía viajar a velocidades superiores a la luz, había quedado inutilizado tras la primera andanada. Sin posibilidad de escape, la única alternativa que quedaba era enfrentarse cara a cara al coloso espacial. La alternativa de la rendición no existía en la mente de un oficial de la Flota Estelar, y menos en la de James T. Kirk, que acababa de asumir el mando.

—¡Fuego a discreción, Sr. Chekov!

Las baterías fáser del Enterprise comenzaron a disparar sobre el gigantesco destructor estelar. Los rayos de energía naranja dieron en el voluminoso blanco, pero sus escudos deflectores minimizaron los daños, era como si una avispa intentara tumbar un elefante con sus picotazos. El destructor, en todo ese tiempo, no había parado de disparar sus cañones sobre el Enterprise. La nave de la Federación Unida de Planetas esquivaba los rayos esmeralda con la agilidad de una bailarina, pero eran tantos que algunos impactaban sobre sus escudos, debilitándolos poco a poco.

La colosal nave imperial podía apuntar sus numerosas baterías en todas direcciones, no tenía ángulos muertos que pudieran aprovechar sus enemigos para atacar sin peligro. Era una máquina creada para infundir terror en la galaxia, una máquina de guerra casi perfecta. La Clase Constitución había sido diseñada para la exploración pacífica y la investigación científica. Aunque estaba dotada de poderosas armas, su disposición en la parte inferior central de su cuerpo discoidal, reducía sus ángulos de ataque, y dejaba grandes zonas libres de fuego ofensivo o defensivo. El Enterprise era muy vulnerable a los ataques desde arriba, y la parte posterior ofrecía muchos huecos a sus enemigos, ya que los fásers de cobertura no podían atravesar las partes de la propia nave que se interponían en su camino. El capitán del destructor pronto se dio cuenta de ello, e intentaba apuntar sus turbolásers a esos puntos débiles, en una batalla de desgaste sabía que llevaba las de ganar. A su favor, el Enterprise tenía su facilidad de maniobra. El coloso imperial era lento y torpe, y parecía ir siempre un paso por detrás de su adversario.

El capitán Kirk pidió consejo a Han, Leia y Chewbacca, que habían subido al puente junto a Spock, el pequeño R2 y él mismo.

—¿Tiene algún punto débil esa cosa? —preguntó con impaciencia.

—Un cañón iónico con la suficiente potencia es capaz de inutilizar todos sus sistemas —dijo Leia, agarrándose a la barandilla para no caer al suelo por una sacudida.

—No tenemos ninguno. ¿Alguna otra sugerencia?

—Concentren su fuego sobre los generadores de escudos, son esas bolas que hay sobre el castillo de popa —dijo Han, señalándolas en la pantalla con el dedo.

—¡Ya lo ha oído Chekov! —gritó Kirk al oficial ruso— Fije los blancos y dispare nuestros torpedos a mi señal. Sr. Sulu, velocidad de ataque.

El Enterprise se acercó a toda potencia a la gigantesca astronave con forma de cuña. Los lásers, fásers y turbolásers silbaban por todas partes. Una brillante telaraña de haces de colores envolvía a los dos combatientes espaciales con furia destructiva. Cuando alguno de estos haces chocaba con las pantallas deflectoras se producía una explosión, cada una de ellas significaba estar más cerca o más lejos de la victoria. El Enterprise intentó arrimarse lo más posible al destructor para asegurar el blanco de los torpedos.

—¡Fuego! —ordenó el capitán, haciendo un gesto de rabia con el puño.

Varios proyectiles fotónicos salieron veloces de la astronave terrestre rumbo a los generadores de escudos de su enemigo. El destructor imperial dirigió su atención al enjambre azulado que amenazaba sus defensas. Un denso fuego esmeralda logró destruir la mitad de los torpedos antes de que llegaran a su destino; pero no impidió que el resto reventara uno de los generadores.

—¡Yahoo! —aulló Han de forma espontánea.

—¡No se entusiasme demasiado! —respondió Kirk sin mirarle—, todavía no hemos vencido.

—Sus escudos se han debilitado en un cincuenta por ciento —informó Spock, sin apartar los ojos del visor de los sensores.

—Informe de daños.

—La nave aguanta capitán. Escudos al treinta por ciento —contestó Chekov.

—Sr. Sulu, prepárese para otra pasada. Vamos a terminar el trabajo.

De las entrañas del monstruo de metal comenzaron a salir pequeñas naves monoplaza rumbo al Enterprise.

—¡Cazas TIE! —dijo Han—. Intentan impedir que nos acerquemos al generador de escudos que les queda.

Kirk vio en la pantalla como una escuadrilla de diez de esos cazas se colocaba en formación de ataque. Eran esféricos y poseían dos alas hexagonales.

—Las lecturas de los sensores indican que carecen de escudos deflectores —dijo Spock.

—¿Qué clase de capitán envía a sus hombres a la batalla en semejantes condiciones? —se preguntó Kirk en voz alta.

—Para un oficial del Imperio la vida de sus subordinados carece de valor, capitán —respondió Leia.

Cuando llegaron a la altura del Enterprise, los cazas dispararon sus rayos láser a discreción. Los daños en los escudos eran mínimos, pero constantes. La astronave de la Federación Unida de Planetas trataba de derribarlos, pero los ligeros TIE se movían con gran agilidad alrededor de ella. Los fásers del Enterprise consiguieron con dificultad deshacerse de algunos, mas éstos eran enseguida reemplazados por otros provenientes del destructor.

—¡Es como matar moscas a cañonazos! —exclamó Chekov atribulado.

—No podemos perder el tiempo con ellos. Sr. Sulu, siga con el plan previsto. Hemos de acabar con ese leviatán espacial —ordenó el capitán.

En la pantalla principal, el destructor imperial iba haciéndose cada vez más grande, sus baterías delanteras empezaron a escupir fuego verde sobre la nave terrestre. Los rayos ambarinos del Enterprise consiguieron abrir algunas brechas en los debilitados escudos de su adversario, y varias explosiones iluminaron la afilada proa del coloso espacial. Pero no era suficiente, la lluvia láser no cesaba de golpear con fuerza.

—¡Toda la potencia a los escudos de proa! —gritó Kirk.

—Blanco de los torpedos fijado, señor —informó Chekov, con la frente empapada en sudor.

—¡Fue...!

Un estruendo ahogó la orden del capitán. Súbitamente, la nave se zarandeó de forma violenta, y varios de los ocupantes del puente rodaron por el suelo. Una de las consolas de control estalló, llenando de humo la sala. R2 apagó rápidamente el incendio consecuente con su extintor.

—Sr. Chekov, ¿qué ha pasado? —preguntó Kirk mientras tosía.

—¡Nos han alcanzado! Han destruido nuestras baterías fáser y los tubos lanzatorpedos. Estamos indefensos —dijo el joven oficial, sin poder ocultar su nerviosismo.

—¡Sr. Sulu, sáquenos de aquí!

—Eso intento, señor.

—¿Cómo es posible que nos hayan dado? —se preguntó el capitán en voz alta.

—Al concentrar la energía de nuestros escudos en la parte delantera, hemos dejado sin protección nuestra popa. Parece que algunos de esos cazas TIE han sabido aprovechar la situación disparando sobre nuestras armas —informó impertérrito Spock.

Han se llevó las manos a la cabeza y Chewbacca emitió un gruñido de disgusto. De los tripulantes del Halcón Milenario sólo Leia parecía mantener la calma. Con un pañuelo taponaba la herida de la cabeza de uno de los técnicos del puente, se la había golpeado con la barandilla y había quedado aturdido.

