Weird Tales nº06

Título: Flash Gordon Especial
Autor: Carlos Díaz Maroto, Guillermo Moreno y Raúl Montesdeoca
Portada: José Baixauli
Publicado en: Dic 2013


¡Número especial Flash Gordon! con tres magnificas aventuras del héroe espacial: La Bruma Espacial Por Carlos Díaz Maroto, La Última Oportunidad Por Guillermo Moreno, La Importancia de llamarse Flash Por Raúl Montesdeoca, ¡¡Flash Gordon viaja en Action Tales!!!

"Las historias más emocionantes, inquietantes y llenas de pulp y aventura"
Action Tales presentan

La bruma espacial: una aventura de Flash Gordon
por Carlos Díaz Maroto


La nave espacial había abandonado el planeta Mongo con destino a la Tierra. A los mandos estaba Flash Gordon, mientras a su lado, en pie, observaba el profesor Zarkov. Dale Arden descansaba en el asiento del copiloto, medio adormilada, recuperándose de los momentos de peligro que habían pasado a manos de los soldados del pérfido Ming. Pero habían logrado salvarse en el último momento, y ahora volaban sanos y salvos rumbo a casa.

El vuelo transcurría sin percance, hasta que al fin divisaron la Tierra en la pantalla del visor. A babor acababan de sobrepasar la Luna, y la superficie del planeta mostraba con toda claridad Australia. En ese instante ante la nave apareció una misteriosa bruma.

― ¿Qué es eso? ―exclamó Flash.

―No lo sé ―respondió el profesor, acariciándose inconscientemente la barba y contemplando la niebla espacial―.

Nunca había visto nada así. Intenta rodearla, Flash.

Así lo hizo. Maniobró la nave, haciéndola girar a estribor. Entonces contemplaron cómo la bruma se movía, colocándose de nuevo frente a la astronave. Dale se terminó de recuperar y se sentó atenta, mirando aquel extraño portento cósmico.

― ¡Que me aspen! ―exclamó Zarkov―. Parece que esa niebla tiene consciencia.

Flash giró el volante con brusquedad a la derecha y después dio un nuevo quiebro a la izquierda. La bruma, como sincronizada con la nave, realizó idénticas maniobras.

― ¿Qué hago? ―preguntó.

―Habrá que correr el riesgo y atravesar la niebla ―indicó Zarkov―. Espero que no afecte a la nave, y mucho menos a nosotros.

Flash Gordon retomó la dirección recta hacia la Tierra, y después avanzó. La bruma les envolvió, y en escasos segundos se tornó tan densa que era imposible vislumbrar nada más. Unas misteriosas y pequeñas descargas eléctricas comenzaron a destellar sobre el casco de la nave, pero los tres pasajeros no se vieron afectados.

―Parece que la nube dispone de cierta carga iónica ―especuló Zarkov―. No creo que sea nada grave.


Siguieron atravesando la bruma y, al fin, cinco minutos después la dejaban atrás. No obstante, cuando salieron de ella, la Tierra que ahora veían se percibía distinta. En este momento no divisaban Australia, sino toda África y la parte sur de Europa. Sin embargo, en tan escaso tiempo la Tierra no había podido rotar tantos grados.

Fue en ese instante cuando vieron aproximarse por estribor una nave espacial. Una como jamás habían visto en su vida, y distinta a las que solían pilotar los habitantes de Mongo. Tenía una forma alargada, con su parte final truncada y recta, y la frontal redondeada; estaba pintada de rojo, con unas pequeñas franjas de amarillo. En su radio recibieron una llamada.

―Atención, nave desconocida, les habla la Rubicon de la NEO. Respondan. Respondan. ¿A dónde se dirigen?

―Mi nombre es Flash Gordon. Volamos de regreso a la Tierra. Regresamos de Mongo.

― ¿De dónde?

―De Mongo. ¿Acaso no conocen el planeta que gobierna Ming el despiadado?

―Negativo. Por favor, síganme. Les dirigiré a la estación espacial X-1.

Flash y Zarkov se miraron, extrañados, pero decidieron seguir las instrucciones. Dale les contemplaba con igual perplejidad. Al poco llegaban ante algo que jamás habían presenciado sus ojos. Flotando en el espacio divisaron una construcción de metal de un tamaño gigantesco, con forma de rueda y cuatro radios que conducían a una parte central esférica. En uno de los laterales se abrió una compuerta inmensa y la Rubicon entró, con la nave de Flash detrás. Las dos embarcaciones quedaron posadas en un hangar grandioso. Los tres viajeros se miraron entre sí, y después decidieron salir.

Ante ellos esperaba el piloto de la nave. Vestía botas altas, pantalón bombacho y una camiseta roja ceñida. A la cintura portaba un cinturón con una pistola, cinturón que por su parte central se extendía, formando unos tirantes que se cruzaban sobre los hombros y se unían por la parte trasera. El piloto portaba un casco de cuero que dejaba el rostro al descubierto y se sujetaba con dos tiras a la barbilla. En la parte superior, tapando las orejas, había unos extraños adminículos de metal, y sobre la frente se ceñía un visor.

―Dígame, ¿qué es todo esto? ―inquirió Flash.

― ¿A qué se refiere?

―Este… ingenio. Esa nave. Todo esto… Regresábamos a la Tierra cuando ante nosotros se alzó una extraña bruma. Después… Todo había cambiado.

―No comprendo lo que quiere decir. Pero si me acompañan les llevaré ante nuestro comandante. Él acaso les pueda ayudar.

Los tres se miraron y de nuevo optaron por seguir la corriente a aquel individuo. Salieron del hangar y desembocaron en un pasillo, por donde se cruzaron con no pocas personas. Los hombres vestían igual que el piloto que les acompañaba, pero las mujeres portaban leotardos, una pequeña falda y el casco que llevaban era de tela, uniéndose con la camiseta y terminando en lo alto de la cabeza en forma de birrete puntiagudo. Algunas de esas personas les miraron con curiosidad, pero siguieron adelante sin prestarles mayor atención.

Al fin llegaron ante una puerta. El piloto colocó una mano sobre un recuadro en un lateral, que se iluminó. La puerta se deslizó a un lado con un suave suspiro.

El aeronauta se hizo a un lado, permitiéndoles entrar los primeros. Así lo hicieron. En un despacho había sentado un hombre rubio, de pelo ondulado. Vestía igual que el piloto, pero no portaba casco, y en la pechera había un distintivo que posiblemente marcaba su graduación militar. Dale Arden le miró con sorpresa; en cierto modo se parecía bastante a Flash.

―Puede retirarse, Ronson ―indicó el hombre al piloto que les había llevado hasta allí. Después contempló a los tres con curiosidad, uno a uno, y después retornó la mirada a Flash. Su expresión adoptó un interés más acusado.

―Mi nombre es Flash Gordon ―refirió éste―. Él es el profesor Hans Zarkov, y ella Dale Arden.

―Bienvenidos a la base espacial X-1. Les ruego sean mis invitados. Mi nombre es Buck Rogers.

Buck Rogers agitó la cabeza pensativo, sentado en el sofá. Después volvió la mirada al ventanal que le mostraba el espacio desde la cantina. Para que sus invitados estuvieran más cómodos los había hecho trasladarse a la zona de recreo de la base, sentándose ante un espacioso mirador desde el cual se divisaba la belleza del espacio, al tiempo que tomaban algunas bebidas estimulantes. Flash Gordon le había contado todo lo acontecido mientras escuchaba con atención.

―Es curioso ―reflexionó―. A mí me sucedió algo similar. Fue hace bastante tiempo, en muchos sentidos. Yo estaba trabajando en una mina, en Pittsburgh, cuando un extraño gas me hizo caer dormido. Cuando desperté… aquí estaba, en el año 2429. Llevo aquí veinte años, y me he adaptado perfectamente. Ahora soy comandante de esta estación, y sirvo a la NEO[1].

― ¿Y dice usted que nunca oyó hablar de Ming el despiadado cuando estaba en su época original? ―inquirió Flash.

―No, nunca ―respondió Buck mientras se frotaba el mentón.


―Tengo una teoría ―habló el profesor Zarkov―. Esa bruma no nos ha trasladado al futuro. Mejor dicho, no sólo nos ha trasladado al futuro. De alguna forma, también hemos saltado a un universo paralelo, en el cual nunca apareció Ming, mientras que en el nuestro nunca hubo un Buck Rogers que quedó adormecido por ese gas misterioso.

Todos se miraron entre sí.

― ¿Y cómo podemos regresar? ―inquirió Dale.

Las miradas entre ellos se repitieron.

―Sospecho que el único modo ―indicó Zarkov― es intentar reencontrar esa nube.

― ¿No le interesaría regresar a su tiempo? ―preguntó Flash a Buck―. Podría venirse con nosotros.

―Ya estoy acostumbrado a este mundo ―le respondió―. Además, estoy felizmente casado con mi querida Wilma. No, gracias. Este es ahora mi mundo.

― ¿Entonces? ―apuntó Dale Arden.

―La única solución es partir de nuevo, en dirección contraria a la que vinimos, e intentar localizar de nuevo la bruma espacial.

―Yo mismo les daré escolta con mi nave ―apuntó Buck Rogers.

