Star Wars: El camino de la Fuerza nº01

Título: Episodio I
Autor: Francesc Marí
Portada: Sergio Morilla
Publicado en: Octubre 2016

En mitad del desierto de Tatooine, dos figuras aparecen de una nube de polvo. Son dos jedis, la twi’lek Ornesha Lera y el humano Lonus Naa que regresan de investigar del antiguo palacio de Jabba el Hutt, pero, súbitamente, un enorme rancor se alza tras ellos.
Hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana...
Creado por George Lucas

Una estruendosa explosión truncó la paz del desértico planeta de Tatooine, provocando un eco que se extendió quilómetros a la redonda, haciendo que la arena se levantara a su paso. El gigantesco palacio de Jabba el Hutt había desaparecido tras una cortina de llamas, cenizas y rocas.

De entre la nube de polvo que se había levantado en la colina, en la que una vez se alzó el lugar de residencia del temible Hutt, aparecieron dos figuras. La de la derecha era una mujer twi’lek de piel rosada, andaba con los ojos cerrados para evitar que la arena le entrara en ellos; la de la izquierda era un hombre humano, con el cabello muy corto de color negro, que no paraba de toser de forma casi tan estruendosa como la explosión que los había precedido.

—¿Crees que será suficiente? —preguntó el hombre sin dejar de toser.

—Supongo que sí, mi joven padawan —respondió ella limpiándose la cara de la arena que había quedado pegada a su cuerpo sudoroso.

—Te he dicho mil veces que no me llames así, hace años que deje de ser tu padawan —protestó el hombre.


—Lo sé, Lonus, lo sé. Ahora ocupas un lugar muy diferente en mi vida —respondió ella con sorna mientras que ayudaba al humano a acabar de quitarse la arena de encima, dejando a la vista la cara mal afeitada de un treintañero—. No protestes más y regresemos a Coruscant cuanto antes —añadió dándole un cariñoso beso en los labios.

Antes de que el joven Lonus pudiera disfrutar con lo que la twi’lek le había obsequiado, un enorme rancor atravesó la cortina de polvo arrastrando con él parte de uno de los muros del palacio que los dos jedis habían dejado atrás.

Al detectar el peligro, la twi’lek y el humano apretaron los activadores de sus sables al unísono, dejando ver sus luminosas hojas, al mismo tiempo que se ponían en posición de ataque.

—¡Por la Fuerza! ¿Qué no mueren nunca estos bichos? —exclamó Lonus.

La twi’lek lo observó con una sonrisa, Lonus Naa era incorregible, nunca dejaría de ser el chico de los barrios bajos de Coruscant.

—Yo me encargo —anunció la joven maestro twi’lek de piel rosada empezando a correr hacia el rancor.

Sin embargo, se acercó demasiado al inmenso animal, que, sin dudarlo, le propinó tal golpe que la lanzó contra una roca a varios metros de distancia. Preocupado por su compañera, Lonus realizó un potente salto aprovechando la Fuerza que lo acercó donde la twi’lek estaba tendida bocabajo.

—¿Estás bien, Ornesha? —preguntó Lonus haciendo girar a la jedi.

—De momento… Sí —respondió Ornesha al quedarse bocarriba.

No tenían demasiado tiempo antes que el monstruoso rancor los atrapara, así que Lonus ayudó a Ornesha a levantarse. Ambos jedis se miraron y ambos pensaron los mismo: «¿Tienes un plan?». Al ver la expresión de horror del otro, los dos empezaron a tejer estratagemas en sus mentes, algo que les permitiera sobrevivir. Pensaban tan rápido como sus mentes les permitían, mirándose entre ellos a la vez que esperaban con los sables alzados a que el rancor estuviera sobre ellos. Todos los planes que se les ocurrían eran rápidamente descartados por ser demasiado descabellados, o por no tener tiempo para llevarlos a cabo. Pero, al fin, Lonus dio con el más adecuado:

—Tengo una idea… ¡Corre! —gritó el jedi justo cuando tenían el rancor prácticamente encima.
Sin que Lonus tuviera que repetírselo dos veces, Ornesha empezó a correr a su lado haciendo que las dos colas de su cabeza se bambolearan tras ella. A pesar que corrían tanto como sus piernas y la Fuerza les permitían, el enorme animal no dejaba de ganar terreno a cada paso que daba.

