La Liga de los Hombres Misteriosos nº08

Título: El enemigo interno (VIII)
Autor: Raúl Montesdeoca
Portada: José Baixauli
Publicado en: Abril 2014

Green Lama y la Liga se las tienen que ver con el nuevo barón Kakichi y los temidos asesinos ninja de la Genyosha ¡Sigue esta apasionante aventura!
Antes de los superhéroes fueron los Hombres Misteriosos. Y esta es la historia de cuando los hombres y mujeres más grandes de su época se reunieron por primera vez ... y el mundo cambió para siempre.
Creado por Raúl Montesdeoca y Carlos Ríos

La puerta del ascensor anunció con su característico zumbido que alguien estaba a punto de hacer su entrada en la guarida del Fantasma. Para acceder a aquel ático secreto que no figuraba en los planos del rascacielos era necesario pulsar varios pisos en una secuencia determinada. El Fantasma no mostró signo alguno de preocupación. Sabía que se trataba de Green Lama. Lo había visto a través del caro y sofisticado circuito cerrado de televisión que había instalado por todo el edificio. No conocía a nadie más que se vistiera con una holgada túnica verde con capucha y ribetes de piel en las mangas.

—Bienvenido Green Lama.

—Bien hallado. —respondió el lama haciendo una reverencia al enmascarado elegantemente vestido

— ¿Cómo va todo por La Isla? —preguntó El Fantasma con evidente interés por conocer novedades

La Isla era el nombre de la increíble hidrobase móvil que el Capitán Futuro había diseñado y construido en colaboración con el Departamento G, que estaba compuesto por un equipo de agentes de inteligencia de élite que operaban de manera independiente al resto de cuerpos de seguridad y que solo respondían ante el presidente de la nación. La Isla había terminado convirtiéndose en la improvisada sede del legítimo gobierno, después de que el golpe de estado orquestado por Harold Nielsen y sus camisas marrones obligara a Roosevelt a abandonar Washington para salvar su vida.

—Relativamente bien, dadas las circunstancias. Estamos logrando coordinar el esfuerzo de los estados que no aceptan a la junta de gobierno golpista. En gran medida gracias a la impagable labor del presidente Roosevelt, que no ha dormido más de cinco horas seguidas desde que empezó esta terrible crisis. G-8 y su escuadrón de Ases de Batalla, a los que se ha unido la bella Helene Vaughn, son una verdadera pesadilla para Nielsen y sus partidarios. Han abatido a más de diez de esos temibles Ángeles Negros. El Operador 5 está siendo un factor decisivo con sus actos de sabotaje a la Junta de Gobierno golpista, lo último que supe de él es que estaba organizando una guerrilla de resistencia ciudadana en Maine. Ya sabes cómo son en el Departamento G, no se prodigan en muchas explicaciones.

El Fantasma asintió complacido.

— ¿Ha conseguido algún avance el Capitán Futuro con Los Ángeles Negros? Si dejamos a Nielsen sin su ejército de super robots, la conspiración caerá como un castillo de naipes.

Green Lama no podía estar más de acuerdo con tal afirmación.

—Hay muy buenas noticias a ese respecto. Gracias a Black Bat y The Spider pudimos recuperar a uno de esos robots de combate en muy buen estado. El Capitán Futuro cree que podrá volverlo a poner en funcionamiento y ha podido triangular la posición de la unidad central que dirige al ejército mecánico.

A pesar del antifaz que cubría sus ojos y nariz, Green Lama pudo ver la expresión de disgusto al oír el nombre del vigilante llamado The Spider.

—Me alegra oírlo —hizo una pausa—. Cuando toda esta locura termine tendremos que hacernos cargo de The Spider. Está fuera de control y es un peligro para esta ciudad.

El monje encogió sus hombros y dijo.

—La rueda del karma gira de manera imprevisible.

El Fantasma escrutó fijamente a Green Lama.

—No sé qué quieres decir con ese comentario. Espero que no estés tratando de justificar sus métodos de carnicero.

—Ni mucho menos. Como budista considero aberrante tomar la vida de cualquier semejante. Lo que digo es que nuestros actos tienen consecuencias. A veces un acto que creemos bueno acaba causando mal y sufrimiento. De la misma manera ocurre que un acto que podríamos llamar malvado deriva en algo bueno. De no haberse enfrentado The Spider con la turba de camisas marrones que pensaba incendiar este edificio con las oficinas del Clarion y tu guarida incluidas, probablemente no estaríamos teniendo esta conversación aquí y ahora.

El Fantasma estuvo unos segundos meditando acerca de la reflexión de su socio en la lucha contra el crimen. Green Lama sabía que no iba a cambiar la opinión del Fantasma sobre The Spider, así que decidió cambiar de tema para suavizar la tensión que se había adueñado de la conversación.

—Te he puesto al día de novedades en La Isla. Ahora es tu turno. Estoy seguro de que no te has estado aburriendo aquí en Nueva York.

—Sí, lamento no haber podido estar con vosotros en La Isla más tiempo. En la ciudad necesitamos toda la ayuda que nos puedan dar. Estoy haciendo milagros para que la policía no se colapse. Los federales siguen sin reaccionar, así que los chicos de azul son lo único que separa a Nueva York del caos más absoluto. A duras penas conseguimos mantener a raya a los camisas marrones y su ejército de matones. Tenemos que concentrar todos nuestros esfuerzos en que no se hagan los dueños de las calles. Eso ha dejado vía libre a los gangsters de esta ciudad. Alguien está tratando de hacerse con un buen trozo del pastel del crimen en Nueva York y apenas tengo tiempo para investigarlo. A veces tengo la sensación que solo tapo vías de agua en un barco que se hunde sin remedio.

