Los 4 Fantásticos nº04

Título: Familia (IV)
Autor: Joaquín Sanjuán
Portada: Juan A. Campos
Publicado en: Septiembre 2016

Johnny Storm y los nuevos 4 Fantásticos siguen cruzando el espacio-tiempo en busca de sus amigos perdidos. Es la hora de localizar a la Cosa y a Franklin y Valeria ¿Pero y si nada es como parece ser?
¡¡El apasionante final de saga que os dejará a todos con la boca abierta!
¡Un brillante científico, su mejor amigo, la mujer que ama y el temperamental hermano de la misma! ¡Juntos, afrontaron los desconocidos terrores del espacio exterior... Y los rayos cósmicos les transformaron en algo más que simples humanos!... ¡ Mister. Fantástico,  la Cosa, La mujer Invisible, y  la Antorcha Humana! Ahora, son los 4 Fantásticos y... ¡El mundo nunca volverá a ser el mismo!

Creado por Stan Lee y Jack Kirby




—¡Es la hora de las tortas!

No pudo contenerse. Siempre había sido su grito de guerra, pero ahora, además, la gente lo adoraba. La multitud que observaba el coliseo desde las gradas enloqueció y comenzaron a escucharse gritos
Ben Grimm cerró los puños y los chocó entre sí, preparado para el gran combate que le esperaba y atento a la señal de que podían comenzar, cuando una pequeña bola de fuego se estrelló contra la espalda de su contrincante, quien bramó y se revolvió de dolor.

de apoyo a La Cosa, quien sonrió lleno de orgullo. Ni tan solo la monstruosa criatura que se alzaba ante él, más reptil que hombre y con media docena de brazos rematados en garras como puñales, le nubló el ánimo. A fin de cuentas ese no era su primer rodeo, y tampoco sería el último. Hacía años que había llegado a ese mundo, a causa del accidente en el Edificio Baxter, y, si bien al principio le había costado un poco adaptarse, lo cierto era que terminó por cogerle el gusto a esa vida. ¿Cómo no hacerlo? Se había convertido por derecho propio en el campeón de un coliseo de gladiadores alienígenas, donde, además, su aspecto ya no era algo que debiese preocuparle, pues allí se reunían criaturas de todos los rincones del universo, a cada cuál más estrafalaria. A decir verdad, se encontraba como nunca. Y ese iba a ser su gran día, pues, si vencía a ese rival, el campeón del coliseo hasta la fecha, recibiría más títulos y honores como campeón de los que nunca había recibido como miembro de Los 4 Fantásticos en toda su vida. No era de los que hacían lo que hacían por el reconocimiento, pero a veces tampoco estaba de más sentirse querido y admirado.

—¡Eh, cara de piedra! ¿Cómo te las has apañado para encontrar a alguien todavía más feo que tú? Y lo más importante, ¿cuándo os casáis?

La Antorcha Humana descendió desde el cielo hasta posarse al lado de La Cosa, pero no se apagó. Si iba a haber pelea, lo encontrarían ardiendo.
No. NO. ¡NO! ¿Qué hacía él allí?

—Vete —gruñó Benjamin Grimm con los puños apretados—. Ni sé ni quiero saber qué haces aquí, solo márchate. No vinisteis a por mí cuando llegué aquí, hace diez años, y ahora tengo una nueva vida.

—Ben, no seas tan duro con nosotros —Sue se hizo visible junto a ellos, acompañada por Hulka y Namorita—. Sabemos que llevas mucho tiempo solo, pero hay una explicación. Te sacaremos de aquí, y después...

—No —interrumpió La Cosa—. No, Sue. Marchaos, por favor. Aquí soy feliz, más feliz de lo que lo he sido desde el viaje que me transformó en... en esto. Sé que no lo comprenderéis, pero, por favor, iros.

—¿Qué narices te pasa, culo naranja? ¿Se te ha metido en la cabeza algún bicho espacial o qué?

El aludido ignoró la pulla y lanzó a la Mujer Invisible una mirada envuelta en súplica silenciosa. Esta, resignada, asintió despacio y susurró unas palabras al transportador que lucía en la muñeca. Un instante después desapareció junto a Johnny, Namorita y Jen, para alivio de Ben.

—¿Por dónde íbamos? —preguntó al ser reptiliano—. Ah, ya recuerdo. ¡Es la hora de las tortas!