La nave de Flash Gordon abandonó la base espacial X-1, y detrás de ella apareció la de Buck Rogers. Ambas quedaron a la par, flotando en el espacio. Estaban cerca una de la otra, y los dos pilotos se veían a través de los visores de proa. Flash hizo un gesto con la cabeza y puso en marcha el condensador fotónico, arrancando la nave. Buck se puso a la popa, procurando que el chorro de ignición no estuviese en línea recta con él, y salieron rumbo a la misteriosa nube.

El vuelo siguió adelante hasta que al fin, a escasas millas de distancia, la bruma apareció de nuevo. En el tiempo transcurrido desde el salto que realizaron, la neblina debía haber vagado por el espacio, pues ahora se hallaba a la altura de Marte, con Fobos a babor.

Y de pronto la nave se balanceó peligrosamente al tiempo que se oía una explosión. Flash aferró los mandos, procurando controlar la astronave, mientras observaba por la ventanilla. Hacia la una se veía aproximarse un grupo de naves, distintas por completo a las del equipo de Buck. Mostraban una forma similar a una manta raya, con los ángulos más agudos, y exponían un brillo metalizado dorado.

― ¡Peligro! ―oyeron la voz de Buck Rogers por la radio―. Se trata de una cuadrilla de naves brandorianas. Proceden de más allá de Plutón, y estamos en guerra con ellos desde hace dos años. A veces hacen incursiones por esta zona. ¡Abran fuego!

Con rapidez, Dale Arden se hizo cargo de los mandos de copiloto, dirigiendo la nave, mientras Flash Gordon hacía uso de los controles de defensa, disparando hacia la cuadrilla de seis naves que se acercaba peligrosamente. Una de ellas abrió fuego contra Buck Rogers, pero el impacto se perdió en el espacio, haciendo brotar una llamarada de fuego que de inmediato se colapsó por la ausencia de oxígeno.

Buck Rogers hizo fuego. De su nave salían rayos láser en busca de las naves enemigas, pero éstas maniobraban con rapidez. Mientras, Flash Gordon lanzaba sus cargas explosivas contra los invasores, al tiempo que Dale movía con rapidez la nave para esquivar las andanadas energéticas que lanzaban los alienígenas.

Al fin un disparo de Flash dio de lleno en una de las naves extraterrestres y esta impresionó, devorándose a sí misma y quedando sus restos desperdigados por el espacio. La batalla prosiguió, y al poco otra nave caía abatida por los rayos de Buck Rogers, desgajándose en piezas. La proximidad del enemigo ya era cercana, y pudieron ver a los pilotos de la nave flotando en el vacío. Llevaban trajes ceñidos, y disponían de tres pares de brazos que terminaban en garras de cuatro dedos; una cola reptilesca latigueaba agónica, y sus fauces dentadas se agitaban de forma espasmódica en busca de un oxígeno inexistente.

Flash disparó de nuevo, haciendo detonar una nave más. Ahora sólo se enfrentaban a tres enemigos, y volvió la mirada victorioso hacia el profesor Zarkov, que se había atado a su asiento. Y entonces el impacto fue atronador. Un disparo de los brandorianos alcanzó los motores de la nave, que comenzaron a gemir, agotándose.

― ¡No tendremos tiempo de regresar a la Tierra! ―exclamó Flash Gordon.

― ¡Hagan un aterrizaje de urgencia en Marte! ―gritó Buck Rogers desde la radio.

― ¡No podemos! ―clamó el profesor Zarkov―. La nube podría desaparecer y nos quedaríamos aquí anclados para siempre.

― ¡Atraviesen la nube! ―ordenó Buck―. ¡Ya! ¡Yo haré frente a los brandorianos!

No había otra solución. Dale hizo girar la nave y la dirigió hacia la bruma que flotaba cercana a una de las lunas de Marte.

―Déjame a mí los controles ―dijo Flash, y volvió a activar los suyos para maniobrar, introduciéndose por la zona más espesa de la bruma. Descargas eléctricas comenzaron a estallar, y la nave se zarandeó de manera ostensible mientras los motores petardeaban con una tos seca. La senda a través de la niebla pareció eterna, hasta que al fin comenzó a disiparse poco a poco. Y de pronto, ante ellos, tenían al gran dios Marte, rojo y voraz, y los enemigos brandorianos habían desaparecido, así como Buck Rogers. La nave se precipitó hacia la superficie marciana.

Atravesaron unas nubes rojizas mientras la nave se sacudía con convulsiones. Al fin vieron una zona amplia, de tierra púrpura. No había modo de evitar el impacto. Flash maniobró para que la atmósfera de Marte actuara como colchón y atenuase el golpe. Giró y logró tomar una corriente de aire, y después la nave golpeó contra la superficie. Rodó sobre ella varias veces y al fin se detuvo.

Quedaron cabeza abajo en la cabina de la astronave, ligados con los cinturones a los asientos. Con esfuerzo se liberaron de las ataduras y, a rastras, se dirigieron por el techo rumbo a la escotilla de salida, que debido al impacto había quedado abierta. Salieron de la nave y la tenue atmósfera marciana les asaltó con su extraño aroma. Hasta donde alcanzaba la vista se veía un enorme desierto de arena roja, con rocas inmensas conformando imágenes caprichosas, como gigantescos colosos acechándoles.

Y, en primer plano, a escasa distancia de ellos, había un grupo de criaturas antropomorfas. Debían medir alrededor de cuatro metros y medio. Tenían la piel verde, dos torsos de cada uno de los cuales salía un par de brazos, y de su boca emergía un grueso par de colmillos hacia arriba. Vestían brazaletes y otros adornos similares, así como cinchas para portar diversas armas blancas. Les miraban con una mezcla de curiosidad y estupor.

Entonces hubo un pequeño revuelo entre ellos y comenzaron a apartarse. Al fin, de entre las criaturas apareció un hombre. Un hombre normal y corriente.

―Bienvenidos a Barsoom ―les dijo―. Mi nombre es John Carter.


La Última Oportunidad
Por Guillermo Moreno

I

Now, I know it's the last time I have tried

to lift you up to make you fight.

Nothing is ever easy in life.

I can't change it if you don't have the will deep inside.

The Last Time- Within Temptation.

—91— masculló mientras repetía el ejercicio con un solo brazo. Con premura, con la intención de darse ánimos, su mente comenzó a evocar aquellos eventos de los cuales se consideraba culpable.

La Ciudad de Arboria, que daba nombre al reino y al denso bosque donde se encontraba enclavada, era un ennegrecido erial. Su pueblo, los arboreen de cobriza piel y cabellos esmeraldas, se hallaban ahora dispersos por la faz de Mongo. Algunos en las ciudades realizando los trabajos que los Aurean consideraban pocos dignos, otros mendigando y robando, algunos recolectando información o sembrando el terror; los más fuertes se habían quedado, junto a su viudo Rey, en aquel vergel esmeralda, llevando adelante un guerra de guerrillas. Pero en el fondo todos estaban luchando…. Aquello era su culpa

—92— continuó y con el movimiento los recuerdos.

Por su parte el reino submarino de Coralia y su reina Undina corrieron una suerte peor. Las nacaradas ciudades, eran ahora un gigantesco campo de trabajo. Las agujas de coral tocones negros y la gloria de antaño solo una triste recuerdo. El pueblo, otrora alegre e indómito, era solo un juguete en las manos de los siniestros aliados de inmisericorde Ming y su reina rebajada a una vulgar concubina…. Aquello era su culpa.

—93

Si no bastase con el infortunio de aquellos pueblos. La rustica, pero no menos majestuosa, ciudad Shark, capital de las Tierra de los Hombres Leones, donde convergían todas las tribus de la Tierra de los Hombres Leones, que tan bien había gobernado el Rey Thun, eran un cráter humeante. Y, si el destino de los arboreen era malo, el de los hombres leones resultaba mucho peor. Los que habían corrido con suerte hacían aquellos trabajos que ni, los ahora perjudicados súbditos de Barin, se dignaban a realizar. Los que no, terminaron en coliseos para el diversión de aquel sector de la nobleza que celebró el regreso de implacable Ming. …. Aquello era su culpa.

—94

La Ciudad Celestial de los hombres Halcón, fue arrancada de los cielos cuando los tres príncipes, se aliaron con él para hacerle frente a Ming la primera vez. Luego de aquel evento el Rey Vultan reconstruyó su reino en las Tierras Volcánicas. Aquel sitio le había sentado muy bien a su pueblo, pues el entorno hostil reavivó aquel espíritu guerrero y sano las viejas heridas. Y, cuando el pueblo se sentía seguro y en paz, el Sol Oscuro se elevó sobre ellos, y las tierras de los volcanes conocieron su furia; con ella otro pueblo libre de Mongo conocía el dolor de no tener un lugar que llamar hogar. …. Aquello era su culpa.

—95

La misteriosa Frigia, la alba tierra de la Reina de los Hielos, aun hacia frente a las huestes de Ming; pero el coste había sido muy alto. Pues, la terrible Reina, al ver que la derrota pendía de ella, cual espada de Damocles, y viéndose ya encadenada y escasamente vestida en el harem del Sol Oscuro, activó su arma más poderosa. Y así, las tierras del norte son presa de una gran tormenta de nieve que no deja entrar o salir a nadie. Y de esa forma, los frigios de nívea piel y cabellos del mismo tono, pasaron a ser un pueblo de leyenda, víctima de los temores de una reina y la ambición de un hombre. Y…. Aquello era su culpa.