Green Lama animó al Fantasma.

—Si hay alguien que puede conseguir mantener el barco a flote, ese eres tú. Nadie personifica mejor el espíritu de todo lo bueno que Nueva York tiene para ofrecer. Eres un símbolo para sus habitantes.

El Fantasma agradeció las palabras con una gentil inclinación de su cabeza.

—De hecho, esa guerra por el control del hampa tiene algo que ver con mi vuelta a la ciudad. Además de que tampoco era de gran ayuda en La Isla y al igual que tú, creo que podría ser de mayor utilidad en mi elemento. —continuó Green Lama

—Fantástico, nos vendría de perlas tu asistencia. ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó El Fantasma

—He estado combatiendo el aburrimiento en La Isla siguiendo por la radio las transmisiones de la policía. Recientemente se han estado produciendo robos en varias empresas químicas de la ciudad. Me gustaría tener acceso a los informes de los inspectores que lleven el caso. He oído que ahora eres el jefe de policía de facto en Nueva York.

—Siempre he tratado de no hacer uso de los privilegios que me han otorgado por ser El Fantasma. Pero la situación es tan desesperada que sin mi ayuda, los hombres y mujeres íntegros del Departamento de Policía de Nueva York ya habrían quedado anulados por los corruptos y los partidarios de Nielsen que plagan el cuerpo. Por supuesto que no habrá el menor problema en que veas esos informes. Hablaré con el teniente Caraway para que te los facilite.

—Sí, es un buen hombre y se puede confiar en él. Muchas gracias.

—No te olvides de informarme de cualquier novedad.

—Cuenta con ello. —dijo Green Lama antes de abandonar la guarida del Fantasma


El teniente Caraway andaba enfrascado buscando unos impresos en el archivador de su despacho y casi se muere del susto cuando al regresar a su mesa se topó de frente con Green Lama.

— ¡Santo Dios! No te haría ningún daño anunciarte cuando quieras entrar a mi despacho.

Una sonrisa se intuyó en la cara envuelta en sombras que cubría con la capucha de su verde túnica de monje.

—Lamento haberte asustado, no era mi intención. He venido a buscar unos informes.

Un poco más repuesto de la sorpresa, el policía comentó.

—Sí, recibí una llamada. Algo muy irregular, aunque en estos días todo parece salirse de lo normal.

— ¿Has podido ver los informes?

El teniente negó con la cabeza.

—Tengo cientos de informes a los que ni siquiera he podido echar un vistazo. Estamos con el agua al cuello y tratamos de resolver lo que consideramos más urgente.

Green Lama observó que Caraway lucía unas enormes ojeras y un aspecto bastante demacrado. Señal inequívoca de la cantidad de horas que pasaba en el trabajo.

— ¿No te importará que les eche un vistazo?

—Por supuesto que no, todos tuyos. —concedió el detective

Estuvo ojeando los informes durante varios minutos. Su mente deductiva trabajaba al máximo de capacidad tratando de descubrir algún rastro, patrón o anormalidad que pudiera conducirle a la resolución del misterio de los robos en plantas químicas. El objeto de los robos no era el dinero ni las patentes de las compañías. Por lo que contaban los informes, los autores se habían limitado a llevarse gran cantidad de diferentes compuestos químicos. Al leer el listado de sustancias desaparecidas, una alarma interna se encendió en su cerebro. Era algo que había estado temiendo desde que tuvo conocimiento de los, en apariencia, extraños robos.

— ¿Has averiguado algo? —preguntó intrigado el teniente Caraway al ver lo sumamente concentrado que estaba su excepcional invitado

—Es posible. Esta lista de sustancias desaparecidas es lo que se necesita para producir el gas somnífero del Dr. Perlham.

El detective abrió los ojos como platos.

— ¿La Mano Carmesí? —Tras meditar unos segundos, añadió— Eso cuadra con el rumor que recorre los bajos fondos. Alguien está eliminando a la competencia y trata de hacerse con el control del hampa. Podría tratarse de él.

— ¿No estaba Perlham en prisión? —preguntó Green Lama

—Le trasladaron a Florida hace unos meses para enfrentarse a una acusación federal. Con el desastre burocrático que tenemos ahora es imposible saber si aún sigue entre rejas.

Green Lama comentó preocupado.

—Florida es uno de los estados que han apoyado oficialmente el golpe de estado de los camisas marrones. Es más que probable que Nielsen o alguno de sus compinches le haya liberado.

—Hay algo que no entiendo. Si se ha escapado. ¿Por qué venir entonces a Nueva York? Se arriesga a ser capturado de nuevo.

—Puede que Perlham quiera recuperar su trono de Señor del Crimen. El fue con toda seguridad quién vendió el gas somnífero que usaron los Kommandotruppen que liberaron a Nielsen de la prisión estatal de Florida. Solo hay dos personas en el mundo que conozcan la fórmula de ese gas. —sentenció el lama

— ¿Seguro que no podría tratarse del segundo sujeto? —quiso asegurarse Callaway

—Completamente. Esa persona es alguien de mi completa confianza.

