La Llamada de Cthulhu nº11

Título: El Pilar de Zoth (II)
Autor: Federico H. Bravo
Portada: J.B. Casacop
Publicado en: Noviembre 2016

Los asesinatos continúan... Y el poder y la influencia del pilar de Zoth sigue aumentando...Sin que nadie pueda evitarlo
Es imposible que tales potencias o seres a una época infinitamente remota donde la conciencia se manifestaba, quizá, bajo cuerpos y formas que ya hace tiempo se retiraron ante la marea de la ascendiente humanida; formas de las que sólo la poesía y la leyenda han conservado un fugaz recuerdo con el nombre de dioses, monstruos, seres míticos de toda clase y especie...

Creado por
H.P. Lovecraft.




V

Arkham. Al poco tiempo.


Cuando el teléfono sonó en el apartamento de Abby, la que atendió el llamado fue su compañera de piso. La música de Marilyn Manson sonaba a todo lo que daba y la chica prácticamente tuvo que hablar a los gritos para hacerse oír.

—¿Cómo dijo? – gritó Terry, tapándose un oído para escuchar mejor.

—¡Soy la madre de Abigail! ¿Puedes pasarme con ella? – insistió Rowan, en el mismo tono.

—Un momento – Terry dejó el tubo descolgado y se fue a llamar a su amiga — ¡Abby! ¡Teléfono! Tu madre.

Abby, una bella chica gótica de piel pálida y tatuajes en el cuerpo, resopló algo molesta y bajó el volumen de su equipo de audio. Acudió a hablar con Rowan al rato.

—¿Abby?

—Hola, Rowan – dijo ella. Hacía mucho que no le decía “mamá”, salvo en casos especiales y por lo general simplemente se limitaba a usar su nombre — ¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?

Rowan suspiró. ¡Hacía tanto que no hablaba con ella! Pero no podía darse el lujo de entretenerse con ello. Existía un motivo de sobrado peso para molestar a Abby y es que necesitaba de su ayuda.

—¿Todavía trabajas para la división informática del departamento de policía de Arkham? – le preguntó.

—Que yo sepa, no me han echado todavía – respondió su hija, sarcástica — ¿Qué sucede? ¿Tienes líos con la ley? ¿Alguna mala praxis tal vez que quieres que borre de algún expediente digital?

El humor de Abby era bastante ácido. Rowan lo pasó por alto.

—Escucha, hija… Necesito un favor.

—Sí, ya decía yo que por algo llamabas.

Se hizo el silencio. Abby se molesto consigo misma. ¿Tenia que ser tan mordaz cuando hablaba con su madre? Después de todo, justamente, era lo que Rowan era, su madre. Después de que se separara de su padre y este se fuera a vivir a Europa, la única que le quedaba era Rowan.

Trato de hacer una concesión; dejaría de lado los sarcasmos.

—¿Qué sucede?

Rowan se lo contó. Al principio, antes de llamarla, estuvo pensando en qué decirle, qué inventar. Pero Abby no se merecía mentiras. Si quería recobrar la confianza y el afecto de su hija, decidió que lo mejor seria, ante todo, decirle la verdad, por muy grotesca o imposible que fuera.

Sorprendentemente para ella, Abby la escuchó hasta el final. Cuando el relato del horror vivido terminó, la chica tuvo mucho para decirle a su madre. Para empezar, que ya existían antecedentes del caso…

Abby le contó sobre los crímenes de ciertas mujeres acaecidos hace tiempo atrás, en Arkham, y sobre las pesquisas del detective encargado de investigar el asunto, Kyle MacRae, quien había desaparecido misteriosamente no hace mucho. Le habló de los informes forenses y sobre la vinculación de las muertes con brujería, la magia negra y el vampirismo…

Rowan escuchó aquello sobrecogida de espanto. Parecía que un terrible mal seguía suelto, pese a creérsele derrotado. La cosa—vampiro del tótem de piedra tenía nombre y de acuerdo con lo que Abby averiguó de boca de MacRae, se llamaba Jonathan.

—Es una especie de brujo demoníaco de alguna clase – dijo la chica – pero MacRae insistió en que lo había vencido. Claro que nadie, excepto yo, le creyó.

