Daredevil nº06

Título: El imperio de los sentidos (I): Olfato
Autor: Parménides
Portada: Sigmund Nemo
Publicado en: Mayo 2004

Con Matt aún tratando de adaptarse a su reencontrado equilibrio, nuevas y sorprendetes amenazas surgen en su vida. ¿Estará preparado para todas ellas?
Vive en una noche eterna, pero la oscuridad está llena de sonidos y olores que otros no pueden percibir. Aunque el abogado Matt Murdock es ciego, sus otros sentidos funcionan con una agudeza sobrehumana... Abogado de día, vigilante de noche... El Hombre sin miedo
Creado por Stan Lee y Bill Everett

Resumen de lo publicado:Tras haber pasado por momentos muy difíciles, provocados por un enemigo formidable, Gabriel, y las contradicciones subyacentes de su propia vida, Daredevil recupera su equilibrio interior. Descubre, en parte gracias a unas semanas en Japón con la Casta y, especialmente con su nueva sensei, Agua, que el alcance y perspectiva de sus poderes están intrínsecamente ligados a su propio Equilibrio interno. Ampliando y profundizando desde entonces las nuevas posibilidades de sus sentidos, Daredevil derrota a Gabriel, al mismo tiempo que salva a la ciudad de una crisis de identidad y confianza ante la llegada de las elecciones a gobernador. A pesar de todo, Kingpin, de quien Daredevil sospecha que ha estado siempre detrás de sus ya superados problemas, se presenta a las elecciones para gobernador del estado.


- Esto no me huele bien- mascullaba Gabriel, entre dientes, mientras le conducían a la zona de visitas. Los desvencijados túneles de la prisión de Ryker’s le devolvían el eco de sus quejas. No había recibido visitas desde que fuera capturado por Daredevil unas semanas atrás. Y ahora esto, un visitante inesperado, alguien que quería verlo sin él saber demasiado bien por qué. Ninguno de sus contactos había venido durante esos días y no parecía que tuvieran intención de hacerlo. Pero entonces, ¿quién se encontraría al otro lado del intercomunicador?

Gabriel se deslizó suavemente por la zona de visitas, con esa fascinante forma de moverse en la que ningún movimiento parecía sobrar, hasta llegar al camarín que le habían asignado. Delante suyo estaba ella.

- Hola Gabriel –dijo, tras acercarse al rostro el auricular que suponía la única vía de acariciar auditivamente a su interlocutor. –Ha pasado tiempo, mucho tiempo...

- ¡Dios santo!- atinó a decir él en un signo inequívoco del estupor inaudito que le causaba su presencia. Por su mente cruzaron millones de imágenes, pero la parte de su córtex cerebral que transformaba las sensaciones en palabras se bloqueó por completo.

Ella suspiró profundamente, escrutando al mismo tiempo los rasgos del rostro que hacía tanto tiempo que no veía, y con una calma que contrastaba con el estado de shock de Gabriel, susurró, más que habló: -No veía como dar este paso. Miles de veces pasó por mi cabeza el buscarte, el estar contigo, pero nunca reuní valor suficiente para superar mis miedos. Pero ahora, el saber de tu situación actual me ha hecho ser valiente. Porque valiente no es aquél que no tiene miedo sino el que se aviene a superarlo.

Venciendo los instantes de sorpresa iniciales, a Gabriel se le empezó a soltar la lengua: -Pues buen momento has elegido para verme. Estoy bien jodido. Ese demonio me ha dado bien por el culo... y todavía no he encontrado la postura ideal para sentarme en este antro. Pero ten por seguro que cuando me siente, no pasará mucho rato hasta que tire de la cadena y envíe toda la mierda hacia abajo, hacia su rojo rostro de curita.

Ella respiró con fuerza, como intentando vanamente traspasar esa barrera de plexiglás para aspirar su olor: -Nos conocemos demasiado como para que me engañe esa falsa seguridad tuya. Gabriel, Gabriel, es evidente que no estás bien. Pero enfocando de esta manera tu rabia, difícilmente vas a solucionar nada. Ten en cuenta que ahora te sientes aprisionado, encerrado, maniatado. Has perdido totalmente tu foque. No contextualizas bien las cosas. Y te has dado cuenta de algo muy importante. Por muy trabajado que esté tu equilibrio interno, éste no es un fin en sí mismo sino que lo es vivir la vida, aprovechar el momento, disfrutar de la libertad...

Paró un momento para observar el efecto de sus palabras en él.

– ...y esa libertad es algo que ahora no tienes.

Y Gabriel miró a Agua sabiendo que, como siempre, ella tenía razón.



- ¡¡¡Estoooooowwww síííííí que es vidaaaaaaaa!!! ¡FEEESTIVAAAAAAAL!!!

Sacando la cabeza fuera del taxi, Aníbal Archibald no hacía más que vociferar. Matt trataba de sujetarlo, entre risas ahogadas. El taxista miraba por el espejo interior pero no decía nada, probablemente maldiciendo entre dientes el día en que se le ocurriría dejar su Managua natal para venir a hacer de taxista de borrachos en la zona alta de la Gran Manzana un viernes por la noche. Elaine, la joven investigadora del bufete, se retorcía de risa y sus lágrimas habían hecho ya correr el rímel de su rostro. Los tres salían del restaurante, bastante achispados y animados por una noche que prometía mucho más de lo que suelen prometer las cenas entre abogados y clientes.