Reed Richards, sentado frente a los ordenadores, tecleaba con gran rapidez gracias a sus manos, a las que había añadido algunos dedos extra utilizando sus poderes elásticos. Las cifras y los datos se sucedían rápidamente por la pantalla, y el científico los leía todos con gran interés, concentrado en la solución más obvia a todo lo que había ocurrido. Aunque le había llevado días, con paciencia y café estaba cada vez más cerca de dar con la manera de corregir todo lo sucedido. Solo necesitaba un poco más de tiempo.

Cuando aparecieron en el siguiente mundo alternativo, la sorpresa de Los 4 Fantásticos no pudo ser mayor al advertir que no se encontraban en La Tierra, sino en una nave espacial. Las alarmas resonaron por doquier y, en solo unos instantes, se encontraron rodeados por soldados, quienes lucían en el hombro una pequeña insignia en la que se podía distinguir la imagen del propio planeta Tierra junto a un cuatro azul, todo ello dentro de un círculo también azul. Sue, más pendiente de los detalles que los demás, advirtió que parecía una variación del logo de Los 4 Fantásticos.

—¡Eh, eh, eh! —exclamó la Johnny Storm—. ¡Dejad de apuntarnos con esas armas tan raras ahora mismo! ¿Es que creéis que estamos en una peli de Star Wars o qué?

Haciendo caso omiso de sus palabras, los soldados abrieron fuego. Sin embargo los proyectiles se estrellaron inofensivos contra un campo de fuerza invisible, para desconcierto de los tiradores.

—¡Alto el fuego! —la voz provino de detrás de los soldados, pero estos obedecieron la orden de inmediato y sin dudar un solo instante, para después abrir paso a una
figura vestida de azul y negro y que se cubría con una capa y un casco espacial. Se dirigió directamente hacia los viajeros espacio temporales y se detuvo frente a ellos, mirándolos con incredulidad—. ¿Quienes sois y por qué váis así vestidos?


—Somos los 4 Fantásticos —respondió Hulka, como si resultase evidente.

—¿Los 4 Fantásticos? —bufó el lider de los soldados mientras se quitaba el caso—. ¿Qué clase de puñetera broma es esta?

Los viajeros apenas pudieron reprimir un respingo al ver que ese hombre mostraba un gran parecido con Johnny, aunque con otro peinado y una poblada barba rubia cubriéndole las mejillas.

—Dios mío... —Sue se cubrió la boca con las manos y sus ojos se empañaron de lágrimas—. Fraklin, hijo mío, ¿eres tú?

—Tienes el aspecto de mi madre —reconoció el aludido—, y tú el de mi tío, pero no podéis ser ellos. Demonios, si sois más jóvenes que yo. Asi es como eran la última vez que los vi, hace más de treinta años.

Johnny, quien no había sido nunca un hombre dado a hacerse entender con palabras, se encendió, asustando con ello a todos los soldados que allí se encontraban, quienes volvieron a apuntarle con sus armas.

—Si no soy la Antorcha Humana, ¿cómo es que puedo hacer esto?

Franklin frunció el ceño y repasó con minuciosidad a los cuatro extraños, sin saber qué pensar. Las lágrimas de la mujer que decía ser su madre resultaban particularmente desconcertantes para él.

—Hay una manera de responder a eso —dijo al fin—. Por algo me llaman Psi-Lord.

Cerró los ojos y se concentró para utilizar sus poderes mutantes, explorando con ellos las mentes del hombre y de las tres mujeres que se encontraban ante él. Tardó algunos minutos, pues era mucha la información que debía procesar, pero finalmente volvió a abrir los ojos, y una lágrima descendió hasta su barba. Sin mediar palabra, madre e hijo se fundieron en un cálido abrazo.

—Ah, así que eso era lo que se me escapaba.


Mr. Fantástico se reclinó durante la silla y suspiró, satisfecho con los resultados obtenidos tras su ardua labor de investigación. Ya casi podía rozar con la punta de los dedos los resultados, y era cuestión de horas que pudiese arreglarlo todo.
Pese a que las noticias transmitidas por Johnny, que habían encontrado a Franklin en un mundo en el que habían pasado unos treinta años desde que su hijo llegase a él, pugnaban por ocupar su mente, el entregado científico no se dejó distraer, y obligó a su prodigioso cerebro a ignorar tan importantes noticias, tal y como había hecho cuando supo que su querida Sue había compartido mundo con Namor durante tres años. Si se paraba un solo instante a pensar en las consecuencias que todo eso podía tener para su familia, se derrumbaría sin remedio, y eso era algo que no podía permitirse en ese momento, no cuando todavía no había terminado. Ya habría tiempo más adelante, lo primero era resolver todos los problemas creados con ese accidente.