—¡Hay que ser estúpido! A quién se le ocurre dejar sin defensas la popa con una decena de cazas imperiales persiguiéndonos —le recriminó Han a Kirk.

—¡Cállese o haré que le echen del puente! —respondió el capitán enfadado, intentando disimular su orgullo herido.

El Enterprise huía por el espacio a la mayor velocidad que le permitían sus motores de impulso, una huida a ningún lugar. Tras él, un escuadrón de cazas TIE castigaba sin descanso sus escuálidos escudos. El destructor imperial los seguía de lejos silencioso, como un carroñero, aguardando el final de la refriega para devorar los despojos.

—¡Sr. Scott! —exclamó esperanzado Kirk, golpeando con el puño uno de los botones del sillón de mando—. Si alguna vez hemos necesitado un milagro de los suyos, es ahora.

—El motor principal está destrozado, capitán. Necesitaría al menos un par de horas para lograr que funcionara al mínimo rendimiento —respondió una voz distorsionada por los altavoces.

—No tenemos ni dos minutos, Scott —sentenció Kirk con la mirada perdida—.«El capitán Solo tiene razón, he cometido un error de principiante: subestimar a un adversario. Cegado por el aparente triunfo ante un enemigo imponente, no supe ver la amenaza que suponían esos pequeños cazas. David ha vencido a Goliat, pero nosotros hemos sido Goliat», pensó avergonzado.

—Capitán, los escudos han caído —informó Chekov desolado.

Las sacudidas se hicieron más fuertes. Los cazas imperiales dieron una última pasada sobre el derrotado Enterprise.

—Brechas en las cubiertas once y doce. Informan que hay veintidós heridos, tres de ellos de gravedad —dijo Spock sin inmutar su expresión.

El descomunal y escalofriante destructor estelar del Imperio Galáctico iba ganando terreno a la aparentemente pequeña e indefensa astronave terrestre.

—Capitán —intervino Sulu—, dos naves más han salido del hiperespacio.

—Una de ellas nos ha atrapado en un haz tractor —añadió Chekov con resignación—. No podemos movernos.

—¡Waaaaark! —rugió Chewbacca impotente.

—¿Y ahora qué va a pasar? —preguntó Kirk a Leia mientras se levantaba del sillón.

—Seguramente si usted no hubiera metido la pata no estaríamos en esta situación —se entrometió Han con insolencia.

—¡Cállate Han! —replicó Leia con autoridad—. Lo último que necesita el capitán son tus reproches infantiles que no llevan a ningún sitio.

El piloto de Corellia hizo una mueca de disgusto, y se apoyó sobre la barandilla con las dos manos. Su nerviosismo se reflejaba en sus continuos movimientos de cabeza. La princesa miró fijamente a Kirk y le respondió sin tapujos.

—Un batallón de tropas de asalto abordará la nave. Entrarán a sangre y fuego. Los supervivientes serán ejecutados inmediatamente, o condenados a realizar trabajos forzados en las minas de Kessel... o algún sitio peor —Leia desvió su mirada hacia Chewbacca—... lo he visto demasiadas veces.

Durante un momento la princesa pareció titubear y los ojos le brillaron con tristeza, como si fuera a arrancar a llorar; pero rápidamente recuperó la compostura. Ayudó a incorporarse al hombre herido en la cabeza y lo sentó en una de las sillas. Finalmente se dirigió al capitán con expresión regia y serena.

—Capitán Kirk, nosotros le hemos metido en este lío, y nosotros le sacaremos. Esos destructores imperiales nos están buscando a nosotros. Contacte con el oficial al mando y entréguenos. Es la única forma de salvar su nave y su tripulación.

Todo el puente se quedó mirando a la princesa en silencio. Spock, que había dudado de las intenciones de los tripulantes del Halcón Milenario, se dio cuenta de que estaba equivocado. Quizá las irracionales corazonadas del capitán fueran más valiosas de lo que estaría dispuesto a aceptar públicamente. Sin duda se encontraba ante una gran mujer, como había demostrado durante todo el enfrentamiento con el destructor imperial.

—Mientras yo sea el capitán del U.S.S. Enterprise nadie va a entregarse a nadie —dijo Kirk enardecido—. Soy el responsable de las vidas de todas las personas que hay en mi nave, ya sea mi tripulación o mis huéspedes. Juntos encontraremos otra forma de salir de esta situación.

—Cuente conmigo, capitán —intervino Han envalentonado—. Si he de morir, que sea con mi pistola láser en la mano.

—Nadie ha dicho que nos liemos a tiros. Es una batalla que no podríamos ganar —replicó Kirk mirándole de reojo—. Pero hay otras alternativas a la lucha.


—Por fin responden a nuestras llamadas —dijo Uhura, girando su asiento en dirección al capitán.

—En pantalla —ordenó Kirk, levantándose de su sillón con expresión de enfado.

La imagen que apareció ante los ojos del personal del puente sobrecogió a todos. Una silueta ominosa dio unos pasos hacia delante, hasta que ocupó la mayor parte de la pantalla. Se trataba de un extraño personaje con una especie de armadura negra que brillaba amenazadoramente. Llevaba una capa, una máscara y un casco del mismo color. La máscara era una perturbadora mezcla entre una calavera y una careta antigás de la Primera Guerra Mundial, y el casco parecía la síntesis de uno alemán de la
Segunda Guerra Mundial y un yelmo de samurái. Era un guerrero sombrío salido de una galaxia de pesadilla.

—¿Desea usted rendir su nave, capitán? —dijo una voz grave, profunda y metálica a través de los altavoces.

Kirk respondió con indignación.

—¡Soy el capitán James T. Kirk, del U.S.S. Enterprise. Exijo una explicación a su injustificado ataque y que nos libere inmediatamente de...!

—¡Usted no está en condiciones de exigir nada! —contestó la figura de la máscara, el ruido sordo de una aparato de respiración artificial hacía que su voz resultara tan tenebrosa como su aspecto—. Prepárese para ser abordado. Por su propio bien espero que no ofrezca resistencia.

—Creo que aquí ha habido un desagradable malentendido. Nosotros habíamos capturado a unos importantes miembros de la Alianza Rebelde. Estábamos a punto de poner rumbo a la base imperial más cercana para entregarlos.

—¿Acaso me toma por estúpido? Usted forma parte de la Alianza Rebelde, es un traidor.

—¿Un traidor al Imperio estaría dispuesto a entregar a la princesa Leia y a varios de sus secuaces? —dijo Kirk, intentando ser convincente.

—¡Si así fuera no habría atacado a una nave imperial! —replicó el guerrero oscuro con prepotencia.

—¡Actuamos en legítima defensa, nos dispararon sin hacernos ni una sola pregunta!

—¡Ningún rebelde con un pijama ridículo es quien para cuestionar las acciones de un oficial imperial! —exclamó el hombre de la máscara con desprecio.

—¡Le repito que no formamos parte de la Alianza Rebelde! —protestó Kirk indignado.

—Prepárese para el abordaje. Si de verdad no tiene nada que ocultar, no debería tener ningún reparo en ello. El Imperio sabe recompensar generosamente a sus colaboradores.

—Si piensa que voy a permitir que sus tropas entren en mi nave por las buenas, está muy equivocado. Sepa que por culpa de su traicionero ataque han muerto varios tripulantes de mi nave. Sería una afrenta. —exageró Kirk.

—Su conversación comienza a aburrirme, capitán Kirk. —dijo el siniestro personaje—. Si tiene algo interesante que decirme, dígamelo ya y acabemos de una vez.

