La Liga de los Hombres Misteriosos nº06

Título: El enemigo interno (VI)
Autor: Raúl Montesdeoca
Portada: José Baixauli
Publicado en: Febrero 2013

Ki-gor tiene que intentar sobrevivir a su cautiverio a manos de Anansi y la sociedad Leopardo, esperando que sus compañeros puedan rescatarlo ¿Llegarán a tiempo?
Antes de los superhéroes fueron los Hombres Misteriosos. Y esta es la historia de cuando los hombres y mujeres más grandes de su época se reunieron por primera vez ... y el mundo cambió para siempre.
Creado por Raúl Montesdeoca y Carlos Ríos

Curtis Newton, el hombre al que el mundo conocía como el Capitán Futuro, necesitaba de toda su legendaria habilidad como piloto para intentar mantener la estructura del Mantarraya-1 de una sola pieza , asunto que se estaba mostrando muy complicado pues se hallaba bajo fuego enemigo. Aunque había conseguido derribar a cinco de sus esquivos adversarios todavía quedaban más de una docena zumbando alrededor de su nave como moscardones enfurecidos.

Eran los Ángeles Negros, robots autopropulsados y armados con rayos de energía que podían cortar el fuselaje del Mantarraya-1 como un cuchillo al rojo podía cortar una barra de mantequilla. Esa tecnología no debería existir en el año 1941, este tipo de anacronismos y su amenaza a la corriente espacio temporal eran el motivo que había traído a los Futuremen desde el lejano futuro al siglo XX y por algún tipo de ironía cósmica si no tenía cuidado podía acabar muriendo antes incluso de haber nacido. Los constructos eran la última y con diferencia la más mortal arma diseñada hasta ahora por el Tercer Reich, una sombra de preocupación cubrió al Capitán Futuro al temer que su intervención no había hecho sino empeorar la situación, pero ahora tenía otras prioridades de las que ocuparse de las cuales la más urgente era seguir vivo.

Uno de los carmesíes haces de luz alcanzó el ala izquierda del Mantarraya-1 atravesándola de lado a lado y dejando un boquete de casi diez centímetros de diámetro, no era un impacto crítico pero sí un aviso de lo que estaba por llegar. En la cabina Curtis Newton barajaba sus opciones.

-No podemos ganar este combate, Otto.

El androide se habría asombrado de poder hacerlo. El desánimo no entraba en el diccionario de Curtis Newton, Otto lo sabía muy bien, le conocía desde el día de su nacimiento y desde entonces muy pocos eran los días que no habían pasado juntos.

-¿Hablas de rendirnos?

-No, me refiero a que no podemos ganar este combate de una manera tradicional.

-Eso ya se parece más al Curtis Newton que yo conozco, ¿qué has planeado?

-Voy a usar toda la energía en los motores para distanciarnos de nuestros perseguidores.

-Apenas nos queda energía, si haces eso no llegarás muy lejos, aunque les saquemos ventaja por unos momentos nos acabarán alcanzando cuando nos quedemos sin impulso. –se quejó Otto

-Lo sé, por eso pienso cambiar la polaridad del motor gravitrónico. –dijo el Capitán Futuro con semblante serio

-Pero eso generaría una onda electromagnética que acabará con el Mantarraya-1 y con cualquier cosa que tenga algún componente electrónico como…yo mismo.

-Es por eso que necesito que abandones la nave.

-¿Cómo? No puedes estar hablando en serio, no puedo dejarte en una situación como esta, necesitas a alguien que pilote la nave mientras manipulas el motor.

Otro rayo mortal atravesó el fuselaje, esta vez en el morro de la aeronave que giró peligrosamente esquivando una andanada de roja energía que amenazaba con partir la nave en dos.

-Helene se hará cargo de pilotar el Mantarraya, ¡ahora vete, es una orden! Y encuentra a Ki-Gor, te necesito lejos de la nave cuando se inicie el impulso electro magnético.

El androide no podía desobedecer la orden aunque algo en su cerebro electrónico le decía que debía quedarse, abandonó la cabina y como pudo llegó dando tumbos de un lado a otro por los bruscos vaivenes de la nave hasta el compartimento que en aquél momento ocupaban Helene Vaughn y Magga.

-Ms. Vaughn, el capitán la necesita en cabina.

-¿A mí? –dijo sorprendida la mujer

-Él se lo explicará mejor, yo tengo que dejarles.

Helene miró a Magga por si entendía algo pero pudo ver por su expresión que tampoco sabía qué estaba ocurriendo. Otto abrió la rampa de carga y una fuerte corriente de aire invadió el interior de la aeronave, el androide saltó al vacío y a Helene le pareció ver como se transformaba en algún tipo de criatura voladora que no pudo determinar porque la rampa volvió a cerrarse de manera automática. A duras penas llegó hasta la cabina de mando. Allí la recibió la voz del Capitán Futuro.

-Ms. Vaughn, necesito que pilote el Mantarraya-1.

Abriendo los ojos en señal de sorpresa, Helene casi no sabía qué decir.

-No puedes estar hablando en serio. –dijo al ver desde la cabina la batalla en la que estaban inmersos

Rayos de energía de un intenso color rojo carmesí rasgaban el aire a su alrededor desde diferentes direcciones, los autómatas asesinos del Tercer Reich no cejaban en su empeño de derribar la nave volando a su alrededor como un enjambre de avispas furiosas.

-Ahora no hay tiempo para explicaciones, siéntese en el asiento del copiloto, por favor.

Helene Vaughn era una mujer práctica y había llegado a conocer algo al Capitán Futuro, éste aunque distante siempre se preocupaba más de los demás que de sí mismo y sabía que fuese lo que fuese lo que tenía planeado era lo más aconsejable que hacer, así que dejó las protestas y sus reservas sobre el plan y se sentó donde le había indicado el capitán.

-No creo que pueda mantener esto en el aire mucho tiempo. –dijo Helene tratando de disimular su miedo

-Perfecto, porque lo que planeo es estrellar el avión y por lo que sé usted tiene experiencia en eso.

-Si pretendía ser una broma, no tiene la más mínima gracia.

Curtis Newton respondió totalmente serio.

-No lo era. Ahora atenta porque voy a pasarle el control de los mandos en tres…dos…uno ¡ya!

El Mantarraya-1 se inclinó peligrosamente a estribor hasta que Helene corrigió el rumbo sobre compensando a babor haciéndose finalmente con los mandos del aparato. El Capitán desapareció bajo una trampilla que comunicaba con la zona ventral de la nave donde estaba el poderoso motor que impulsaba la nave, una máquina que aprovechaba la fuerza de la gravedad y el electromagnetismo como medio de propulsión, equipado con una tecnología que la humanidad no conocería hasta dentro de unos cientos de años en el futuro. Y él estaba a punto de destruirla.

La situación en la cabina de mando no era buena, Helena ponía toda su atención en esquivar los mortales rayos de energía que lanzaban aquellos robots infernales pero varios de los haces de luz impactaron contra el fuselaje del Mantarraya-1, eran demasiados y prácticamente imposible esquivarlos a todos, no sabía a ciencia cierta cuantos eran pero llegó a contar más de una decena. Las luces de aviso empezaban a teñir de rojo el panel de mandos del Mantarraya-1 y empezaban a oírse pitidos y señales de alarma por doquier, los daños sufridos por la nave eran severos reduciendo su velocidad y maniobrabilidad lo que le dejaba aún más a la merced de sus metálicos perseguidores.

Uno de los Ángeles Negros se acercó peligrosamente a la aeronave. Tiró del timón rápido y con fuerza hacia estribor haciendo que la nave realizara un giro de 360º sobre su eje lo que ocasionó que el ala del lado de babor impactara contra el robot enviándolo contra el suelo y alejándolo del combate, pero poco consuelo era aquel, aún quedaban un buen montón de aquellas molestas máquinas y Helene sabía que no iba a aguantar tanto tiempo.

De repente se apagaron todos los indicadores de su panel y notó que la nave perdía impulso. La parte buena fue ver como los robots caían al suelo como un grupo de mosquitos fulminados por insecticida, la parte mala fue ver como el suelo se acercaba a velocidad alarmante. Trató de levantar el morro en la última parte del descenso para evitar un choque de frente que a aquella velocidad sería mortal de necesidad, la nave tocó tierra con la parte trasera ventral y el choque ocasionó que el morro cayese bruscamente sobre el follaje repartiendo el impacto a lo largo del casco.

Durante más de medio minuto la inercia les hizo avanzar a través de la densa vegetación frenando la nave poco o a poco y dejando tras de sí un enorme surco en el paisaje. Finalmente el Mantarraya-1 chocó con una palmera lo suficientemente grande para detener el impulso de la nave. El Impacto fue considerable y Helene pudo sentir como le dolían los músculos y le ardía la piel por las rozaduras del cinturón de seguridad, pero al menos estaba viva y ya se sabe lo que se dice de los aterrizajes, cualquiera en el que salgas andando es un buen aterrizaje. Recordó al capitán y a Magga, ignorando el dolor de su cuerpo se deshizo del cinturón y trató de buscar a sus compañeros. El casco de la nave no se había quebrado, señal del magnífico trabajo que el Capitán había realizado…o quién quiera que fuese el que había construido aquella fantástica nave, pensó Helene.