—Pensé que estábais todos muertos —confesó Franklin—. Cuando llegué aquí este mundo estaba en guerra contra los Kree, así que me crié envuelto en un mundo repleto de batallas y muerte. Pero supe salir adelante, en parte gracias a que la tensión hizo que mis poderes mutantes se manifestasen y en parte gracias a lo que aprendí de vosotros cuando era niño. Me uní al ejército, mamá, y no tardé en convertirme en escalar puestos. Fundé este cuerpo militar en vuestro honor, y me enorgullece decir que gracias a él pudimos ganar la guerra, pero La Tierra no sobrevivió. Aunque sí la especie humana.

—Solo eras un niño —gimió Sue—. No era esa la vida que debiste llevar, hijo mio. Tu infancia, tu familia, todo te fue arrebatado por un error nuestro. No merecías nada de esto.

—No importa, mamá —respondió Franklin—. Sé que habéis hecho todo lo posible por encontrarme, he leído vuestras mentes. Lo que me preocupa, ahora que sé que fuimos afectados por una distorsión espacio temporal exponencial, es qué pasó con Valeria. No habéis dado con ella todavía.

—No —confirmó Johnny, con pesar.

Hulka y Namorita intercambiaron un mirada de pesar, conscientes de las implicaciones. Reed había pasado dos meses en el mundo al que fue arrojado, Sue tres años, Ben diez y Franklin, treinta. Siguiendo esa sucesión, no era descabellado pensar que para Valeria fuese ya demasiado tarde.

—Tenéis que encontrarla —sentenció Franklin—. Al menos... al menos se merece que sepáis qué fue de ella.

—¿Has dicho “tenéis”? —Sue miró a su hijo con el miedo grabado en el rostro.

—No voy con vosotros, mamá. Ahora pertenezco a este mundo, y todavía tengo mucho que hacer.

No puedo abandonar todo lo que hemos logrado, los supervivientes de la raza humana me necesitan.

—¡Yo soy tu madre! —le recordó Sue—. Y también te necesito.

—Lo... lo siento, de verdad. Pero estoy decidido. Decidle a papá que le lo comprendo y que no fue culpa suya, y, por favor, encontrad a Valeria. Os quiero.

Dicho esto, Franklin dio la espalda a Los 4 Fantásticos y se marchó, seguido por sus hombres y por los lloros de su madre. Johnny, con el corazón roto tras lo que acababa de presenciar, miró el dispositivo de su muñeca y se preparó para iniciar un nuevo viaje interdimensional. Sin embargo no pudo evitar preguntarse si, después de verse obligados a dejar atrás a Ben y a Franklin, todavía les aguardaba una tragedia mayor cuando encontrasen a Valeria.
No era momento para las dudas. Activó el aparato, y los cuatro desaparecieron para siempre de aquel lugar.


¡Al fin!

Reed Richards volvió a repasar por tercera vez todos los parámetros, a fin de asegurarse de que no hubiese pasado por alto ningún error, y posó la mano sobre la palanca que activaría el proceso por el que podría solucionar todo lo ocurrido. Suspiró, cansado, y miró una fotografía de Los Cuatro Fantásticos junto a Franklin y Valeria. ¿Cómo había sido tan necio como para arriesgar de esa manera a su familia?
Lo arreglaría. Lo arreglaría todo.

Sue y Johnny se encontraban arrodillados ante una tumba, en cuya lápida podía leerse el nombre de la niña perdida. Habían llegado demasiado tarde, Valeria estaba muerta tras vivir toda su vida en un mundo al que no pertenecía. Y Los 4 Fantásticos tenían la culpa.
Entonces sucedió algo y un resplandor blanco los iluminó a todos. Desaparecieron sin dejar rastro.