—96— el movimiento fluido se detuvo y una lágrima comenzó a jugar con el sudor que cubría su rostro.

Pero quien había pagado con creces sus errores había sido ella…. Su dulce Dale, aquella chica de nívea piel, labios carmín, carnes firmes y oscuros cabellos que había tenido la mala suerte de cruzarse con él. Aquella chicuela que paso de ser una damisela en apuros a volverse una mujer aventurera, no pudo con la noticia de su muerte… y con su corazón roto, se dejo morir. Todos decían que la tristeza fue su fin, pero él sabía que no había sido así…. Aquello, sobre todo, fue su culpa.

—97

Zarkov, aquel excéntrico científico que los había llevado hasta Mongo, en un arranque de locura y genialidad, guiado por el deseo de salvar a la tierra, también sufría por su culpa. Había perdido su mano izquierda y su ojo derecho, estos ahora eran sendas prótesis de metal, que él había diseñado con la ciencia de Mongo. Solía decir que le habían hecho un gran favor, pero lo cierto era que en el fondo sobrellevaba el estar lisiado. …. Aquello era su culpa.

—98

Cinco años… cinco años… cinco años perdidos, la esperanza de la paz para Mongo. Cinco años había pasado encerrado, dormido, en aquel tanque de preservación, donde Ming lo mantuvo, hasta el día que considerase que su victoria era definitiva y lo dejase salir. Así vería el mundo que en su ausencia había creado. Cinco años que le habían costado a muchos… y que acabaron cuando un escuadrón especial, al mando de los reyes Thun y Barin descubrieron donde lo tenían encerrado y le dieron libertad. Gracias a ello tuvo una última oportunidad para hacer lo correcto.

—99…100— terminó y se dejo caer— Por todo eso y más pagaras con creces.

—Ese día es hoy— replicó Thun, el hombre león, mientras le tendía una toalla.

—Refréscame la memoria de nuevo, gatito— dijo burlón el Rey Barin— ¿Cómo lo haremos? ¿Cuál es el plan?

—El plan es sencillo— replicó el hombre león con la suficiencia que caracteriza a los entendidos— en este momento la Guardia real de la Imperial Ciudad de Mingo debe estar alzada en armas. Su comandante, el Pretor Tavarr, cansado de las vejaciones a las cuales Ming lo ha sometido durante los últimos meses, a raíz de sus constantes fracasos al tratar de ponerles freno a los terroristas.

—Mi gente— le interrumpió Barin henchido de orgullo.

—Tu gente— gruñó Thun— El Comandante, humillado, debe estar tomando sus fuerzas acumuladas y atacando al Senescal y su guardia personal. Por lo tanto la ciudad debe estar ardiendo por los cuatro costados, y tu gente, la que se encuentra infiltrada en la ciudad y en el ejército, debe estar avivando ese fuego. Nosotros aprovecharemos ese caos y nos infiltraremos en el palacio imperial. Mientras algunos efectivos bajo el mando del Rey Vultan atacan la ciudad.

—Y haremos que Ming pague con creces lo que nos hizo— le atajó Flash.

— ¡Exacto! Sencillo pero efectivo.

— ¿Qué estamos esperando? Pongamos manos a las obra.

II


El plan estaba funcionando a la perfección, tal como lo había predicho Thun. La Ciudad Imperial de Mingo, la que fuese la joya más brillantes de la corona de Ming, estaba siendo reducidas a escombro por una batalla de egos. Y es que el Pretor Tavarr se las estaba jugando todas, y las fuerzas del Senescal no se quedaban atrás. Y mientras, como siempre, aquellos que se hallaban en el medio sufrían.

Flash Gordon trató de no pensar en ellos, mientras que su pequeña célula, guiada por el imponente hombre león, recorría las caóticas calles de Mingo. Al cabo de un rato los hombres llegaron un pequeño callejón sin salida, donde Barin tomó la delantera. Presionó unos ladrillos del muro y una puerta, que parecía salida de la nada, se abrió dándole paso a unas oscuras dependencias.

— ¿Un bunker?

—Una de las tantas entradas que conducen al gran Bunker imperial— respondió Barin— Aura me hablo de él una vez. Su padre construyo hace mucho tiempo, un gran complejo subterráneo que recorre gran parte de la ciudad y, que se encuentra unido al Palacio imperial. Es sitio es un gran laberinto, porque lo que inició modestamente, fue ampliado con el tiempo a medida que, la paranoia y el poder, del inmisericorde crecían.

Flash asintió una vez su curiosidad fue satisfecha, mientras se preparó para entrar al territorio subterráneo. Thun por su parte gruñó ante la idea.

— ¿Qué? ¿Acaso no le temes a la oscuridad?

—Puedo ver a la perfección en la oscuridad— replicó este— a pesar de que me falta un ojo— agregó mientras señalaba el parche que se encontraba donde debería estar su globo ocular— Lo que no me gusta es la idea de estar en un espacio cerrado y poco ventilado contigo.

Barin se carcajeó de la ocurrencia de su amigo y replicó, con cierta pincelada de tristeza que solo Flash alcanzó a vislumbrar

—La vida no siempre es justa, lidia con eso.


El viaje a través de los oscuros pasillos resultó ser muy opresivo y caluroso. Flash se percató de la tensión que abrumaba a Thun y a los hombres de Barin. De vez en cuando, y de cuando en vez, cuando doblaban una esquina el hombre león dejaba una marca en las paredes, esperando que esta les indicase el camino de vuelta. Para la suerte del grupo expedicionario no hizo falta apelar a ellas.

Transcurridas las sofocantes y silenciosas horas, llegaron a lo que parecía ser un pasillo ascendente. Tal como Barin lo ordenó, Flash se detuvo a revisar su equipo. Pasó con calma las yemas de sus dedos por la madera oscura de su rifle, a la par que le echaba un vistazo a la criatura, cruce entre una anguila y un gusano, que servía como fuente de energía a su arma. Le pareció que fue ayer la primera vez que tuvo una de esas armas entre sus manos y se le ocurrió, la peregrina idea, de tocar con la mano desnuda a aquella criatura. Aquella vez había caído inconsciente durante un buen rato, consiguiendo a su vez un gran aprendizaje y sobre todo un respeto sin paragón por la biotecnología arboreen.

—Un momento, Flash— lo detuvo Barin mientras le tendía lo que parecía ser el mango de una espada ropera con una guarnición de lazo, pero sin hoja— ¿Recuerdas como funciona?

—Sí— respondió con calma mientras la tomaba. Las joyas en la guarnición comenzaron a brillar y tras un ligero movimiento de su muñeca, la hoja surgió de la nada— Es hermosa.

—Y letal— puntualizó Barin

—Le haremos pagar


Si Mingo era presa del caos, el palacio imperial se encontraba mucho peor; pues este se había convertido en un campo de batalla. En él se batían con bravura tres bandos: la guardia real que le era fiel al Pretor, la guardia real que le era fiel al Emperador y los hombres del misterioso Senescal, quienes, más que guerreros, parecían monjes tenebrosos.

Pero a pesar de la confusión que imperaba en palacio, Flash Gordon y sus compañeros se vieron en la penosa necesidad de abrirse paso a la fuerza. A punta de rayo laser, garra, colmillo y punta de espada fueron abrieron un surco en ese caos que los llevo directamente a la sala del trono. La gigantesca puerta de oscura madera y enchapado de oro, cedió antes la descomunal fuerza de Thun; dándole pasó franco a los vengadores hasta el objeto de su ojeriza. Lo que encontraron allí los asombró, sobre todo a Flash.

Sentado en aquel gigantesco y diabólico trono se encontraba Ming, El Despiadado o mejor dicho, una triste caricatura del temible villano. El emperador distaba de ser el hombre que Flash, Barin y Thun habían conocido. Ante ellos se encontraba un anciano, demacrado de piel apergaminada y gesto agrio. Quien fuese el terror de todo Mongo y epitome de la virilidad aurean, era solo una sombra, un triste eco de la grandeza.

—Bienvenido, Flash Gordon— dijo con una voz titubeante, mientras se ponía de pie— es un placer encontrarte de nuevo— agregó con una sonrisa lupina— ¿Te gusta el nuevo mundo que he creado para ti?

III

Habían pasado cinco años desde aquella fatídica fecha, pero a Flash Gordon le parecía que únicamente habían trascurrido unos minutos. Por lo tanto, fue imposible para él no evocar aquel instante.

“— ¿Qué piensas hacer, Gordon?— preguntó Ming mientras se arrastraba hacia su trono— ¿Matarme? No tienes las agallas, terrícola.

—Esta vez llegaste muy lejos, Ming— replicó torvamente Flash Gordon mientras avanzaba hacia su oponente con la espada en alto.

—No, no vas a matarme, tú no actúas así. Te conozco

—Creo que te equivocas esta vez

—Hagamos un trato— dijo Ming quien no cejaba en su empeño de alcanzar el trono— Yo me voy lejos, muy lejos. Al otro continente ¿Te parece? No, creo que no. ¿Qué me dices si abandono Mongo?