A medida que avanzaban y abandonaban la colina, sus pies se ralentizaban al intentar correr sobre la espesa arena del desierto de Tatooine. Solo tenían dos salidas, morir atrapados por el rancor o hundidos en arenas movedizas; o bien se enfrentaban al gigantesco animal.

Los años pasados como maestro y aprendiz, así como los años como pareja, les había permitido tener una comunicación en la que no necesitaban palabras para entenderse mutuamente. Tan solo con una mirada, supieron lo que tenían que hacer.

Súbitamente, los dos jedis se detuvieron y, girando sobre sus talones, emprendieron de nuevo la marcha en dirección opuesta, hacia el rancor. El monstruo intentó cogerles cuando ambos pasaron entre sus piernas, pero los jedis lo evitaron con una velocidad casi sobrehumana. Antes de que el rancor pudiera darse la vuelta para capturarlos, la pareja de jedis aprovechó la agilidad que les proporcionaba la Fuerza, para saltar sobre la espalda de la criatura.

El monstruo se sacudía para sacarse de encima a los jedis, pero estos mantenían el equilibrio esperando el momento oportuno para clavar sendos sables en la cabeza del enorme rancor.

Pero cuando los dos estaban empuñando sus armas a punto de asestar el golpe mortal, una descomunal garra cogió a Lonus. El rancor parecía tener intención de comerse al jedi humano para desayunar, y Lonus tenía poco que objetar, ya que la fuerza con la que estrujaba su cuerpo le impedía pensar con claridad. El monstruo abrió sus mandíbulas tanto como pudo y se acercó el desafortunado jedi.

Lonus podía sentir el calor interno del cuerpo del rancor, así como el hedor que desprendía su garganta. De repente, sintió como una gran gota de baba se desprendía del paladar de la criatura y caía sobre su cabeza.

—Mira que morir de este modo —dijo Lonus desesperanzado—. Yo hubiera querido hacerlo

luchando contra un poderoso sith. Como un jedi. Como un héroe…

Antes que las lamentaciones de Lonus fueran definitivamente ahogadas en baba de rancor, una potente luz verde iluminó el interior de la cavidad bucal del monstruo, haciendo que este rugiera de dolor. Lonus comprendió lo que sucedía, el resplandor verde procedía del sable de luz de Ornesha.

Evitando pensar en la presión que todavía ejercía la garra del rancor sobre su cuerpo, Lonus desenvainó su sable de color azul y atravesó una vez tras otra el paladar de la criatura.

Tras tambalearse hacia adelante y hacia atrás en diversas ocasiones, como si su cerebro se negase a morir, el rancor, finalmente, se desplomó sobre la arena, sin vida.

Después de bajar de la espalda del monstruo, Ornesha sacudió la cabeza para que todo lo que daba vueltas volviera a su lugar. Acababa de comprobar que cabalgar a lomos de un rancor no era bueno para el mareo.
Cuando estuvo recuperada, Ornesha pudo ver como Lonus peleaba por salir de entre las dientes del rancor y por desprenderse de los grandes dedos que todavía lo atenazaban.


—¿Cómo te encuentras? —preguntó Ornesha al ver como Lonus se acercaba tambaleándose a ella con la mitad superior del cuerpo cubierto por espesas babas de rancor.

—No muy bien, la verdad —afirmó Lonus con sarcasmo—. Casi me ahogo ahí dentro, no veas como le cantaba el aliento a ese bicho —explicó el jedi, que desprendía un hedor muy fuerte, proveniente de las babas del rancor que se descolgaban desde su cabeza hasta la arena del desierto.

—Bueno, no te preocupes —contestó Ornesha—, ahora nos queda un largo trayecto hasta el puerto de Mos Eisley. Así que tienes tiempo para quitarte de encima todo esta… Porquería —añadió señalando a Lonus con asco.