Al quedar todo en silencio, unos golpes provenientes del habitáculo situado detrás de la cabina de pilotaje llamaron su atención, llegaban desde el suelo. Fue una alegría ver aparecer al Capitán Futuro a través de una trampilla.

-He tenido que usar esta trampilla para salir, el túnel de acceso a la cabina de mandos ha quedado destruido.

Helene rió porque no le importaba lo más mínimo cuál de las trampillas usara siempre que estuviese sano y salvo, se lanzó contra él y lo abrazó. El Capitán Futuro se sonrojó, no estaba acostumbrado a esas demostraciones de sentimientos, había pasado buena parte de su vida solo con un robot, un androide y un cerebro viviente, no eran los mejores maestros para las relaciones humanas. Aun así tuvo que reconocer que la sensación era muy agradable.

-¿Dónde está Magga? –preguntó Helene

Un tanto azorado el capitán trató de recobrar la compostura.

-No hay grietas en el fuselaje, no puede haber salido despedida. –dijo bastante extrañado

Desde la privilegiada atalaya que era la meseta superior de la Fortaleza del Leopardo un siniestro grupo observaba las evoluciones del singular combate aéreo que tenía lugar en los alrededores. Allí se encontraba Anansi, la avatar de la Diosa Araña, líder indiscutible de la Sociedad Leopardo, junto a un séquito de servidores, sacerdotes y el capitán de su guardia N´Gomo, el gigante de ébano. Con ellos se encontraban también el Coronel Bauer, soldado de los Deutsche Afrika Korps, un teniente que hacía funciones de asistente y un soldado que transportaba a su espalda una radio de campaña pertenecientes a la misma unidad completaban el grupo allí presente.

Bauer observaba a través de unos potentes binoculares mientras que Anansi parecía no necesitar de la ayuda de ningún artilugio para seguir los acontecimientos. En un instante todo acabó, los contendientes cayeron todos a un tiempo contra el suelo perdiéndose entre la alfombra verde que ofrecían las copas de los árboles. El Coronel alemán no salía de su asombro, enfurecido se dirigió a la radio.

-Got in Himmel! Was ist los? –gruñó a través del micrófono

Unos ruidos de estática precedieron a la respuesta también en alemán.

-No lo sé, Herr Koronel. Sin motivo aparente las unidades han dejado de funcionar de repente.

-¿Todas? –preguntó incrédulo Bauer

-Tenemos débiles señales de la unidad once, quedó aislada del resto y parece que no ha sufrido todos los efectos de lo que quiera que haya afectado al resto de los Schwarze Engel.

El Coronel meditó su rumbo de acción durante unos segundos y ordenó.

-Active a la unidad once y que se asegure de que ni el Capitán Futuro ni nadie a bordo de esa nave haya sobrevivido, en caso de encontrar algún superviviente las órdenes son eliminación inmediata. ¿Ha entendido?

-Jawohl, Mein Koronel. –fue la respuesta que obtuvo

-Bien porque tengo más instrucciones para usted, diga al Capitán Moritz que despliegue a las tropas para recuperar las unidades caídas. Ambos objetivos son absolutamente prioritarios y están por encima de cualquier otra cosa. Cambio y corto.

-Recibido, ¡Heil Hitler! Cambio y corto.

Bauer se dio cuenta de que Anansi le observaba, aquella mujer le ponía nervioso. Siempre parecía estar dando vueltas a su alrededor como una araña que jugueteara con su comida, no veía el momento de dejar atrás aquella fortaleza perdida en la jungla.

-Parece que una vez más las imparables fuerzas del Tercer Reich han vuelto a fallar en la consecución de sus objetivos. –el comentario de Anansi era una puya dirigida al corpulento prusiano

-Al menos hemos conseguido detener al Capitán Futuro. –trató de justificarse

-Un enemigo que no tendríamos de no ser por ustedes, -el tono dejaba de ser falsamente cordial para entrar de lleno en las recriminaciones- le recuerdo. No era ese nuestro acuerdo. Debían acabar con la Hermandad del Lobo y lo único que hemos conseguido es aumentar la lista de nuestros adversarios. Ha llegado el momento de que nuestra asociación llegue a su fin.

El robusto militar no podía estar más de acuerdo pero había venido a cumplir una misión.

-¿Y qué hay de Ki-Gor?

La hermosa mujer de oscura piel clavó sus extraños ojos de color violáceo en los de Bauer y con una sonrisa burlona y provocativa le respondió.

-Usted no ha cumplido, no veo porque debería hacerlo yo. Ki-Gor se queda aquí, ya decidiré que hacer con él.

El Coronel bufó de impaciencia.

-No he llegado hasta aquí para irme con las manos vacías. –amenazó

Anansi decidió llevar su juego de provocación un paso más allá.

-¿Ah, no? ¿Y qué piensa hacer al respecto Herr Koronel?

La paciencia de Bauer alcanzó su límite, al fin y al cabo no eran más que sirvientes, solo había un guerrero que ni siquiera tenía armas de fuego, ya estaba harto de tener que soportar afrentas de aquellos subhumanos. Ordenó al teniente y al soldado que le acompañaba que acabaran con todos ellos.

El soldado que portaba la radio aferró el subfusil MP40 que colgaba de su correaje y quitó el seguro, apuntó al grupo y vio que N´Gomo, el jefe de guerra de los Guerreros Leopardo, se lanzaba a la carga. Tiró del gatillo mientras movía en arco su arma hacia su izquierda pero N´Gomo parecía adelantarse a sus movimientos manteniéndose siempre unas milésimas de segundo fuera del creciente arco de fuego del arma automática. El miedo empezó a hacer presa en el soldado alemán que apretó todavía más el gatillo en su desesperación por acabar con aquel salvaje de dientes afilados que se le echaba encima, no fue hasta demasiado tarde que vio al Teniente Möhler entre el cañón de su arma y su enemigo.

El cuerpo del teniente se sacudió varias veces por los impactos recibidos pero no cayó al suelo, N´Gomo se había colocado a su espalda y lo sujetaba como escudo humano contra las balas. Usando el cuerpo muerto del teniente como proyectil lo lanzó sobre el soldado que todavía seguía disparando hasta agotar su cargador, el peso de la radio que portaba a la espalda más el de su difunto teniente fueron más que suficientes para que cayera de espaldas al suelo. Desesperadamente trató de quitarse de encima el cadáver que le mantenía inmovilizado pero antes de poder conseguirlo pudo ver encima de él la cara de N´Gomo mostrando sus afilados dientes que hundió sin piedad en el cuello del indefenso soldado arrancando un buen trozo de carne y provocando una explosión de sangre al ser seccionadas varias arterias. N´Gomo con el rostro cubierto de sangre y masticando ruidosamente puso su atención en el Coronel Bauer.

Este miraba asombrado la escena paralizado de terror, hizo ademán de llevar su mano a la cartuchera donde guardaba su revolver pero se arrepintió al verse rodeado de miles de arañas que aparecieron de la nada a un gesto de la hechicera y formaron un círculo perfecto a su alrededor, esperando. El caníbal se quedó también inmóvil y Anansi observaba como siempre divertida la escena.

-Definitivamente Coronel, ha llegado el momento de que se vaya. –dijo mientras se dispersaban las arañas

No necesitó que se lo dijeran dos veces, cogió la radio de la espalda de lo que quedaba de uno de sus hombres y se marchó sin mediar palabra a reunirse con el resto de su unidad que esperaba a unos kilómetros de allí. La Sociedad Leopardo les había impedido acercarse más a la fortaleza.

Anansi se dirigió al capitán de su guardia.

-Manda a una partida de tus hombres a rastrear la jungla, sería interesante saber un poco más de ese Capitán Futuro, encontradlo y traedlo a mi presencia.

-Así se hará. –respondió N´Gomo inclinando su cabeza

El gigantesco guerrero abandonó el lugar para trasmitir las órdenes de Anansi pero también con otro propósito en mente, ya no era necesario conservar a Ki-Gor para entregárselo a Bauer, había llegado el momento de acabar de una vez por todas con la leyenda del Rey de la Jungla.


Ki-Gor se encontraba cargado de cadenas en un calabozo de la Fortaleza del Leopardo, tenía el cuerpo lleno de hematomas y magulladuras recibidas durante el interrogatorio que había sufrido a manos de Bauer, parecía que su plan había funcionado, al menos había mantenido alejados a los alemanes durante un buen rato pero ahora no sabía qué es lo que estaba sucediendo fuera, aislado del exterior como estaba en aquel lúgubre rincón.