Por alguna razón Flash titubeo y lentamente bajo su espada. Aquella acción bastó para que Ming esbozara una sonrisa lupina y, con la velocidad de una serpiente y la precisión de un depredador, extrajera un pequeño revolver de energía y disparara contra Gordon. Pero el terrícola también era un hombre excepcional y, como todos aquellos destinados a grandes cosas, eludió el ataque con facilidad para acto seguido contraatacar. El movimiento fue rápido, tanto que el ojo de Ming no lo captó, y en un tris quedo desarmado y aullando de dolor.

—Víbora, traidor, escorpión— le imprecó Gordon mientras levantaba de nuevo su sable y avanzaba con furia hacia Ming. Quien acicateado por el terror que le producía aquella horrible mueca en el rostro del humano avanzo con premura por la alfombra y llego al trono— No te libraras de esta— le gritó el héroe, mientras avanzaba hecho una furia.

De repente sintió que todos sus músculos se entumecían. Era como si sus brazos y piernas fuesen de plomo. Apenas podía pensar con coherencia y mucho menos articular palabra alguna. El mundo se trastorno durante unos segundos, que para el parecieron siglos y entonces se percató de su presencia.

Surgió de la nada, para ser preciso detrás del trono, llevaba una túnica con albornoz. Su rostro estaba cubierto por las sombras, pero sus manos no. Estas eran inhumanas, parecían garras raquíticas, pálidas, lechosas y repulsivas.

—Terrícola, te presento al Senescal— dijo— mi nuevo aliado ¿Estas sorprendido? No es para menos, pues no todos los días le haces frente a un doblegamentes— rápido y sin mediar más palabras, Ming apuñaló a su odiado rival, mientras le indicaba, por medio de gestos, a su aliado que liberase al humano de las ataduras— Calma, no morirás. No quiero que sea así de fácil.

Y así el velo de la inconsciencia cayó sobre el héroe, arrastrándolo a los abismos de un profundo sueño…”

—No de nuevo— gritó Flash mientras disparaba hacia las cortinas tras el trono y estas estallaban en llamas. Ming las esquivó solo con agacharse, mientras se cloqueaba de alegría.

—Me agrada tus ímpetus— dijo— pero debes esperar a los demás invitados.

Acto seguido señaló hacia uno de los muros que no tardo en estallar. Una vez que el humo y polvo cedieron, los héroes pudieron ver a la figura que entró por el boquete: era el Pretor Tavarr. El vejado y vengativo comandante de la guardia real era un aurean alto, cerca de los dos metros, de rasgos egregios, que indicaban una línea de sangre noble, portaba ostentoso una nariz aguileña y un mentón cuadrado decorado por una perilla. El pretor llevaba su armadura completa de color blanco, pero no su yelmo. Haciéndole contraste a su traje, estaba aquella capa carmín que indicaba su rango.

—Flash Gordon— gritó no más puso sus ojos en el héroe, mientras desenvainaba su tizona—Eres tú la causa de mi desgracia, maldito terrícola.

Enfurecido y enceguecido el guardia rebelde avanzó con premura contra Flash Gordon, pero el Rey Barin, con espada en mano, le cortó el camino.

—Divide y vencerás—dijo el rey de los arboreen— Ming, nadie te iguala en ese arte.

Por su parte el Emperador de Mongo no pudo contener la risa; su repugnante carcajada inundo el salón, mientras él se disponía a escapar. Flash Gordon, sin mediar palabras, se lanzó tras su adversario.

—Thun, ¡Por Tao y la Madre Arboria! No lo abandones.

El hombre león cumplió a cabalidad el deseo de su amigo y salió tras el humano. Captar el aroma de Flash fue fácil para Thun, pero le sorprendió la distancia que tuvo que recorrer para dar con el héroe; y le sorprendió, aun más, lo que observó cuando llegó a aquel remoto salón del palacio.

Allí estaban de nuevo Ming y Flash, en un drama que se le antojaba eterno y que indicaba, sin duda alguna, que no habría final feliz para nadie. El humano con la espada en alto y el rostro deformado por la furia, y el Emperador de Mongo a sus pies rogando piedad. Thun se detuvo, rápidamente comenzó a sopesar los pro y los contras de aquel evento. ¿Estaba dispuesto a dejar que Flash matara a Ming a sangre fría? ¿Podría vivir el hombre con aquella culpa? ¿Merecía Ming ese destino? Aquellas interrogantes fueron respondidas con premura, la mayoría recibieron una respuesta positiva, salvo las referentes a la moral del humano. Sabía que Flash Gordon no podría vivir con la culpa, especialmente porque se mancharía las manos de sangre movido solo por la venganza. Y la venganza no dejaba, nunca, a nadie satisfecho. Así que, sin mediar palabra o dudar, se preparó para detener al humano. Hasta que se percató de aquella presencia.

Agua estancada, algas putrefactas, sal y pescados podridos o algo parecido, fue lo que inundó la nariz del Rey Thun. Aquellos olores tan propios de un puerto o una pescadería desentonaban en aquel salón, pero aun así, estaban allí y provenían de la figura encapuchada: El Senescal. Había oído los cuentos sobre él y sus hombres, y, sobre todo, de sus dones. Había escuchado que eran capaces de doblegar la voluntad de cualquiera, y estaba seguro que Flash no sería la excepción.

Rugiendo con furia Thun se abalanzó contra la figura, que parecía centrar su atención en Flash. Para cuando el doblegador lo vio venir fue muy tarde y todo el peso del gigantesco hombre león le cayó encima. Una vez que lo tuvo a su merced el rey de los hombres leones se valió de sus garras para destrozar los ropajes y el cuerpo del Senescal, lo que encontró allí le espantó.

Si bien tenia la forma de un humano, distaba de ser uno. Su cuerpo poseía extremidades, un torso, manos y pies. Pero su cabeza era un gran bulbo con dos ojos saltones y lechosos. Carecía de nariz o boca como la conocía, en vez de eso tenía un potente pico curvo y de su espalda surgían dos pares de tentáculos. Su sangre era pálida e igual de repulsiva que su olor y su cuerpo menudo y débil. A pesar del asco y el susto, el rey de los hombres leones terminó el trabajo.

Libre del poder del Senescal y, a su manera, ajeno al drama de este, Flash se preparó para descargar su espada contra Ming; y de una vez darle fin a todo eso. Pero justo a último momento se detuvo, a la par que Thun gritaba un rotundo no.

—Esto acaba aquí— dijo con un deje de tristeza— pero no de esta forma. Rendirás cuenta por tus crímenes ante el pueblo de Mongo.

—No, no, no, no, no, no— gritó Ming— ¿Quiénes son ellos para decidir el destino de Ming? Solo Mongo puede juzgarme, y yo soy Mongo— gritó hecho una furia, con una fuerza inaudita que contradecía su apariencia. Con premura tomó la punta de la espada— Y Mongo ha decidido que yo muera ahora— agregó mientras que, con gran velocidad y para la sorpresa del humano y el hombre león se ensartaba en la tizona.

—No—gritaron estos al unisonó

—Así… acaba… todo…. Humano… al final…. He sido…. Yo…. Quien… a triunfado— aquellas fueron sus últimas palabras.

—Y así llega a su fin el monstruo que aterrorizó Mongo—barruntó Thun

IV

La noticia sobre la muerte de Ming se difundió con presteza; en cuestión de segundos el pueblo oprimido y temeroso se alzó bajo la egida del Rayo. Los nobles y generales fieles a Ming, temiendo por su vidas y consciente de que sus doble juego había sido descubierto, se fueron al exilio. Mientras que los hombres de la guardia se entregaban y los más voluntariosos asistían a los renegados en la matanza de los extraños hombres pulpos del senescal.

Cuando la noticia supero los muros de Mingo, los soldados en los territorios ocupados se rindieron. Y donde los generales se negaron a aceptar la acefalia, estos se amotinaron. En cuestión de segundos el Imperio del Terror se caía como el castillo de naipes que era. En medio de aquella conmoción Barín celebraba, pues su amor había sido vengado y su pueblo podría volver a su patria a reconstruirla, pero sobre todo habría alguien para pagar los platos rotos: El Pretor.

Y aunque las perspectivas eran halagüeñas y los retos mayores de lo que ellos podían pensar, Thun no estaba de ánimos para celebrar. Sabía que algo se había roto en Flash Gordon y no le gustaba lo que vio. Aquella guerra cambio todo para ellos, pero más al humano. Desde su punto de vista, Ming era el verdadero vencedor, pues con aquella estratagema había quebrantado a tan noble espíritu.

Flash, por su parte, no se sentía igual. Sabía que algo le faltaba. En su alma estaba aquel hoyo negro que había dejado la muerte de Dale, pero también se encontraba una inquietud, que surgió al ver morir a Ming. Un sinfín de interrogantes surgieron en su mente y todas apuntaban a que Ming, a pesar de su suicidio, se traiga algo grande entre manos. Sus instinto le decía, le gritaban con fuerza, que más temprano que tarde, volvería a ver a Ming, el despiadado… aquella no había sido su última oportunidad.

Epilogo

En una oscura galería, en lo más profundo de la Ciudad Imperial, un montón de ordenadores recibieron la señal que, por centurias, estuvieron esperando. Y en un tris aquella sala se iluminó, dejando al descubierto varios tanques contenedores. En ellos se hallaban flotando, en lo que parecía líquido amniótico, unos cuantos fetos. Cada uno representando a una de las especies de humanoides de Mongo.