—Lo que no entiendo es qué hace en ese pilar de piedra… Mi amiga Paula, la chica de la que te hablé, dice que el dueño del club lo compró en una galería de arte allá en Arkham. Abby, necesito que averigües todo lo que puedas de ese lugar.

—Descuida, lo haré.

Otra vez se produjo el silencio entre madre e hija. Rowan lo rompió al rato al volver a hablar…

—Escucha hija, yo… lo siento si no he sido todo lo buena madre que debería ser contigo. De verdad, lo siento.

—Rowan… no pasa nada. Está bien. Yo tampoco puedo presumir de ser exactamente una hija modelo.

Rowan sonrió, triste. ¿Quién hubiera pensado que madre e hija se unirían por culpa de un asunto sobrenatural? Pero pese a todo, daba las gracias a Dios por Abby. Podía ser todo lo rebelde que quisiese, pero en el fondo, no era una mala chica.

Cuando cortaron la comunicación, solo fue con la férrea promesa de contactarse nuevamente cuando Abby averiguara algo.


VI

Abby utilizó sus amplios conocimientos en el área de la informática para rastrear la compra de Mitchell hasta su lugar de origen. Obtuvo la dirección de la tienda donde el pilar se vendió y al día siguiente fue hasta allá.

Era un sitio lóbrego. Una vez atravesado el umbral, la muchacha se estremeció por el brusco cambio de temperatura que se produjo. Afuera hacia frío; dentro, hacía más, si cabe.

Abby se distrajo viendo un espeluznante cuadro que representaba a un ser mitad hombre, mitad animal (parecía un perro o canino de alguna clase, no estaba segura) cuando el dueño del lugar le tocó el hombro.

Dio un respingo. El tipo era bastante sombrío. Algo le decía que estaba totalmente a tono con el negocio que regenteaba.

—El Modelo de Pickman – dijo el sujeto, con voz grave.

—¿Qué?

El hombre de negro señaló al cuadro.

—Ah… — Abby asintió, nerviosa – Escuche, estoy tratando de averiguar algo sobre una pieza de arte que usted vendió a Mitchell Braverman. Se llama… — revisó los papeles que había traído consigo. No le hicieron falta; el hombre de negro la sacó de apuros.

—El Pilar de Zoth – dijo.

—Ese mismo.

—Está vendido.

—Lo sé. Es que necesito que me informe sobre su origen.

El hombre de negro la observó detenidamente. Esbozó una enigmática media sonrisa.

—Sé que es algo inusual… pero le pagare. Puedo pagarle por la información.

—El precio que yo te pediría, tú no lo puedes pagar, Abigail.

Abby se quedó helada.

—¿Cómo supo mi nombre?

Silencio.

Ella retrocedió. Repentinamente la presencia de ese sujeto se le antojó algo terrible. Había una sombra en él indefinida, como de extraña malevolencia.

Aquél tipo no era humano. Abby lo supo.

Tuvo la confirmación cuando los ojos del hombre se volvieron dos orbes de completa oscuridad. Sus pupilas y el blanco habían desaparecido.

—¿Quién es usted? – preguntó. Por alguna extraña razón, quería huir corriendo de ese lugar, pero no podía mover ni un músculo. Estaba petrificada en su sitio.

—Muchos nombres, muchos rostros – dijo el hombre de negro, misterioso – en muchos mundos a la vez – agregó.

—El pilar… ¿Por qué se lo vendió a Mitchell? ¿De donde ha salido?

—Creo que conoces parte de la respuesta a esa pregunta. Dentro del pilar habita prisionero el infame hereje al que llaman Jonathan, quien se atrevió a desafiar a los Señores del Exterior. Por su atrevimiento, le encerraron allí, junto con otras abominaciones que no me está permitido nombrarte.

El hombre oscuro hizo una pausa. Abby aguardó a que continuara.

—El pilar fue devuelto a esta dimensión por un portal. Se me ordenó que debía entregárselo a Mitchell Braverman.

—¿Por qué?

No hubo respuesta.

—¿Quién lo ordenó?

Tampoco hubo respuesta.

—Ese demonio está intentando escapar del pilar.

—Nadie puede escapar del Pilar de Zoth.

—Pues él lo va a hacer – Abby recuperó el coraje. Encaró al sujeto con más decisión— Tal y como yo lo veo, primero lo castigan encerrándolo ahí y después lo dejan libre, para que se escape. ¿Cómo se entiende eso?