Había sido idea de Noel Archibald, el gran cliente que tenían desde el asunto de las elecciones [1] y con el que Foggy parecía haber congeniado tan bien. Aunque Archibald debía rondar los sesenta, su entusiasmo juvenil, a veces exasperante, siempre cargante, contagiaba todo lo que hacía. Y el mismo entusiasmo parecía haber heredado su sobrino Aníbal, multiplicando por cien la energía que parecía supurar por cada uno de sus veintiún años. De ello daban fe los diez minutos de carrera en taxi en la que Aníbal no había parado de hacer el idiota, así como las dos horas de cena que los precedieron.

Las cenas con Noel Archibald habían sido periódicas desde que era cliente de Nelson & Murdock, pero esa noche, aprovechando que Aníbal había venido a vivir a New York, el empresario había decidido invitar a todos los miembros del bufete para celebrarlo, tal era la estima que le profesaba a su sobrino.

- ¡Choooocheeeeeeteeessssss!- con la cabeza todavía a través de la ventanilla, Aníbal sacó su mano y se tapó la boca, juntando sus labios con la palma. Empezó a sacar la lengua frenéticamente entre su dedo medio y anular, para acompañar expresivamente los gritos que acababa de pegar. Las destinatarias de los mismos, dos chicas que a duras penas llegaban a la mayoría de edad, se dieron cuenta y empezaron a insultarlo cuando ya era demasiado tarde y el taxi había doblado la esquina. Aníbal resultó ser un cachondo mental, con un morro y un sentido del ridículo inversamente proporcionales. Matt no podía parar de reír desde la tercera copa de vino. Y el taxista no hubiera podido nunca saber el color de los ojos de Elaine, ya que desde que subieron al coche no había logrado abrirlos a causa de las carcajadas estentóreas que no podía frenar.

Unos metros atrás estaba el taxi que llevaba los otros tres integrantes del pequeño grupo. Foggy Nelson, Ángela Barbato, la fiel y veterana secretaria, y Noel Archibald escuchaban desde la distancia los berridos de Aníbal. Noel no paraba de reír de satisfacción, reflejando en su mofletudo rostro los sentimientos hacia su sobrino, que era como un hijo para él. Archibald nunca se había casado, y el hecho de que el hijo de su hermano menor fuera tan expansivo y extrovertido como él mismo, había provocado un acercamiento y complicidad enormes entre tío y sobrino. Por tanto, el saber que Aníbal venía a vivir a su ciudad, no había hecho más que desatar sus ansias de celebración. Foggy, un poco azorado por tanto griterío, conversaba animadamente con él mientras trataba de disimular su acidez de estómago, provocada por la desmesurada comilona que había protagonizado en el restaurante. A Foggy siempre le había gustado comer, como probaba su enorme panzón, pero últimamente llevaba una época todavía más pantagruélica, y esa noche había además regado su festín de abundante vino. Por su lado, la fiel Ms. Barbato, se mantenía discreta e impasible como una escoba, dando a entender que la hora de su retirada a la cama estaba ya próxima. “Menudos animales”, iba pensando. Mientras sonreía tímidamente, dio nuevamente un cachete a la juguetona mano de Archibald, que no había parado de acosarla desde que salieron del restaurante. “Como siga así, este hombre se gana un guantazo” decía su rictus de Señorita Rottenmeier. Archibald, ignorando completamente las rígidas defensas de ella, continuaba la conversación como si nada, utilizando la otra mano para darle animadas palmadas en la espalda a Foggy de vez en cuando. Palmadas que debían computar un siete en la escala de Richter, tal era el entusiasmo con que las profesaba.

Al final de la calle 47, los dos taxis se detuvieron, dejando que sus ocupantes abandonaran poco a poco su interior. Habían llegado a su destino, la discoteca “Odorama”. Matt y Elaine siguieron a un desatado Aníbal, que en una semana ya conocía a un buen puñado de porteros de discoteca, para tratar de conseguir algunas entradas gratis. Sólo Foggy había salido del otro taxi, cuando Ms. Barbato masculló un rápido: -Aprovechando que estoy todavía montada en el taxi, creo que me voy a casa Mr. Nelson.

Noel Archibald fue rápido. –Sí, sí, ve entrando Foggy, muchacho, que yo voy a acompañar a esta encantadora dama a su casa-. Ms. Barbato, con los ojos como platos, saltó de su asiento: -No, no, si de verdad no hace falta...-

- ¡Tonterías!- zanjó él. Su labia de político era incontestable y su habilidad para conseguir lo que se proponía se pondría a prueba esa noche. –Taxista, llévenos a... euh... ¿dónde nos lleva, Ángela?-. Viéndose atrapada con el cliente de su jefe, Ms. Barbato no sabía cómo ponerse. Mientras tanto, Foggy estaba sofocando a duras penas una carcajada incontenible. –Bueno, bueno -le dijo Archibald al taxista-, usted arranque, y ya se lo diremos por el camino.

A Ms. Barbato todavía se le oyó decir un –Pero...- cuando el taxi arrancó y dejó que Foggy estallara casi literalmente de risa, imaginándose lo que sería el acoso sin tregua de Archibald durante el transcurso de esa carrera. Estos ricachones...