Green Lama pensaba en su ayudante el Dr. Valco y en cómo se habían conocido. El buen doctor había descubierto un medicamento asombroso y revolucionario para el tratamiento de todo tipo de parálisis. Su colega el Dr. Perlham le robó la fórmula y por accidente creó un potente gas con efectos anestésicos que dejaba a todo el que lo respiraba en un profundo estado de coma durante varias horas. Una pequeña cápsula de gas era más que suficiente para mandar a la inconsciencia a todo el que se encontrara en un radio de un kilómetro si el gas era liberado en la atmósfera. Ese tremendo poder le sirvió para controlar el crimen de la Gran Manzana, llegando a convertirse en el capo di tutti cappi bajo la identidad del misterioso genio criminal conocido como la Mano Carmesí.

Tal y como afirmaba el teniente Caraway, todo encajaba. Rebuscó frenético entre los informes algún detalle que se le hubiese podido escapar hasta que reparó en algo. Revisó las cantidades de productos desaparecidas y se percató de que faltaba algo. Eran necesarias grandes cantidades de nitrógeno para crear el gas. Al ser el elemento más fácil de conseguir lo habían dejado para el final.

Ya tenía por dónde empezar a buscar. No debía haber demasiados lugares en la ciudad que pudieran suministrar tal cantidad de nitrógeno. Sabía que tarde o temprano los que estuvieran detrás de la siniestra conspiración aparecerían para robarlo o comprarlo.

Dejó los informes sobre la mesa del teniente Caraway y tal y como llegó se marchó. Desapareció sigiloso y sin decir una palabra por la ventana.

—Adiós a ti también. —comentó irónico el teniente de policía

De poco le valió el ácido comentario porque no había nadie para oírlo. Se dirigió a la ventana abierta pero no había rastro de Green Lama. Con cara de resignación volvió a cerrarla.

* * *

Químicas Ace era el mayor proveedor de nitrógeno de la costa este. Surtía a un sinfín de hospitales, amén de otros muchos compuestos químicos usados en farmacología. Tenía todas las papeletas de ser el lugar que elegiría la nueva banda de La Mano Carmesí para dar su golpe. Había otros lugares pero en ningún otro poseían tal cantidad de gas. Si querían asegurarse una buena provisión de la sustancia, éste era el sitio adecuado.

La empresa tenía su sede en una amplia nave situada en la zona industrial de la orilla norte de Long Island. Green Lama esperó hasta que el manto nocturno cubrió el cielo de oscuridad para hacer una visita no autorizada a la empresa. Quería ver de primera mano el terreno y familiarizarse con la disposición del interior por si se producía el esperado intento de robo.

No fue difícil introducirse en la gran nave industrial. Los cerrojos eran de buena calidad pero no parecía que hubiese ningún tipo extra de vigilancia alguna. Las cerraduras no supusieron un impedimento a Green Lama. Extrajo una pequeña redoma de un bolsillo interno de su túnica en la que se observaba un líquido que brillaba con una luminiscencia verde. Lo destapó y bebió el contenido a la vez que recitaba su mantra.

—Om mani padme hum.

Según decía las palabras notaba como la energía de las sales radioactivas recorría todo su cuerpo. Tocó la primera de las cerraduras que le impedía el paso y jugando con la energía electromagnética que bullía de él, manipuló el mecanismo de cierre hasta que consiguió abrirlo sin ocasionar el menor ruido.

Ya estaba dentro. Era un almacén grande, con una primera planta abierta que aparecía llena de grandes bultos empacados con la mercancía pendiente de envío y con materias primas. Un muelle de carga era la única construcción de aquel nivel que llamaba la atención. En un nivel superior se había construido una galería en forma de letra “u” en la que se repartían las diferentes oficinas de dirección y administración. El tejado era el típico a dos aguas y podían verse en la parte superior enormes vigas que cruzaban la edificación de un lado a otro para apuntalar el techo y la propia estructura. Poco más se podía ver en aquella casi completa oscuridad, incluso con los excepcionales sentidos de Green Lama. El silencio era sepulcral... o casi. No oía nada pero algo se mantenía en la periferia de su percepción. Acostumbrado como estaba a fiarse de sus instintos se puso alerta, con cada músculo de su cuerpo en perfecta tensión por si era necesario actuar con rapidez.

Avanzó con sigilo hasta que una de las luces del techo titiló unos instantes para luego arrojar sobre él un perfecto círculo de luz. Definitivamente había alguien allí y tenía todo el aspecto de que le estaban esperando. Green Lama trató de escudriñar entre las sombras y vio una silueta no demasiado atlética y algo rechoncha de tamaño que se movía en la planta baja. Forzó su visión para averiguar de quién se trataba pero no fue necesario. A poco un nuevo foco se encendió y el sujeto quedó envuelto por un círculo de luz gemelo del que iluminaba a Green Lama.

Era japonés, de eso no cabía duda. Aunque su vestimenta intentaba ser un remedo de los elegantes trajes que usaban las estrellas de Hollywood, su aspecto era claramente nipón. Llevaba el pelo peinado hacia atrás, bien untando con gomina. No lo conocía, aunque al mismo tiempo había algo vagamente familiar en su rostro que no lograba identificar...

—Me gustaría poder decir que es un placer conocerle al fin, pero no soy un hombre al que le guste mentir si no es necesario. —dijo el japonés

—Es una ventaja que tiene usted sobre mí. Yo no le conozco.

Antes de responder, el japonés esperó unos segundos taladrando a su odiado enemigo con la mirada cargada de odio.

—Soy el barón Kakichi.

Green Lama respondió incrédulo.

—Eso es imposible. El Barón Kakichi murió…

Dejó incompleta su frase. El parecido le golpeó como una bofetada.

—Usted conoció al anterior barón, mi hermano mayor. No solo le conoció sino que acabó con su carrera y con su existencia.