El hombre de negro se puso serio.

—¿Quién entiende la Voluntad de Yog—Sothoth? – declaró – Sus caminos son misteriosos. Él escribe grandes verdades con letras torcidas – hizo otra pausa – Yo solo cumplo Sus ordenes.

Abby no podía decir que entendía del todo aquel asunto, pero tenía en mente algo más práctico.

—Si Jonathan escapa del pilar, ¿no seria una ofensa para esos Señores del Exterior? – cuestionó — ¿No seria algo así como una afrenta, un desafío a ese Yog—como—se—llame?

El hombre de negro pareció pensarlo.

—Puede que tengas razón – concedió.

—Entonces, ¿Cómo podemos matar a ese ser?

El hombre de negro se volvió hacia un pedestal colocado cerca. Tomó de él un gran medallón con un símbolo extraño:

—El Amuleto de Nug—Soth – dijo, entregándoselo – Si escapa del pilar, debe usarse contra él.

Abby se disponía a pagarle por la pieza antigua, cuando el hombre de negro la detuvo.

—Llévatelo – ordenó.

La chica se lo guardó entre sus ropas. Salió de la galería rápidamente.

Cuando se volvió para ver, algo increíble había sucedido: la tienda ya no existía. Con ojos desorbitados del asombro, Abby contempló el terreno vacío que se extendía ante ella. Era como si nunca hubiera existido ninguna tienda.

«Eso que no está muerto, que puede permanecer eternamente, y con desconocidos eones incluso la muerte puede fenecer».

Abdul Alhazred. El Necronomicón, versión original en árabe. Damasco, Año 730 DC.


VII

Nueva York.Más tarde.


Abby llevó el amuleto a su madre en persona. Mientras se lo entregaba, le contó todo lo que el hombre de negro le había dicho sobre el pilar y Jonathan.

Rowan sostuvo el medallón en sus manos. Lo observó con cierta fascinación. El grabado en su interior le pareció extraño, alucinante, alienígeno.

Mientras decidían qué hacer a continuación, sonó el teléfono. Rowan atendió. Paula le habló desde el otro lado, en un estado de histeria. Estaba aterrada…

—¡Lo sabe!

—¿Quién? Paula, cálmate. ¿Qué sucede?

—¡Rowan, él lo sabe! ¡Sabe que estuvimos en su apartamento! ¡Sabe que vimos el pilar hablándole! ¡Lo sabe!

Efectivamente, era de Mitchell de quien hablaba. Rowan sintió una punzada helada en el estomago.

—¡Viene por mi! ¡Oh, mi Dios, Rowan! ¡Va a sacrificarme para alimentar a esa cosa!

—Paula, escúchame: ¡Sal de ahí!

—¡Oh, mi Dios!

—¡Deja de llorar y vete de ahí ya mismo! – pidió Rowan. Como toda respuesta, la chica gritó y se escuchó cómo le arrebataban el teléfono — ¿Hola? ¿Hola? ¡Paula!

—No está disponible – una voz masculina habló en su lugar. Era Mitchell — Tu nombre es Rowan, ¿correcto?

—¡Maldito hijo de puta! ¿Qué le has hecho a Paula?

Mitch se rió.

—La pregunta debería ser qué le voy a hacer – el tono de voz cambió. Se volvió amenazante – Tú eres la próxima, nena.

¡Clic!

La llamada fue cortada. Rowan colgó el teléfono, furiosa. Abby observaba todo, cerca de su madre. La vio correr hacia un armario y revolver en un cajón, sacando ropa y demás cosas, hasta dar con una pistola dentro de una caja. La sacó y la cargó.

—¿Desde cuando portas armas? – inquirió la chica.

—Eso no importa ahora. Debo irme.

—¡Espera! ¿Adonde vas a ir?

—Al club. ¡Ese monstruo va a matar a Paula!

—¿Te volviste loca? ¿Vas a ir sola? ¡Hay que dar parte a las autoridades!

—Puedes hacerlo tú. Yo voy ya mismo para allá – Rowan se puso una chaqueta. Guardó dubitativa el medallón de Nug—Soth en su interior y el arma. Tomó las llaves del auto y se dispuso a salir.

—Voy contigo – se ofreció Abby.