Foggy se dirigió a la puerta del “Odorama”, mientras fuertes retortijones a causa del exceso le apremiaban a visitar al señor Wes Craven (así llamaban sus amigos de la universidad a esos cuartos que, aunque cada casa tenga al menos uno, todo el mundo prefiere sentarse en el propio). Al pasar por al lado del segurata que lo miraba con cara de pocos amigos, se le escapó una pequeña flatulencia. Pagó la entrada a toda prisa y entró al mismo tiempo que la ya de por sí fea cara del gorila se empezaba a agriar. Foggy corrió escaleras abajo, eso sí, con las piernas bien juntitas por si acaso.



En biología, el “efecto Bruce” describe que el olor de un macho puede matar el material genético de otro macho al fecundar la misma hembra. Eso significa que en el reino animal, si dos machos diferentes fecundan una misma hembra con pocos días de diferencia, el olor del macho más dominante va a imponer su poder sobre el del macho más débil, independientemente de quién haya llegado antes. Eso es lo que pasó tras las elecciones, con la llegada de Fisk al poder. Fisk no sólo ganó sino que arrasó en las urnas. El cargo de gobernador del Estado era goloso para muchos ciudadanos, pero la ambición con la que llegó Fisk, a la par de su inteligencia, visión global e ímpetu para llevar a cabo lo que se proponía, hicieron que todas las propuestas y reformas establecidas antes que él se quedaran en agua de borrajas. Todo vestigio de política liberal fue aniquilado. Tal fue la fuerza con la que irrumpió en el panorama político.

La política de Fisk no empezó con una etapa de transición para adaptar la situación existente a sus ideas más conservadoras, sino que fue como una inmersión en toda regla en una piscina llena de pirañas que no toleraban comportamientos discordantes. La mano de hierro con la que trató los problemas desde el primer día, dejó entrever una época de firme moral ultraconservadora que dejaría cada vez menos resquicio a la libertad de movimientos. El político ciego era una persona hecha a sí misma, que había crecido en medio de dificultades y se había hecho fuerte afrontando sus propias miserias. De esa manera, su forma de percibir la humanidad a su alrededor no podía ser más clara: El hombre obedece a sus instintos y se mueve a corto plazo. El hombre es egoísta y procura para sí mismo. El hombre es débil por naturaleza y el entorno lo hace más fuerte. El hombre es un lobo para el hombre.

Esa percepción del pueblo hacía que Kingpin entendiera su relación con el hombre de forma desigual. Las personas no son iguales. Algunos son más fuertes, otros más débiles, algunos aportan más, otros menos. A lo largo de su vida, se dio cuenta que la justicia sólo obedecía la ley del más valioso, del más fuerte. Fisk había crecido como hombre odiando la debilidad, que simbolizaba todo el fracaso de la humanidad. Había crecido como Kingpin, rey del crimen, haciéndose valioso para la organización, repartiendo premios y castigando a quienes lo merecían, siempre en pos de hacer de su organización algo cada vez más grande, más inaccesible, más granítico, más intocable... menos débil. Su política en el Estado no era más que la translación de la forma de dirigir su propia organización, pero a una escala más enorme.

En su campaña [2] había prometido mano dura, y en su mandato estaba ofreciendo brazo de hormigón. Esos momentos de zozobra que se vivieron anteriores a las elecciones fueron un caldo de cultivo ideal para ese estilo paternal de gobierno (que castiga y premia a sus hijos al alejarse o acercarse del modelo que los mismos padres crean, sin dejar que crezcan por su lado) que dejaba cada vez menos espacio a la libertad. Y a la gente ya le iba bien. Fisk, con minuciosidad y decisión, estaba construyendo un imperio en todos los ámbitos: Sus cadenas mediáticas fueron tomando un rol central, ganando cada vez más audiencia. Sus empresas fueron haciéndose cada vez más importantes, repartiendo beneficios inmoralmente generosos a sus accionistas. Sus intereses en todos los terrenos fueron ganando terreno. Sus aliados políticos fueron creciendo en poder e influencia. Sus rivales fueron ridiculizados: Un escándalo sexual, tráfico de influencias, alta traición al país... no había político opositor al que no le explotara algo en la cara... algo real o ficticio . El mensaje estaba claro. Si estás al lado de Fisk, te haces fuerte, ganas. Si estás en contra, te queda poco tiempo antes que la maquinaria del Estado acabe contigo. El imperio Fisk, el Imperio de Kingpin, se estaba gestando.



-¡Esperadme! –gritó Foggy mientras se acercaba a la barra de la discoteca, donde Aníbal, Elaine y Matt habían pedido ya sus cubatas. El ruido era ensordecedor. La música retumbaba rítmicamente en sus oídos. El olor a noche y diversión alimentaban las ansias de libertad de toda la gente a su alrededor.

– ¡Un gin tonic para mí, por favor!- gritó al camarero que no le hizo ni caso.

Los otros tres continuaban la conversación animadamente. El camarero estaba ya al otro lado, sirviendo a una atractiva y explosiva joven. Foggy se deslizó a codazos hacia allí y, con el cuerpo encarado a la chica y su mejor sonrisa, insistió:

- ¡Para mí un gin tonic!... e invito a la señorita a lo que esté tomando.

El camarero lo miró, entonces con cara de desprecio. La chica cogió la copa y le dio la espalda a Foggy, al tiempo que escupía: -Piérdete gordo-.

Foggy se volvió nuevamente al camarero a tiempo para ver que éste ya estaba nuevamente al otro lado de la barra.

– Un gin...-. Se quedó con la palabra en la boca.