—Si uno de sus soldados pone un pie sobre el Enterprise activaré su autodestrucción —amenazó el capitán con voz firme.

Durante unos segundos sólo se escuchó a través de los altavoces la respiración metálica del tenebroso interlocutor.

—¿Acaso intenta marcarse un farol conmigo, capitán? —reaccionó con petulancia el hombre de negro— ¿Con quién se cree que está hablando?

—Yo nunca voy de farol, capitán... creo que todavía no se ha presentado —respondió Kirk de forma desafiante y burlona.

—He de reconocer que tiene más valor que cordura. Si me entrega ahora a la princesa y sus amigos, quizá pueda perdonar su insolencia —respondió el guerrero oscuro a modo de ultimátum.

—Me temo que eso no va a ser posible. Los desperfectos causados por sus disparos han aislado la zona de las celdas del resto de la nave. Tardaremos varias horas en poder acceder a ellas.

—¡Déjese de historias! ¿A quién intenta engañar? En estos momentos una nave de abordaje con un pelotón de mis mejores tropas se dirige a la suya. No le necesito para obtener lo que quiero, capitán Kirk.

Sulu hizo un gesto de afirmación con la cabeza al capitán, las palabras del personaje de la pantalla eran ciertas: una nave había salido del destructor rumbo al Enterprise.

—He intentado ser razonable con usted —replicó Kirk suavemente, poniendo cara de hastío—. Creí haberle dejado claro que no iba a permitir un abordaje después de su ignominioso ataque. Usted lo ha querido —la voz del capitán se volvió dura de repente—, ¡computadora, inicie el proceso de autodestrucción!

—¿Cree que me importa que haga explosionar su nave con toda su tripulación? —dijo el hombre de la máscara con desdén.

—Por supuesto que no, pero estoy seguro de que no desea perder la información que puedan darle los miembros de la Alianza Rebelde que se encuentran a bordo —Kirk se sentó en su sillón con parsimonia—. Computadora, verificar secuencia de destrucción: soy el capitán James T. Kirk, del U.S.S. Enterprise, secuencia de destrucción uno, código 1-5B.


Una voz electrónica femenina confirmó la orden, y en el monitor de una de las consolas apareció un cuadradito luminoso con el número uno. Otra voz, esta vez metálica y sombría, le siguió.

—Un gesto muy teatral, capitán, pero a mí no va engañarme. Es un farol.

—La nave de abordaje sigue su rumbo hacia nosotros —informó Sulu.

—Sr. Spock —continuó Kirk.

—Capitán de fragata Spock, oficial científico, secuencia de destrucción número dos, código 1-2-B3A.

La computadora de a bordo volvió a confirmar el código con su peculiar acento robótico.

—¿Y bien? —preguntó Kirk, levantando las cejas mientras clavaba su mirada en el tenebroso personaje de la pantalla principal.

—Conozco a la gente como usted, sería incapaz de sacrificar a toda su tripulación —contestó éste prepotentemente.

—Sr. Scott.

El veterano oficial había subido al puente por orden del capitán tras la escaramuza con los destructores. Una gota de sudor frío le corría por un costado de la cara.

—Capitán de corbeta Montgomery Scott, ingeniero jefe, secuencia de destrucción número tres, código 2A-1B4.

En el monitor de la consola correspondiente, apareció un letrero informando que el sistema de autodestrucción estaba preparado para utilizarse. La voz electrónica de la computadora solicitó el código final para iniciar la cuenta atrás de treinta segundos.

—Sr. Sulu, ¿dónde se encuentra la nave de abordaje? —preguntó el capitán, acariciándose el mentón con la mano derecha.

—Se acaba de adherir al casco superior, señor.

—No va a tener agallas para hacerlo —dijo el hombre de la máscara, con su voz grave y ominosa.

—Empezar cuenta atrás, código 3-1-1-destrucción-6 —sentenció Kirk, sin hacer caso a su siniestro interlocutor.

La computadora comenzó la cuenta atrás con su característico timbre femenino.

—Veintinueve… veintiocho… veintisiete… veintiséis...

—Su orgullo no le va a llevar a ningún sitio, capitán.

En el puente del Enterprise nadie decía nada. Kirk se mantenía firme en el sillón de mando, con la vista fija en la pantalla principal. Ningún músculo de su cara se movía involuntariamente, no podía mostrar el más mínimo atisbo de vacilación. A través de las lentes oscuras que ocultaban los ojos de su oponente, creyó sentir una mirada punzante y letal. Una especie de escalofrío de maldad absoluta pareció querer adueñarse de su cuerpo; pero se resistió, y no sucumbió al terror que quería infundirle. Por un instante, le dio la impresión de que ese misterioso caballero negro del espacio tenía el poder de entrar en la mente de los demás, que era capaz de manipular los pensamientos de sus adversarios para que actuaran a su antojo.

—Veinticinco… veinticuatro… veintitrés… veintidós...

Spock, en su puesto de la estación científica, esperaba el fatal desenlace con su habitual tranquilidad. No tenía miedo a la muerte, ya que esta formaba parte de la vida, de hecho, era una consecuencia lógica y natural de la misma. Además, el miedo era una debilidad humana.

—Veintiuno… veinte… diecinueve… dieciocho...

El resto de tripulantes del puente aceptaba la situación con valor y estoicismo. La mayoría sentía en su pecho como el corazón quería escapar descontrolado. Los había que sudaban copiosamente mientras tragaban saliva, y hubo alguno que cerró los ojos para recitar mentalmente una plegaría a su dios; pero ninguno de ellos se dejó llevar por el pánico.

—Diecisiete… dieciséis… quince… catorce… trece… doce… once...

La voz del guerrero de la máscara oscura sonó por los altavoces como si viniera de ultratumba.

—¡Usted gana, capitán! Retiraré mi nave de abordaje.

—1-2-3-continuidad. Abandonar orden de destrucción, repito: abandonar orden de destrucción —solicitó con tranquilidad Kirk a la computadora.

—Secuencia de autodestrucción cancelada —respondió ésta con su voz electrónica.

—Sr. Sulu, ¿dónde está ahora esa nave de abordaje?

—Se ha despegado del casco, señor —el piloto del Enterprise volvió la cabeza hacia su capitán—. Regresa al destructor imperial.

—Como ve, cumplo mis compromisos, espero que usted haga lo mismo con los suyos —el personaje de negro hizo un gesto de amenaza con la mano—. ¡No quiero trucos! Si dentro de una hora la princesa Leia y sus secuaces no están a bordo de mi nave, vaya despidiéndose de la suya. No hará falta que nos deleite con otro numerito de los suyos, ya me encargaré yo de eso, capitán Kirk.

Durante unos segundos, Kirk notó una presión en su garganta, como si una fuerza invisible tratara de estrangularle. La comunicación se cerró, y en la pantalla apareció uno de los destructores que rodeaban al Enterprise. El joven capitán se palpó el cuello con extrañeza, y achacó esa repentina sensación de asfixia a los nervios acumulados. Había conseguido lo que quería: tiempo.

—Acaban de bloquear nuestras transmisiones —informó Uhura—. No podemos comunicarnos con nadie del exterior.

Scott se dirigió a Kirk con tono de reproche.

—Capitán, prometió que no volvería a hacerlo. Deben de haberme salido media docena de canas nuevas.

—¿Sólo media docena? —alardeó Kirk sonriendo—. Sr. Scott, creo que me subestima.