—No es cierto. Fue el barón quién terminó con su propia vida. —protestó Green Lama

Kakichi respondió con rabia.

—No tuvo otra opción. Quedó deshonrado ante el emperador al no poder cumplir con su misión

Green Lama tenía todos sus sentidos abiertos al máximo. Se negaba a creer que aquel japonés regordete se atreviera a exponerse de aquella manera. De pronto se percató de que no estaban solos y de que su instinto no se equivocaba. Le costó trabajo oír la multitud de corazones que latían en el interior del almacén. Estaban al borde de su capacidad sensorial, casi como si fueran capaces de atenuar sus propios latidos. Algo comenzó a moverse sobre las vigas en las alturas, eran decenas de siluetas embozadas de arriba abajo y que dejaban expuestos únicamente sus ojos. Los reconoció, ya había luchado con ellos en dos ocasiones. La primera había sido en San Francisco cuando se enfrentó al anterior barón y la segunda hacía unas pocas semanas en Los Ángeles. Había cruzado sus pasos con los temidos asesinos ninja de la Genyosha pero no había llegado a encontrarse cara con el nuevo barón Kakichi.

Una nueva actriz entró en escena desde detrás del líder de los servicios secretos japoneses. A ella sí la reconoció, llevaba el cinturón rojo de las kunoichi y portaba un daikyu. El mismo tipo de arco largo japonés que había disparado la flecha que mató al empresario Philip Norton en Los Ángeles para que no revelara la conspiración que los espías japoneses se traían entre manos. Lo recordaba bien porque Norton había muerto entre sus brazos. Tan solo llegó a ver a la autora del certero disparo durante unos instantes y a una buena distancia, pero estaba seguro de que se trataba de ella.

— ¿Qué es lo que pretende, barón? ¿Acaso vengar la muerte de su hermano? —preguntó Green Lama tratando de ganar algo de tiempo

—Le aconsejo que no vuelva a mencionar a mi hermano, no le ayuda en nada. No se preocupe, no voy a matarle. No todavía. Lo necesito para que haga de carnada en una trampa y el cebo vivo es el mejor, según dicen todos los expertos. -rió con malicia el japonés


Los ninjas de la Genyosha descendieron desde las vigas descolgándose por unos finos hilos de resistente seda que se anclaban a las gruesas maderas mediante ganchos. En un instante Green Lama se vio rodeado por la primera oleada de asesinos. Formaron un círculo casi perfecto a su alrededor de unos cinco metros de radio y esperaron valorando a su enemigo. Sabían que se enfrentaban a un adversario temible y no se precipitaron. Green Lama se limitó a unir sus manos, tocando los extremos de ambos pulgares e índices entre sí y formando la silueta de un triángulo que llevó hasta el centro de su pecho. Así permaneció unos instantes en actitud de meditación, en apariencia completamente ausente de lo que sucedía a su alrededor.

Los asesinos quedaron desconcertados por la actitud del lama en un primer momento, pero era una ocasión demasiado buena para no aprovecharla. Se lanzaron a la carga, blandiendo sus hojas y cuchillos con determinación. Ni siquiera con el inicio de la embestida cambió en algo la actitud de Green Lama, que permaneció impasible y sumido en su trance. Cuando la primera de las afiladas armas se disponía a golpear con dureza a su objetivo, chocó contra un muro invisible y la oscuridad se disipó durante un momento. Una luminosa descarga eléctrica surgió de Green Lama alcanzando a los ninjas.

Dos de ellos recibieron de pleno los rayos y quedaron noqueados de inmediato. La mayoría quedaron aturdidos y tan sólo uno consiguió finalizar su ataque descargando un tajo de arriba abajo, que con una velocidad que rayaba lo increíble fue atrapado entre las palmas de las manos del lama. Con el arma de su enemigo inmovilizada descargó una potente patada en pleno plexo solar del ninja, que cayó sobre su espalda fuera de combate. Sin perder tiempo golpeó a los enemigos más cercanos con sus dedos índice y corazón extendidos en los puntos donde se encontraban los chakras o puntos de energía espiritual del cuerpo humano. Dos más de los sicarios del barón Kakichi quedaron petrificados como estatuas. A toda velocidad, el lama escapó por la abertura del cerco para poner su espalda contra la esquina de la pared del fondo y evitar ser rodeado nuevamente.

Los restantes ninjas comenzaban a recuperarse de la descarga eléctrica y volvieron al asalto. Green Lama había confiado en lograr minar la determinación de sus enemigos con aquella demostración de poder, pero no era así. No podía volver a repetir la maniobra, ya que había descargado gran parte de su energía en aquel intento. Los huecos dejados por los caídos fueron ocupados por nuevos asesinos que eran azuzados por el barón Kakichi desde la retaguardia, siempre custodiado por la letal Rosa Negra.

Ahora era imposible que todos pudieran atacar a un tiempo por la falta de espacio para maniobrar. Tres de los asesinos de la Genyosha se abalanzaron sobre el lama. En cuanto estuvieron a rango de sus brazos y piernas, fueron recibidos por una avalancha de golpes del lama verde. Uno de los asaltantes quedó incapacitado por un tremendo impacto en la base de su mandíbula propinado con la palma de la mano. Los otros dos consiguieron bloquear a duras penas la golpiza y fueron incapaces de contraatacar.