- No pierdas nunca el sentido del humor, amigo- le dijo Matt, que apareció entonces a su lado. -Esa chica no era claramente tu tipo... era un transexual.

- ¿Cómo lo has...?- preguntó Foggy, dejando que la pregunta se congelara en sus labios al comprender que su amigo ciego tenía otras virtudes que de sobras compensaban su carencia, incluso en un entorno tan hostil para él como debía ser una discoteca.

- ¡Matt! Estás aquí... no nos pegues estos sustos-. Elaine llegaba empujando a diestro y siniestro, con una evidente cara de preocupación. –Siempre me sorprendes. Con todo este humo, gente y ruido... Hace quince segundos estabas a nuestro lado y de repente, desapareciste. Yo... nosotros, no queremos que te pase nada.

- Elaine, Elaine, bonita, no te preocupes tanto por el cieguito- dijo Matt. -Foggy ha comido y bebido tanto, que puedo oler su aliento de destilería a un kilómetro.

- Muy, pero que muy gracioso, Matt. Destilería, destilería... tú sí que destilas un sentido del humor fino... como si no estuvieras también un poco borrachillo...

- Por otro lado, Elaine, –añadió el abogado ciego con una sonrisa- cuando hablas de que “nosotros no queremos que te pase nada”, ¿estás utilizando un yo mayestático o te refieres a ti y a tu bolso?

- No, idiota, a mí y a Aníb... –dejó la frase a medias mientras buscaba al que hacía diez segundos era su interlocutor y ahora había desaparecido. –Pero ¿dónde está ese chico?

Aunque Aníbal era algún año menor que ella y tenía, en general, menos experiencia en la vida, tenía una capacidad para conocer gente nueva de veterano en la materia. Estaba a unos metros de ellos, susurrándole cosas al oído de un despampanante bollycao, que se lo miraba, ente extrañada y fascinada.

- ¿Te han dicho nunca que te pareces a Juliette Binoche?

- Uhhhhmpfff... es un truco algo viejo para intentar ligar ¿no?

- No, no, no, lo digo en serio. Ese perfil, tu peca en el cuello –decía mientras deslizaba suavemente su dedo por él-, tu nariz afilada...

- ¡Eh! Yo no tengo la nariz afilada... ¡me la operé a los dieciséis! –chilló ella, con un matiz histérico.

- Pues será tu pose de ahora... pero tómatelo como un cumplido. Juliette Binoche gusta hasta las mujeres. Mi compañera de piso lesbiana, sin ir más lejos, tiene toda la habitación saturada de fotos tuyas... es decir, de Juliette Binoche.

- ¡Ey! Una compañera de piso lesbiana... ¡qué morbo! ¿Te has parado a pensar que a lo mejor yo también soy lesbiana?

- Imposible. Lo huelo. Tú eres heterosexual.

- ¿Cómo que lo hueles? –inquirió ella en tono extrañado.

- Feromonas. Las tienes activas. Sniifffffffff. ¿Hueles? Puedo notar desde aquí tu cierto nerviosismo al hablar conmigo, signo inequívoco de que me identificas como un posible partenaire sexual...

- ¿Eh? No te pases...

- Fíjate, tienes las uñas mordidas. Tienes una cana. Tienes sentido del humor. No estás casada. Eres de Tennessee...

- ¿Qué te hace pensar todo eso?

- Observación, chica, observación.

Foggy, Elaine y Matt observaban la situación con un matiz de diversión e incredulidad. El chico era rápido y divertido. Al conseguir Foggy finalmente su copa, brindaron por esa noche, dándose cuenta de lo bien que lo estaban pasando. Al cabo de unos momentos, se acercó Aníbal.

- Voy un momento al baño.

- ¿Qué pasa contigo muchacho? ¿Y esa princesa?

- Oh, era una estrecha...

Aníbal desapareció entre la multitud y los tres se miraron, sin poder evitar una carcajada. En un estertor incontrolable, Foggy se derramó medio cubata encima de su camisa: -¡Oh, mierda! ¡Por todos los...! Perdonad, voy a buscar un trapo-. Foggy se desplazó hasta la barra, donde intentó infructuosamente hacerse escuchar por el mismo camarero estirado de antes. Matt y Elaine se quedaron a solas.

- Es increíble la de ganas que tiene la gente de pasárselo bien. Casi lo huelo...

- Es normal, Matt. Todo el mundo quiere pasarlo bien ¿no?

- Sí, a veces, da hasta un poco de miedo tanto Eros flotando en el ambiente. Parece que todos queramos liberar algo de dentro...

- Vaya, empezamos a estar profundos... esos cubatas de más...

- No, no, lo digo en serio, Elaine. Da un poco de miedo.

- ¿Qué te da miedo a ti? –Elaine empezó a ponerse sugerente, dando a su pregunta, un tono a medias entre fascinador y burlón.

- No sé, nada en especial, supongo. Lo que a todo el mundo. Porque a veces, por muy bien que esté todo a tu alrededor, tienes que tener cuidado... –Matt pareció sorprendido del cariz que estaba tomando esa conversación que había empezado con un inocente comentario. Elaine, con voz de terciopelo, acercándose suavemente a su oído, añadió con una sonrisa lasciva:

- Pues a lo mejor tienes que empezar a tener cuidado conmigo...

En ese momento, reapareció Aníbal, frotándose desesperadamente la nariz y sonriendo con brillo juvenil: -¡Qué pasa, troncos! Vamos a movernos ¿no?