En la sala de reuniones, Han, Leia, Chewbacca y R2 aguardaban con impaciencia. Habían salido del puente por sugerencia de Kirk, y dos oficiales les habían acompañado a ese lugar. Ninguno de ellos confiaba en que el plan del capitán para ganar tiempo diera resultado; pero, dada la situación, no tenían ninguna alternativa mejor. Las puertas automáticas de la sala se abrieron, y entraron Kirk, Spock, Scott y Chekov, por la expresión de sus caras intuyeron que el ardid, milagrosamente, había tenido éxito. El capitán les hizo una breve explicación de lo que había ocurrido en el puente. Han, Leia y Chewbacca la escucharon atónitos, R2 emitió un silbido agudo de admiración cuando terminó.

—Un momento... ¿está insinuando que se ha marcado un farol con Darth Vader? —dijo Han con incredulidad.

Kirk asintió.

—Vaya, he de reconocer que tiene agallas. Recuérdeme que nunca juegue una partida de sabacc con usted —le felicitó el corelliano con socarronería.

—¡Aaaaawrff! —aulló Chewbacca.

—¿Darth Vader?

—Sí, capitán —contestó Leia—. Ese es el nombre del «Caballero Negro» que menciona, el implacable brazo ejecutor del emperador. No diré que me sorprenda que no lo conozca, pero si él está al mando de esos destructores, corremos grave peligro. Hemos de actuar.

—Estoy completamente de acuerdo, princesa —continuó Kirk—. Ya hemos perdido demasiado tiempo en explicaciones. Aprovechemos los minutos que nos quedan para idear un plan de escape. Ustedes conocen mejor esos monstruos de metal, ¿qué nos sugieren?

Han fue el primero en intervenir. Se levantó de su asiento y expuso su plan con gran entusiasmo.

—Está muy claro, nosotros tenemos un arma secreta que ellos desconocen, y podemos utilizarla en nuestro beneficio: el teletransporte.

Los oficiales del Enterprise se miraron con expresión de resignación, se imaginaban cual iba a ser la propuesta del capitán del Halcón Milenario.

—Podríamos transportar un detonador termal o cualquier otro artefacto explosivo al corazón de esos destructores y... ¡bum! —Han dio un enérgico manotazo en la mesa—. La reacción en cadena convertiría esos gigantes en polvo espacial.

El antiguo contrabandista esperaba un aplauso o, al menos, una felicitación; pero se encontró con un muro de indiferencia. Kirk, Scott y Chekov le observaban como si les acabara de explicar una receta de cocina. Spock, sentado al lado de la terminal de la computadora, parecía vivir en su propio mundo. Con las yemas de los dedos apoyadas en sus respectivas parejas, no se molestó ni en girar la cabeza para mirarle. Leia y Chewbacca, temiéndose que la solución a sus problemas no podía ser tan sencilla, mantenían una actitud expectante.

—¡Eh! ¿Se les ha comido la lengua el gato? —dijo Han impaciente.

—Capitán Solo, si pudiéramos hacer lo que ha propuesto, ¿no cree que lo hubiéramos hecho ya? —respondió Kirk con un tono deliberadamente burlón, como si hablara con un niño pequeño— Por desgracia, nuestro transportador no puede atravesar ningún campo de energía, como, por ejemplo, los escudos deflectores de esos destructores.

—¡Pues menuda birria de transportador! —protestó Han, poniendo mala cara y volviéndose a sentar en su sitio.

—Si pudiéramos conseguir que bajaran esos escudos durante unos segundos —intervino Scott.

—¿Cómo? ¿Pidiéndoselo por favor a lord Vader? —añadió con sarcasmo Han.

—El plan del capitán Solo no es tan descabellado como parece —les interrumpió Spock, sin variar su característica pose de concentración—. Existe una posibilidad de librarnos, al menos, del destructor que nos tiene inmovilizados.

—Explíquese, somos todo oídos —dijo Kirk.

—El rayo tractor que nos tiene atrapados se genera desde el destructor, atraviesa sus escudos deflectores desde dentro, llega hasta nosotros, y nos rodea con su energía. Si pudiéramos canalizar el haz de partículas de nuestro transportador a través de dicho rayo, seríamos capaces de superar sus defensas, y materializar cualquier artefacto que quisiéramos en el interior de su nave.

—Pero Spock —objetó Kirk—, usted sabe tan bien como yo que los haces tractores llevan filtros para evitar, precisamente, ese tipo artimañas.

—Capitán, olvida que ellos no conocen el teletransporte. Es más que probable que sus rayos tractores carezcan de ese tipo de filtros.

—Spock, es usted un genio —dijo Kirk, con una amplia sonrisa.

—¿Y qué pasa con los otros dos destructores? —preguntó Chekov.

—Deberemos largarnos muy deprisa —respondió Han, levantando las cejas.

—Sr. Scott, ¿qué tal está el motor principal?

—Tengo a mis mejores hombres trabajando en él, capitán. Creo que lograremos tenerlo medianamente operativo a tiempo.

—¿Armas y escudos?

—Los escudos aguantarán lo justo, necesitaríamos más tiempo para tenerlos al cien por cien. Para reparar los fásers y torpedos habríamos de salir al exterior, y no creo que fuera una buena idea en nuestra situación.

—Tiene razón, tendremos que apañarnos sin ellos —sentenció Kirk contrariado.

—¿Qué velocidad alcanza este trasto? —preguntó Han al ingeniero jefe.

—Factor ocho, pero con los arreglos provisionales que...

—¿Factor ocho?, pero de qué demonios está hablando —le interrumpió el corelliano con perplejidad—. No me diga que este cacharro funciona con un motor de factor espacial.

El oficial escocés se encogió en su asiento.

—Me temo que sí —dijo en voz baja.

—¡Con eso no vamos a ir a ninguna parte! —exclamó Han anonadado—. ¿De dónde han salido ustedes? Hace miles de años que nadie viaja con ese tipo de tecnología. Dejaremos un rastro más visible que los Anillos de Fuego de Fornax, y, cuando volvamos a velocidad sub-luz, la mitad de la Flota Imperial nos estará esperando con todos sus turbolásers preparados.

Aunque le costara admitirlo, Scott sabía que el capitán Solo andaba en lo cierto. El Enterprise no podía competir en velocidad con ninguna nave con hipermotor, a menos que...

—Podríamos acoplar uno de sus hiperimpulsores al Enterprise —dijo sin pensárselo dos veces.

—¡Aaaawrkk! —rugió Chewbacca con aprobación.

—¿Es eso posible? —preguntó Kirk, haciendo un gesto de interés.

—¡Claro que es posible! —contestaron al unísono Scott y Han.

—Explíquense.

Ambos se quedaron callados esperando que comenzara el otro, finalmente Scott hizo un gesto de cortesía con la mano al corelliano para que fuera él el que lo explicara.

—El generador de hipervelocidad se conecta al motor de impulso a través de una serie de cables y tuberías, no importa de que tipo sea éste. No conozco el que tienen ustedes, pero con su ayuda seguro que seremos capaces de adaptarlo antes de que expire el ultimátum de Vader —Han hizo una breve pausa y frunció el ceño pensativo—. ¿Pero de dónde vamos a sacar un hiperimpulsor? El del Ala-X de Luke está destrozado...

La sala permaneció en silencio unos segundos mientras todas las miradas se clavaban en el antiguo contrabandista.

—¡Eh!, ¿qué están pensando? —exclamó Han suspicaz—. Si creen que les voy a prestar el hiperimpulsor del Halcón, están muy equivocados. ¡No! ¡Por encima de mi cadáver!

—¡Gruuunf! —gruñó Chewbacca.

—¿Tu también, viejo amigo?