— ¡Estúpidos! ¡Atacad a distancia! —ordenó Kakichi que observaba con disgusto la actuación de sus subordinados

Siguieron a rajatabla las instrucciones del barón y pusieron algo de distancia entre ellos y Green Lama. Descolgaron las kusari—fundo que llevaban ocultas bajo sus cinturones y las desenrollaron. Eran unas simples cadenas con contrapesos en sus extremos. Unas armas que usaban el mismo principio que su bufanda ritual Kata y que un experto en su manejo podía usar tanto para golpear como para atrapar. Las cadenas volaron por los aires y aunque la mayoría falló en su intento, uno de los ninjas consiguió trabar el brazo derecho del lama.

Más y más ninjas se unieron al combate. Green Lama miró a su espalda y se percató de la existencia de una puerta que debía comunicar a otra sala de almacenamiento. Buscaba una ruta de escape, eran demasiados. Era imposible retroceder con el brazo atrapado por la cadena. El lama cargó contra el ninja que le retenía y se lanzó con los pies por delante contra su estómago. El asesino se dobló por el dolor, cayendo de bruces y soltando su kusari—fundo. Aprovechando la resistencia del cuerpo de su enemigo y haciendo gala de una habilidad más allá de lo humano, el lama flexionó sus piernas y se impulsó hacia atrás con todas sus fuerzas. Contorneando su cuerpo para escurrirse entre las cadenas que trataban de aprisionarlo, aterrizó sobre sus pies junto al marco de la puerta. Hasta en los ojos de sus enemigos se podía ver el asombro ante tal demostración de habilidad. Esas décimas de segundo de incredulidad fueron aprovechadas por Green Lama. El otro extremo de la cadena que lo retenía estaba ahora libre. Las tornas cambiaron. Agarró con fuerza los eslabones que rodeaban su brazo y la agitó como un látigo haciendo un barrido. Dos asaltantes más cayeron derrotados. Los asesinos estaban tan apiñados que era casi imposible no acertar. Ahora podía mantener a raya sus enemigos, aunque ellos seguían contando aún con una apabullante superioridad numérica.

Una lluvia metálica cayó sobre el héroe. Con esfuerzo esquivó la mayoría de las cadenas aunque no pudo evitar varios dolorosos golpes en los muslos. Los lanzamientos que fallaron su objetivo atravesaron la madera de la puerta como si se tratara de papel, destrozándola literalmente y no dejando más que unas pocas astillas allí donde la puerta había estado anclada al marco.

El barón Kakichi, un hombre famoso por ser frío como el hielo, estaba evidentemente nervioso y la decepción podía leerse en su rostro. Encendió un cigarrillo sin filtro y dio una larga calada para intentar disimular su inquietud. Con tono hosco y seco se dirigió a su guardaespaldas.

—Empiezo a cansarme de ver caer a mis hombres. Ve a por él. Recuerda que le necesitamos vivo.

Burakurozu, la rosa negra de la Genyosha, asintió y se puso en movimiento. De un grácil salto se encaramó en una pila de cajas y desde allí se impulsó hasta la parte baja de la galería del segundo piso. Comenzó a balancearse atrás y adelante hasta alcanzar la suficiente inercia para auparse sobre la barandilla metálica de la planta superior. Una vez arriba se encaminó con premura al hueco de la escalera que descendía a la planta baja, moviéndose con total sigilo. Descolgó su arco de la espalda y colocó dos flechas en él, sin llegar a tensar la cuerda del todo. Paso a paso continuó su silencioso descenso.

Green Lama se deslizó entre los restos de la puerta, era su mejor y única opción. El dintel le serviría como embudo y obligaría a sus adversarios a tener que cruzar el paso de uno en uno, lo que le daba una gran ventaja táctica pero al mismo tiempo lo mantenía inmovilizado en aquel punto. Desde que abandonara aquella posición, el resto de los ninjas caerían sobre él como una jauría humana. Mantuvo como pudo los embates que llegaban desde la habitación contigua mientras trataba de hallar una manera de salir de aquella trampa.

Una leve vibración del aire a sus espaldas le puso en alerta. Se lanzó a su izquierda para esquivar el proyectil con una rapidez asombrosa. Solo alguien con unos sentidos excepcionalmente desarrollados como los de Green Lama podía haber anticipado el disparo.

Burakurozu lo sabía. Por eso había disparado dos flechas a un tiempo. La primera era el señuelo que iba a colocar al lama verde justo donde le quería. La segunda era la verdadera flecha que estaba destinada a abatir a su contrincante. Su plan funcionó a la perfección. Una flecha atravesó el hombro derecho de Green Lama desde atrás. Ninguna emoción se reflejó en los ojos de la arquera por el triunfo de su misión. Se había limitado a cumplir las órdenes que había recibido como siempre hacía.

Una mueca de dolor desfiguró el rostro del héroe encapuchado de verde. Haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad arrancó de su propia carne el pivote con su mano izquierda. El dolor amenazó con hacerlo desmayar y tan solo su férreo entrenamiento evitó que aquello sucediera. Antes de que las cadenas lo atraparan pudo ver que de la punta de la flecha goteaba una sustancia viscosa y oscura. Algún tipo de veneno, pensó.

Aún derribó a dos ninjas más tirando hacia sí de las cadenas que lo sujetaban. Arrastró a sus captores hasta el alcance de sus extremidades, que seguían golpeando sin descanso. Cada vez más cadenas rodeaban su cuerpo y comenzó a sentir un sopor antinatural. Lo que quiera que hubiese en la flecha de la Rosa Negra empezaba a hacer su efecto. La derrota era inminente.