- ¿El sitio no está bien? Eh, ¿te has peleado con alguien? –preguntó, extrañada, Elaine- ¡Dios mío! ¿Es sangre eso que te sale de la nariz?

- Euh... nada, nada, no pasa nada. Pero no hay tanto lomo suelto como yo esperaba en este antro. Vamos a otro sitio que conozco que es la caña, ¿vale? ¿Dónde está el gordito?

Foggy aparecía en ese instante, mirándose la camisa manchada con cara de no poder recuperarla: -Ese imbécil, mira que no querer darme un poco de Cebralín [3] para la mancha... ¡Tuviera yo un par de tetas y me hubiera conseguido la fábrica entera!

- Eso, eso, ¡tetas! ¡Vamos a buscar tetas! –añadió Aníbal, mientras los arrastraba a la puerta.

- Por cierto, Aníbal -dijo Foggy-, en la barra me he cruzado con la princesa con la que hablabas y parecía bastante enfadada... pero ¿qué le has dicho?

- Nada, si no le he dicho nada. Simplemente hemos empezado a hablar. Y hasta entonces todo muy bien. Lo malo es cuando me ha preguntado el nombre.

Matt intervino, al tiempo que empezaban a subir los escalones que los llevaban a la salida: -¿El nombre? ¿Qué tiene de malo tu nombre?

Aníbal terminó su explicación con una carcajada: -Yo sólo le he dicho “Me llamo Aníbal. Apréndetelo bien porque dentro de media hora vas a estar gritándolo en mi cama”. Y la tía se ha enfadado. ¡Una guarra estrecha! eso es lo que era...



- Tiene razón, Mr. Fisk.

- Claro que tengo razón. No tiene sentido seguir por este camino. Todos sabemos que al final, el crimen siempre paga ¿no?

Kingpin levantó sus muchos más que cien kilos de mole. A pesar de ser ciego, los últimos meses le habían enseñado a moverse con rapidez y decisión, facultades que también fueron decisivas en su campaña para convertirse en gobernador del Estado. Uno de los asesores que continuaba sentado en la mesa, prosiguió:

- Sin embargo, tenga en cuenta que algunos de sus antiguos lugartenientes pueden no estar del todo de acuerdo con la forma en que se están haciendo las cosas. Es evidente que la plataforma que tenemos ahora es distinta de la de hace cinco años, pero la gente no cambia tan rápido. Algunos pueden sentirse, ¿cómo decirlo?... traicionados.

Kingpin se acercó al asesor poco a poco. Los demás integrantes de la reunión se estremecieron, notando como los pelillos de sus nucas se erizaban, tal era el poder y magnetismo que desprendía. El asesor empezó a sudar a medida que notaba más cerca al ciego, que parecía penetrarle con sus ojos vacíos de vida.

- Huelo tu miedo- dijo el gobernador. –Lo huelo.

El asesor tragó saliva a través de una garganta que parecía estar formada de arena. En ningún momento había podido sostener la mirada imaginaria de Kingpin.

- ¿Crees que no huelo también el suyo? Todo el mundo quiere un bonito coche en su garaje, una preciosa casa donde poner los pies por la noche, tranquilas veladas en restaurantes caros y un bello cheque a final de mes que pueda pagarlo todo. Y todo el poder que sostiene este sistema se basa en el miedo. En el miedo a no recibir ese cheque. En el miedo a no tener esa cena. En el miedo a no tener esa casita. En el miedo a no tener ese coche. Y todo ese miedo necesita un catalizador, un símbolo a tenerle miedo. ¿Sabes cuál es?

- No, Mr. Fisk- el asesor, con la mirada baja, notaba como su frente perlada de sudor ardía a veinte centímetros del pétreo rostro de su jefe.

- ¡YO!

Kingpin escupió esta última palabra como un trueno, con voz ronca y áspera. Retiró su rostro unos centímetros y tanteó con sus manos en los bolsillos interiores de su blazer hasta encontrar lo que buscaba. Sacó el puro y se lo puso en los labios. Casi al instante, siete encendedores Zippo, tantos como personas le acompañaban en la sala, se abrieron al unísono para ofrecerle fuego a su patrón. Kingpin aspiró profundamente una bocanada de humo y se alejó del grupo para dirigirse a la ventana. Los rayos crepusculares del sol moribundo le bañaron con los últimos vestigios del calor del atardecer. Kingpin ya no podía ver las formas que elaboraba el humo del cigarro, pero no por ello había perdido la habilidad de crearlas. Así que, mientras visualizaba con su imaginación cómo el humo del puro iba ascendiendo, Kingpin podía oler el poder que estaba amasando, el imperio que estaba forjando. Olía el éxito. Embriagado por esta sensación de control, se volvió hacia el asesor con el que había intercambiado las últimas frases:

- Dígale a Charlton que se prepare para una aparición pública. Prepárele un buen discurso. Es hora de devolver algunos favores...



Unas semanas antes tenía lugar en un almacén una conversación entre dos personas. Ambas trabajaban para Kingpin, aunque sólo una de ellas era consciente de ello. Esta persona, antiguo lugarteniente de uno de los negocios de importación de Kingpin, se sentía dolido, consciente de que los viejos tiempos se habían ido y de que la nueva “política” del jefe, abandonando progresivamente el camino del crimen, no permitía que personajes como él tuvieran su pedazo de pastel como antes sí habían tenido. La otra persona era químico y, por decirlo de alguna manera, tenía un coche demasiado potente, una casa demasiado grande y demasiadas cenas en demasiados restaurantes de lujo. Los nombres de esos dos personajes carecen de relevancia, porque en una semana ambos estarían muertos, pero lo que ocurrió en ese almacén portuario desencadenaría una serie de fuerzas cuyo alcance era impensable determinar en ese momento.