—Su nave no parece haber sufrido daños estructurales durante el ataque —intervino Chekov—. Es nuestra única posibilidad de escape.

—Han, no seas cabezota —dijo Leia, poniéndole la mano sobre el hombro—. Sabes que no tenemos otra opción.

El piloto corelliano giró la cabeza y se tropezó con los brillantes ojos negros de la princesa de Alderaan.

—Está bien, ustedes ganan —dijo con desgana—. Pueden utilizar el hiperimpulsor del Halcón... pero sólo provisionalmente.

—No se preocupe, capitán Solo. No tenemos ninguna intención de quedárnoslo —añadió Kirk con un gesto hosco—. Será mejor que nos pongamos manos a la obra, no nos queda mucho tiempo.



—¡Allí está! —exclamó Leia, señalando un minúsculo aparato que había en una de las alas del caza de Luke—. Una baliza imperial, se la debieron de colocar en su última misión. Estaba muy bien escondida. Por eso nos han localizado. Gracias R2.

—Waa-doop-bip —silvó el pequeño androide mientras giraba la cabeza.

—Parece desconectada —dijo Kirk, analizándola con un tricorder.

—Este modelo sólo emite señales cuando lo considera necesario. Una vez hemos sido interceptados, no tiene ningún sentido mantenerla en funcionamiento. Pero si logramos escapar, volverá a conectarse. Deberemos destruirla entonces. Puede que hayan fijado varias al casco del Enterprise. Cuando salgamos del hiperespacio, tendremos que detectarlas e inutilizarlas en un sistema seguro antes de volver a saltar.
Kirk, Leia y R2 se alejaron del Ala-X, encaminándose hacia la salida del hangar. La princesa había insistido en ir a la enfermería a visitar a los heridos.

—«Princesa Leia» —comentó Kirk—. ¿Se trata de un título de verdad o es un sobrenombre? Sin querer faltarle al respeto, no parece usted una princesa.

—No se preocupe, le comprendo perfectamente. A veces, ni yo misma me reconozco en el espejo. La culpa la tiene esta maldita guerra. Y en respuesta a su pregunta: sí, fui princesa, como las que aparecen en los cuentos infantiles... ahora soy una proscrita... una apátrida —Leia bajó la mirada con tristeza un instante—. Perdone, ahora no me apetece hablar de ello.

El capitán intuyó que la princesa quería olvidar algún recuerdo amargo de su pasado, y él, sin querer, lo había removido. Se sintió avergonzado.

—No pretendía incomodarla, alteza —se disculpó.
—Llámeme Leia, por favor.

—Por supuesto, si usted me llama Jim.

Leia sonrió mientras ambos tomaban el turboascensor.

—Hábleme de usted, Jim, ¿quién es realmente?

—Si se lo dijera, no me creería.

—Estoy abierta a cualquier explicación, por extraña que ésta parezca.

—Está bien, Leia —dijo Kirk sin hacerse de rogar—. No soy de esta galaxia, puede que ni siquiera de esta dimensión. Esta nave y toda su tripulación fue trasladada a este lugar a través de un remolino subespacial creado por una máquina alienígena. Estamos perdidos. Esperábamos que ustedes nos pudieran ayudar a encontrar la forma de volver a casa. En lugar de eso, nos hemos metido en medio de una guerra de la que desconocemos todo.
La princesa le escuchó sin hacer ningún gesto de sorpresa. Una parte de su interior sabía que el capitán del Enterprise estaba diciendo la verdad.

—Le creo, Jim. Pero no se lo cuente al capitán Solo, al menos no ahora. Es un poco obtuso e incrédulo para ese tipo de cosas.

—Lo tendré en cuenta —asintió Kirk mientras salían del turboascensor.

Si por fuera tenía mal aspecto, por dentro aún lo tenía peor. Scott nunca había visto una astronave tan sucia y cochambrosa: tuberías que soltaban vapor por las juntas, manchas de grasa, paneles oxidados, cables empalmados de cualquier manera, cajas de herramientas desordenadas, y roña, mucha roña por todas partes. Si existiera un infierno para los ingenieros de la Flota Estelar, éste se parecería mucho al interior del Halcón Milenario. Scott no pudo evitar hacer un comentario jocoso.

—¿Por dónde se le echa el carbón a la caldera?

—Muy gracioso —contestó irónico Han—. No está tan limpita, ni tiene moqueta nueva, como su Enterprise; pero le aseguro que es la nave más rápida de la galaxia. ¿Sabe que hizo la Carrera Kessel en menos de doce parasegundos?

Scott estaba a punto de preguntarle qué rayos era un parasegundo cuando, de repente, una irritante voz mecanizada surgió de uno de los pasillos. Un robot dorado con forma humanoide apareció agitando los brazos con nerviosismo.

—¡Capitán Solo, Chewbacca! ¡Gracias sean dadas al hacedor! ¡Están vivos!

—3PO, lo había olvidado —murmuró Han, llevándose la mano derecha a la cabeza con resignación.

—Cuando se desintegraron en el aire me temí lo peor... y luego vino el ataque del destructor imperial, las sacudidas, las explosiones, rayos láser por doquier, las pasadas de los cazas... casi me cortocircuito de miedo. Pero, ¿dónde está la princesa? ¿Le ha pasado algo? ¿Y el amo Luke y el cabezudo de R2? — parloteó el reluciente androide.

—Vale, vale... ¡cállate de una vez! —le interrumpió el corelliano—. Estamos todos bien... al menos de momento.

El oficial escocés se quedó maravillado al ver esa máquina antropomorfa hablar y actuar como una persona. Los científicos de la Federación nunca habían mostrado mucho interés en desarrollar ese tipo de tecnología. Los robots parecidos al que tenía delante sólo habían existido en la imaginación de los escritores de ciencia-ficción del siglo XX. Era como si de pronto se encontrara cara a cara con el personaje de un relato de Asimov.

—Disculpe, señor —dijo el androide al reparar en la presencia de Scott—. No le había visto. Permítame presentarme: soy C-3PO, relaciones cibernéticas humanas.

—Encantado. Yo soy Montgomery Scott —respondió el veterano ingeniero, estrechándole la mano con perplejidad.

—Siento interrumpir el idilio, pero será mejor que dejemos las presentaciones para más tarde —intervino Han—. Hemos de desconectar un hiperimpulsor, y tenemos que hacerlo ya.

—¡Raarrghh! —añadió Chewbacca, dirigiéndose al compartimento correspondiente.


La enfermería no tenía suficientes camillas para atender a todos los heridos. Gran parte de ellos se encontraban sentados en el suelo. Afortunadamente, la mayoría sólo tenía magulladuras, huesos rotos, pequeñas quemaduras y heridas leves. La enfermera Chapel y otros asistentes atendían a estas personas: les soldaban huesos, les inyectaban calmantes y les desinfectaban heridas. En las camillas se encontraban los pacientes más graves. Algunos tenían los uniformes rasgados y con manchas de sangre. Una mujer rubia de poco más de treinta años estaba siendo operada por el Dr. McCoy. La parte inferior del tronco estaba cubierta por un aparato de asistencia quirúrgica. La princesa Leia se quedó parada observando al médico del Enterprise. Le resultaba muy extraño ver a una persona realizar ese tipo de trabajo. Era romántico y heroico, una estampa sacada de una época muy lejana. En su galaxia ya casi no quedaban doctores. La medicina era practicada por androides especializados, era más práctico, eficaz y económico que formar durante largos años promociones de médicos. Grandes corporaciones fabricaban en serie cientos de modelos diferentes, adaptados a las peculiaridades fisiológicas de todas las especies inteligentes de la galaxia. Seguramente serían más eficientes que un médico de carne y hueso; pero Leia sintió cierto vacío en el corazón al pensar que, posiblemente, las primeras manos que la cogieron y los primeros ojos que la miraron fueron los de un frío androide de metal. Resultaba paradójico que fueran las máquinas las encargadas de velar por sus vidas, desde la cuna hasta la tumba, mientras las personas seguían masacrándose en guerras fraticidas. Fue una voz humana la que dio la orden de destruir su planeta, no la de un androide.

