Iron Man nº08

Título: Amanecer Rojo (III)
Autor: Francesc Marí
Portada: Juan A. Campos
Publicado en: Diciembre 2016

Después del desafortunado reencuentro con Whiplash y Dinamo Carmesí, el cuerpo aparentemente sin vida de Iron Man está cayendo desde miles de metros de altura. Cada vez falta menos para el horrible y fatal destino. Solo un milagro puede salvarlo.
Un elegante millonario, playboy, extraordinario inventor y un poderoso industrial, es Tony Stark... Pero cuando se viste su metálica armadura, se convierte en la más poderosa máquina luchadora del mundo
Creado por Stan Lee, Larry Lieber, Don Heck y Jack Kirby


El lanzamiento del cohete que Stark Industries tenía previsto enviar al Sol era un evento público, se estaba retrasmitiendo por las cadenas públicas de todos los países. Sin embargo, la audiencia estaba siendo más bien escasa. Los años de la carrera espacial habían quedado muy atrás, y pocos eran los interesados en ver como un cohete de miles de millones emprendía el vuelo. Pero eso cambió radicalmente, cuando aquel espectáculo científico se convirtió en el retorno de Iron Man. Tras ver como Iron Man se enfrentaba a dos viejos conocidos de la audiencia, ahora, a través de unas tambaleantes imágenes, todos estaban viendo como uno de sus superhéroes favoritos estaba cayendo irremediablemente hacia al Océano Atlántico. Y absolutamente nadie podía hacer nada.

En otro momento, meses atrás, seguramente hubiera aparecido alguno de los otros héroes, pero ahora Iron Man se había convertido en un lobo solitario, y más después de colgar su armadura. Solo podía contar con los miembros de S.H.I.E.L.D., pero seguramente estaban demasiado ocupados para aparecer sin aviso para rescatar a Tony Stark.

El cuerpo aparentemente sin vida del multimillonario no hacía más que dar vueltas y más vueltas en el aire, moviendo sus extremidades al son de las corrientes de aire cual muñeco de trapo.

El público se estaba mordiendo las uñas mientras veían como Iron Man caía. Los técnicos de Stark Industries se tiraban de los pelos mientras veían como su jefe estaba a punto de estrellarse contra la superficie marina. Y Tony seguía sin articular ningún músculo encerrado en lo que pronto se convertiría en su ataúd metálico. ¿No había nadie en disposición de salvarle la vida? ¿Seguro que no había nadie que pudiera ayudarlo?

Señor Stark, si no responde me veré obligado a saltarme sus protocolos —dijo J.A.R.V.I.S. aparentemente sin emoción, pero la elección de palabras que estaba haciendo sus sistema de lenguaje era cada vez más insistente.

El pobre asistente electrónico lo había intentado todo, había activado alarmas y pitidos molestos para cualquier oído humano, pero su jefe seguía sin reaccionar. ¿Podía ser que realmente ese fuese el final de Tony Stark?

Siento comunicarle, señor, que debido a su testarudez en no recuperar el conocimiento me veo obligado a saltarme los parámetros de seguridad.

Sin añadir nada más, como si aquella fuera su última palabra, J.A.R.V.I.S. pirateó el control de navegación de la armadura, que, visto en teoría, sería como si se estuviera pirateando a sí mismo y tomó el control de la armadura.

En las pantallas de todo el mundo se pudo ver como, a pocas decenas de metros del fatal impacto, los propulsores de las botas de Iron Man se activaban y emprendían el vuelo hacia tierra firme, lejos del agua y del peligro que había comportado aquella caída libre.

Por todos los hogares, despachos y lugares del mundo se pudo escuchar un suspiro de alivio al ver que el vengador dorado retomaba el vuelo para regresar, sano y salvo hacia la base de operaciones de la división espacial de Stark Industries en Florida.

Cuando Tony abrió los ojos de nuevo no pudo evitar asustarse. Un mar de caras preocupadas lo observaban con atención desde las alturas. Pero fue algo momentáneo. En seguida comprendió que estaba tumbado en el sofá en una de las numerosas salas de las instalaciones espaciales de Stark Industries, y sus técnicos lo contemplaban exageradamente asustados.