La puerta de la estancia se abrió y sus sentidos se pusieron en alerta a pesar de que todos los músculos de su cuerpo protestaban de dolor exigiendo un más que merecido descanso. Sus peores presentimientos se hicieron realidad al ver a N´Gomo. Ki-Gor sabía que tarde o temprano aparecería por allí, lo supo desde que vio el miedo en los ojos de N´Gomo, aquel guerrero caníbal jamás lo reconocería ante nadie pero tenía miedo de Ki-Gor y eso era algo que no podía soportar. N´Gomo estaba acostumbrado a que le temieran, no a temer. Su invencibilidad venía de su ausencia de temor por tanto en la perturbada mente de aquel salvaje la única opción que tenía era acabar con la fuente de su miedo. Y ahora estaba allí, frente a él, cargado de cadenas y agotado por las torturas recibidas por Bauer y sus hombres. No había honor ni gloria en acabar con un enemigo en aquellas condiciones pero a N´Gomo aquello no le importaba lo más mínimo, era una oportunidad sin igual para acabar con el hombre que le quitaba el sueño y que hacía que se despertara en medio de la noche empapado de sudor y aterrorizado. Jamás volvería a sentir miedo se dijo a sí mismo.

Ki-Gor se agazapó en previsión de un ataque por parte de N´Gomo que no tardó en llegar sin intermediar palabra alguna, no hacía falta, todo había quedado claro en las miradas, solo uno de ellos iba a abandonar aquella habitación vivo y parecía que las probabilidades estaban totalmente en contra de Ki-Gor. Él lo sabía pero no pareció importarle, se enfrentó a su posible final con el estoicismo que siempre había hecho gala durante toda su vida.

El enorme guerrero leopardo lanzó un puñetazo que Ki-Gor pudo esquivar a duras penas limitados sus movimientos como estaban por las cadenas que le ataban de pies y brazos a la pared, las garras metálicas de N´Gomo que semejaban a las del leopardo que intentaba imitar con su vestimenta rasgaron la carne de su odiado enemigo y tres líneas rojas aparecieron en su piel de las que poco a poco caían gotas de sangre. Ki-Gor trató de responder al ataque lanzándose sobre el gigantesco guerrero pero de nuevo se vio detenido abruptamente por sus cadenas quedando a escasos centímetros de su adversario que aprovechó para clavar con saña sus garras artificiales en el hombro derecho de Ki-Gor que aulló de dolor. Las fuerzas empezaban a abandonarle y de sus heridas manaba abundante sangre, dio unos pasos hacia atrás y se protegió torpemente con los brazos de un ataque fingido de N´Gomo que jugaba con él disfrutando cada instante.

-Ja,ja,ja ¡Es toda una visión ver al Rey de la Jungla retrocediendo asustado! –se burlaba N´Gomo

li2

Ki-Gor trató de decir algo pero solo se oyó un balbuceo ininteligible.

-Ya ni siquiera tienes fuerzas para hablar, ¡más alto, perro! Si quieres decir tus últimas palabras hazlo.

Con una mirada cargada de rabia primigenia Ki-Gor habló.

-No retrocedo nunca.

N´Gomo volvió a reír nerviosamente, lanzó un puntapié que envió a Ki-Gor contra la pared de espaldas.

-¿Y qué estás haciendo ahora entonces?

La respuesta tardó unos segundos en llegar.

-Asegurarme de que estás suficientemente cerca. –dijo saltando como un resorte sobre N´Gomo y rodeando su enorme cuello de toro con la cadena que aprisionaba su brazo derecho

Ki-Gor tiró de las cadenas hacia sí al tiempo que hacía un barrido con su pierna izquierda al gigantesco hombre leopardo, que sorprendido por lo inesperado de su reacción y perdido el equilibrio cayó al suelo de bruces. Sin dar la más mínima oportunidad a su contrincante Ki-Gor se lanzó sobre la espalda del bruto clavando sus rodillas para buscar puntos de apoyo y se arqueó hacia atrás tirando con todas las fuerzas que le quedaban. N´Gomo trataba de arrancar de alguna manera la férrea presa que la cadena había hecho alrededor de su cuello y puso toda la fuerza de su poderoso cuerpo a tal fin, pero Ki-Gor no aflojó ni en lo más mínimo, más al contrario seguía tirando hacia atrás con tal fuerza que hacía sangrar sus manos por el roce con el metal, no le importaba. Era matar o morir y sabía que de perder su ventaja su enemigo no le daría ninguna oportunidad, esa era la Ley de la Jungla.

No paró hasta oír el ruido del cuello del guerrero leopardo quebrarse, solo entonces se dejó caer por fin en los brazos de la inconsciencia que parecía la mejor de las opciones para dejar atrás el terrible dolor que recorría casi cada centímetro de su cuerpo.

Lo siguiente que vio fue una cara medio borrosa de un guerrero de raza negra, no era un miembro de la Sociedad Leopardo, al menos no vestía como uno de ellos, le daba suaves cachetes en la cara tratando de reanimarle y llamándole.

-Mr. Ki-Gor, despierte por favor.

Un montón de preguntas cruzaban su enturbiada mente, ¿quién era aquel hombre? Nadie le llamaba Mr. Ki-Gor en África. Poco a poco fueron volviendo las memorias de los últimos días y reconoció a su acompañante, más por el olor que por su rostro. Aunque lo más correcto sería decir por su falta de olor, solo había conocido a una criatura así. Otto, el hombre artificial que acompañaba al Capitán Futuro.

-Otto, ¿Qué haces aquí? –dijo Ki-Gor con un hilo de voz

-El Capitán Futuro me envió a buscarle –dijo el androide mirando el cadáver de N´Gomo en el suelo sin que ello alterase su rostro ni lo más mínimo-, deberíamos irnos ya.

-Me temo que soy incapaz de dar un paso.

-No se preocupe, apóyese en mí, serán solo unos minutos. Hemos de reunirnos con el capitán, con Helene y con Magga.

Los ojos de Ki-Gor se abrieron de sorpresa al oír el nombre de su amada.

-¿Helene estaba en la nave con el capitán?

-Así es Mr. Ki-Gor, aunque la nave ha sido derribada, me temo.

Reuniendo las fuerzas que no tenía Ki-Gor se puso en pie, su primer instinto fue buscar un arma y tomó del cinturón de N´Gomo un cuchillo de buen tamaño y extraña factura, eso le hizo sentirse más seguro y fuerte. Aun así, al intentar dar un paso, las fuerzas le fallaron pero Otto le agarró con brazo firme y ayudado de este los dos abandonaron el calabozo, con grandes esfuerzos recorrieron el oscuro pasillo que comunicaba con el resto de la fortaleza, tuvieron suerte al encontrar la zona desierta ya que la mayor parte de la dotación de guerreros leopardo se encontraban en la base de la montaña preparando la salida de la expedición que debía capturar al Capitán Futuro. Otto miró en todas direcciones hasta que pareció encontrar lo que buscaba.

-Allí. -dijo señalando una abertura natural en la pared de roca de la montaña que hacía las veces de ventana y respiradero

Ki-Gor no entendía que es lo que el androide pretendía, estaban a más de cincuenta metros del suelo con un precipicio inaccesible ante ellos. Dos guerreros leopardo llegaron al amplio salón en aquel momento y al ver al prisionero libre dieron la voz de alarma y enarbolaron sus lanzas con aviesas intenciones.

-Agárrese fuerte. –dijo Otto mientras saltaba al vacío arrastrando con él a Ki-Gor

Este último creía que el androide se había vuelto loco y que le había condenado a una muerte segura hasta que vio algo que le costó creer. Otto empezó a cambiar de forma en plena caída hasta transformarse en un águila gigante en la que Ki-Gor no tuvo problema en acomodarse en su lomo. A sus pies podían ver en el suelo a un numeroso grupo de guerreros leopardo, estaban demasiado lejos para que fuesen una amenaza y lo más probable es que ni siquiera les hubiesen visto.

Ki-Gor observó que a través de uno de los numerosos huecos en la pared de la montaña se divisaba una gran cisterna de agua que debía utilizarse para el suministro de los residentes de la fortaleza…y también para algo más.

-Otto, da la vuelta, tenemos que volver. –apremió Ki-Gor

-No creo que eso sea una buena idea Mr. Ki-Gor, debemos reunirnos de inmediato con el Capitán Futuro, esas fueron sus órdenes.

Tenía que tratar de hacerle comprender.

-¿Ves a esos hombres de ahí abajo? Son una partida de guerra, ¿A quién crees que van a buscar?

Había que concederle que las opciones no eran muchas, el objetivo era con casi total seguridad el capitán y por extensión también Helene.

-¿Cómo de lejos piensas que llegará el capitán sin su nave perseguido por los mejores guerreros de África que conocen el terreno como la palma de su mano? –seguía insistiendo Ki-Gor

Los razonamientos del noble salvaje hicieron mella en la fría y lógica mente del androide.

-¿Qué debemos hacer?

-Dirígete hacia aquella gruta. –dijo señalando la dirección

El Águila gigante que era Otto planeó hacia su derecha para volver al lugar del que habían partido. Pudieron ver que dos hombres leopardo les esperaban lanzas en ristre en su lugar de destino.