—Leia —la arrancó Kirk de sus pensamientos—, ¿le pasa algo?

—No, nada. Estaba observando al doctor. Deben de sentirse muy orgullosos de tenerlo a bordo.

—Es el miembro más valioso de mi tripulación, y el mejor amigo que pueda encontrar alguien. Si estoy aquí hablando con usted, es gracias a él. Muchas de las personas que verá en esta nave le debemos la vida —afirmó el capitán con evidente emoción— A propósito, me acaban de informar de que no hemos de temer por la vida de ninguno de los heridos. Su amigo se encuentra estabilizado.

—No sabe cuanto me alegra saberlo. No querríamos ser responsables de la muerte de ninguno de sus tripulantes —dijo Leia con alivio—. ¿No tienen ustedes androides médicos?

—No creo que al doctor le hiciera mucha gracia —respondió Kirk, esbozando media sonrisa—. En la Flota Estelar no tenemos ese tipo de cosas, confiamos en el valor de las personas.

—Le entiendo muy bien —dijo la princesa, volviendo otra vez la mirada hacia McCoy.

—Spock a capitán —sonó la voz del oficial científico por uno de los interfonos.

—Aquí Kirk —contestó el capitán, golpeando suavemente con el puño uno de los botones del aparato—. ¿Tiene buenas noticias?

—Hemos conseguido canalizar el haz del transportador a través del rayo tractor, logrando materializar un objeto en el interior del destructor —informó Spock de forma escueta.

—¡Excelente! —una mueca de satisfacción iluminó el rostro de Kirk—. Enseguida vamos a la sala del transportador.


El generador de hipervelocidad del Halcón Milenario se encontraba en la parte posterior de la nave, por encima del nivel del techo. Habían retirado unos paneles de metal para poder acceder a él. Se trataba de un ingenio de forma vagamente circular y plana que estaba unido al motor de impulso por cables y tuberías. Mientras Han y Chewbacca desacoplaban todo lo deprisa que podían el milagroso aparato, Scott tomaba nota mentalmente de cómo podría adaptarlo al Enterprise. Ya tenía una idea de su funcionamiento, tras estudiar el del Ala-X de Luke; pero éste era más grande y complejo. Según palabras del propio Han Solo: era una «obra de artesanía». Él mismo lo había ido modificando para conseguir el máximo rendimiento posible. En un trabajo como el de contrabandista, una nave veloz y escurridiza era una garantía de éxito, y eso no se lograba con un generador de hipervelocidad convencional.

—Bueno, este es el último tubo —Han aflojó con una hidrollave la junta que lo unía al resto de la nave—. Ya puede solicitar que transporten el hiperimpulsor al Enterprise.

Scott notó que el corelliano ponía una expresión triste mientras colocaba la herramienta que acababa de utilizar en una caja metálica. Sintió simpatía por el testarudo y fanfarrón capitán. Al igual que él, amaba su nave como si fuera su propia hija.

—Scott a Enterprise —dijo el escocés con su comunicador en la mano—. Inicien el transporte del hipermotor.

Al momento, el complejo aparato desapareció entre destellos anaranjados. La cara de Han se puso amarilla, como si acabara de perder a un ser querido.

«No te preocupes, pequeña, prometo que te lo devolveré lo antes posible», pensó con la mirada perdida.

El jefe de ingenieros le observó un instante con ojos comprensivos. Seguramente él habría reaccionado igual si a su Enterprise le hubieran extirpado uno de sus sistemas principales.

—Transporte para cuatro —ordenó.

—¿Para cuatro? —respondió una vocecita desde el comunicador.

—Sí, tenemos un nuevo compañero de viaje.

—¡Oh, cielos! —exclamó 3PO ante la inminente perspectiva de ser teletransportado.


Justo en el momento en el que Scott, Han, Chewbacca y 3PO se materializaban en la sala del transportador, Kirk, Leia y R2 entraban por la puerta. Spock levantó una ceja al ver aparecer al dorado androide.

—¡Waa-freeta-bit! —silbó el pequeño autómata cilíndrico al reencontrarse con su larguirucho compañero de fatigas.

—¡R2-D2! Qué alegría verte de una pieza —3PO bajó los escalones del transportador con torpeza, y se colocó junto a su tripódico amigo.

Kirk miró a la extraña pareja mecánica con curiosidad.

«Ya tenemos al Hombre de Hojalata y al León Cobarde
—pensó mientras giraba la cabeza hacia el gigantesco wookiee—... sólo nos falta el Espantapájaros para completar el trío.»

—Hola de nuevo, capitán. ¿Ha tenido tiempo de planear otra de sus brillantes maniobras mientras los demás trabajábamos? —saludó Han sarcásticamente.

«Trío completado», rectificó mentalmente mientras fruncía el ceño y esbozaba una falsa sonrisa.

Scott y Chewbacca colocaron un dispositivo antigravedad en el hiperimpulsor, y se encaminaron con él hacia la salida.

—¿Cuánto tiempo tenemos? —preguntó el oficial escocés.

—Disponen de veintitrés minutos y treinta y siete segundos antes de que termine el ultimátum de lord Vader —respondió Spock con la exactitud de un cronómetro.

—Leia, necesitaremos a R2 para calcular el salto —dijo Han.

—Enseguida. Cuando terminemos con él os lo enviaremos.

—De acuerdo, preciosa, pero no tardéis mucho—respondió Han, guiñándole un ojo.

—Sólo será un momento —dijo Leia, sonriéndole con complicidad.

El capitán del Halcón Milenario salió de la sala junto a Chewbacca y Scott. Las puertas automáticas se cerraron rápidamente tras ellos.

Kirk se dirigió hacia su oficial científico con expresión marcial.

—¿Qué tenemos contra ese destructor, Spock?

—Estas cargas fotónicas, capitán —el oficial vulcaniano cogió una de las que había sobre la consola del transportador—. Les hemos instalado un detonador por control remoto para hacerlas estallar cuando sea necesario —señaló un minúsculo aparato que estaba adherido a la parte superior.

—Pero han bloqueado nuestras transmisiones, ¿cómo quiere enviar una señal al destructor? —objetó Kirk.

—Cuando llegue la hora, transportaremos al interior de la nave uno de nuestros comunicadores, emitiendo en la frecuencia deseada —contestó Spock.

—Una señal que no podrán bloquear, ya que se origina desde su propia nave —continuó el capitán, haciendo un gesto de malicia—. Muy ingenioso, maquiavélico diría yo. Leia, su turno.

La princesa puso su mano sobre la cabeza semiesférica de R2. El androide astromecánico entendió el gesto perfectamente, giró ciento ochenta grados su metálica testa, y comenzó a proyectar una imagen tridimensional de color azul eléctrico. Se trataba de una vista por secciones de un destructor espacial. Leia indicó la proa de la nave, y al instante se amplió para mostrar esa parte con más detalle.

—El haz tractor se genera justo aquí —el dedo de Leia señaló el lugar exacto—. Uno de sus explosivos bastará para inutilizarlo y liberarnos. Para destruir el resto de la nave, también será suficiente con una carga —la popa de la imagen fue la que se agrandó esta vez—, sólo hay que materializarla cerca de uno de los reactores de ionización solar. La reacción en cadena subsiguiente hará el resto.