- Esto será pan comido. Dinero llovido del cielo.

El químico replicó: -No me vendas ninguna moto. Simplemente, vamos a hacerlo y ya está. Necesito la pasta. Los cargamentos vienen de Bélgica y casi todo está ya preparado. Los envases, las etiquetas, los paquetes. Sólo hay que añadirle el producto del que te he hablado.

- “Radikal”. Me gusta como suena –El ex-lugarteniente chupó nuevamente el cigarrillo. -¿Y cómo dices que funciona?

- Te basta saber que cuando esté preparado, este cargamento será una bomba de relojería. Este producto es tan adictivo como el crack y tan poco detectable como el aire. En poco tiempo tendremos a todos los jóvenes, que están hartos de tanta política antitabaco, fumando “Radikal” como cosacos.

- Es curioso como en Europa, tan permisivos y liberales, ellos, han empezado con esa ridícula campaña de las fotos en los paquetes de tabaco... pulmones sucios, ¡bleurgh!

- Todos aquellos que estén hartos de que les digan lo que está bien o no, de lo que les conviene o no a su cuerpo, van a probar esta marca. Y una vez empiecen, no podrán parar. Oye –el químico se puso más trascendental- ¿y seguro que tienes permiso de tu jefe, ese mafioso tuyo, para hacer esto?

- Aquí el único jefe que tiene que saber las cosas soy yo, ¡así que cállate y a trabajar!- el ex-lugarteniente vociferó las últimas palabras, consciente de que el químico había metido el dedo en la llaga. En el fondo de su conciencia iba cobrando forma un miedo, un convencimiento: “Kingpin acaba sabiéndolo todo”.



Aníbal Archibald había llevado a Elaine, Matt y Foggy a diversos locales durante esa noche, pero terminaron en “Feromonal”, un antro de vicio y perdición en cuyas paredes retumbaba el ritmo frenético de música electrónica. Todos estaban en general, bastante bebidos, pero la palma se la llevaba Foggy, con una cogorza de campeonato. Aníbal, por su parte, regaba sus continúas idas y venidas del baño con abundantes dosis de alcohol que parecían no afectarle demasiado. Elaine y Matt cantaban de vez en cuando canciones de dibujos animados y programación infantil, demasiado alejadas de su tiempo de emisión como para considerarse actuales, pero demasiado cercanas todavía en el tiempo como para considerarse clásicos. El panorama en “Feromonal” era alentador para los cazachicas como Archibald. Se le iba la mirada de un lado para otro y de vez en cuando desaparecía ente grupos de chicas. Foggy empezó a hablar con un grupo de tres chicas. Más que hablar, balbuceaba cosas sin mucho sentido, con esa habilidad que tienen los beodos para contar cosas de sus vidas privadas de forma graciosa. Ellas parecían divertirse con la situación, sin quedar muy claro si lo que les parecía gracioso era lo que Foggy les contaba, o la facha desencajada que él ponía cada vez que les miraba el escote.

- La abogacía ¿sabéis? Tiene su atractivo. Pero lo que a mí en realidad me fascina es el mundo de los ponys.

Una de ellas, sonriendo, vio como la figura de Foggy dejaba de parecer cómica para convertirse en tierna e incluso apetecible, tal fue el efecto que causaron sus palabras. ¿Sería ese tío un millonario de esos, que bajo la apariencia de fracasados, sólo buscan un poco de comprensión y cariño? -¿Te gustan los ponys?

- Ooooh, ¡qué tierno!-, dijo la segunda.

- ¡Qué ricura!-, añadió la tercera.

- Sí, sí, los pequeños ponys. Siempre han sido mi debilidad. Ya de pequeño mi madre me había regalado algunos... me fascinaba peinar su crin, decorar sus nalgas con rotuladores... ha sido siempre una pasión que he mantenido medio oculta.

- ¿Pequeños ponys?

- Sí, los pequeños ponys, esos animalitos de plástico. ¿No os gustaban a vosotras? –entonando una patética imitación de melodía televisiva, Foggy continuó –Pequeñoo ponyyyy, pequeño ponyyyyy, lalala lalala lalalaaaaa...

En medio de la neblina etílica, a Foggy se le había iluminado incluso la esperanza de mojar esa noche.

- Pero mira que estáis buenas ¡pardiez!.

Las tres chicas ofrecieron una expresiva cara a medio camino entre la sorpresa y la risa contenida. Sólo faltó que en ese momento apareciera Aníbal con dos cubatas, mostrándoles su blanca dentadura. Uno de ellos se lo pasó a Foggy, que sonrió con cara de bobo mientras miraba el vaso de líquido fluorescente bizqueando ligeramente los ojos. El otro lo sostuvo en el aire, en dirección alternativa hacia cada una de las tres chicas. Tras lo que parecieron unos segundos de vacilación, soltó:

- Entonces... ¿cuál de las tres es la más guarra?

Y acto seguido descerrajó una enorme risotada delante de todos, desparramando bebida por doquier: -¡BWHAH-HAH-HAH-HAH-HAH-HAH-HAH!