-El aterrizaje va a ser bastante movido. –advirtió el hombre mecánico

-Haz lo que tengas que hacer. –dijo Ki-Gor

Tal y como había avisado el choque fue duro, Otto cargó en pleno vuelo contra uno de los guerreros y la inercia y el peso de su cuerpo aplastaron al hombre leopardo bajo su peso, Ki-Gor salió rodando por el impacto y creyó romperse alguna costilla más.

El otro guerrero que aún quedaba en pie hostigaba a Otto valiéndose de su lanza y poniendo distancia entre ellos. La forma de águila que tan útil le había sido para llegar hasta allí estaba demostrando ser una molestia más que una ayuda en un combate en un espacio cerrado, así que Ki-Gor pudo ver a Otto transformarse por segunda vez. Si creía que Otto ya no podía sorprenderle, estaba muy equivocado.

Ante sus ojos pudo ver como el cuerpo de Otto empezaba a mutar pero el resultado de la transformación le dejó sin aliento, aquella no era una criatura que Ki-Gor hubiese visto antes, su rostro recordaba vagamente a un rinoceronte o a uno de los grandes lagartos o Mokelé M´bembe que se podían encontrar en el gran río pero ahí acababa todo parecido con cualquier animal que hubiese visto antes, su cuerpo era vagamente humanoide pero mucho más robusto, si piel era gris y sus manos acababan en afiladas pinzas de hueso de tamaño descomunal. El guerrero leopardo demostró su valentía manteniendo el tipo ante aquella infernal visión e incluso trató de clavar su lanza en la dura piel de la criatura pero no era oponente para la fuerza de Otto ni para las afiladas pinzas de la forma que ahora había adoptado.

-¿Qué debemos hacer ahora?

Ki-Gor tuvo que hacer un esfuerzo para salir de su asombro y explicar brevemente su plan.

-Tenemos que romper esa cisterna de agua y dejar que contenido se derrame por la ladera de la montaña.

Aunque Otto no llegaba a ver a donde quería llegar Ki-Gor con aquella idea hizo lo que le había sido dicho, usando la forma de la criatura que había adoptado y su gran fuerza comenzó a dar zarpazos contra las paredes de piedra del estanque. Los grandes bloques empezaron a desencajarse al ceder la argamasa que los mantenía unidos bajo los embates de Otto hasta que finalmente la presión de los cientos de litros de agua allí acumulados acabaron su trabajo y el muro acabó cediendo. El agua buscó su camino natural de salida y se vertió por la empinada pared de la meseta hasta alcanzar la base de la misma.

-Vámonos de aquí, ¡ahora! –gritó Ki-Gor

Volviendo a la forma anterior de águila Otto hizo caso a las indicaciones y abandonaron el lugar echándose de nuevo a los cielos de la Vieja África. Finalmente viendo el terrible espectáculo que tenía lugar bajo ellos, el androide empezó a comprender cuál era el plan de Ki-Gor.

El suelo de origen volcánico reaccionaba con el agua emitiendo algún tipo de gas tóxico que no era visible. Durante cientos de años en la jungla se contaban historias en las que todo el que se acercaba a la Fortaleza del Leopardo sin ser invitado moría, un mito alentado por las propiedades del raro mineral que se encontraba en la base de la meseta, Ki-Gor había usado uno de los mejores métodos de defensa de la Sociedad Leopardo y lo había convertido en un arma de demoledora eficacia, casi un centenar de guerreros yacían muertos a lo largo del camino, había sido un duro golpe para la Sociedad que no olvidaría sin duda una afrenta como esta.

Otto sobrevoló las copas de los árboles volando en dirección noroeste hacia la zona donde aproximadamente debía haber caído el Mantarraya-1 con Ki-Gor sobre su lomo.

-Hay algo que quiero preguntarte ¿qué tipo de criatura era aquella en la que te transformaste? –preguntó el Hombre de la Jungla a su emplumada montura

-Era un perforador rigeliano. –respondió Otto

-Jamás había oído hablar de un ser así.

-Eso se debe probablemente a que no es de este planeta. –dijo Otto como si tal cosa

Ki-Gor sintió vértigo y no precisamente por la altura, era Otto quién le causaba esa sensación, hombres del futuro, viajes en el espacio y la mera existencia de un ser como Otto eran conceptos que le hacían sentir muy pequeño.

De pronto Otto comenzó a emitir una serie de sonoros graznidos.

-¿Es necesario que hagas tanto ruido?

El androide no respondió de inmediato sino que buscó en el horizonte verde con su mirada, a unos ochocientos metros al norte de su posición una luz refulgía en el cielo descendiendo lentamente a tierra, Ki-Gor sabía lo que era, una bengala, había visto algunas en el avión accidentado que trajo a Helene a la jungla y a los británicos usarlas alguna vez para señalizar una posición. De pronto comprendió que aquella bengala había sido lanzada por el Capitán Futuro y que junto a él debía encontrarse su amada Helene. Nuevos ánimos volvieron a su maltrecho cuerpo ante tan deseado encuentro.

En el Salón Principal de la Fortaleza del Leopardo Anansi había convocado a todos los sacerdotes de su maléfico culto y a una buena representación de los mejores guerreros de la Sociedad Leopardo, dos enormes felinos de la misma especie escoltaban el trono. La luz de las antorchas dotaba a todo de un halo de irrealidad. La avatar de la Diosa Araña habló finalmente a sus fieles que desconocían el motivo por el que habían sido reunidos allí.

-Hoy hemos sufrido un revés pero no es más que una piedra en nuestro camino de conquista. Somos una fuerza imparable y pronto toda África será nuestra… y luego el mundo. –dijo con una expresión de pura maldad acentuada por las crepitantes llamas de las antorchas

Observó como siempre hacía la reacción de los allí congregados y vio que muchos no creían en sus palabras, estaban allí por el poder o por la riqueza pero en su interior no creían que sus palabras fuesen ciertas, eso iba a cambiar muy pronto.

-Veo en los ojos de algunos aquí que no creen de corazón en mis palabras y que dudan de cuál es nuestro destino.

Se levantó de su trono para atraer la atención de todos en la gran sala, dio unas palmadas y a su señal cuatro guerreros de la Sociedad Leopardo entraron en la estancia, portaban lo que parecía un enorme capullo de seda similar al que desarrollan algunas especies de insectos. Dos sirvientas vírgenes portaban un brasero encendido. Murmullos de interrogación recorrieron el lugar y el asombro y las dudas se hicieron presentes en los rostros que allí había.

Los guerreros, al igual que las sirvientas, depositaron su extraña carga a los pies de la escalera que llevaba al trono de Anansi, avatar de la Diosa Araña y Señora de la Sociedad Leopardo. Esta bajo despacio, de manera casi etérea los escalones que la separaban del misterioso objeto. Se paró a mirar con intensidad los rescoldos de las brasas como si pudiera ver algo en ellos. Con un fluido y casi imperceptible movimiento de su mano echó sobre las brasas algún tipo de polvo que inundó la estancia de un pesado y oloroso humo. Comenzó a contonear su cuerpo de un lado a otro pasando por encima del fardo sus manos como si moviera unas cuerdas que solo ella podía ver. Su voz se volvió más gutural y sonora como si ya no saliera de su garganta.

-No podemos ser detenidos porque el que verdaderamente cree en mí nunca morirá.

Continuó con su blasfema danza e inició un cántico en una lengua que ninguno de los presentes pudo reconocer pero que despertaba ecos de épocas ya olvidadas en las que el hombre luchaba contra monstruos por el dominio de la tierra. Sus ojos brillaban con un brillo violáceo que dejaba una estela hipnótica conforme se movía de un lado a otro y fue entonces cuando desde el interior del capullo algo empezó a tratar de abrirse camino hacia afuera, finalmente a través de la miríada de hilos que formaban aquella enorme vaina pudieron ver algo que los dejó paralizados.

Era N´Gomo que trataba de lanzar un grito pero ningún sonido salió de aquellos pulmones.


Ki-Gor y su alado compañero un fueron los únicos en ver la bengala, la unidad 11 de los Ángeles Negros detectó con sus sensores de largo alcance una inusual actividad térmica. Fijó la posición para su posterior investigación, de momento debía esperar a que sus sistemas internos de reparación acabaran su trabajo. Aunque no había recibido de lleno el pulso electro magnético la onda había afectado a varios de sus sistemas que debían volver a ser recalibrados, apenas unos minutos más.

Otto descendió en círculos hasta encontrar el pequeño claro desde el que había sido lanzada la señal luminosa, reconocieron de inmediato las siluetas que les saludaban como las del Capitán Futuro y Helene, el corazón de Ki-Gor se inundó de felicidad al verla y en cuanto Otto se posó se fue directo a ella y la besó apasionadamente, los dos se fundieron en un cálido abrazo. El capitán y el androide les dejaron unos momentos de intimidad.

Helene fue la primera en romper el silencio.

-Dios Santo, cuando venía hacia aquí solo pensaba en lo que te diría cuando te viese…si volvía a verte –dijo con tristeza- pero ahora no puedo pensar en nada que no sea tenerte entre mis brazos. Eres un estúpido ¿lo sabes?