—No. Es muy peligroso. Tú te quedas.

—¡Mamá!

—¡Te estoy hablando en serio, Abigail! ¡No quiero que te metas en esto! – Rowan alzó un dedo, autoritaria – Llama a la policía, mandalos al club. Yo voy primero, sola.

Abby protestó, pero su madre salia del apartamento, rumbo al club.

Solo rogaba llegar a tiempo…


Mitchell empujó a Paula hacia el tótem. La chica se resistió. Lo pateó en una pierna e intentó escapar, pero la agarró con fuerza del brazo, torciéndoselo e inmovilizándola.

—¡Suéltame, suéltame! – chilló Paula.

—¡Cállate! – Mitch se volvió hacia el rostro de piedra de Jonathan – Mira lo que te tengo, amigo. ¡Comida rápida!

—Yummie, yummie – dijo el otro, burlón – Justo la ultima victima que necesitaba.

—¿Eso quiere decir que luego serás libre?

—Y te recompensare por los servicios… ahora, sé buen chico y tráemela.

—¡No! – Paula luchó, en vano. Mitch la acercó al pilar y unos brazos terribles surgieron de la roca, apresándola.

—Toda tuya – Mitch retrocedió, con asco pero a la vez con mórbido placer por ver como Paula aullaba de dolor, se secaba y caía muerta al piso, convertida en una cáscara exprimida y avejentada.

Jonathan gimió. La roca que lo rodeaba se partió y con un estruendo terrible, fue libre de su prisión.

El hechicero sonrió. Estaba desnudo. Vio al otro joven y se le acercó, sensual, avasallador, poderoso…

—¿Estas listo para tu recompensa? – dijo, abrazándolo.

Sus labios se unieron. El beso fue húmedo, fuerte y cruel. Mitch no atinó a resistirse. Se dejó llevar. Lentamente, Jonathan lo acercó hasta el pilar de donde había emergido y lo colocó sobre él.

—Te dije que llenaría el vacío de tu alma – le recordó, dándole pequeños besos con ternura en las mejillas – Pues he aquí con lo que lo llenaré: con el Horror Supremo.

Antes de que Mitchell reaccionara, unos brazos inhumanos y unos tentáculos surgieron del tótem y lo capturaron. El hechicero retrocedió y se dirigió hacia un armario lleno de ropa. Despreocupado, comenzó a vestirse con ella.

—Supongo que te preguntaras: “¿Por qué?”. Bueno, pues sucede que mis amigos, las abominaciones que fueron encerradas en el Pilar de Zoth conmigo, también requieren de un sacrificio de sangre para ser libres – explicó a su infortunada victima, mientras ésta daba alaridos de puro terror – He hecho un trato con ellos y han prometido servirme si los ayudaba a escapar y luego buscar la forma de despertar a su padre de la sumergida R’lyeh.

Sus palabras no eran oídas por Mitch, quien presa de las abominaciones aberrantes, era destrozado y su sangre sorbida con avidez.

—Por supuesto, he aceptado el convenio – siguió diciendo Jonathan, mientras se calzaba unos zapatos

– Después de todo, el Gran Cthulhu es el único que puede darme la protección que busco contra los Dioses Exteriores y creo que me ganaré más de que nadie sus favores por haber ayudado a liberarse de su prisión a Su Semilla…

El sacrificio acabó. De Mitchell no quedaban ni los huesos. El pilar estalló en pedazos. Las abominaciones tentaculares contenidas en él emergieron, chillando.

¡Ph’nglui mglw'nafh Cthulhu R’lyeh Wgah nagl fhtan! – era el sonido gorgoteante que salía de sus horribles gargantas.

Jonathan terminó de vestirse. Extendió una mano. Uno de aquellos seres con cabeza de pulpo levantó a su vez la suya.

Ambos se las estrecharon.

—Hora de prepararlo todo – dijo el hechicero a la Semilla Estelar de Cthulhu – Abajo encontraran un club lleno de gente. Ya saben que hacer.

Tres de los hijos del dios primigenio sacaron sus horribles cuerpos de pesadilla del apartamento, en dirección al club. Jonathan retuvo a otros tres con él.

—Ustedes vienen conmigo – les dijo – Tenemos una visita relámpago que hacer a la Universidad de Miskatonic, en Arkham.