Varias bofetadas sacaron a Green Lama de la negrura de la inconsciencia. No recordaba cuánto tiempo había pasado en aquel estado. Estaba confuso y desorientado. El recuerdo de su último enfrentamiento con los asesinos de la Genyosha volvió a su mente al mismo tiempo que el dolor volvía a todos los músculos de su cuerpo. Había recibido un castigo inhumano que habría acabado con la vida de cualquier otro luchador que no contara con su legendaria resistencia. Poco a poco se dio cuenta de donde estaba.

Se hallaba atado a una pesada y robusta silla de madera por infinidad de cuerdas. Los que lo habían hecho sabían lo que se hacían. Los nudos eran muy resistentes y estaban hechos de tal forma que cualquier intento por liberarse le provocaba de inmediato la asfixia, al tensarse las cuerdas que rodeaban su cuello. Un trabajo de expertos. Estaba a merced de sus enemigos y totalmente indefenso.

Frente a él se encontraban el barón Kakichi, dos ninjas de la Genyosha y la misteriosa Rosa Negra.

. —Ahora podemos tener una conversación sin imprevistos. —dijo Kakichi, el jefe de la organización conocida como Océano Oscuro

Green Lama no respondió.

—Sé que no va a ser una conversación de igual a igual, ya que uno de los dos parece estar en gran desventaja. —insistió el rechoncho japonés con sorna

El monje levantó la cabeza.

—Exacto. Y ése eres tú.

El barón Kakichi lanzó una risa burlona

—Debo admitir que es usted una persona extraordinaria. No es así como yo lo veo.

Green Lama clavó su mirada en el agente de la inteligencia japonesa. Sus ojos brillaban con un leve resplandor verde que los hacían visibles incluso a través de las sombras que cubrían su cara dentro de la capucha.

—Debes fijarte en quién está atado y quién tiene miedo del otro. —advirtió sin asomo de emoción alguna el monje

La expresión de superioridad desapareció de inmediato de Kakichi. A pesar de tener al odiado enemigo de su familia derrotado y a su merced, no pudo evitar cierto desasosiego ante aquellos ojos que le taladraban el alma. El barón desvió la mirada y derivó la conversación hacia terrenos menos incómodos.

—Tú serás la llave que nos lleve al triunfo final. Recuperaré el honor perdido de mi familia, vengaré la muerte de mi hermano y además nos servirás en bandeja las cabezas del resto de los “hombres misteriosos” que pululan por las calles de Nueva York.

Green Lama protestó.

—Jamás colaboraré con algo así.

—Nada hay que puedas hacer para impedirlo. Te lo dije antes, serás el cebo que atraiga a los otros vigilantes. Tus socios han demostrado ser una espina en el costado de nuestro plan final. Los hombres misteriosos son una fuente de inspiración para todos los que se oponen al nuevo orden. Una vez seáis eliminados, la moral de los resistentes se resquebrajará. Perderán la esperanza y las ganas de pelear. Entonces habremos triunfado. Entonces verás a tu país en nuestras manos y será parte de todo aquello contra lo que has luchado.

Tras unos momentos de silencio, Green Lama preguntó.

— ¿Por qué me cuentas todo esto?

—Quiero que lo sepas. Si sigues vivo es únicamente porque yo quiero que lo estés para que veas como todo lo que te importa es destruido hasta los cimientos.

El barón Kakichi destilaba odio con cada sonido que salía de sus labios. No hubo respuesta alguna por parte del lama.

— ¿Te has quedado sin palabras? —se burló el japonés

Green Lama siguió sin responder a las provocaciones del líder de la Genyosha.

—Hemos empezado a transmitir un mensaje que a buen seguro recibirán tus compañeros luchadores contra el crimen, tal y como pomposamente los sigue llamando esa basura panfletaria a la que llamáis periódico que es The Clarion. Si quieren recuperarte con vida tendrán que ir a rescatarte a Liberty Island. Y no te quepa la menor duda de que les estaremos esperando.

— ¿Qué te hace pensar que caerán en tu trampa? —preguntó el monje encapuchado de verde

—Ellos saben que eres un símbolo y que no pueden permitirse tu pérdida. Sería el comienzo del fin de vuestra inmerecida fama de indestructibles. La muerte de uno de los vuestros os quitará ese aura de misterio que os rodea y que os convierte en héroes a los ojos de los estúpidos habitantes de este degenerado país. Se darán cuenta de que detrás de vuestras máscaras y bajo los mantos que os cubren no hay más que hombres y mujeres normales que pueden ser vencidos. ¡Oh sí, tus amigos vendrán!

El lama enterró su cabeza entre sus hombros. Lo que decía el barón Kakita era cierto aunque sus palabras estuvieran tamizadas por un filtro de maldad. Igualmente lanzó un último farol tratando de hacer germinar las semillas del miedo en el corazón de Kakichi.

—Fallarás.

— ¿Cómo? —preguntó incrédulo el jefe de los espías japoneses

—No tienes la suficiente fuerza para derrotar a la liga de luchadores por la libertad que se han congregado en tu contra. Ni siquiera aunque trajeras a todas tus legiones del lejano Japón. Nunca en toda la historia de la humanidad se ha reunido un grupo de hombres y mujeres tan excepcionales. Estás destinado a ser derrotado desde el principio.

—Eso ya lo veremos. Les tengo preparada una pequeña sorpresa.