-Tenía miedo por ti, el mundo sería un lugar muy triste si tú no estuvieses en él, mi vida no es tan importante. –dijo Ki-Gor como si aquello lo explicara todo

Unas lágrimas asomaron a las mejillas de la bella mujer de pelo rojo como el fuego y verdes ojos.

-No sé si abofetearte por creerme una muñeca de porcelana o hacerte el amor aquí mismo por haberme dicho lo más bonito que jamás me haya dicho nadie. –dijo Helene volviendo a abrazarle

Ki-Gor no tuvo ninguna duda.

-Si se puede elegir, prefiero lo segundo.

Helene rió con ganas.

-A veces me pregunto si de verdad eres tan inocente o es que ya te empieza a contaminar la civilización y sabes lo que es la ironía.

Tendría que quedarse con la duda porque en vez de una respuesta obtuvo un nuevo y húmedo beso de Ki-Gor, lo que no estaba nada mal tampoco.

Alguien carraspeó unos metros más allá para llamar su atención, era el Capitán Futuro.

-Lamento tener que interrumpir este encuentro tan emotivo pero debemos ponernos en marcha inmediatamente. Es imperativo que encontremos a alguno de los robots caídos, de la información que pueda recopilar de esas máquinas pueda salir la pista que nos ayude a impedir los planes de los nazis.

Otto que ya había recuperado su forma humanoide echaba en falta la presencia de la otra mujer.

-¿Dónde está Magga? –preguntó el androide

El Capitán Futuro solo pudo responder.

-Ha desaparecido sin dejar rastro.

No era la respuesta que Otto esperaba y aunque sabía que las posibilidades de que aquello hubiese sucedido eran cuanto menos remotas lo había dicho el capitán y eso era suficiente para él.

Ki-Gor se dirigió al capitán y extendió su brazo en señal de saludo, Curtis Newton devolvió el saludo un tanto incómodo.

-Gracias por cuidar de Helene.

-Para ser sincero, no he tenido que hacer gran cosa, es una mujer excepcional más que capaz de cuidarse sola.

Helene aprovechó la ocasión para meter baza en la conversación.

-A ver si consigo que eso se te meta en la cabeza, estamos juntos en esto ¿Me oyes? Juntos.

-No volverá a suceder. –dijo Ki-Gor

-Mientes muy mal pero voy a elegir creerte.

El Capitán Futuro no pudo dejar de ver el abundante número de cortes, golpes y rozaduras que presentaba toda la anatomía de Ki-Gor, era asombroso que todavía siguiese en pie después de un castigo como aquel.

-Creo que podríamos dedicar unos minutos a tratar esas heridas, salvamos varios medipacks de la nave –al ver las caras de extrañeza corrigió-, botiquines de primeros auxilios.

Mientras el capitán aplicaba los avanzados remedios médicos pudo notar como a Ki-Gor se le tensaban los músculos, estaba concentrado y con la vista fija en algún punto en la lejanía.

-¿Qué sucede? –preguntó el Capitán Futuro

-Esos pájaros –dijo señalando al sur-, huyen asustados, algo se acerca desde el aire.

De inmediato Curtis Newton sacó sus binoculares, una estela negra generada por la combustión de sus potentes motores señalaba la posición de uno de los letales robots que habían atacado el Mantarraya-1. De alguna manera se había librado del efecto del pulso electromagnético, lo peor de todo es que no disponía de ninguna de sus armas ni de prácticamente nada de su variado equipo, toda su tecnología había quedado fundida por su arriesgada táctica y ahora tenían que enfrentarse a la mayor máquina de combate conocida por la humanidad en aquellos días armados solo con palos y piedras.

-Pongámonos a cubierto, uno de los robots se dirige hacia aquí.

El capitán y Helene reunieron en un gran petate lo que habían podido rescatar de la aeronave siniestrada y a toda prisa corrieron en busca de cobertura. Ya se podía oír en la lejanía el rugido del motor de aquella máquina letal. Helene cogió en su mano el revolver que había usado en la Fortaleza del Lobo aunque por lo que había visto dudaba que los proyectiles de aquella arma causaran algo más que arañazos en el blindaje del monstruo mecánico.

La unidad 11 de los Ángeles Oscuros apareció sobre las copas de los árboles y quedó suspendida en el aire observando el claro que había justo debajo. Ki-Gor y Helene se habían ocultado entre las frondosas copas, desde donde estaban casi podían sentir el calor que emanaban los quemadores y el olor a combustible quemado inundaba sus sentidos, particularmente a Ki-Gor.

El Capitán Futuro se había escondido entre el follaje del suelo y Otto a su lado, como siempre. La maraña vegetal de la jungla impedía que el robot pudiera usar sus sensores a plena capacidad pero había detectado huellas termales en la zona, lentamente el motor de su propulsor fue perdiendo potencia hasta que aquella mole metálica y oscura tomó tierra.

Por primera vez pudieron ver claramente a su perseguidor, pasaba de los dos metros de altura y era de un color negro que casi parecía absorber la luz, el Capitán Futuro pensó que volando en la oscuridad de la noche serían indetectables. El ruido de su motor había disminuido pero todavía era audible el ronroneo de su maquinaria, sus piernas eran delgadas y funcionales, en el torso el diseño se ensanchaba y aunque su brazo izquierdo era una réplica mecánica de uno humano el derecho había sido sustituido por un cañón de energía, esas eran las armas que generaban los mortíferos haces carmesíes que les habían visto utilizar con anterioridad, la cabeza era poco más que una semiesfera metálica a la que alguien había dado la forma de un casco de la Wehrmacht y que había sido colocada sobre una protuberancia que salía del tronco, unos redondos ojos mecánicos iluminados en rojo eran el único rasgo destacable de esta. Sobre su torso pintado en blanco se podía ver el número once y una esvástica nazi.

El robot giró el torso de izquierda a derecha en un antinatural arco de doscientos setenta grados en busca de algún rastro de sus objetivos, captó trazas de calor entre la vegetación y apuntó su cañón. Un mono de mediano tamaño salió de entre los arbustos y trepó chillando hasta las ramas del árbol que tenía más cercano.

Aquel mono no era otro que Otto metamorfoseado de nuevo, había tratado de distraer la atención del Ángel Oscuro sobre sí y habría funcionado de haberse tratado de un humano pero la unidad once seguía captando el rastro de calor incluso después de que el mono hubiera abandonado la posición que ahora rastreaba. Sus circuitos lógicos analizaron la situación y enviaron a su cerebro artificial las instrucciones en nanosegundos, unas milésimas después su cañón de energía dejaba brotar un poderoso haz de energía que barrió la zona. El Capitán Futuro había llevado sus reflejos y sus capacidades físicas al límite de lo humanamente posible y eso le sirvió de no morir instantáneamente al esquivar lo peor del disparo pero no logró evitar el impacto cayendo al suelo como un fardo, la armadura reflectante de su mono de vuelo aguantó y el haz de luz no le atravesó el cuerpo pero el golpe había sido demoledor. Quedó inmóvil e indefenso en el suelo. La unidad once alzó de nuevo su cañón para terminar su trabajo cuando un proyectil impactó en su cabeza desde atrás, no hubo daños, apenas le obligó a inclinar su cabeza hacia delante unos centímetros por la inercia pero poco más. El robot se giró para evaluar esta nueva amenaza, en un instante había hecho los cálculos necesarios según la trayectoria y la fuerza del impacto para localizar el origen del disparo.

Ki-Gor saltó de la rama que ocupaba junto a Helene en cuanto ella disparó su revólver, si aquella criatura de metal les encontraba era mejor no facilitarle las cosas permaneciendo juntos y siendo eliminados de un único disparo, trataba además de acercarse al robot por las ramas de los árboles aledaños por si era necesario saltar sobre él e impedir que volviera a utilizar su arma.

La unidad once enfocó sus sensores ópticos según los datos telemétricos que su frio y preciso cerebro le trasmitía y localizó a Helene agazapada en una gruesa rama a unos cuatro metros de altura y a unos diez de distancia de su posición. Trataba de evaluar si aquella mujer podría llegar a suponer un peligro para su integridad, el poder de penetración de aquellos proyectiles era ineficaz contra su pesado blindaje, cuando sonó una segunda detonación y dejó de recibir señal óptica desde su artificial ojo derecho. A pesar de toda su armadura, el robot necesitaba de sus receptores visuales para poder relacionarse con su entorno y tomar decisiones, su cerebro reaccionó contra la amenaza finalmente y volvió a disparar su letal rayo por segunda vez desde que aterrizara.

Helene miró a la muerte de frente e increíblemente el disparó falló su objetivo, lo hizo porque el tiro fue desviado por Otto que se había lanzado sobre el Ángel Oscuro cambiando su forma en plena caída del mono que era segundos antes a una criatura que a falta de una definición mejor ella calificó de resina viva, era como un organismo traslúcido, incoloro, sin forma y viscoso que trataba de rodear al robot, el cual al verse atrapado hizo uso de su poderosa arma de nuevo. El rayo de luz salió y la parte del ser que era Otto en aquellos momentos se retrotrajo sobre sí misma con un grito que no se oía pero que resonaba dentro de las cabezas de los allí presentes. Helene disparó dos de las balas que quedaban en el cargador pero no sirvió de nada, de nuevo su blindaje las ignoró como si fueran picaduras de mosquito.