Los tres demonios marinos asintieron. Jonathan les dio la espalda y lanzó un conjuro. Una distorsión espaciotemporal se abrió en el aire, como una puerta. Acompañado por los hijos de Cthulhu, la atravesó y desapareció.


Cuando Rowan llegó al club, ya era de noche. Bajó del auto y con sumo cuidado, ingresó dentro del local.

La esperaba un paisaje de terror. Petrificada, contempló cómo todos los habituales del lugar yacían desparramados por el suelo, brutalmente mutilados.

Algo había matado y destrozado a toda esa gente. Rowan sacó su pistola y caminó despacio hacia la barra. A cada paso que daba, el horror la abofeteaba; no solo se limitaron a asesinar a esas personas, también habían usado su sangre para pintar por todos lados símbolos y sellos extraños, con letras desconocidas y arcaicas.

Rowan llegó a la barra. El encargado de los tragos yacía despanzurrado sobre ella, con el abdomen abierto y el rostro desencajado de espanto.

—Dios mío – se tapó la boca, evitando las arcadas que le vinieron. Un horrible olor a pescado podrido lo impregnaba todo.

En ese momento un monstruo se alzó detrás suyo. Se volvió justo para verlo. Una abominación con cuerpo de hombre abotargado y cabeza de pulpo, con viscosos tentáculos que ya se extendían hacia ella…

Rowan gritó y abrió fuego. Las balas penetraron en la gomosa carne de aquel ser pero no parecieron hacerle daño.

Otro engendro igual al primero apareció para sumarse en el ataque. La doctora disparó cuatro tiros en total y luego la acorralaron con facilidad.

Iban a despedazarla. Ya podía ver sus bocas ávidas de carne debajo de los tentáculos faciales.

Babeaban saboreando la suya.

—¡No le hagan daño! La necesitamos viva – dijo Jonathan, surgiendo con el resto de la Semilla Estelar de Cthulhu que lo acompañó, por un vortice dimensional – Ella será una estupenda Ofrenda Roja para el Gran Cthulhu.

Llevaba un inmenso libro bajo el brazo. Antes de perder la conciencia, superada por los acontecimientos, Rowan leyó el titulo en la tapa…

Decía: AL—AZIF


VIII

Cuando Rowan abrió los ojos le pareció que seguía soñando.

Se veía recostada sobre un altar, construido en piedra. A su lado, Jonathan hojeaba el gran libro de titulo extraño y más atrás (¡el cielo la ayude!) las abominaciones con cuerpo de hombre y cabeza de pulpo entonaban un cántico con una cualidad casi hipnótica.

¡Ph’nglui mglw'nafh Cthulhu R’lyeh Wgah nagl fhtan!

Lo que hacía desquiciante todo el conjunto de la escena (amén de los monstruos mitad cefalópodos) era que la brisa salada del mar llenaba sus pulmones al respirar, sumada a la visión de un cielo nublado sobre su cabeza.

Un vistazo más estudiado le dio una clara pista de su actual situación. Por increíble que pareciera, estaba en medio de una isla, en algún confín perdido del mundo.

—¡Dios mío! – Rowan amagó con levantarse pero no pudo hacerlo. Unas cadenas de herrumbrosos eslabones se lo impedían.

—Estás despierta. Bien – dijo Jonathan, leyendo el libro – Eso le dará un poco de emoción a la cosa. Además de que podré charlar un rato – señaló a las Semillas Estelares – No son muy conversadores. Solo se dedican a repetir el mantra que aprendieron en los legamosos océanos de su mundo natal, hace incontables evos.

“Seguramente te estarás preguntando varias cosas, siendo la primera de ellas dónde estamos. Nos hallamos sobre una isla recientemente emergida del mar, en el océano Pacifico. Se llama R’lyeh. Es la última morada donde yace el padre de estos seres, aprisionado por los viejos conjuros y los sellos puestos sobre Él por los Dioses Arquetípicos. Llegamos aquí mediante una simple yuxtaposición entre los planos, que me permitió abrir un acceso entre el club y esta isla.”

Rowan miró más detalles de su entorno, aterrada. Ruinas ciclópeas se elevaban cerca. Una torre oscura, llena de algas, se erguía hacia el cielo nublado, donde varios truenos anunciaron la inminencia de una tormenta.