Al principio no supo que hacer, hasta que, de entre todos los técnicos, apareció una chica de ojos almendrados y claros, morena y de sinuosas curvas. Cualquiera hubiera la hubiera clasificado de latina, sin embargo, Tony se podía vanagloriar de hacer distinciones más específicas… Aquella chica era inconfundiblemente mediterránea y tampoco había lugar a dudas de que era la que había dado la voz de alerta sobre Whiplash y Dinamo Carmesí…

«¡Whiplash y Dinamo! ¡Mi cohete!», exclamó para sus adentros alarmado, pero la presencia de aquella chica le hizo olvidar a los villanos soviéticos.


—Beba un poco de agua y no se levante —le dijo la chica con voz suave ofreciéndolo un vaso de cristal lleno de un líquido transparente—, acaba de perder el conocimiento y…

—Lástima que no haya sido por tu culpa —intervino Tony con una brillante sonrisa.

A pesar de la piel morena, la chica se sonrojó y el vaso empezó a temblar en su mano. Podía estar al borde la muerte, pero Tony sería un descarado ligón hasta el último de sus días.

—Se-Señor Stark, por favor, compórtese —replicó la chica intentándose controlar.

—Llámame Tony —respondió con rapidez—, y eso es algo que no sé hacer.

—¿El qué? —preguntó la chica inocentemente.

—Comportarme —contestó Stark cogiendo el vaso y la suave mano de la chica que lo sostenía, acercándola hacia él—, ¿quieres comprobarlo, Gwyneth Reid?

La chica se sobresaltó al escuchar su nombre:

—¿Có-Cómo sabe…?

—¿Tu nombre? —la interrumpió Tony—. Muy sencillo, conozco a todos mis trabajadores.

—¿Ah, sí? —preguntó incrédulo uno de los técnicos que contemplaban la escena sin poder acabar de creérselo.

—Por supuesto, Albert —le cortó Tony con aire de superioridad.

—Mi nombre es Herbert…

—Bueno —contestó dirigiéndose a Gwyneth—, al menos conozco a las empleadas más atractivas.

El comentario arrancó alguna sonrisa y carcajada, sobre todo entre las mujeres que se sentían atraídas por el millonario. Sin esperar a que nadie replicase, Tony dio un sorbo al vaso del agua y se lo devolvió a Whitney, que ya había perdido gran parte de la compostura, y lo acabó de hacer cuando Tony le besó la mano con elegancia.

—¡J.A.R.V.I.S.! —exclamó poniéndose de pie.

¿Sí, señor Stark? —preguntó sus asistente.

—Supongo que si estoy aquí tan bien acompañado es gracias a ti, ¿cierto?

—Así es, señor.

—En ese caso, muchas gracias J.A.R.V.I.S.

—Solo hacía mi trabajo, señor.

—Eres demasiado modesto —le replicó Tony.

—Usted me programó así, señor.

Tony sonrió, la voz de J.A.R.V.I.S. podía estar carente de emoción, pero sus comentarios siempre parecían guardar algo detrás, cierto sarcasmo propio de los mayordomos británicos.

—Dime, J.A.R.V.I.S., ¿qué sabemos de mi cohete?

Tras su caída, el cohete ha sido desviado de su trayectoria —contestó el asistente.

—¿Esos dos han conseguido robar mi cohete?

Eso me temo, señor.

Tony se giró hacia sus técnicos, que no habían dejado de observar a su jefe.

—¿En serio? —les preguntó levantando una ceja en tono interrogativo.

—Así es, lo hemos perdido —contestó Gwyneth, todavía con el vaso de agua entre las manos.

Al escuchar aquellas palabras, como si hubieran detonado algo en su cabeza, Tony volvió a sonreír y salió corriendo de aquella sala.

Con la tropa de técnicos corriendo tras él, advirtiéndole que no había nada que se pudiera hacer y a la vez que J.A.R.V.I.S. insistía en lo mismo, Tony recorrió los pasillos de su base espacial hasta la sala de control, en aquel momento vacía.

Sin hacer caso a ninguno de sus trabajadores, Tony se sentó frente a una de las unidades de control y empezó a teclear como un loco sobre su teclado. Al ver a su jefe sumergido en su trabajo, todos se detuvieron y lo contemplaron como si estuvieran viendo trabajar al mismísimo Leonardo Da Vinci.

