| Título: La Rabia de The Spider Autor: Luis Guillermo del Corral Portada: Malcolm Mcclinton Publicado en: Mayo 2015
"El peligro siempre ha sido un leal, fiel compañero del Amo de los Hombres. Un compañero infiel y traidor que le ha acechado tantas veces a él como a los que acechan en el Inframundo criminal ¡Pero en esta ocasión puede que sea demasiado incluso para él! ¿Sobrevivirá o será este su fin?"
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Su justicia es rápida, despiadada, y absoluta. En secreto, él es el rico criminólogo Richard Wentworth, pero también es el demonio que aterroriza a los criminales que tienen la fatalidad de caer enredados en su Web de la Justicia. Él es...
Creado por Harry Steeger
Richard Wentworth reprimió un bostezo. Se encontraba ante la puerta del despacho de Stanley Kirkpatrick, esperando a que le recibiera. Todo lo que le habían dicho era que se hallaba reunido con el alcalde. Saludo a este cuando salió lanzando profundos suspiros y agitando la cabeza, como si acabara de recibir una mala noticia no por temida menos grave.
-Kirkpatrick, confío en usted. Gracias a Dios, el embajador de Canadá se entretuvo con su recién estrenada... amiga. Espero que tenga mejor día del que a mi me espera. ¡Oh! Mr. Wentworth, Perdóneme, pero tengo una reunión importante y me temo que llego tarde.
-Tenga un buen día, Mr. Steeger. -Reprimiendo un nuevo bostezo, entró en el despacho del comisario de policía, aceptando el cigarrillo que le ofrecía su amigo. Dio un par de caladas mientras el hombre al otro lado de la mesa d despacho hablaba.
-Un buen hombre Steeger. ¡Ojala hubiera más alcaldes como él! Iré al grano, Richard. Supongo que te habrás enterado de la masacre en el Orión club. -Su interlocutor asintió.
-Lo mencionaron esta mañana en la radio. -El mantenedor de la ley alzó una mano.
-Llegaré a eso. Pero quería verte por otro motivo. ¿Recuerdas el cadáver que Garland os mostró en la morgue? ¿La marca que tenía?
-Stanley. ¿Es esta otra acusación de ser un vigilante enmascarado el cual te recuerdo nunca ha matado inocentes?
-Richard, ese hombre, el que atacó a Nita... ¡Llevaba días muerto! No me preguntes como es posible, pero aquí pasa algo que estoy tratando de mantener en el máximo secreto posible.
Wentworth examinó al hombre que tenia enfrente con el ceño fruncido. Esperaba que en cualquier momento mencionase al policía muerto en la morgue, mas lo dudaba. Era demasiado prudente para eso. Era algo que solo the Spider podía saber. Aunque amigo suyo, ¡Kirkpatrick seguía teniendo órdenes de atrapar al Amo de los Hombres!
-¿Hablas en serio?
-Por completo. En el Orión Club pude fijarme en algo que las noticias no han mencionado. Tres de los atacantes también estaban marcados. En cuanto he podido examiné los archivos. ¿Que dirías que descubrí? -Wentworth apuró el cigarrillo. Aquella era una carnada demasiado obvia. No iba a correr el riesgo de decir algo que solo the Spider podía saber.
-Algo asombroso y terrible. -Su respuesta fue pronunciada con total, absoluta seriedad. Kirkpatrick se llevó la mano a la cara, dejando por un momento que toda la fatiga y el cansancio lo vencieran.
Enderezó de nuevo sus hombros y tomo aire.
-El cadáver de la morgue y los que reconocí en el club. Todos eran parte de una banda de extorsionadores que the Spider masacró hace una semana.
El resto de la conversación continuó por más serios derroteros. Kirkpatrick le pidió como favor personal que investigara porque esos muertos no estaban enterrados. Era un desperdicio de su talento como criminólogo. Todos sabían que the Spider siempre cumplía su palabra. Y estaba convencido de que él lo era.
Se aferró a una especie de tecnicismo: Le había pedido que investigase aquel suceso... Pero no que se mantuviera alejado de los ataques perpetrados por aquellos macabros muertos andantes. Sentía la casi irresistible necesidad de investigar la procedencia de aquellas fichas que aun tenia en uno de sus bolsillos. Pero también tenia la seguridad de que los muertos marcados podían conducirle a la mente criminal tras aquellas matanzas. No había olvidado la misteriosa furgoneta negra que casi se estrelló contra su coche.