Se podían ver arboreens, Hombres leones, hombres halcones, Frigios, hombres lagartos, tritones, trogloditas y aurean. Pero entre todos ellos destacaba uno que contenía a un individuo totalmente desarrollado. Un adulto en un estado optimo. Aquel contenedor comenzó a desaguar aquella sustancia, para acto seguido, como si se tratara de un vientre orgánico, dar a luz al ser que contenía. Este fue a parar al piso entre aullidos y jadeos.

Le tomó unas cuantas hora percatarse de su situación y unas mas el dominar su cuerpo. Pasado un tiempo, que se le antojo eterno, aquel recién nacido tuvo dominio completo de sus facultades. Y al cabo de un día, que le pareció un siglo, aquella figura asumía el control definitivo de su entorno y se movía por él con soltura. Para cuando las lunas de Mongo se alzaron en lo alto, la figura se encontraba en los aposentos de aquella galería, aseado, vestido y armado.

La figura se acercó a un espejo y observo sus rasgos. Se regodeo en su aurea piel, sus cabellos oscuros, extraño su perilla, pero se consoló al pensar que ya crecería. Sonrió y su reflejo le mostro unos perlados e impolutos dientes. Se guiñó el ojo y se dijo.

—Al final del día, el victorioso he sido yo

Fin

La Importancia de llamarse Flash
Escrito por Raúl Montesdeoca

ACTO I


Salón del Trono del Rey Jugrid. Tierras de los hombres león.

—Una vez más el príncipe Thun vuelve a ponernos a todos en peligro.

Quien así hablaba era Lord Basteth, un guerrero de casta noble. Su familia era una de las más poderosas e influyentes de todo el reino. Terminó su escueta advertencia con un rugido para añadir más énfasis a sus palabras, como era costumbre entre los hombres león.

—Yo no he traído el peligro. Ming es la verdadera amenaza y no queréis verlo. Lo único que hacemos es escondernos de él. Metemos nuestra cabeza en la tierra a la espera de que todo pase. —protestó iracundo el príncipe Thun

Un murmullo audible se extendió por todo el gran salón. Muchos habían acudido, atraídos por el regreso del príncipe a quien creían muerto o trabajando como esclavo en las minas subterráneas de Mingo City. Lo que oían de boca de Thun no pareció agradar a los orgullosos hombres y mujeres león que allí se hallaban reunidos. El descontento se les notaba a simple vista. Todos recordaban el fallido ataque liderado por el príncipe contra el centro de poder de Ming el despiadado, en el que tantos congéneres habían perdido la vida. El rey Jugrid se vio obligado a intervenir llamando al orden a su hijo, tal era su deber como monarca.

—El príncipe debería abstenerse de hacer juicios de valor. Ni siquiera su rango le autoriza a hablar así sobre las decisiones del Consejo. Es algo que ya debería saber.

Thun recibió con humildad la severa reprimenda de su padre sin abrir la boca.

El silencio fue aprovechado por Lord Basteth para continuar con su exposición ante el Consejo del Reino.

—Traer a ese prófugo de la justicia aquí nos pone a todos en grave riesgo.

— ¡Ja! ¿Desde cuándo se puede llamar justicia a las órdenes de Ming? —ironizó Thun, mirando desafiante a lord Basteth

—Sea como sea, eso atraerá su ira sobre nuestras tierras. No tenemos ninguna obligación con ese terrestre. Yo digo que le entreguemos.

No era el único que opinaba de tal manera.

—Eso sería un acto de extrema cobardía. Flash Gordon ha venido como mi invitado, no como mi prisionero. El solo hecho de que propongáis una cosa así es deshonroso —Thun se dirigió a todos los congregados en el salón, subiendo el volumen de su voz para que pudieran oírle—. Llevo bastante tiempo fuera de mi hogar. He sufrido en propia carne la tiranía de Ming, esclavizado en sus minas. Hubo momentos en que creí que había llegado mi final. Había perdido toda esperanza. Fue Flash Gordon quien me mostró que mientras hay vida, hay esperanza. Contra toda posibilidad, escapamos de las cadenas del déspota. Desde ese día he visto hacer a ese terrestre gestas que creía imposibles. Por eso ahora me llena de tristeza ver en lo que se ha convertido mi pueblo. Temerosos y asustados de irritar al tirano.

—Ya luchamos contra Ming y perdimos. Y fue por tu culpa. —gritó airado lord Basteth

La puya del noble había causado su efecto en el príncipe Thun, que agachó su cabeza unos instantes y pudo verse reflejada la tristeza en su felino rostro de león.

—Tienes razón en eso. No hay día que no recuerde la carnicería. Os aseguro que habría preferido morir, como muchos de mis hermanos lo hicieron. Pero no fue solo mi culpa, fue de todos. De nuestro orgullo sobre todo. Creímos que los hombres león no necesitábamos de la ayuda de nadie. Somos los más fieros guerreros de Mongo, ¿Verdad? ¿Para qué íbamos a necesitar aliados? Nos encontramos ante un enemigo que no podemos vencer solos. Eso es lo que hace fuerte a Ming, nuestra división. Él se aprovecha de nuestros odios y rencillas para enfrentar a los pueblos de Mongo los unos contra los otros. No tiene sino que esperar a recoger los despojos de nuestras luchas intestinas.

— ¿Estás hablando de unirnos a los arbóreos y a los hombres halcón? ¿Con esos bárbaros esclavistas con alas? ¿Y con los que nos cazan como a animales en sus bosques? —preguntó incrédulo lord Basteth

—Al menos ellos no nos obligan a cumplir sus órdenes como hace Ming. Se trata de luchar unidos

ahora para que cada pueblo pueda ser libre de elegir su futuro. —explicó Thun

—Me parece que el terrestre te ha absorbido el cerebro con sus extrañas ideas. —se burló Basteth

Thun comenzaba a perder la paciencia. Una virtud no muy común en los hombres león, por lo general nobles y honorables pero también irascibles.

—Y a mí me parece que vuestra cháchara sólo enmascara vuestro miedo. Hay más valentía en ese terrestre que en toda esta sala. —explotó el príncipe

La sala enmudeció. Lord Basteth era el único que sonreía. Había manejado al príncipe como a una marioneta.

—Si tan valiente es ese Flash Gordon, estoy seguro que no tendrá inconveniente en demostrarlo en la arena.

Thun comprendió que había caído en la trampa del manipulador noble. No podía echarse atrás en lo que acababa de decir sin perder su prestigio y reputación. Pero al tiempo temía que estaba condenando a su amigo humano a una muerte casi segura.

—Por supuesto que lo hará. —respondió con toda la convicción que pudo reunir

Estadio Central de los hombres león

La arena de combate ya estaba dispuesta. El rey Jungrid presidía la celebración sentado en el palco real. A su derecha se sentaba el príncipe Thunn. A los dos se les veía silenciosos y pensativos. El gran recinto abierto estaba hasta los topes de público. Nadie quería perderse el combate, todos querían conocer al terrestre llamado Flash Gordon. Comenzaban a circular historias sobre él por todo Mongo y algunas habían llegado hasta las tierras de los hombres león. Querían ver al hombre que había desafiado al emperador Ming. Todo estaba preparado para el comienzo del desafío, dos enormes espadas clavadas en el suelo relucían en el centro de la arena de combate.

Lord Basteth se encontraba también entre los presentes. Se sentaba en otro de los palcos principales, muy cerca del rey y del príncipe. Se hallaba rodeado de un grupo de lisonjeros ante los que presumía de como su campeón haría morder el polvo al enclenque terrestre. Hablaba a voz en grito para que pudieran oírle los que se encontraban a su alrededor y afirmaba que lo mejor que podían hacer era entregarlo a los hombres de Ming.

Sonó el aviso que anunciaba el comienzo del combate y se hizo el silencio. Todas las miradas se centraron en la arena cuando las pesadas puertas metálicas comenzaron a abrirse lentamente.

A un lado apareció Gunthar, cubierto por su ornamentada armadura de placas. Medía cerca de dos metros y medio. Su musculatura era prodigiosa, un ejemplar perfecto de hombre león que era la envidia de otros machos y que levantaba pasiones entre las hembras de su especie.

Del otro extremo del terreno de lucha salió Flash Gordon. Un susurro se extendió entre el público. Era casi decepcionante ver al escuálido humano, ni siquiera llevaba armadura. Aunque era de complexión atlética, frente a Gunthar no parecía más que un alfeñique. Había algo en su expresión y en su mirada que inquietó a más de uno de los presentes; especialmente en aquellos que ya habían estado en combate alguna vez. No había miedo alguno en sus ojos, destilaba una confianza en sí mismo que era contagiosa y que invitaba a animarle.

El rey Jungrid se agitó inquieto en su asiento.

— ¿Por qué no lleva el humano una armadura puesta? —preguntó al capitán de la guardia real

—Majestad, ninguna de nuestras armaduras le servía. Fue idea suya salir al combate sin armadura.

—explicó el militar a su rey

Una expresión entre la duda y el asombro se dejó ver unos instantes en la faz del monarca. Lo suficiente para que el príncipe Thun se percatara de ello, que no pudo reprimir una sonrisa al ver la expresión de su padre.