El barón Kakichi hizo señas a su guardaespaldas, que salió de la celda donde le mantenían retenido. Regresó a los pocos minutos sin que el barón dijera una palabra durante el interludio. Se limitó a escrutar a su prisionero sin quitarle ojo de encima mientras inhalaba el humo de un oloroso cigarrillo sin filtro. La mujer conocida como la Rosa Negra portaba en sus brazos una caja de madera de mediano tamaño. No había señas distinguibles en el exterior de la misma pero se notaba que era de gran calidad y que estaba perfectamente conservada a pesar de la evidente antigüedad que rezumaba la pieza. La mujer de pelo negro azabache se acercó hasta la vera de su daimyo y le hizo entrega de la caja. La kunoichi llevaba cubierta la mitad inferior de sus rostro por un pañuelo pero se intuía su belleza en sus grandes ojos negros. Cuando se giró para volver a su posición original, Green Lama pudo ver en su espalda descubierta el tatuaje de las dos rosas negras cuyos tallos se entrecruzaban y descendían por la espalda de la mujer. La voz del barón Kakichi hizo que el lama volviera a centrar su atención en el líder de los agentes secretos japoneses.

—Has estudiado las artes místicas. Seguro que puedes reconocerla.

El barón levantó la tapa de la caja y mostró su contenido a Green Lama, que abrió sus ojos en señal de asombro. Se trataba de una máscara de porcelana que representaba a un demonio de las viejas leyendas de Japón. Unos afilados dientes metálicos con temibles colmillos presidían su mandíbula, con unas fosas nasales sin nariz y unos ojos rojos que parecían brillar con un fulgor propio. Unos pequeños cuernos de cabra y lo que simulaba ser una larga y desordenada melena de color rojo sangre terminaban aquella impía burla de un rostro. Según esas mismas leyendas, se decía que aquel trozo de porcelana finamente trabajado y ornamentado otorgaba a su portador todos los poderes de los terribles Oni. Lo que temía Green Lama es que la psique del demonio acabara poseyendo a quien la portara y acabase soltando por la faz del planeta a una criatura salida del mismísimo infierno.

—Veo que sabes lo que es por tu expresión. Es la máscara de los Oni. —dijo triunfante el barón Kakichi

—Estás completamente loco. No puedes controlarla. Vas a desatar un mal mucho mayor en este mundo del que pretendes causar. Toda la humanidad acabará pagando tu insensatez. —trató de advertirle Green Lama

—No he llegado a ser el comandante de la Genyosha por casualidad. Todos los miembros de mi familia han sido entrenados desde hace muchas generaciones para ser líderes. Pronto seréis testigos de que el poder del Imperio del Sol Naciente es imbatible y que no hay situación que no podamos controlar o dominar.

Green Lama notó que era imposible razonar con él. El fanatismo y su sensación de autosuficiencia no le dejaban ver más allá de su atrofiada visión del mundo. Los luchadores contra el crimen iban a enfrentarse a una lucha por sus vidas como jamás habían visto antes. Lo peor de todo y lo que más le apesadumbraba era que él iba a ser el cebo que los atrajera a la trampa que podía ser su última batalla.

—Es la hora de poner en marcha el último acto de la historia de los hombres misteriosos de América. La Mano Carmesí, el nuevo señor del crimen de Nueva York, retará a un combate singular a esa liga de imbéciles sobrevalorados. Pero en vez de a él encontrarán esperando a la Genyosha para dar el golpe que borre el recuerdo de los héroes para siempre de las mentes de los hombres y mujeres de los malditos Estados Unidos. Este es el fin de una era y el comienzo de un Nuevo Orden. Al que nadie, ni siquiera tus aliados con sus excepcionales habilidades, podrán hacer lo más mínimo por detener. ¡Llamad al doctor Perlham! —ordenó a sus subordinados

Poco después hizo su entrada alguien que iba vestido con un elegante y caro traje italiano a rayas de color gris. Se cubría la cabeza con un sombrero estilo fedora y lo más llamativo de su atuendo eran el antifaz con el que ocultaba sus facciones y el guante que llevaba en su mano derecha. Ambos de un color rojo carmesí intenso.

—No sabes cómo me alegro de volver a verte. —dijo el mafioso enmascarado

Green Lama reconoció a su antiguo enemigo.

—Perlham, nunca has sido un modelo de buena ciudadanía pero no creí que pudieras llegar a traicionar a tu propio país de esta manera. —le espetó como respuesta al gánster

— ¿Te refieres al país que me ha mantenido pudriéndome en una celda estos últimos años? No, gracias. Mientras pasaban lenta y agónicamente los días de mi condena me juré algo a mí mismo. Que haría cualquier cosa que fuese necesaria para verte derrotado y humillado como tú hiciste conmigo.

— ¿Incluso vender tu patria a estos matones fascistas?

—Sí, incluso eso. Ellos me han puesto en el lugar que me corresponde. Como señor indiscutible del crimen en la Gran Manzana. Sus ninjas han sido decisivos para eliminar a la competencia que se negaba a reconocer mi autoridad. Debo añadir que han acrecentado mi leyenda personal entre los bajos fondos de la ciudad. Cuando los camisas marrones de Nielsen triunfen definitivamente van a necesitar a alguien que controle el hampa, y ése voy a ser yo. Seré asquerosamente rico, aunque es probable que tú no llegues a verlo. Me aseguraré personalmente de que mueras con todo el dolor y sufrimiento que pueda proporcionarte, una vez que dejes de serle útil al barón.

—Basta de cháchara por hoy. Organizad el traslado del prisionero hasta Liberty Island. No hace falta que os recuerde que debéis extremar las precauciones. A pesar de su aparente debilidad, Green Lama sigue siendo un oponente formidable. —interrumpió el barón Kakichi con esta orden a sus hombres

—Creo que es un error mantenerlo con vida. Deberíamos matarlo ahora mismo. —dijo La Mano Carmesí

—Lo que tú creas o dejes de creer me trae sin cuidado.