Su particular guerra contra el crimen había acabado por dotarle de una casi sobrehumana intuición. Un sexto sentido que como una telaraña atrapaba ideas y alimentaba sus portentosas dotes mentales. Tuvo la sensación de que Kirkpatrick deseaba que el Amo de los Hombres se implicase en este caso al hallarse más allá de los casos que la policía solía manejar.
Aquella funeraria era conocida por todos aquellos que trabajaban para o colaboraban con la policía. Era una de las empresas de pompas fúnebres que mantenían acuerdos con la ciudad para hacerse cargo de los entierros «especiales». Aquel negocio concreto era dirigido por una entusiasta mujer que recibió a Richard con una sonrisa de oreja a oreja.
-¡Encantada de recibirle, Mr. Wentworth!
-¿Nos conocemos, Mrs... ?
-Rita Jefferson. El comisario me telefoneó avisándome de su posible visita. Acompáñeme por favor.
-Ram Singh, quédate aquí. Si ocurre algo ya sabes que hacer.
-¡Hai sahib! -El fiel hindú acató la orden. Mientras era conducido a su despacho, examinó a su anfitriona. Alta, voluptuosa, más joven que madura. Todo en ella desprendía decisión, claridad de propósito. Vestía en un elegante negro y lucia el cabello negro también, corto y brillante como ala de cuervo.
El despacho era pequeño y práctico. Una mesa, tres sillas, una estantería para libros y documentos, un teléfono y n armario cerrado a un lado de los estantes. Wentworth se sintió asaltado por un repentino desasosiego en el límite de su consciencia. Lo atribuyó al cansancio acumulado y se sentó muy erguido en la silla. Al otro lado del escritorio, Mrs. Jefferson extendió las manos, invitadora.
-¿Que puedo hacer por usted?
Estoy investigando el robo de nos cadáveres de los cuales se encargaron aquí. En el cementerio dicen que nunca llegaron los ataúdes.
-¿Cómo, no avisaron a los empleados? -La mujer mostraba más sorpresa que escándalo-. Sus familiares dijeron que se encargarían de todo.
-¿A que familiares se refiere?
-Los criminales también tienen familia, por absurdo que parezca. Doy por supuesto que se refiere a unos muertos por bala a los que atendimos aquí hará cosa de una semana.
-Así es, señora Jefferson.
La empresaria le contó una historia que ya conocía, confirmando el modus operandi de los ladrones de cadáveres. Una mujer (¿líder de la banda, quizá?) se presentaba con documentos cuidadosamente falsificados, logrando así su truculento botín de carne muerta. Más que un callejón sin salida era el inicio de otro oscuro, retorcido camino del inframundo criminal.
¿Qué hacían con los cadáveres? ¿Cómo lograban animarlos dotándoles de aquella inquietante parodia de vida? ¿Con que fin?
-Tengo aquí los documentos. Si aguarda unos instantes, sacaré una copia para usted.
-Seria muy amable de su parte. -la mujer le restó importancia con un firme gesto de su mano izquierda mientras se levantaba.
-No me de las gracias. Que se descubra lo sucedido también me beneficia a mí. El contrato con el Ayuntamiento me ha salvado de lo peor de la Depresión y haré lo que sea necesario. -Tras un momento de rebuscar en las estanterías, regresó al escritorio con un montón de papeles en la mano. A punto de abandonar el despacho, dijo-: Sírvase de la botella en el armario. Le hará más agradable la espera.
-Gracias. -Wentworth se levantó rumbo al pequeño mueble colgado en la pared. Dentro había una gruesa botella de cristal labrado y dos vasos. El líquido de la botella parecía ser algún tipo de Bourbon a juzgar por el aroma que desprendía.
Se sintió de nuevo intranquilo sin motivo aparente, aunque acabó achacándolo a su preocupación por Nita. Era una mujer fuerte y valiente. La compañera ideal para alguien como él. Pero aquello, no sabia por qué, le había causado una crisis nerviosa preocupante por lo inusual. Y aun así...
Mientras alargaba la mano y cogía la botella, aquella inquietud destelló de nuevo en su cerebro, como el insecto que atrapado hace vibrar la telaraña. Un distorsionado reflejo hizo que volviera... solo para encontrar el cañón de un revolver apretado contra sus costillas.
El gesto y tono de Rita Jefferson se había endurecido como la tormenta a puto de estallar. Una avalancha de rabia torció el gesto de Wentworth. Rabia y frustración por no haber hecho caso de sus presentimientos que tantas veces le habían salvado la vida.
-Ni una palabra o se convertirá en cliente de mi negocio.
Próximo episodio:
¡DONDE YACEN LOS MUERTOS!
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