Los dos contendientes se dirigieron hasta quedar justo bajo el palco real y saludaron al rey Jungrid, tal y como mandaba el protocolo. El monarca inclinó su cabeza en señal de respeto a los guerreros y la multitud rompió en una ovación, una exótica mezcla de gritos y rugidos.

Uno de los guardias reales golpeó con fuerza el enorme gong que se encontraba en la más alta atalaya del estadio. Su sonido vibrante llenó todo el lugar, dando comienzo al ritual combate.

Gunthar corrió a toda velocidad al centro de la arena para hacerse con una de las espadas que se hallaban clavadas al suelo. En cambio Flash no hizo ademán alguno para intentar hacerse con una de aquellas enormes armas, más bien al contrario se quedó donde estaba. Esperando a su oponente con la misma tranquilidad con la que podría esperar a un amigo.

La actitud del humano volvió a arrancar una oleada de susurros y comentarios entre el público de las gradas, asombrados por la actitud del terrestre. Gunthar mal interpretó el gesto como una burla hacia su persona. Con un rugido de furia blandió el espadón y se lanzó a la carga dispuesto a dar el golpe mortal que acabara con aquel patético ser.

ACTO II

El musculoso hombre león se movía como una locomotora en su embestida. Conforme la distancia con el humano llamado Flash Gordon se iba reduciendo, algo cambió en la actitud de este último. El rubio terrestre abandonó su postura aparentemente relajada y sus músculos se tensaron. Cuando quedaban pocos metros para el encontronazo, Flash se lanzó a toda velocidad contra su oponente.

Gunthar, blandiendo su enorme mandoble, lanzó un tajo con el rostro desencajado por la furia. Pero el inesperado movimiento de su contrincante hizo que fallara en sus cálculos y que su golpe no encontrara más resistencia que la del aire, lo que le desequilibró. Flash no redujo su velocidad.

Usando uno de los trucos de sus días de fútbol, se echó hacia delante y se coló bajo el amplio pecho del masivo hombre león.

Desequilibrado por el golpe fallido, Gunthar se vio de repente dando una involuntaria voltereta en el aire y cayendo estrepitosamente de espaldas en el suelo. Un aullido de sorpresa generalizado llegó desde las gradas. Flash estaba satisfecho de su maniobra, aquel placaje habría hecho alegrarse a su viejo entrenador, allá en la Tierra.

El guerrero hombre león se puso en pie rápidamente con su agilidad felina, temiendo que su adversario aprovechara su ventaja y le causara daños más permanentes. Pero eso no sucedió, Flash se limitó a esperar hasta que recuperó la verticalidad. Gunthar estaba algo desconcertado por la humillación de la caída y por el extraño comportamiento del pálido terrestre. ¿Qué es lo que pretendía y por qué no había aprovechado su ventaja para acabar rápidamente con el combate? Desechó enseguida esos pensamientos de su mente. Él era un guerrero y estaba allí para luchar.

Gunthar arrojó el enorme espadón a la arena de combate con desprecio. Se enfrentó a Flash mostrando sus manos, de las que salían unas garras que parecían más que capaces de de destrozarle. Con un rugido de desafío mostró al humano sus afilados colmillos, que habrían dejado helado en el sitio al más pintado.

Flash no era un contrincante ordinario. No se dejó amedrentar por el despliegue de fuerza y aguantó el tipo sin inmutarse ni dar un paso atrás. El fornido hombre león dio un impresionante salto hacia el humano, con sus garras por delante y su gran mandíbula abierta goteando saliva. Rugidos de ánimo llegaron desde el público, que estaba enfervorizado con el combate.

Flash Gordon no trató de esquivar esta vez, adelantó su pierna derecha y la apoyó firmemente en el suelo. En cuanto tuvo a su alcance al hombre león, aferró el brazo izquierdo de Gunthar. Tuvo que hacer uso de las dos manos y de toda su fuerza al girar sobre sí mismo a la izquierda para tratar de desviar aquella mole de músculos. Para su fortuna la inercia del salto de su oponente jugaba a su favor. Por segunda vez en pocos minutos, Gunthar volvía a caer al suelo sobre su costado derecho.

Empezaron a oírse, primero con cierta timidez y luego con rotundidad, los primeros rugidos de ánimo para el humano desde las gradas. Lord Basteth no creía lo que estaba viendo, estaba colérico y frustrado. Gritaba como un poseso, exigiendo a Gunthar que despedazara a la famélica criatura. El príncipe Thun lo miraba divertido y el rey Jugrid parecía haber salido de su apatía, contemplando con evidente interés el combate.

Gunthar intentó proteger su flanco de una lluvia de golpes que esperaba recibir mientras estaba en el suelo. Eso era al menos lo que él habría hecho de encontrarse ante tal situación de ventaja, pero nuevamente Flash le permitió ponerse en pie. El guerrero león estaba desconcertado, sus dos intentos habían terminado en un sonoro fracaso aunque apenas sin un rasguño. El humano era una criatura muy extraña. Había oído hablar de él y de sus logros. Era el hombre más buscado de todo Mongo desde que se convirtiera en el enemigo público número uno del emperador Ming. Se ofrecía una increíble recompensa por su cabeza, vivo o muerto. Gunthar empezaba a entender el porqué. Ming tenía miedo de aquel hombre. Había sido capaz de unir en un mismo bando a los hombres halcón y a los habitantes de Arbórea. Una hazaña que nadie habría creído posible en Mongo pocos meses atrás, dada la conocida enemistad que había entre los dos pueblos. Gunthar había cometido el mismo error que Ming, había menospreciado las habilidades de su oponente y estaba pagando por ello.

Gunthar era un guerrero. El representante de su pueblo en aquella contienda y su deber era ganar. El honor en el combate y jamás rendirse eran dos cualidades que se esperaban de él. No estaba dispuesto a deshonrarse ante sus compatriotas. Seguiría luchando hasta acabar con Flash o caería en el intento.

Debía cambiar de táctica. Hasta el momento se había limitado a usar su fuerza, pero se dió cuenta de que no iba a vencer a su adversario de esa manera. Flash era inteligente y estaba usando la superior potencia del hombre león en su propia contra. Gunthar había picado y estaba haciendo lo que el humano quería, lanzándose a tumba abierta sin preocuparse por su seguridad. Había esperado que su fortaleza haría caer la victoria de su lado. Pero no estaba funcionando.

El hombre león comenzó a moverse en círculos muy despacio alrededor del humano, manteniendo la distancia y evaluando a su contrincante. Tenía que buscar el momento oportuno en el que realizar su próximo ataque. Flash se dió cuenta del cambio en la actitud del hombre león y una sombra de preocupación se cernió sobre él.

Los gritos del público iban bajando en intensidad, la muchedumbre tenía su atención centrada en los dos luchadores y no querían perderse un solo detalle. Casi se podían oír sus respiraciones agitadas y sentir sus miradas expectantes.

Los combatientes siguieron tomándose la medida por unos instantes, Gunthar comenzó a moverse con precaución reduciendo la distancia con el humano. Nada de cargas alocadas en esta ocasión, ya había caído dos veces en la misma trampa y no estaba dispuesto a darle el gusto al humano de repetirlo por tercera vez. Con dos habían sido más que suficientes. Aprovechando su mayor envergadura, el guerrero león dio un zarpazo con su brazo derecho. Flash no tuvo problema en esquivarlo echando su cuerpo a la derecha. Entonces Gunthar, que ya había previsto la maniobra, propinó una patada al desprevenido Flash que lo barrió y le hizo morder el polvo.

El público enloqueció y los gritos que exigían a Gunthar que acabara con el humano eran ensordecedores.

Mas eso no sucedió, el guerrero león se mantuvo en posición de defensa y permitió que Flash se pusiera en pie. La reacción de los presentes fue diversa, muchos protestaban ante la actitud de su campeón y otros murmuraban con asombro, jamás habían visto nada parecido en la arena de combate. Este iba a ser un combate del que se hablaría durante largo tiempo.

¿Era una sonrisa lo que veía en la cara del humano? Sin duda era un adversario fuera de lo común, pensó Gunthar.

Estaba disfrutando del combate, con un espíritu de deportividad que habría hecho enrojecer de vergüenza a muchos de sus congéneres que tanto presumían del honor de los hombres león. El humano flacucho podría dar unas cuantas lecciones a aquellos arrogantes fanfarrones. Podía entender que los hombres halcón y los arbóreos se hubieran unido a su rebelión, era un hombre fuera de lo común. Con una determinación inflexible pero sin renunciar a la piedad y el honor durante la lucha. Aunque aquello no tenía la menor importancia en ese momento. Gunthar estaba allí para ganar el combate y eso es lo que pensaba hacer.

Una vez Flash se incorporó, el hombre león volvió a la ofensiva. Lanzaba golpes rápidos y de inmediato se alejaba del humano. No le iba a dar tiempo de realizar uno de sus temidas contras. Su mayor musculatura le daba la ventaja. Pretendía cansar a Flash, obligándolo a esquivar sus veloces zarpazos. Y todo sea dicho, parecía estar funcionando. La respiración de Flash era cada vez más agitada, notaba como su pecho se hinchaba y deshinchaba en rápida sucesión. El sudor empezó a perlar la frente del terrestre. Solo tenía que esperar el momento apropiado. Ya no quedaba mucho para que sucediera.