—Buen plan, alteza. Pero habrá que activar esa segunda carga diez segundos después de la primera —añadió Spock—. Es el tiempo que necesitaremos para alejarnos lo suficiente del destructor y que no nos afecte la onda expansiva o los cascotes de la explosión.

—Y entonces saltaremos al hiperespacio —concluyó Kirk—... si logramos adaptar su hiperimpulsor a uno de nuestros motores.


R2 llegó a la sala de control de los motores de impulso acompañado por un alférez de ingeniería. El generador de hipervelocidad estaba en el suelo en medio de la cámara. Una docena de cables y tuberías salían de él en todas direcciones, parecía un pulpo gigante con los tentáculos extendidos. Chewbacca y la teniente Liu, del Enterprise, unían estos tentáculos a las conexiones de la nave, utilizaban adaptadores improvisados para conseguirlo. Scott y Han se encontraban enfrascados en una discusión. Al parecer no se ponían de acuerdo sobre cómo conectar el condensador de partículas a la salida de flujo magnético.

—Le digo que el núcleo dieléctrico se polarizará al conectar su salida de flujo magnético al condensador de partículas —dijo Han, moviendo las manos con nerviosismo.

—Aguantará: el flujo magnético se trasvasará automáticamente al condensador de partículas una vez haya canalizado la entrada del núcleo al inhibidor exónico —replicó Scott.

—No lo veo tan claro. ¿Y si ese proceso de trasvase colapsa los alimentadores? El flujo sobrante podría dañar los reguladores de hipermateria.

—Tiene razón. Tendremos que asegurarnos de alguna manera —aceptó el veterano ingeniero pensativo.

—¡Waarkkk-aarggg-woorf! —intervino Chewbacca.

—¡Buena idea, Chewie! Revestiremos los alimentadores con un nanopolímero.

—No hay problema —dijo Scott—. ¡Alférez Ortega!

—Sí, señor.

—En la sala de suministros tenemos un atomizador de plastoberilio, ordene que nos lo traigan. ¡Ah!, y también un acoplador de flujo inverso, acabamos de fundir uno. ¡Qué se den prisa!

El joven oficial corrió veloz al interfono más cercano para solicitar el pedido.

—¡R2, ya era hora! —reprochó Han al pequeño androide cuando se percató de su presencia—. Necesitamos que calcules un salto a un sistema seguro, por ejemplo... Bress. Sr. Scott, ¿qué masa tiene el Enterprise?

—Medio millón de toneladas, aproximadamente. A eso habrá que sumarle el peso extra del Halcón Milenario.

—Es suficiente. Ya lo has oído, pequeñajo.

El astroandroide abrió una de las portezuelas de su cuerpo cilíndrico, y un bastón giratorio de metal surgió de sus entrañas. Se deslizó hacia el hiperimpulsor y lo introdujo en una ranura, mientras silbaba una tonada con su peculiar timbre electrónico.

—¿Cuánto tiempo nos queda? —preguntó el capitán corelliano al oficial escocés con impaciencia.

—Nueve minutos —respondió, consultando el cronómetro de uno de los paneles—. Tenemos el tiempo justo... aunque siempre podemos entrar en factor espacial y terminar el trabajo en él.

—Si sus hombres han reparado el motor principal.

—No se preocupe, capitán Solo. Saldremos de ésta. Siempre lo hacemos.

—Eso espero —murmuró Han con poca convicción.


En el puente de mando se respiraba con dificultad, parecía que el aire tuviera menos oxígeno del habitual. Los tripulantes daban largas bocanadas y resoplaban intranquilos. Nadie decía nada, casi se podían oír los latidos de los corazones entre los ruiditos de los instrumentos. Kirk, sentado en el sillón de mando, se acariciaba el mentón con un ritmo mecánico. Cada poco rato cambiaba la posición de las piernas. Uhura jugueteaba con uno de sus pendientes para calmar los nervios. Leia se encontraba de pie, apoyada en la barandilla y mirando hacia el suelo. 3PO la acompañaba en silencio, la princesa le había amenazado con desconectarlo si abría la boca durante toda la operación. Sulu y Chekov revisaban de vez en cuando sus consolas, intentando encontrar algún error en su configuración que se les hubiera pasado por alto. Todo debía estar en perfecto orden cuando llegara el momento. Cada pocos segundos, siempre había alguien que giraba la cabeza hacia el monitor donde corría la cuenta atrás. El capitán pulsó un botón de su sillón impaciente.

—Sr. Scott, ¿cómo van esas reparaciones? —dijo con tono cortés.

—El hipermotor ya está casi configurado, el motor principal todavía inoperativo —respondió por los altavoces el jefe de ingenieros.

Kirk cerró la comunicación sin decir nada más, miró hacia la cuenta atrás, y cambió por enésima vez la posición de las piernas.

«Dos minutos», pensó mientras volvía a acariciarse el mentón.

Un destructor imperial cruzó la pantalla principal de derecha a izquierda, acompañado por una escuadra de pequeños TIE. El teniente Sulu había cronometrado cuando tardaba en aparecer uno: exactamente dos minutos y doce segundos. Había dos, y daban vueltas alrededor del que les tenía atrapados. El que acababa de pasar era con el que se habían enfrentado al principio, lo sabía porque le faltaba uno de sus generadores de escudos.

—Un minuto para que finalice el ultimátum —informó Uhura, sin apartar la vista del monitor de la cuenta atrás.

—Estén preparados para cualquier cosa —dijo Kirk con aplomo.

—¡Capitán! —sonó la voz de Scott por los altavoces—. Lo hemos conseguido, el hiperimpulsor está operativo.

La alegría se reflejo en el semblante de todos. Kirk cerró el puño y apretó los dientes con furia guerrera.

—Bien, señores. ¡A por ellos! —exclamó enardecido—. Sr. Spock, puede proceder —continuó, pulsando el botón del intercomunicador de su sillón—. Enseñémosle a ese lord Vader como nos las gastamos en la Federación.

—...Y en la Alianza Rebelde —añadió Leia.


Una explosión interna destrozó el generador del haz tractor del destructor imperial Devastador. Desde el frío vacío del espacio, ni siquiera se notó, el único indicio de lo ocurrido fue que el Enterprise, que se encontraba debajo, comenzó a maniobrar con libertad. Los artilleros del leviatán de metal empezaron a disparar para impedir que escapara; pero la pericia de Sulu a los mandos fue
superior a su puntería, y pronto, la relativamente pequeña astronave terrestre, estuvo fuera de su alcance. Exactamente a los diez segundos de la primera y casi imperceptible explosión, se produjo otra muchísimo mayor. Una gran bola de fuego devoró la mayor parte de la popa del coloso espacial en un abrir y cerrar de ojos. El castillo, como si estuviera hecho de cartón, fue arrancado de cuajo y salió volando, impulsado por la fuerte onda expansiva. La agonizante nave quedó reducida a una pirámide metálica invertida que vomitaba llamas por su base, parecía la antorcha de un gigante. Pero la poderosa imagen sólo duro unos instantes, ya que la descomunal tea estalló, formando una efímera y letal flor anaranjada de casi dos kilómetros de diámetro. Era el fin del destructor imperial Devastador.

—¡El destructor ha caído! —gritó Chekov, con una mezcla de euforia e incredulidad.