Emprendieron la marcha dejando atrás los restos del castillo de Jabba el Hutt y los despojos del rancor. A cada paso, Lonus protestaba mientras intentaba limpiarse, sin éxito, las babas del rancor. Sin embargo, Ornesha no le prestaba atención, su cabeza estaba dándole vueltas a otra cosa.

—Resulta extraño, ¿no crees? —preguntó la jedi.

—No creo, ahora solo odio…

—Ya sabes qué dirían los maestros del consejo. El odio lleva a la ira, la ira…

—No me vengas ahora con viejos refranes de antes de la guerra —protestó Lonus, pero después añadió—: ¿Qué te resulta extraño?

—Veamos, de golpe recibimos avisos de nuestros informadores en el planeta de que ha sido visto un sith.

—Exacto.

—En pocos días venimos nosotros, y no encontramos ni al supuesto sith, ni a los informadores, ni a nadie que quiera decirnos si el rumor era cierto.

Lonus afirmó con la cabeza, no podía abrir la boca ya que un goterón de babas de rancor estaba resbalando por su frente.

—Pero, justo cuando íbamos a abandonar el planeta y marcharnos creyendo que era un rumor, aparece un vendedor ambulante por pura «casualidad» que nos explica que el sith se encontraba en el palacio de Jabba.

Lonus no dijo nada, sabía que Ornesha seguiría pensando en voz alta.

—Nos creemos la información, vamos al lugar y descubrimos restos de comida y hogueras que nos confirman que durante la última semana alguien había estado allí.

—¿Y?

—Pues que ni los informadores, ni nadie del pueblo, ni tan siquiera el misterioso vendedor nos dijo que todavía quedaba un rancor.

—¿Y? —insistió Lonus, cuyos nervios empezaban a crisparse por culpa de las babas y los rodeos de Ornesha.

—¿Es que no lo ves? —preguntó la twi’lek ofendida.

El otro negó con la cabeza.

—Alguien quería que no saliéramos con vida de ese palacio. Esperaba que el rancor acabara con nosotros.

Lonus lo miró abriendo los ojos y la boca de par en par, pero tuvo que cerrarlos antes de que más babas entraran en ellos.

—Debemos informar cuantos antes al consejo de que alguien pretende matar a los jedis.

—Eres un poco exagerada, ¿no crees? —repuso Lonus—. Vale, han intentado matarnos, pero eso no significa que quieran acabar con todos los jedis.

—Sí, pero como mínimo quiere decir que alguien no quiere que investiguemos en este planeta…

—O sobre los sith —dijo Lonus terminando la frase de su compañera.

Ambos se miraron a la vez sorprendidos y asustados, por lo que aquello podía significar.

—De acuerdo, eso sí que te lo compro —afirmó Lonus aceptando que la reflexión de Ornesha tenía fundamentos.



El resto del día, estuvieron andando por la densa arena del desierto de Tatooine hasta que llegaron a

Mos Eisley, pero lo hicieron apenas sin hablar. Lonus estaba extremadamente enfadado por no conseguir quitarse de encima por completo ni las babas del rancor, ni su hedor. Y su enfado no menguó cuando entraron en el puerto espacial. Solo cruzar las puertas de la ciudad, toda la gente que andaba de un lugar a otro, compraba comida en el mercado o, simplemente, trapicheaba en las esquinas, se apartaron de los jedis. No porque fueran jedis, sino por el horrible olor que desprendía Lonus.

—Rápido, vayámonos de aquí —dijo Lonus viendo cómo la gente lo trataba como un paria.

—¿No quieres limpiarte primero? —preguntó Ornesha.

—No, no, ya lo haré cuando lleguemos a Coruscant —respondió Lonus acelerando el paso dirigiéndose hacia el hangar en el que había su vehículo de transporte.

Así que, apenas habiendo llegado a Mos Eisley, ya estaban abandonando el puerto espacial y el planeta a toda prisa.

Continuará...

Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)



No hay comentarios:

Publicar un comentario