Tras unos segundos en los que parecía que Tony no prestara atención a nada más que a la pantalla de su ordenador, giró sobre sí mismo sentado en la silla de oficina que ocupaba y se dirigió a sus trabajadores:

—J.A.R.V.I.S., queridos amigos, miembros de la junta ahí dónde estéis —exclamó como si estuviera presentando un espectáculo de circo—. Puede que hayamos perdido el control del cohete, pero sí que sabemos dónde se encuentra.

Sin más preámbulos, Tony pulsó un botón del teclado y, en la pantalla principal de la sala de control, apareció un mapa del mundo en el que se podía ver una rayita discontinua de color verde que iba avanzando hacia el este cruzando el Océano Atlántico, en concreto el cohete estaba a punto de sobrevolar la Península Ibérica.

—Ese es nuestro cohete y parece que esos dos sienten nostalgia, ya que, a menos que me equivoque, se dirigen a la vieja Unión Soviética.

Sin dejar que nadie respondiera, Tony se levantó y se paró frente a sus trabajadores.

—J.A.R.V.I.S., ¿cómo está la Mark 5?

Un poco malograda por los látigos de Whiplash, pero puede volar.

—Excelente. En ese caso, partimos inmediatamente. —Empezó a andar dejando atrás a sus empleados, pero se detuvo y volvió hacia atrás—. Y, por favor, cuando puedas reserva una mesa para dos para cenar en la fecha que mejor le convenga a la señorita Frost —añadió volviendo a besar la mano de su empleada, que no pudo evitar controlar la mano en la que todavía sostenía el vaso de agua, e irremediablemente este cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos.

Señor, siento ser yo el que ponga en duda sus actos —dijo J.A.R.V.I.S. en el interior del casco de la armadura Mark 5—, pero si el cohete vuela hacia el este, ¿por qué nosotros estamos dirigiéndonos hacia el norte?

Tony estaba embutido en lo que quedaba de la armadura Mark 5 tras su combate contra Whiplash y Dinamo Carmesí. Estaba bastante estropeada, por el pecho le entraba el gélido aire propio de esa altura de vuelo, el propulsor de la bota izquierda perdía potencia continuamente y debía corregirlo con los repulsores de los guantes, y la mitad de la pantalla de navegación del interior del casco no funcionaba. Aún así, aquella armadura era el medio más rápido para llegar hacia dónde Tony quería llegar.

—Muy sencillo, querido J.A.R.V.I.S., estamos volando hacia mi ático en Nueva York, para coger una armadura más apropiada para la ocasión.

—Así, señor, ¿ha decidido volver a sus proezas como superhéroe? —preguntó con cierto reparo J.A.R.V.I.S.

Tony dudó un instante. Se había prometido que nunca más volvería a ser Iron Man. Cuando, unas horas antes, se había enfundado la armadura creía que lo estaba haciendo solo por un instante, que Whiplash y Dinamo no supondrían más que una amenaza que durara más que unos minutos. Sin embargo, ahí estaba, tras un penoso combate del que había salido perdiendo, sobrevolando Estados Unidos para cambiar de traje y perseguir a sus enemigos para recuperar un cohete robado.

¿Estaba haciendo eso solo por el cohete y el esfuerzo, suyo y de todo su equipo, que había tras él? ¿O lo estaba haciendo por él, por qué quería volver a ser lo que había sido durante tanto tiempo? Un héroe, un vengador… Iron Man.

Por mucho que se lo preguntase, aún no tenía una respuesta suficientemente clara para darse a sí mismo, así que mucho menos una creíble para su asistente artificial. Así que le dijo lo único que tenía claro:

—No lo sé, J.A.R.V.I.S., no lo sé.

Pero, señor…

—No insistas, no lo sé. Por ahora lo único que importa es perseguir a esos villanos, recuperar el cohete y acabar con el plan que Whiplash, Dinamo Carmesí o cualquier otro hayan ideado para aprovecharse de ese cohete.

De acuerdo, señor Stark —respondió J.A.R.V.I.S.

Si su asistente electrónico hubiera tenido consciencia —algo que Tony a veces creía que tenía—, J.A.R.V.I.S. hubiera pensado para sus adentros lo mismo que había pensado todo el mundo al volver a ver la estela que dejaban tras de sí los propulsores de las botas de la armadura roja… Iron Man había vuelto.

Continuará…

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