—Bien, ahora es cuando debemos cruzar los dedos —dijo el capitán con el semblante serio —. Sr. Scott, puede poner en marcha el hipermotor —añadió apretando el botón correspondiente de su sillón.
—¡A la orden! —vibró la voz del escocés por los altavoces.
El puente esperó unos segundos a que ocurriera algo especial, pero no pasó absolutamente nada. Los dos destructores que quedaban, recuperados de la sorpresa, empezaron a perseguir al Enterprise, acompañados por un enjambre de cazas TIE. Kirk, preocupado, pidió explicaciones a su ingeniero jefe.

—¡Scott! ¿Qué demonios pasa? ¿Por qué seguimos aquí?

—¡El hipermotor no funciona! No sabemos por qué, pero no funciona.

—¡Pues averigüen por qué... y deprisa! No duraremos mucho frente a esos dos destructores.

En la sala de control de los motores de impulso, trataron de no dejarse llevar por los nervios, actuando con disciplina.

—Alguna de las conexiones debe estar mal hecha. Hay que revisarlas una por una —ordenó Scott.

R2 comenzó a silbar y agitar su cuerpo demandando la atención del resto, pero nadie le hizo caso. Scott empezó a repasar los posibles errores.

—¿Campos de deriva?

—Correctos —respondió Ortega.

—¿Reguladores de hipermateria?

—Correctos —contestó Han.

—¿Búfer de navegación?

—En orden —informó Liu.

—¿Inyectores lobomóticos?

—¡Graugghh! —gruñó Chewbacca.

La nave empezó a temblar de nuevo, los lásers enemigos volvían a golpear sobre los, ya de por sí, castigados escudos. El Enterprise no estaba en condiciones de entablar combate, sólo el buen hacer de Sulu al timón evitaba que los daños fueran mayores.

—¡Waa-bip-bip-freeta-doop! —chillaba R2 en la entrada de uno de los tubos de mantenimiento.

Han, Chewbacca, Scott y su equipo seguían revisando conexiones.

—¿Generador termoiónico? —continuaba Scott, sin hacer caso a las demandas del androide astromecánico.

—Correcto —contestó Liu.

—¿Enlace inverso de fusión?

—En orden —respondió Han.

—¿Ecualizador de impulso positivo?

—Correcto —informó Ortega.

—¡Woooaaark! —rugió Chewbacca, tirando un soldador exoneutrónico al suelo. Aparentemente todo estaba perfectamente conectado, pero no funcionaba.

La situación era desesperada en el exterior. Los dos destructores iban ganando terreno poco a poco, y una decena de cazas TIE iba desgastando los exhaustos escudos del Enterprise. Sin posibilidad de escape, con las defensas reducidas a su mínima expresión, y sus armas inutilizadas, el fatal desenlace no tardaría mucho en llegar. Un potente turboláser impactó en la popa, zarandeando fuertemente toda la nave.

—¡Acabamos de perder los escudos! —exclamó Chekov, con los ojos abiertos como platos.

3PO había perdido el equilibrio, y se encontraba en el suelo con un brazo menos. Éste se había separado de su cuerpo con el batacazo, y había ido a parar cerca del puesto de Sulu.

—¡Socorro! —gritó el dorado androide, intentando en vano ponerse en pie.

Su eterno compañero, R2, seguía tratando de llamar la atención con pitidos y silbidos cada vez más exagerados. El alférez Ortega se percató de ello.

—Parece que el androide intenta decirnos algo.

Scott y Han giraron la cabeza, y vieron a R2 dando saltitos en la entrada de uno de los característicos tubos de mantenimiento del Enterprise.

—¡El alineador politrónico! ¡No lo hemos derivado! —exclamó el ingeniero jefe mientras corría hacia el tubo, introduciéndose en él con una agilidad sorprendente—. ¡Pásenme uno de esos cables de súper fibra óptica!

Chewbacca cogió el más cercano que había y se lo alcanzó. El experimentado oficial conectó una de las puntas en una ranura circular y lo fijó con el acoplador de flujo inverso. Una nueva sacudida afectó a toda la nave, y Scott se dio un golpe en la cabeza contra el estrecho túnel diagonal. El Enterprise resistía el ataque imperial a duras penas.

—¡Capitán, otro impacto como el anterior y seremos destruidos! —informó Chekov con desesperación.

«Scotty, no me falle ahora», pensó Kirk mientras se agarraba con fuerza a los brazos del sillón.

El oficial escocés, como leyendo la mente de su capitán, introdujo la otra punta del cable en la toma que correspondía. Se produjo un chispazo que le aturdió la mano y, al instante, un gran empujón inclinó la nave hacia popa.

En la pantalla principal del puente, las estrellas se convirtieron en largos haces de luz, y un túnel brillante de color azul apareció ante los ojos de todos. El Enterprise surcaba el hiperespacio por primera vez.

Kirk resopló de alivio y se relajó en su sillón. A su alrededor la gente se felicitaba efusivamente. Dos tripulantes ayudaron a incorporarse a 3PO en medio del jolgorio, Sulu se agachó y recogió el dorado brazo del androide.

—¿Alguien ha perdido esto? —dijo con humor.

La mano de Leia tocó el hombro del capitán.

—Lo hemos logrado, Jim.

—Sí —respondió Kirk, respirando hondo—, lo hemos conseguido. David ha vencido a Goliat.

En ese momento, Scott salía del tubo de mantenimiento con un chichón en la cabeza, la mano derecha dormida, y los pelos medio de punta. El generador de hipervelocidad producía un agradable murmullo al funcionar. El corazón del Halcón Milenario latía con fuerza en el interior del U.S.S. Enterprise. La voz de Kirk sonó por todos los altavoces.

—Aquí el capitán. Hemos saltado al hiperespacio. Repito: hemos saltado al hiperespacio. Enhorabuena a todos.

—Dinos algo que no sepamos —pensó Han en voz alta—. Reconocería el acelerón del hiperimpulsor del Halcón en cualquier parte. ¿Se encuentra bien, Sr. Scott? —dijo al ver salir al veterano oficial del tubo de mantenimiento.

—Podría estar peor... todos podríamos estar peor. Si no fuera por su androide, ahora seríamos polvo espacial. Nadie había caído en la cuenta de que no habíamos derivado el alineador politrónico —respondió Scott, tratando de alisarse el cabello con la mano izquierda.

—Sí, R2 siempre se las arregla para tener su minuto de protagonismo —añadió Han, mirándolo de soslayo.

—¡Waaaa-brep-bawhoop! —refunfuñó el pequeño astroandroide.

—Esto se merece una celebración. En mi camarote guardo una botella de whisky de malta de veinte años. Están todos invitados a un trago —sugirió el escocés, con una sonrisa de oreja a oreja.

—Es lo más razonable que hemos oído desde que nos transportaron a bordo, ¿verdad Chewie?

—¡Waaaaarff! —asintió el corpulento wookiee.

El ingeniero jefe solicitó el relevo a través del interfono. No podían dejar solo el recién instalado hiperimpulsor.

—¿Qué es el whisky de malta? —preguntó con disimulo Han al alférez Ortega, mientras Scott estaba de espaldas.


Una cápsula de salvamento flotaba entre los restos retorcidos y ennegrecidos del destructor espacial Devastador. En su interior, un ser mitad hombre mitad máquina esperaba con impaciencia a que lo rescataran. Darth Vader, el otrora caballero jedi, había salido con vida, una vez más, de una situación que para cualquier otro hubiera sido mortal. La Fuerza estaba con él, el lado oscuro estaba con él. Una frase se repetía en su mente atormentada una y otra vez:

«Volveremos a vernos, capitán Kirk.»

Próximo capítulo: Sueños de libertad

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