A ellas se les quedó cara de incredulidad, mientras la conciencia de Foggy comprendía, ahogada en un mar de gintonics, que sus remotas posibilidades de conquista acababan de ser barridas.

A cierta distancia, Matt no pudo dar crédito a sus oídos al oír aquello, y no pudo evitar unirse a la estentórea risa de su joven compañero de noche. En el momento de coger aire, Matt tuvo una extraña sensación. Un olor penetrante, embriagador, diferente a todo lo que había olido antes se introdujo por sus fosas nasales. El origen era el cigarrillo de un chico que estaba a unos metros. Registró ese extraño aroma mareante en su mente, dándose cuenta que lo había olido varias veces esa noche en el “Odorama”. Parecía una nueva marca, pero algo en el olor resultaba inquietante. Elaine, mientras tanto, volvía del baño haciendo eses. En una curva de esa letra cogió a Matt por el brazo y se lo llevó hacia el fondo del local.

-¡Venga, Matt, dejemos a esos dos haciendo el ganso! –gritaba en su oreja, sin saber que ese grito dejaría el sensible oído de Matt dolorido durante unos segundos. La estridente música dificultaba cualquier vestigio de comunicación oral, y lo dejaba todo en manos de la imagen, de la apariencia, de la superficie, cosa que para un ciego normal hubiera sido un obstáculo insalvable, pero no para Matt. Pero claro, Elaine no lo sabía e insistía en gritarle al oído e intentar que no chocara contra obstáculos que nunca hubieran llegado a tocarle. El radar le era también bastante inútil, habida cuenta del continuo movimiento de la masa informe de gente que bailaba sin parar. Estando el gusto navegando por generosas cantidades de alcohol, Matt, de hecho se guiaba básicamente todo el rato por su olfato: las carnes sudorosas, la gomina y el maquillaje desmesurado, la química de la espuma que rociaba de vez en cuando la pista y las feromonas que saltaban alegremente de los cuerpos calientes. Y fueron las feromonas, precisamente, las que le indicaron con qué intención estaba Elaine apoyándolo contra una columna.

- Ya, venga... –empezó ella, mientras rozaba sus labios con los de Matt, y trataba de mordisquear su cuello.

- ¿Eh? ¿Elaine?

- Cállate tonto- y buscó el aliento de su jefe mientras rodeaba su cuello con brazos deseosos. Su rostro parecía no encontrar la posición ideal de acercamiento. Las palabras sobraban, la comunicación era el deseo.

- Elaine yo...

Ella le sujetó la nuca con una mano mientras metía la lengua con decisión en la boca entreabierta de Matt. En ese contacto, una electricidad física recorrió el cuerpo de Matt, haciéndolo estremecer. Ese olor desencadenó memorias enterradas malamente hacía tiempo. La imagen de Karen deambuló nuevamente por delante de sus ojos sin vista, y el rechazo que su cuerpo emocional sintió fue trasladado al físico antes que se diera cuenta.

- Elaine, no... no, no ¡basta!

Ella se detuvo en seco. Había notado el rechazo en su cuerpo, en su voz, en sus palabras. Pero aún así algo le extrañaba. El hombre que acababa de besar parecía desearla pero algo le impedía ir más allá.

- ¿Qué te pasa? Lo deseas. Sé que lo deseas. Pero ¿por qué reaccionas así? ¿Qué es Matt?

- Elaine... yo... no puedo.

- ¿No te gusto, Matt?

- No, no es eso... es que, simplemente, no puedo.

Matt notó como el miedo subía vertiginosamente por su garganta. Un miedo que le impedía dejarse ir, dejarse llevar, un miedo que le cortaba las alas al placer, porque nacía con una culpabilidad. El miedo a involucrarse emocionalmente en algo que podía dolerle en un futuro. El miedo a soltarse y luego tener que pagarlo. El miedo a vincularse emocionalmente a alguien que le gustaba, pero de quien no estaba enamorado. El miedo a empezar algo que terminaría, de eso estaba seguro, de manera dolorosa. Karen, Glori, Elektra... nuevamente el paso fugaz de sus antiguas amantes. La culpabilidad contenida por no haberlas sabido conservar. Todo eso fue demasiado para Matt en el momento que Elaine lo besó. Miedo. Matt tuvo miedo. Y dejó de vivir el momento para escabullirse hacia terrenos más seguros. Se desprendió de ella y se alejó en otra dirección mientras oía sus gritos, cada vez más lejanos:

- ¡Matt! ¡Matt! Ayúdenlo... ¡es ciego!

Pero Matt enfiló la dirección de la puerta, entre empujones y codazos de gente que prácticamente no se habían dado cuenta de la escena. Y los que se habían dado cuenta, nunca llegaron a creer la afirmación de la chica sobre su ceguera, dada su aparente facilidad para lograr dar con la salida. Elaine se quedó unos segundos trastornada, sin saber demasiado bien qué había pasado. Enumeraba sus sensaciones: muerta de vergüenza por la situación; mareada por efecto del alcohol; cachonda perdida por lo mucho que Matt la ponía; extrañada por la reacción temerosa de él...

Todas estas sensaciones se mezclaron en una lágrima que se le escapó. Una lágrima que no pasó desapercibida por alguien, que pareció aparecer de la nada a su lado.