—¿Qué quieres de mí? ¿Qué me vas a hacer? – preguntó a su captor.

—Yo, personalmente, nada. Pero ellos – señaló a los seres mitad pulpo – te necesitan para despertar a su padre. Era la Ofrenda Roja que el ritual precisa – Jonathan señaló al libro – Todo está aquí.

Rowan volvió a ver su titulo. “Al—Azif”. No le dijo nada.

—Con la ayuda de los hijos de Cthulhu, pude robar el Necronomicón original de la Universidad de Miskatonic. Oh, esos viejos eruditos tenían algunas defensas místicas para evitarnos llegar al libro, pero me he vuelto tan fuerte que pude anularlas con facilidad.

Jonathan suspiró. Volvió a concentrarse en el libro.

—Pero creo que ya fue suficiente información. Cthulhu espera y yo debo saldar una deuda.

Otro trueno retumbó en el aire. Rowan forcejeó con sus ataduras, intentando escapar.

El hechicero miró hacia la enorme torre negra que se levantaba cerca. Comenzó a entonar una invocación:

"¡Oh, Tú que yaces muerto pero siempre sueñas!
Escucha a Tu siervo que Te llama.
¡Escúchame, Oh poderoso Cthulhu!
¡Escúchame, Señor de los Sueños!
En Tu torre de R'lyeh Te han encerrado, pero Dagon romperá Tus malditas ligaduras, y Tu Reino se levantará una vez más.
Los Profundos conocen Tu secreto Nombre, La Hidra conoce Tu guarida; da a conocer Tu Signo con el que yo pueda saber Tu voluntad sobre la Tierra.
Cuando la muerte muera, será Tu momento, y Tú ya no dormirá más; concédeme el poder de calmar las olas, para que puede escuchar Tu llamada.
En su Mansión de R’lyeh el Difunto Cthulhu espera soñando, pero El se levantará y su reino cubrirá la Tierra."

La isla entera pareció temblar, en respuesta a estas palabras. Los monstruos mitad pulpo alzaron sus garras al cielo, extasiados. Sus cánticos se volvieron más violentos.

¡Ph’nglui mglw'nafh Cthulhu R’lyeh Wgah nagl fhtan!

El suelo se partió en pedazos. Gases mefíticos surgieron de enormes grietas.

Una losa descomunal en la torre de ébano se corrió, con un fuerte sonido. Una sombra titánica se asomó a la puerta. Rowan lo miró un momento y desvió la vista con rapidez. Sentía que si seguía viéndola, la esperpéntica figura de la criatura monstruosa que surgía con blasfema obscenidad por la entrada abierta la volvería loca.

¡No podía existir un ser como ese! Simplemente, no podía ser…

—¡Salve, oh Gran Cthulhu! – salmodió Jonathan — ¡Hago tu Signo! ¡Obedezco Tus Mandatos! ¡Suplico tu protección! – alzó una daga ceremonial — ¡He aquí la Ofrenda Roja para tu Despertar!

El hechicero se volvió hacia Rowan. Iba a cercenarle la garganta.

Cuando todo parecía perdido, algo ocurrió…

Un brillo poderoso surgió de entre sus ropas. Rowan miró y estupefacta, vio surgir flotando de su chaqueta el Amuleto de Nug—Soth.

¡Se había olvidado completamente de él! Lo llevaba consigo encima y ahora se revelaba, desatando todo su poder.

—¡No! – gritó Jonathan, pero la energía del medallón brotaba como rayos de fuego, incinerando a las Semillas Estelares y haciendo retroceder a Cthulhu a su cripta.

El amuleto concentró entonces su atención en el hechicero. Los rayos lo fustigaron, quemando su carne y provocándole un inmenso dolor.

Convertido en un espectro chamuscado, Jonathan aulló y conjuró un portal espaciotemporal para huir. Las cadenas que retenían a Rowan saltaron, hechas pedazos, dejándola libre. No lo pensó dos veces; saltó tras la figura diabólica del brujo y ambos desaparecieron, instantes antes de que el amuleto explotara en un descomunal rayo de luz y calor, que destruyó la isla y obligó a lo que quedó de ella a sumergirse de nuevo bajo las aguas.