Johnny, a medio vestir delante del espejo de su cuarto en el Edificio Baxter, parpadeó sorprendido. Recordaba ese momento, pues tan solo hacía unos días de aquello, aunque parecia que hubiesen pasado años. Miró el reloj y comprobó que, en efecto, era media hora antes de su cita con Namorita, cita que lo salvó de verse arrastrado a otro mundo por el accidente que sacudió al Edificio Baxter. Su familia y Ben no tuvieron tanta suerte.
Entonces se acordó de los niños y, tras arrojar la corbata sobre la cama sin hacer, echó a correr hacia la habitación que estos compartían. Recorrió los pasillos con el corazón repleto de temor, pero al fin, cuando llegó, jadeando a causa de la carrera, se encontró con que estaban jugando como si tal cosa. Sue, junto al marco de la puerta, los miraba con los ojos empañados en lágrimas.

—No lo recuerdan —susurró aliviada—. No recuerdan nada de lo que ha pasado.

—¿Y por qué nosotros sí? Y, por cierto, ¿cómo hemos vuelto?

—No lo sé, pero sí sé quién tiene las respuestas.

No tuvo que decir más. Los dos hermanos, cogidos de la mano, se dirigieron hacia el laboratorio de Reed Richards.

—¡Era feliz! ¡Era feliz, y me lo has arrebatado!

Ben sacudía a Reed, a quien sujetaba por el cuello con el puño férreamente cerrado, tanto que se lo habría roto de no ser un hombre de goma.

—Lo siento, amigo mío, pero debes entenderlo. Yo...

—¡No debo entender nada, estirado! ¡Lo único que entiendo es que...!


—Para Franklin pasaron treinta años, los vivió en un mundo en guerra contra los Kree —intervino Sue, ella y Johnny se encontraban en la puerta de los laboratorios—.
Para Valeria... no estamos seguros de cuánto fue, pero creemos que más de un siglo. Solo encontramos su tumba, cubierta de polvo y llena de huesos. No sé qué hizo Reed, pero salvó a nuestros hijos.

La Cosa guardó silencio, conmocionado por las noticias, y finalmente dejó ir a Mr. Fantástico.

—Ben...

—Déjalo, estirado —dijo el aludido—. Hiciste lo que debías.

El silencio los envolvió a los cuatro, perdido cada uno de ellos en sus propios pensamientos. Reed y Sue intercambiaron una significativa mirada, pero ninguno de los dos se atrevió a dar el primer paso, pues ambos sabían bien qué consecuencias tuvo que la Mujer Invisible pasase tres años junto a Namor.

—¿Qué hiciste, cuñado?

—Encontré la forma de revertir el efecto del accidente. Conservamos los recuerdos de lo sucedido, aunque, técnicamente, nada de eso pasó en realidad.

—¿Por qué los niños no se acuerdan?

—Sus mentes son todavía extremadamente adaptables, Sue —explicó Reed—. Debo asociarlo  a que, de algún modo, los han protegido de esto. O quizás los poderes latentes de Franklin tengan algo que ver. Lo cierto es que no estoy seguro, pero lo investigaré.

—Bueno, lo importante es que Los Cuatro Fantásticos están de vuelta —dijo Johnny, sonriendo de oreja a oreja.

—No. —La negativa de Susan hizo que todos se volviesen hacia ella—. No, no puedo seguir con esto. No ahora. Lo siento, pero ha sido muy duro, y necesito un tiempo de paz.

—Estoy de acuerdo —secundó Mr. Fantástico—. Nunca he sido tan consciente como ahora de hasta qué punto arriesgamos a Franklin y a Valeria con el estilo de vida que llevamos, y se merecen una infancia normal. Sue y yo deberíamos tomarnos un tiempo lejos de todo esto, con ellos.

No dijeron nada sobre reconstruir su matrimonio, roto tras las vivencias de la Mujer Invisible en el mundo subacuático, pero tampoco fue necesario, pues todos lo comprendían.

—Yo también necesito unas vacaciones —añadió Ben—. Lejos de aquí, a poder ser. Muy lejos.

La Cosa miró hacia el espacio, y sus amigos comprendieron a qué se refería.

—¿Entonces es el fin de Los Cuatro Fantásticos?

Nadie fue capaz de responder a eso, y, unos minutos después, todos se marcharon del laboratorio, dejando solo a Johnny Storm. Este, resignado, se asomó a una ventana y, tras sonreír, saltó al vacío.

—¡Llamas a mí!

Voló alrededor del Edificio Baxter y, después, ascendió sobre él y trazó en el cielo un cuatro de llamas. Los Cuatro Fantásticos siempre seguirían ahí, pasase lo que pasase. A fin de cuentas eran una familia. La primera familia. 

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