- ¿Se te ha metido algo en el ojo, preciosa?- Aníbal pareció, de repente, tener un grado de sensibilidad mayor del que había demostrado hasta ese momento. -¿Estás bien? He tenido que acompañar a Foggy a un taxi porque ya no se aguantaba los pedos... oye, eh... ¿qué te pasa?

Y la abrazó. Los dos supieron en ese momento, que ese abrazo sería el primero de una larga serie de contacto físico entre ellos esa noche. Y efectivamente, dos horas, un despecho, una catarsis de carcajadas y un buen puñado de frases escogidas más tarde, ambos estarían haciendo el amor en el piso de Elaine.



Amanecía. Matt había caminado hasta su casa desde el “Feromonal”. Había andado durante más de una hora. El trayecto le había refrescado un poco las ideas. Aún así, a esa sensación de haberlo pasado estupendamente, se le unía otra más punzante. Un afilado poso de tristeza que se le clavaba en el costado. ¿Qué le había pasado? Estaba claro que había tenido miedo de iniciar algo que le hubiera costado parar. Por un lado, Elaine no le disgustaba, y estaba lo suficientemente borracho como para haber dejado que la red de la racionalidad y conciencia se tornara en algo más permisible, es decir, haber dejado que el placer dictara su sentencia. Por otro lado, no parecían tener mucho en común como para pensar en un futuro juntos, era un poco más joven que él y sobre todo, trabajaban en el mismo bufete (está claro que liarse con una empleada tuya no es lo más inteligente del mundo). En cualquier caso, más que por no haber tenido una aventura con Elaine, lo que realmente preocupaba a Matt fue esa incapacidad de dejarse ir, de disfrutar el momento, de dejar que sus sentidos se expandieran por sí solos y fuera capaz de disfrutar con lo que el momento le estaba llevando. Eso le recordó algo que había leído en una revista médica unos días antes, al visitar la consulta del dentista. Había leído que los receptores del olfato sólo sobreviven 60 días a un entorno con constantes agresiones químicas. La fragilidad de su existencia y su vida efímera le hicieron preguntarse a Matt por qué diablos él mismo, mucho más lóngevo y resistente, no era capaz de aprovechar el momento.

Abrió la puerta con su llave cuando notó que algo estaba mal. A pesar de su ebriedad, el reciente redescubrimiento de su equilibrio interno y la amplificación de sus sentidos le alertaron sobre algo diferente. Se dio cuenta que las inmóviles corrientes de aire dentro de su casa tenían un rastro residual de calor. Su olfato no era capaz de detectar ningún olor, su radar no captaba ningún movimiento y su oído no señalaba ninguna fuente de ruido. Sin embargo, algo que podría definir como una extensión de su sentido del tacto, le ayudaba a darse cuenta que en su casa había habido alguien... hacía menos de una hora. Y quizá todavía continuaba ahí. Así que Matt se puso en tensión, se le erizaron los pelillos de la nuca y trató de ahogar los gritos del alcohol y el tambor martilleante de su corazón. El grado de concentración era total. Cerró la puerta tras de sí y en ese mismo momento saltó hacia delante para, sosteniéndose sobre las manos, dispararse hacia la salita, que estaba a su derecha. En menos del segundo que duró el movimiento, Matt estaba bloqueando los brazos del intruso, que estaba escondido tras las cortinas de la salita. Hubo un forcejeo y para evitar la huída, tiró a su oponente al suelo. No pudo evitar que su mente vagara durante un instante. Pensó, sin saber muy bien por qué, en María Tifoidea [4] y su capacidad para cambiar completamente sus biorritmos. Podría estar en su casa y no detectar ninguna emisión de maldad simplemente habiendo adoptado ella una personalidad más afable. Pero no dejó que su mente vagara demasiado por los territorios del recuerdo y se concentró en la persona cuyos fuertes brazos trataban de liberarse.

Matt dejó trabajar sus sentidos. El latido, tranquilo y fuerte, le era extrañamente familiar, aunque no conseguía detectar de quién. Su rostro se mezclaba con la cortina que se había enredado entre ambos cuerpos, con lo que su radar era inútil. Pero el olor le hablaba claramente. Los sensibles receptores fueron invadidos por partículas químicas que le explicaron lo siguiente: Su presa era una mujer. Su presa no desprendía hostilidad manifiesta, lo cual contradecía paradójicamente el hecho de esperar escondida detrás de una cortina. Y su presa desprendía feromonas que emitían una señal inequívoca de atracción sexual hacia Matt. Y sin darse mucha cuenta de ello, a Matt también se le despertaron sus instintos más primarios, notando cómo ese olor le atraía. Carecemos del vocabulario para definir correcta y concretamente todos los olores, pero Matt hubiera podido decir claramente que ese olor le ponía a cien... en el momento en que se dio cuenta de quién era ella... ¿cómo podía haber tardado tanto en reconocerla?

Continuará…


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Referencias:
1 .- Al final de Daredevil: Equilibrio #5 Noel Archibald contrata a Nelson & Murdock
2 .- Como reflejan los comentarios de Daredevil: Equilibrio #4
3 .- Sí, ya sé que un tipo de Nueva York como Foggy Nelson difícilmente pediría “Cebralín”, pero ¿no os parece que le da un toque de realidad a la escena?
4 .- Enemiga implacable, sanguinaria y letal de Daredevil, con personalidad múltiple, cuya primera aparición se remonta al Daredevil # 254 en la etapa Ann Nocenti-John Romita Jr

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