Flash también se daba cuenta de ello. Poco había que pudiera hacer excepto luchar hasta el final. En el palco real y junto al rey, la cara del príncipe Thun evidenciaba su temor. Su expresión de ánimo había desaparecido por completo.

Gunthar se echó encima de Flash, que intentó esquivar nuevamente el ataque pero las fuerzas le fallaron y no pudo evitar caer al suelo con el cuerpo de Gunthar sobre él, aprisionándolo e inmovilizándolo con su peso. Había sido un combate duro e intenso. Finalmente el hombre león había conseguido la ventaja y ahora tenía ante sí a su oponente. Nada más restaba dar el golpe de gracia y todo habría acabado con una victoria más para añadir a la cuenta de Gunthar.

ACTO III

Gunthar se aprestó a dar el golpe definitivo, pero algo no terminaba de cuadrarle. Su contendiente no le miraba a él sino que tenía su mirada perdida en algún punto indeterminado del cielo. Creyó primero que se pudiera tratar de una treta del humano, mas enseguida se percató de que algo no era normal. Ya no se oían los gritos del público y una sombra negra comenzó a cubrir toda la extensión de la arena de combate. El hombre león giró su cabeza hacia lo alto y también pudo ver la enorme silueta de la nave dorada que flotaba sobre el estadio. El símbolo del sol rojo destacaba en su monocromática pintura. Era una nave del ejército del emperador Ming. Permaneció unos segundos levitando sobre los asistentes, que mostraban una mezcla de miedo e indignación. Poco después la nave desapareció por uno de los lados de la enorme construcción y descendió para posarse en el suelo.

El rey Jugrid se levantó de su asiento evidentemente molesto por aquella ofensa. ¿Cómo se atrevía la tripulación de aquella nave a interrumpir un combate ritual? Era muy del estilo de Ming. Llegar avasallando y sin miramiento alguno. Nunca perdía la ocasión de demostrar que tanto él como sus tropas estaban por encima de cualquier tradición o de la diplomacia. No mostraba ningún apego por cualidades como el honor, que era la base de la cultura de los hombres león. El monarca dio órdenes de inmediato para dar por finalizado el combate sin que se declarase un ganador. Había asuntos más urgentes que atender. Pidió a su hijo Thun que le acompañara y este lo hizo con faz sombría. Los dos se dirigieron escoltados por la Guardia real hasta el palacio. Tras ellos fueron poco después un nutrido grupo de nobles y de consejeros deseosos de enterarse del motivo de la presencia de una nave de Ming en las tierras de los hombres león.

El emperador tenía una paz de facto con el pueblo felino. Después del ataque de los hombres león a Mongo City y su posterior derrota, el pueblo de las llanuras se había visto obligado a pagar gran cantidad de riquezas a Ming. Sin olvidar que muchos de sus mejores guerreros habían sido enviados como esclavos a las minas del tirano. El propio príncipe Thun había compartido ese horrible destino por un tiempo, hasta que escapó del infierno ayudado por el terrestre Flash Gordon al que ahora llamaba amigo. Desde entonces, Ming no había vuelto a mostrar ningún interés por el reino de los hombres león. Hasta ahora. La mayoría coincidía en que la presencia de una de sus naves no auguraba nada bueno para ellos.

Salón del Trono del Rey Jugrid.

— ¡Hacedles pasar! —ordenó el rey Jugrid en un tono sombrío

El chambelán se dirigió hacia las puertas principales del gran salón del trono e indicó a los guardias que dejaran entrar a los emisarios de Ming.

En breve hacía su entrada en el lugar el capitán Maltus del ejército imperial. Venía escoltado por cuatro soldados droides. Toda la comitiva venía ataviada del sempiterno color dorado que usaban los seguidores del tirano y en sus pechos se distinguía claramente la insignia del sol rojo, la única nota discordante era la capa roja del capitán. Maltus era alto y fornido, se notaba a primera vista que era un militar. Tanto por las señales que habían dejado en su cuerpo los campos de batalla como por la altanería que con la que caminaba lentamente hacia el trono.

—Saludos, rey Jugrid.

—Saludos, capitán. ¿Qué os trae por aquí que sea tan importante como para interrumpir el combate en la arena? —preguntó el monarca de los hombres león

—Os aseguro que es algo de la máxima importancia. Hemos sabido que el terrestre llamado Flash Gordon se esconde en vuestras tierras.

El reducido grupo de presentes que habían sido autorizados a permanecer en la gran sala, arrugaron sus morros felinos ante lo que insinuaban las palabras del capitán imperial. Thun no pudo reprimirse.


—Flash no se esconde aquí. Es nuestro invitado. —rugió el hijo del rey Jugrid

El resto de consejeros y nobles asintieron apoyando lo dicho por Thun, todos excepto Lord Basteth que permaneció con cara de circunstancias.

—Sea como sea, ese hombre es una amenaza para el imperio. —continuó el capitán Maltus sin amilanarse

Thun interrumpió al enviado de Ming nuevamente.

— ¿Cómo puede ser un solo hombre una amenaza para el todopoderoso Ming?

Una serie de ahogadas y roncas risillas salieron de las gargantas de los hombres león que acompañaban al rey y al príncipe en la audiencia.

—Eso no es de vuestra incumbencia. Basta con saber que el emperador Ming ha ordenado su captura, no necesitáis saber más. Exijo que el terrestre nos sea entregado para su posterior traslado a

Ciudad Mingo.

El rey Jugrid, que había permanecido en silencio contemplando el enfrentamiento dialéctico de su hijo y del capitán Maltus, volvió a tomar la palabra.

— ¿Nos exigís? —preguntó con los ojos casi fuera de sus órbitas

El emisario de Ming titubeó antes de responder, impresionado por el furioso rostro del regente.

—Es...la voluntad de Ming. —trató de justificarse

—Si vuestra cabeza continúa sobre vuestros hombros se debe únicamente a que sois un mensajero y porque nuestro honor nos obliga a acogeros y escuchar lo que tengáis que decir. De haber sido cualquier otro, yaceríais ahora mismo en el suelo con vuestra sangre manchando nuestras hermosas alfombras de piel. Hace falta ser muy estúpido o muy valiente para ir a casa de alguien como invitado a hacerle exigencias y a dudar de su palabra.

Thun y el resto de consejeros miraron a su rey como si le vieran por primera vez, aunque quizás sería más correcto decir como si vieran a alguien conocido después de mucho tiempo sin saber de él. Tras el fallido ataque a Ciudad Mingo, el dirigente de los hombres león se había vuelto taciturno y circunspecto. Particularmente Thun, se alegraba más que nadie al ver que el fuego interno de su padre no se había apagado y que aún brillaban las ascuas de su orgullo de guerrero.

El capitán Maltus tragó saliva antes de responder.

—Os ruego me perdonéis majestad, pero es por el bien de nuestros pueblos. El magnánimo Ming ha permitido que los hombres león vivan libres y que la paz impere en todo Mongo. Flash Gordon es una amenaza para esa paz, un elemento desestabilizador que nada más que sufrimientos puede traer.

El príncipe Thun no pudo contener un arrebato de furia. Se levantó como un resorte y lanzó un amenazador rugido.

— ¿Llamáis paz a la tiranía que nos impone Ming? No somos libres sino prisioneros en nuestra propia tierra, y eso los más afortunados. Muchos de los nuestros siguen languideciendo y muriendo como esclavos en las minas. ¿Cómo os atrevéis?

Maltus trató de pedir la intercesión del rey Jugrid.

—Majestad, sin duda las palabras de vuestro hijo se deben al ímpetu de la juventud. Vos sabéis que lo que os digo es lo mejor para todos.

El rey Jugrid escrutó de arriba abajo al militar.

—Es lo mejor para Ming. Mi hijo habla como el legítimo heredero del trono que es. Os aconsejaría que no añadierais más ofensas a vuestra lista. No somos conocidos por nuestra paciencia y vuestros derechos como mensajero tienen un límite que estáis a punto de cruzar.

Maltus empezaba a notar que poca o ninguna colaboración iba a obtener de los hombres león.

—Lamento mucho que esa sea vuestra decisión. No me dejáis otra alternativa.

El capitán del ejército de Ming buscó algo en su dorada armadura bajo la roja capa con la que cubría su espalda. Los guardias reales hicieron el ademán de empuñar sus lanzas ceremoniales temiendo alguna treta del emisario, pero fueron detenidos por un gesto de su rey. Maltus sacó un disco metálico de mediano tamaño que todos pudieron reconocer. Era un emisor holográfico.

La imagen del rostro de Ming apareció flotando sobre las cabezas de los presentes.

—Saludos rey Jugrid. Me entristece oír que no estáis dispuestos a entregarnos al terrestre. Mi ejército se dirige ya hacia vuestras tierras. Capturaré a Flash de una manera o de otra, aunque para ello tenga que reducir a cenizas vuestra patética parodia de civilización. Como muestra de mi magnanimidad, os daré medio día de plazo para que entreguéis a Flash a mis tropas o sentiréis mi ira como jamás la habíais sentido antes.

ACTO IV

El capitán Maltus había sido despedido del salón del trono, así como los miembros de su escolta de droides soldado. Tan solo el rey, el príncipe y sus más cercanos consejeros permanecían en la amplia estancia.