Era asombroso ver la lucha mortal que aquellos seres mecánicos se traían entre sí, los dos lados de una misma moneda. Criaturas artificiales los dos pero tan distintos entre sí como la noche y el día. El constructo nazi había conseguido liberar su brazo-arma y no tardó en aprovechar esa ventaja disparando repetidamente contra la masa que le rodeaba, se veía que Otto sufría lo indecible por el chillido telepático proferido mientras el haz de luz lo desgarraba literalmente.

Ki-Gor miraba con preocupación cómo Otto iba perdiendo masa tras cada impacto recibido, no podía ni llegar a imaginarse que tipo de criatura era aquella ni a qué lejano mundo podía pertenecer pero sabía que Otto estaba sufriendo y por primera vez se preguntó a sí mismo si el androide podía morir. Podría ser un hombre artificial pero había salvado su vida al rescatarlo de la Fortaleza de la Sociedad Leopardo y eso era algo que no olvidaría nunca. Era asombroso ver la lealtad y la devoción que le profesaba al Capitán Futuro, el capitán debía ser un hombre único, Ki-Gor se negaba a creer que aquellos sentimientos hubiesen podido ser construidos por nadie. Tras la enésima descarga de energía Otto ya no tuvo más opción que liberar su envolvente presa y se deslizó entre el sotobosque como una corriente de agua cuesta abajo con apenas un ápice de carga para mantener funcionando sus sistemas internos. El Ángel Oscuro se apresuraba a ponerse en pie para continuar con la misión que había dejado a medias y Ki-Gor se preparaba para cargar sobre él cuando vio que alguien llegaba a la carga desde detrás de la máquina.

Era el Capitán Futuro, se acercaba a toda carrera gritando, traía los brazos extendidos sobre su cabeza y con ellos agarraba una voluminosa piedra de unos diez kilos de peso, sin detenerse llegó junto al robot que trataba de incorporarse y dejó caer con toda sus fuerzas la piedra contra la cabeza del robot, el golpe sonó como si un gigante hubiera golpeado un yunque con un martillo e incluso envió de nuevo al pesado monstruo metálico de bruces al suelo. Sin mostrar piedad el Capitán Futuro siguió golpeando salvajemente la cabeza de aquel golem de metal una y otra vez.

Ki-Gor observaba la escena desde su atalaya entre asombrado y sorprendido. Empezaba a ver al Capitán Futuro de manera distinta. Apenas habían intercambiado más de dos frases desde que se habían conocido, no podían provenir de dos mundos más distintos. Uno criado en la profundidad de la jungla africana y el otro en una base espacial en la Luna pero cuando llegaba el momento de proteger a aquellos que estaban bajo su responsabilidad los dos utilizaban aquello que tenían a su alcance. No dejaba de ser sorprendente ver a aquel hombre de ciencia proveniente del futuro armado con una enorme piedra descargando golpes contra su enemigo de la manera que probablemente habían hecho los primeros hombres que poblaron la tierra.

Pero los esfuerzos del capitán solo lograron posponer lo inevitable, a pesar de su gran fuerza y de la furia de sus embates, la rudimentaria arma no logró dañar al robot más de lo que lo habían hecho las balas. Desde el suelo el Ángel Oscuro usando el cañón de su arma como una maza descargó un golpe brutal contra el plexo solar del capitán, con tanta fuerza que varias costillas crujieron por el impacto y otras tantas hicieron lo propio al salir despedido y chocar contra un grueso tronco de árbol que tenía a su espalda. Ki-Gor supo que esta vez el Capitán Futuro no iba a volver a ponerse en pie sin ayuda. El robot apuntó su arma de nuevo hacia donde se encontraba Helene.

Ki-Gor sabía que poco o nada podría hacer contra aquella enorme bestia metálica armado tan solo con un cuchillo pero no estaba dispuesto a quedarse quieto viendo como aquel engendro infernal mataba a la mujer que amaba, quizás su maniobra daría el tiempo necesario para que Helene pudiera huir y ponerse a salvo, no lo sabía, pero tenía que hacer algo. Saltó desde la ramas cuando tuvo al robot justo bajo él, durante el salto desenfundó su cuchillo y lo alzó en alto sobre sí para maximizar la fuerza del impacto al caer, con una agilidad más propia de un felino que de un humano se encogió sobre sí mismo para añadir su colosal fuerza a la de la gravedad en el momento del choque. Ki-Gor temía que la hoja de su cuchillo saltaría hecha pedazos con el encontronazo pero para su propia sorpresa observó como hendía la armadura, el coloso metálico trastabilló un paso hacia atrás, sus ojos se apagaron y cayó rígido como un tronco de espaldas.

Ki-Gor buscó a Helene para asegurarse de que estaba bien, una vez comprobado miró el cuchillo que portaba en sus manos como si fuera la primera vez que lo veía, su hoja era ahora más oscura de lo que la recordaba, no se había fijado mucho en ella desde que la cogió del cadáver de N´Gomo allá en la Fortaleza de la Sociedad Leopardo. Estaba agradecido de que le hubiera permitido derrotar a un enemigo imparable pero también a un tiempo preocupado de saber que Anansi y los Hombres Leopardo tenían armas como aquellas a su disposición.

Ni Helene ni el Capitán Futuro podían disimular sus expresiones de asombro, este último sentado y apoyado contra el tronco de un árbol se sujetaba el costado por el dolor de las costillas rotas dijo.

-Un arma interesante.

Ki-Gor le miró pero no dijo nada, no sabía que decir. Helene descendió desde donde se encontraba para asistir al capitán con uno de aquellos extraños botiquines suyos.

-Espero hacerlo bien, acabo de verle hacerlo y no parecía demasiado difícil.

-No se preocupe, yo le indicaré lo que debe hacer.

Los siguientes minutos los dedicaron a aplicar los remedios médicos pero a pesar de la avanzada medicina que el capitán poseía Helene sabía que aquello no dejaba de ser un parche, el castigo al que había estado sometido había sido extremo, necesitaría atención médica profesional y mucho descanso, algo que no parecía muy probable que fuera a tener de inmediato. Aun así, el capitán se puso en pie una vez se hizo por él lo que se podía hacer y se dirigió hasta donde estaba Ki-Gor que seguía mirando casi hechizado su cuchillo. Este le miró y mostrándole el arma preguntó.

-Tú eres un hombre inteligente ¿Sabes qué es esto?

El Capitán Futuro tomó la hoja entre sus manos, calibró aproximadamente su peso y la examinó detenidamente, finalmente la devolvió a Ki-Gor.

-Está hecho de una aleación metálica de extrema dureza, lo más duro que jamás había visto. Otra de las asombrosas cualidades de esta arma es que parece absorber la energía de lo que toca y acumularla, ¿te has dado cuenta de que la hoja está caliente al tacto?

-Sí, lo había notado, el metal se ha oscurecido ¿qué puede ser este material?

La respuesta tardó unos segundos en llegar pero no porque no supiera la respuesta sino porque las pistas apuntaban hacia lugares que la ciencia no contemplaba.

-Lo más parecido de lo que tengo constancia es el orichalcum, un metal usado por los antiguos atlantes que Platón nombraba en sus escritos.

Helene que se acercaba en aquellos momentos preguntó extrañada.

-¿La Atlántida? Pensaba que solo era una leyenda.

-Yo también lo creía, esto no es científicamente posible.

Ki-Gor enfundó el cuchillo de nuevo en la funda y dijo.

-Esto es África, la ciencia es aquí un dios joven que no se ha hecho hueco entre los corazones de la gente, en estas tierras los viejos dioses siguen siendo poderosos.

Esta vez el Capitán Futuro no supo que decir.


Otto regresó poco tiempo después al lugar y encontró al Capitán Futuro enfrascado en la tarea de acceder al cerebro del robot, ayudado de unas básicas herramientas trataba con ahínco de desmontar la placa pectoral que daba acceso al mismo. Había insistido en que era vital conservarlo para ser estudiado y se lamentaba de no disponer del instrumental y el equipo necesario para poder realizar un análisis más exhaustivo. Tras comprobar que iba a ser imposible mover aquel pesado armazón de metal Ki-Gor había abandonado el campamento alegando crípticamente que iba en busca de ayuda, encargó a Otto y a Helene que en su ausencia buscasen lianas resistentes y que elaboraran una parihuela con ramas lo suficiente grande como para depositar encima al Ángel Oscuro.

Helene y Otto regresaron con los materiales necesarios y encontraron al capitán examinando una pieza rectangular llena de pequeños instrumentos electrónicos que a la mujer le recordaban el interior de una radio, solo que mucho más pequeños. La sencilla labor manual de montar el palanquín de transporte no requería de su concentración así que Helene aprovechó el momento para iniciar una conversación y romper así su tediosa tarea.