Lo siguiente que Rowan supo fue que estaba de regreso en Nueva York, en el interior del club nocturno, rodeada del cuadro de muerte y devastación dejado por los secuaces de Jonathan.

Encontró al brujo allí mismo, agonizando en el piso. Su cuerpo estaba quemado de forma terrible. Prácticamente toda la carne se había perdido y los huesos asomaban, carbonizados.

—Matame… Matame… — pedía aquél espanto.

Rowan lo miró con asco y repulsión. Se alejó de él, hacia la salida.

El aire de la noche le acarició el rostro. Las sirenas de la policía se oían con fuerza. Un par de coches patrulla se detuvieron frente al club. Los policías bajaron, Abby venia con ellos.

—¡Mamá! – gritó, al verla. Corrió hacia ella — ¿Estás bien?

Rowan no contestó. Su mente no daba más.

Una ambulancia se apersonó en el sitio. Los médicos que salieron de ella la reconocieron como colega del hospital y la atendieron a toda prisa.

—¡Acá adentro hay un hombre herido! – gritó un policía, desde la puerta del club — ¡Pronto! ¡Se está muriendo!

Rowan quiso decir algo. “¡Dejen morir a ese bastardo!” o “¡Incinérenlo! ¡Maten al monstruo!”. Pero no lo hizo. Con impotencia, vio cómo otra ambulancia se hacía cargo de la situación y subían a Jonathan en ella…


No todos los detalles del escabroso descubrimiento de la policía en el club se dieron a conocimiento público. Una versión expurgada del hecho fue difundida por los medios de comunicación informativos. Sí, se habló de brutales muertes… sí, se mencionaron rituales satánicos, pero ni una sola foto o video de la escena del crimen trascendió.

Rowan fue interrogada por las autoridades sobre su participación en los hechos. Su declaración fue archivada de inmediato y desestimada como desvaríos producto de una insanidad mental. De hecho, expertos psiquiatras que la revisaron llegaron a iguales conclusiones: no estaba en su sano juicio.

Rowan hablaba de pilares diabólicos, seres vampiro y criaturas mitad pulpo… de haber sido llevada a una isla en el Pacífico y de un gran horror del que no quería dar detalles pero que, insistió en todo momento, yacía allí.

Todo un delirio bien elaborado, que por supuesto dejaba a las claras que no estaba en sus cabales.

Rowan fue internada en una institución de salud mental.

Nunca se recuperó de la experiencia.

Abby acudía a verla todos los días. Intentaba animar a su madre pero todo resultaba en vano. Parte de la antigua personalidad de Rowan había muerto en aquel encuentro con lo sobrenatural.

Nunca volvería a ser la misma.


Jonathan yacía moribundo en una sala de hospital. El grado de sus quemaduras era tal que los médicos no le daban mucho tiempo de vida.

Ja.

Pobres ilusos.

Ya lo tenía todo planeado de antemano. En cuanto pudiera, se alimentaría de la sangre de las enfermeras y doctores, lo suficiente como para reponerse un poco. Luego se iría de allí y se refugiaría en otra parte del mundo, donde prepararía su venganza. Donde recuperaría el poder perdido.

Nada ni nadie se interpondría en su camino. Buscaría la forma de doblegar a los Dioses Exteriores, de conquistarlos. Se alzaría de nuevo, más poderoso y terrible que nunca, si cabe, y toda la Tierra se postraría a sus pies.

Pensando en eso, Jonathan sonrió.

Un ruido cercano lo puso en alerta. Una figura había entrado en la habitación.

Una enfermera con el rostro cubierto con barbijo se acercó adonde él yacía, trayendo un carrito con medicamentos.

Jonathan volvió a sonreír. “Mi primera nueva victima”, pensó. Se dispuso a esperar a que ella se acercara más antes de absorber su sangre.

Su sorpresa fue mayúscula cuando la enfermera alzó una pistola con silenciador y se la apoyó en la sien.

—Esta va por mi madre, grandísimo cabrón – dijo y apretó el gatillo.


Abby salió del hospital sin contratiempos. Se quitó el uniforme de enfermera en un callejón y lo prendió fuego con combustible. Luego metió la pistola en una bolsa y la arrojó al río Hudson.

Se marchó, escuchando música de Marilyn Manson en su reproductor MP3, satisfecha de haber liberado al mundo de un monstruo.


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