—No le debemos nada a ese Flash. Es preferible entregarle a tener que sufrir el ataque del ejército imperial. —insistió Lord Basteth

Thun le miró desafiante.

—Desde que Flash y yo llegamos aquí habéis hecho lo imposible por acabar con él o por expulsarle de nuestras tierras. Y ahora que lo pienso, es asombroso lo rápido que se ha enterado Ming de la presencia de Flash entre nosotros. ¿No lo creéis así también, Lord Basteth?

Todas las miradas en la habitación se tornaron hacia el consejero, pero éste no dijo nada. Se limitó a agachar la cabeza.

— ¡Traed al terrestre! —ordenó el rey Jugrid a sus guardias

Poco más tarde, Flash hacía acto de presencia en el salón del trono.

—Majestad, lamento los inconvenientes que os ha causado mi estancia aquí. No deseo que nadie sufra por mi causa. Me marcharé de vuestras tierras o si lo preferís me entregaré a las fuerzas de

Ming. —pidió Flash al monarca

Todos en el salón del trono le miraron con expresión de asombro. No era ni mucho menos común ver tal desinterés por la seguridad propia en favor de la seguridad de muchos. Ming hacía bien en tener miedo de aquel terrestre, poseía unas cualidades que podían hacer temblar su imperio tiránico.

—Eres nuestro invitado, Flash. No te entregaremos, y puedes quedarte tanto tiempo entre nosotros como estimes conveniente. Ningún mal nos has causado, más bien al contrario. Has venido a recordarnos cosas que teníamos olvidadas. El honor y la libertad son bienes muy preciados y hemos de luchar por seguir poseyéndolos. Nos enfrentaremos a Ming aunque sea lo último que hagamos. Es preferible morir libres que vivir como esclavos.

El discurso de su rey hizo hervir la sangre de orgullo a los hombres león que estaban en la sala.

—Majestad, agradezco de todo corazón vuestras palabras. Pero creo que hay una opción que no hemos valorado. Vivir con honor.

Muchos no terminaban de comprender el significado de las palabras del terrestre, el rey entre ellos. Flash se apresuró a decir.

—Sería conveniente que fuéramos preparando la defensa de la capital. Tengo unas cuantas sorpresas preparadas para las tropas de Ming. -dijo Flash como única explicación

La confianza y la seguridad que destilaba el terrestre era contagiosa.

—Ven conmigo y con los generales, Flash. Les prepararemos a esos malnacidos una bienvenida que no olvidarán nunca. —le pidió el rey Jugrid

Las palabras del rey fueron coreadas con vítores y rugidos.

La visión desde las murallas de la ciudad dejaba sin aliento. Desde el sur llegaban incontables cantidades de dorados droides soldados que se movían como si una sola mente controlara sus actos. Entre los innumerables destacamentos estaban los temibles blindados del ejército imperial, equipados con dos potentes cañones de energía cada uno de ellos. La potencia de aquellas armas era legendaria, eran capaces de destruir los muros de la ciudad con la misma facilidad que se puede derretir la grasa de un urso.

El rey Jugrid, Flash, Thun y varios consejeros reales contemplaban el desolador panorama. El primero en perder la compostura fue Lord Basteth.

—Mi rey, aún estamos a tiempo. Entreguemos al terrestre a Ming para salvar nuestra ciudad.

— ¡No! —Rugió el monarca su respuesta—. Se acabaron los tiempos de ser mansos y serviles ante la tiranía y de escondernos atemorizados en el espacio que Ming decida concedernos. Hoy lucharemos para vivir o morir según nuestros ideales. Y espero que vos hagáis lo mismo Lord Basteth. Que luchéis, que matéis a muchos enemigos y sobre todo os deseo que muráis con honor para que vuestra familia no tenga que cargar con la vergüenza que habéis traído a nuestro pueblo. ¿Ha quedado claro?

Lord Basteth se marchó y ya no se supo más de él.

Los defensores esperaron durante horas que parecían días hasta que se cumpliese el plazo dado por el tiránico Ming. Finalmente el ejército que les rodeaba se puso en marcha. Nubes de polvo llenaron la línea del horizonte.

—Es increíble. Hasta la misma tierra tiembla ante el paso de los ejércitos imperiales. —dijo uno de los generales del rey Jugrid

Una risa franca y alegre salió de la garganta de Flash Gordon, un sonido que nadie esperaba oír en momentos como aquellos.

—Te aseguro mi buen amigo, que no es el ejército de Ming el que hace temblar el suelo.

Los hombres león se miraron entre ellos sin entender a qué se refería Flash. Tan solo el príncipe Thun lucía una sonrisa cómplice.

Por encima de la armada invasora aparecieron las naves de combate doradas con el emblema del sol rojo, dispuestas a bombardear la ciudad y allanarles el camino a las tropas de tierra. La capital de los hombres león disponía de cierta capacidad de artillería antiaérea, mas el número de las naves de Ming era formidable. Conforme los bombarderos se acercaban a los límites de la ciudad, el cielo se iluminó sobre las cabezas de los defensores. Como una aurora boreal, se vio cruzado por luminosos rayos de energía provenientes desde el norte. No pudieron menos que girar sus cabezas hacia atrás para ver llegar la numerosa flota de naves color verde que se acercaban a vertiginosa velocidad desde aquella dirección.

— ¡Son las naves de Arbórea! —gritó uno de los artilleros desde el muro

Los aullidos de alegría se extendieron como un bálsamo entre los defensores, elevando la moral de las tropas. Junto a la artillería de los hombres león, los arbóreos abortaron el ataque aéreo de las tropas de Ming. Después de intercambiar disparos durante un buen rato, las naves del emperador se vieron obligadas a retirarse. Siendo incapaces de alcanzar los límites de la ciudad.

La pérdida del soporte aéreo no disuadió al ejército de tierra, que inició el ataque contra los muros. Los blindados comenzaron a disparar sus cañones desde considerable distancia y gruesos trozos de muro se desprendieron desde el perímetro defensivo. Los hombres león eran expertos en el combate cuerpo a cuerpo pero carecían de potencia en el combate a distancia.

El suelo tembló otra vez. Desde las posiciones defensivas pudieron ver como algo surgía de la propia tierra tras las líneas enemigas. Era la máquina topo con la que Flash Gordon había conseguido huir de las minas del malvado Ming. El vehículo abrió un enorme agujero por el que de inmediato empezó a fluir una multitudinaria bandada de hombres halcón, que caían incesantemente en la retaguardia del ejército de Ming. Causaron gran caos entre las tropas enemigas, que hacían lo imposible por reorganizar sus filas.

Flash Gordon se acercó a la vera del rey Jugrid.

—Majestad, si cargamos ahora los cogeremos entre dos fuegos. Están concentrando el fuego en las naves arbóreas y en los hombres halcón del rey Vultan. Eso nos daría tiempo para que vuestros hombres lleguen al combate cuerpo a cuerpo. Una vez nos hayamos trabado con ellos, estarán perdidos en medio de un fuego cruzado.

El rey Jugrid miró incrédulo al hombre de La Tierra.

— ¿Tenías todo esto planeado desde el principio, no es cierto?

Flash respondió con modestia.

—Digamos que pensaba que esto podría suceder y tomé algunas precauciones.

Jugrid lanzó una sonora carcajada y a continuación arengó a los hombres león.

— ¡Mis guerreros, preparaos para el combate! ¡Hoy luchamos por la libertad y por la supervivencia de nuestra especie! No mostréis piedad con el enemigo, pues ninguna podéis esperar de los lacayos del tirano. Id y pelead con honor. Que todos los habitantes de Mongo sepan que los hombres león eligen ser libres.

Una multitud de gargantas gritaron al unísono.

—Heil, rey Jugrid.

En pocos minutos, las puertas de la ciudad se abrieron y comenzaron a vomitar una horda incesante de furiosos y blindados hombres león. El choque entre las dos armadas fue sonoro y brutal. La primera columna del ejército droide saltó por los aires y los poderosos guerreros felinos continuaron con su embate adentrándose aún más en las filas enemigas, donde ya no había ni vanguardia ni retaguardia. Tan solo un maremagnum de droides que se movían sin ton ni son bajo el fuego de las naves del príncipe Barin de Arbórea, los rifles de los hombres halcón del rey Vultan y los espadones de los guerreros león...

Los oficiales de Ming trataban de reorganizar sus líneas pero el castigo era constante desde todos los frentes. Trataban de achicar las vías de agua pero el barco seguía hundiéndose, valga la metáfora. No había rendición posible. Ming se había granjeado el odio de los tres pueblos tan distintos entre sí y que una vez habían sido enemigos. Ahora era diferente, hoy luchaban unidos por primera vez. Y ni siquiera el “todopoderoso” Ming era capaz de detener la fuerza y la determinación que da luchar por una causa justa y honorable.

El rey Jugrid observaba con satisfacción el devenir de la batalla desde los muros de la ciudad. Aunque sabía que muchos de sus hombres morirían ese día en el campo de batalla, sabía también que estaba asistiendo al principio del fin del maldito tirano que oprimía a todos los habitantes de Mongo. La guerra estaba aún lejos de ser ganada, pero hoy se había puesto algo en marcha que ni mil Mings en todo su apogeo podrían detener.

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