-¿Cómo es que te encontrabas en África? Otto ya estaba en la Fortaleza del Lobo mucho antes de que tú aparecieras.

El Capitán Futuro tardó unos segundos en contestar pues sus pensamientos se hallaban sumidos en una oscura nube en aquellos momentos.

Helene nunca había visto al capitán tan abatido.

-¿De qué se trata? -preguntó

A Curtis Newton le costó pronunciar las siguientes palabras.

-Los diseños de estos robots están basados en los de Grag, mi compañero secuestrado por Nielsen y sus camisas marrones en el asalto a la prisión estatal de Florida. Me temo que mi llegada a este tiempo pueda causar más mal que bien.

Trataba de asimilar la gravedad de todo aquello, los nazis tenían en sus manos una tecnología ante la que el mundo no podría hacer otra cosa que postrarse a sus pies, pero si una cosa había aprendido de Ki-Gor era que lamentarse no valía de nada.

-Al final les detendremos, de una manera o de otra hallaremos el modo de vencerles. –dijo Helene

Una chispa de esperanza volvió a los ojos del Capitán Futuro.

-Sí –dijo más animado-, este robot podría ser la pieza clave para evitar sus malvados planes. Lamentablemente no dispongo del instrumental necesario para estudiarlo debidamente, por eso debemos llegar de nuevo a la civilización, aquí está la clave para vencerlos y encontrar a Grag.

Hizo una pausa mirando a su alrededor y luego al robot para continuar hablando.

-Los nazis vendrán a por él, no nos dejarán llevárnoslo por las buenas. No deberíamos retrasarnos mucho.

-Pues hasta que Ki-Gor no regrese de su misteriosa excursión no hay nada que podamos hacer, nosotros apenas podríamos mover esa mole unos metros.

El Capitán Futuro se ofreció a ayudar con la elaboración de la rudimentaria parihuela, poco más podía hacer con el equipo que disponía y no soportaba estar sin hacer nada. Que lento parecía pasar el tiempo en África y que distinto era todo, cosas como comer o el transporte que en su tiempo se limitaban a apretar un determinado botón aquí se convertían en todo un reto debiendo tomar los recursos que la naturaleza tenía a bien brindarles y transformarlos para su uso. Enseguida se entusiasmó con la construcción de aquel primitivo trasportín y empezó a hacer cambios añadiendo ruedas al diseño en su parte trasera y un sistema de poleas alegando que evitaría la fricción y que bajaría el centro de gravedad, lo que favorecería en gran medida el transporte porque repartiría el peso en una mayor superficie de apoyo. Helene asintió educadamente a todo lo que dijo sin entender gran cosa de su discurso.

Ya casi estaban terminando cuando Helene oyó en la lejanía la ayuda que traía Ki-Gor, era Marmo barritando, aunque no conocía tan bien al paquidermo como él ya sabía distinguir su voz de la de otros elefantes. Marmo y Ki-Gor tenían bastantes cosas en común para ser de especies tan diferentes, ambos eran unos extraños entre los suyos y quizás por eso habían establecido aquel vínculo que Helene no podía denominar de otra forma que no fuese amistad.

Cuando llegó al improvisado campamento y Ki-Gor vio la parihuela que habían construido preguntó.

-¿Qué es eso?

-Lo hemos construido entre el capitán y yo, hemos hecho algunas mejoras.

Ki-Gor no dijo nada pero quedaba claro que no le gustaba. Al final tuvo que reconocer que el invento funcionaba, avanzaban mucho más rápido y reducían el esfuerzo que tenía que hacer Marmo para arrastrar la pesada carga, no se podía contar con el capitán para seguir un rastro pero cuando se trataba de inventar algún cacharro de los suyos, era único.

Acompañados de Marmo la comitiva emprendió su largo viaje, estaban a dos semanas de distancia del lugar civilizado más cercano, al este en Kenia podrían tratar de tomar algún avión que les devolviese a los Estados Unidos.

El Capitán Futuro no pudo evitar pensar que en ese tiempo normalmente podría haber recorrido buena parte de la galaxia a bordo del Cometa, su nave. Sin embargo ahora recorrer cuatrocientas millas le parecía toda una odisea, se asombró de lo relativo que podía llegar a ser todo.

Avanzaron a buen ritmo y sin contratiempos durante el primer día, con la llegada de la noche buscaron un lugar seguro donde cobijarse del frío nocturno y los elementos. El descanso fue muy bien recibido tanto por Ki-Gor como por el Capitán Futuro que tan necesitados de él estaban. A primera hora del día siguiente reemprendieron la marcha dejando la espesa jungla a sus espaldas e internándose en la interminables llanuras y no fue hasta bien entrado el mediodía que Ki-Gor ordenó parar.

Helene y el capitán le miraron intrigados, Ki-Gor trepó a lomos de Marmo y oteó el horizonte, por un instante a Curtis Newton le parecía más estar viendo a un guepardo buscando una presa que a un ser humano.

-Ruido de motor, vienen por tierra, desde el sudoeste.

El capitán miró en la dirección pero no consiguió ver ni oír nada, trató de ayudarse haciendo pantalla con su mano pero Ki-Gor se lo impidió.

-¡No! Si nos están vigilando es mejor que crean que no les hemos visto. –advirtió

Curtis Newton decidió hacer caso a Ki-Gor, al fin y al cabo aquél era su hogar y él era el experto en el terreno, se asombró de lo agudos que eran sus sentidos porque aunque lo intentaba seguía sin ver cosa alguna. Continuaron su camino y no fue hasta casi veinte minutos después que pudo distinguir en lontananza dos delgadas columnas de humo negro que provenían sin duda de algún motor.

Una hora después fue el Capitán Futuro quién habló.

-Nos ganan terreno, no vamos a poder escapar de ellos.

Ki-Gor observó las columnas de humo que les seguían y tuvo que estar de acuerdo con aquella afirmación, cada vez estaban más cerca y a la velocidad que ellos iban sería cuestión de horas que les alcanzaran.

-Aún tenemos una oportunidad. Hacia el río. –ordenó

Helene trató de protestar.

-Pero eso está en dirección contraria a donde queremos llegar.

-Es posible que nos retrase un día o dos pero si tenemos suerte llegaremos vivos y con nuestra carga, en campo abierto no tenemos ni una sola oportunidad. –sentenció

Nadie más dijo nada así que cambiaron el rumbo dirigiéndose hacia el oeste y desandando buena parte de lo que habían recorrido, aligeraron la marcha todo lo que les fue posible sabiendo que ahora cada minuto de tiempo y cada metro de ventaja contaba, si bien Helene, el capitán y Otto no tenían demasiado claro que es lo que pretendía Ki-Gor. Estaba acostumbrado a resolver las cosas por sí mismo y raramente comentaba sus planes, tomaba un curso de acción y se sumergía de lleno en él, las explicaciones le parecían innecesarias.

De esa manera transcurrió más de una hora hasta que por primera vez fueron visibles sus perseguidores, aún en la distancia por mera comparativa con su entorno era apreciable el gran tamaño de aquella máquina, el Capitán Futuro calculó que debía de tener más de diez metros de largo, unos cuatro de ancho y tres de alto aproximadamente, un verdadero cuartel general móvil que habría servido de base a los Ángeles Negros, parecía flotar sobre el suelo pues no se apreciaban ruedas ni orugas.

-¡Es un hovercraft! –dijo el capitán con asombro

-¿Eso qué es? –preguntó Ki-Gor intrigado

-Es un vehículo que se desplaza sobre un colchón de aire capaz de moverse tanto por tierra como por agua, no sé si es buena idea continuar hacia el río.

Ki-Gor respondió.

-Al contrario, con más motivo que nunca debemos continuar en esta dirección.

El Capitán Futuro empezaba ya a conocer lo suficiente a Ki-Gor como para saber que no iba a sacar nada más por lo que no insistió. Helene lo miraba con una sonrisa en los labios recordando la de veces que había sido ella la que había estado en aquella situación.

Siguiendo las instrucciones continuaron su camino viendo como cada vez sus enemigos acortaban la distancia, por muy fuerte que fuese Marmo no podía competir con la potencia de los motores que impulsaban a aquel Juggernaut de acero. La silueta de aquella fortaleza flotante iba haciéndose poco a poco cada vez mayor. Divisaron al fin las estribaciones del río donde el claro dejaba paso de nuevo a la jungla.

-Una vez estemos a cubierto por la vegetación deberás buscar un lugar seguro para el capitán, Otto y nuestra carga, os ocultaréis y yo continuaré con Marmo para que sigan mi rastro. –le dijo Ki-Gor a Helene

El ceño de Helene comenzaba a fruncirse.

-¿Hasta cuándo? ¿Hasta que te cojan? ¿Y luego qué? –le reprochaba la pelirroja

Ki-Gor apoyó la palma de su mano derecha sobre su hombro.

-Mírame –cogiéndola por la barbilla suavemente continuó-, volveré, pero para que esto funcione te necesito aquí.

Helene accedió resignada.

Tal y como había dicho Ki-Gor a poco de penetrar en la densa foresta buscaron un lugar donde dejar y esconder a la unidad once de los Ángeles Oscuros, cargaron unas piedras sobre las parihuelas para que la falta de peso no pusiera sobre aviso a sus perseguidores si seguían su rastro, por fortuna la espesa vegetación igualaría su avance al del pesado vehículo de los nazis, una máquina de aquellas dimensiones no iba a tener fácil moverse a través de la frondosa jungla, aunque Ki-Gor sabía que los nazis no carecían de recursos, si poseían robots asesinos como aquellos unos árboles no los iban a detener, pero les retrasarían lo suficiente si era lo bastante rápido. Ki-Gor siguió en línea recta hasta la ribera del gran río, lamentando tener que forzar tanto al noble Marmo continuó su camino río abajo hasta que encontró lo que buscaba, una canoa.

La vida en el gran río era muy peligrosa, solo navegar a través de él ya era jugarse la vida, cosa que muchos de los miembros de las tribus tenían que hacer a diario para subsistir, en un entorno tan hostil era habitual encontrar canoas a lo largo del río para ayudar a los que necesitaban cruzarlo o navegar por él, no estaba mal visto llevarse una siempre que cuando terminaras de usarla la dejaras a disposición de quién pudiese necesitarla, en un entorno como aquel cualquier ayuda era poca y hasta tribus rivales desde tiempos ancestrales respetaban estas costumbres, la muerte en el río era algo tan terrible que no se le deseaba ni a los peores enemigos, literalmente.

Ki-Gor desmontó de Marmo dejándose caer desde su cuello, caminó a su alrededor y le dio una sonora palmada en los cuartos traseros para animarlo a que se internara en la vegetación que bordeaba el río y abandonara la orilla. La bestia pareció dudar si debía obedecer aquella orden pero finalmente empezó a moverse hasta ser tragado por el verdor de la jungla y desaparecer de la vista. Cargó la canoa los escasos metros que le separaban del agua y subió a ella, con pulso firme empezó a remar usando sus poderosos músculos para impulsarse sobre las turbias aguas, esta era una de las partes más caudalosas del río y por tanto de mayor anchura entre orilla y orilla, era también una de las partes más recónditas y menos exploradas de aquella jungla llena de misterios y leyendas. Continuó remando palada tras palada todas sus energías concentradas en avanzar unos metros más. Pudo oír a poco más de un centenar de metros a su espalda los motores de la máquina acompañados de un sonido nuevo, era como si un millón de abejas se hubiesen puesto de acuerdo para zumbar a la vez seguido de un chirrido ensordecedor, miró tras él y pudo ver emerger de la muralla vegetal la parte delantera del enorme vehículo de la que sobresalían dos círculos metálicos giratorios que hacían la labor de gigantescos machetes para facilitar el avance de aquel engendro mecánico, en su parte más alta pudo ver como se abría una portezuela y distinguió dos figuras, una de ellas era un viejo conocido suyo, el Coronel Bauer.

El militar prusiano buscaba su objetivo a través de sus binoculares, a su lado estaba el capitán Moritz, el ingeniero que comandaba aquel asombroso vehículo.

-Allí está, es ese maldito salvaje blanco de Ki-Gor otra vez como me imaginaba. –dijo Bauer

-Pero no lleva la unidad once con él, ni siquiera está el elefante. –observó el ingeniero

-Lo habrá escondido en la jungla, él sabrá donde, además el Sr. Nielsen y sus camisas marrones nos pagarán su peso en oro si le atrapamos, ¡sígale capitán! Hay que cogerlo vivo. –ordenó el comandante

Moritz saludó a su superior y volvió al interior del vehículo, de camino a la cabina pudo ver las unidades de los Ángeles Oscuros que habían recuperado alineadas en sus contenedores y el espacio vacío que correspondía al número once fue casi como una bofetada en la cara. Bauer continuó unos instantes más observando como el vehículo se adentraba en el río y empezaba a ganar ventaja con respecto a Ki-Gor, tomó entre sus manos el micrófono que pendía de un colgador de la plataforma de observación y ordenó a los artilleros de las dos MG-42 que lanzaran ráfagas disuasorias contra el objetivo para facilitar su rendición.

Los dos cañones empezaron a escupir balas en una vertiginosa secuencia, aquellas armas eran capaces de disparar hasta mil ochocientas balas en un minuto, entre las dos ametralladoras cubrieron la superficie del río de una cortina de plomo que habría amedrentado a cualquiera, pero Ki-Gor no era cualquiera, él se limitó a dar otra brazada su remo y avanzar unos metros más.

Bauer no podía creerse lo que veía, el desprecio por su propia vida que mostraba aquel mono blanco. Volvió a ordenar una nueva descarga afinando más la puntería pero sin tirar a matar. Varios de los proyectiles impactaron en la parte trasera de la piragua y de nuevo la superficie del río volvió a llenarse de puntos de espuma producidos al penetrar los proyectiles en el agua. Con el silencio de las armas de las armas le llegaron un tanto apagados desde la orilla los gritos de unos nativos que les hacían señas y gritaban algo que Bauer no logró comprender. ¡Mokelé M´bembe!

Ahora no tenía tiempo para las tonterías de aquellos negros sarnosos, no cuando estaba a punto de capturar a su más odiado enemigo y hacerle pagar de una vez por todas las derrotas y las humillaciones que había sufrido por su culpa. Ki-Gor se levantó de la canoa y extendió los brazos al cielo en señal de rendición. Bauer no podía estar más feliz ante tal visión.

Entonces Ki-Gor saltó de repente al agua y empezó a nadar a una velocidad vertiginosa hacia la orilla. Bauer no entendía nada, sabía que Ki-Gor no podía superarles en velocidad por muy rápido que nadara ¿qué es lo que pretendía?

La respuesta le llegó a Bauer de manera súbita cuando vio surgir desde las profundidades del río la criatura más grande que jamás hubiese visto, y él era un explorador que creía haber visto toda clase de animales, pero nada como aquel gigantesco ser que emergía ante sus asombrados ojos, era casi el triple de grande que el vehículo y su bramido que amenazaba con dejarlo sordo tenía un deje de dolor, a lo largo de la piel de su cuello se veían motas oscuras, la criatura había sido alcanzada por las balas de las MG-42 y estaba enfadada, de un coletazo volcó el hovercraft del revés acabando en unos segundos con millones de marcos en investigación y avances tecnológicos. Ki-Gor no se detuvo a mirar, siguió nadando impasible hasta la orilla, sabía que la sangre del Mokelé M´bembe atraería cosas más mortíferas y no quería estar en el agua cuando eso sucediera, al fin y al cabo aquella criatura era herbívora y solo había atacado como respuesta a lo que había creído un ataque contra ella pero en la profundidad de la jungla existía seres a los que Ki-Gor no quería irritar.

Una vez alcanzó la orilla corrió río arriba para reunirse con Helene y el resto de compañeros mientras oía tras de sí los gritos de los supervivientes del hovercraft al ser devorados por desconocidas criaturas, un final horrible pero es lo que se habían buscado.

Cuando se encontraba a apenas medio kilómetro del lugar donde se encontraba el resto del grupo pudo oír otro motor en el cielo. ¿No acabaría nunca su mala suerte? ¿Eran acaso los nazis otra vez con una de sus máquinas demoníacas? Fijó su vista en el cielo y pudo divisar una avioneta, pero no parecía alemana ni siquiera militar, no es que él fuera un experto en aviones pero había visto algunos y este le recordaba más a la avioneta que trajo a Helene a la jungla.

Se reunieron al fin para ver como la avioneta empezaba a descender intentando amerizar sobre el río, era un hidroavión civil con matrícula norteamericana por lo que pudo reconocer Helene, eso les tranquilizó en cierta medida pero les intrigaba quién pudiese viajar a bordo de aquella aeronave, también tenían enemigos en los Estados Unidos. Tras acabar la maniobra de amerizaje el hidroavión se acercó muy despacio hasta la posición que ellos ocupaban hasta quedar varado en la ribera del río a unos cinco metros, la portezuela del avión se abrió y pudieron reconocer aquella familiar silueta envuelta en una túnica verde.

-¡Green Lama! –exclamó el Capitán Futuro- ¿Qué haces aquí?

-Magga me avisó de que necesitaríais ayuda y aquí me tenéis.

El Capitán Futuro no daba crédito a lo que oía.

-Pero eso es…imposible, ella estaba con nosotros hace apenas un día, no ha tenido tiempo material de…

Green Lama le interrumpió en un tono bastante conciliador.

-Magga es una mujer misteriosa, yo todavía no alcanzo a comprender quién es ni hasta donde llegan sus poderes pero si hay una cosa de la que estoy seguro es de que siempre está cuando se la necesita.

Continuará...


Si te ha gustado la historia, ¡coméntala y compártela! ;)

No hay comentarios:

Publicar un comentario