Green Lama notó que el barón Kakichi no sentía afecto alguno por su socio accidental, más bien todo lo contrario. Debía considerar al jefe del hampa como un mal necesario para la consecución de sus objetivos.


La Isla era el nombre clave de la increíble base flotante autopropulsada que había sido diseñada por el Capitán Futuro y sus Futuremen. El fantástico lugar se había convertido en el hogar provisional de varios de los individuos más singulares y destacados de su época. Para hacer honor a la verdad, habría que decir que incluía a varios que no pertenecían a aquel tiempo pero que eran igual de excepcionales.

La enorme estructura se mantenía continuamente en movimiento para evitar ser descubierta por las fuerzas golpistas y por sus robots asesinos, los Ángeles Negros. La destrucción de La Isla se había convertido en prioridad absoluta para los camisas marrones. No en vano, era lo más parecido a una sede que tenía el presidente electo Roosevelt desde que se había producido el asalto al Congreso y a la Casa Blanca. Desde allí, gracias al avanzado sistema de comunicaciones que el Capitán Futuro había puesto a su disposición, el presidente podía coordinar los esfuerzos de los gobernadores que seguían oponiéndose firmemente al golpe de estado perpetrado por Nielsen y sus tropas profascistas. A través de la radio y el teléfono seguía enviando sus palabras de ánimo y aliento a la población del país. Eso desacreditaba la autoridad de la Junta de Gobierno provisional que lideraba el fascista Harold Nielsen y por ese motivo los tenían en su punto de mira.

Era también el punto neurálgico del secretísimo Departamento G, el único servicio de inteligencia que seguía estando bajo el control directo del presidente. El departamento era coordinado por el agente secreto conocido simplemente como X, un maestro del disfraz y la infiltración que se encargaba al tiempo de la seguridad del presidente Roosevelt. Desde allí se llevaban a cabo las acciones de contraespionaje y sabotaje contra los colaboradores de los golpistas.

Era una pequeña pero muy efectiva y especializada red de agentes, de entre los que destacaba de manera sobresaliente el experto saboteador Operador 5. Este agente era una auténtica pesadilla entre las filas de los golpistas. El número de altos cargos colaboracionistas ejecutados por su mano había alcanzado hacía varios días los tres dígitos. Amén de que había conseguido organizar dos levantamientos populares con éxito en Vermont e Indiana. No había estado ocioso ni un segundo.

En una ocasión un escuadrón de las amenazas mecánicas conocidas como Ángeles Negros llegó a descubrir la localización de La Isla y lanzaron un ataque aéreo contra su posición. Por fortuna para sus habitantes La Isla era también, entre otras cosas, la base principal de operaciones de otro de los miembros de honor del Departamento G. Del archiconocido piloto G-8 y de sus Ases de Batalla, a los que se había unido la bella pelirroja Helene Vaughn con el código G-15. El misterioso G-8, del que nadie conocía su verdadero nombre, se había convertido en leyenda del aire durante la Gran Guerra y ahora era el líder de un escuadrón aéreo de élite equipado con la mejor tecnología que los Futuremen podían proporcionar. La batalla sobre los cielos había sido rápida y cruenta. Los robots, a pesar de sus futuristas armas de energía, no eran rivales para la letal precisión del escuadrón dirigido por un piloto que se había batido con el mismísimo Barón Rojo sobre la verde campiña francesa y había sobrevivido para contarlo. El ala de combate de G-8 había desarrollado tácticas específicas contra las malditas máquinas, que pulían y mejoraban continuamente. No se limitaban solamente a la vigilancia. Con infalible regularidad partían a patrullar los cielos y trataban de proteger objetivos civiles de los ataques de los temidos robots allá donde era posible y su radio de acción les permitía. En tres enfrentamientos no habían tenido una sola baja. Habían reducido a chatarra a ocho Ángeles Negros y obligado a retirarse del combate a siete más. Un éxito considerable pero que no suponía más que una mínima fracción del número de monstruos metálicos que Nielsen tenía en su arsenal.

Otra gran sección de La Isla hacía las labores de laboratorio para los que eran los invitados más singulares de la base. Curtis Newton, más conocido como el Capitán Futuro, con sus asociados el científico sin cuerpo Simon Wright y el androide cambiaformas Otto. Habían llegado provenientes de un lejano futuro para corregir las anomalías temporales que se estaban produciendo y que amenazaban con cambiar el curso de la historia conocida por una mucho más oscura y tiránica si no conseguía impedirlo. El propio capitán y el científico más brillante de la galaxia Simon Wright, que no era ya más que un cerebro conservado en un contenedor diseñado para tal efecto, pasaban cada segundo de su tiempo encerrados en el laboratorio tratando de encontrar la manera de detener al ejército robótico de Nielsen. La recuperación de una unidad de los Ángeles Negros por parte de Black Bat y The Spider en un estado casi perfecto de funcionamiento les había permitido conseguir algunos avances en su búsqueda. Gracias a la baliza electrónica que llevaban todos los robots habían logrado triangular la posición del resto de unidades, lo que era una información valiosísima para la resistencia antifascista. Habían averiguado también que todos estaban controlados por un nexo central al que llamaban unidad cero y que el capitán sabía que se trataba de su desaparecido y fiel robot Gragg. Alguien había pervertido la programación de su creación para convertirlo en el director de orquesta de toda aquella destrucción. Un error que le acompañaría mucho tiempo y que no dejaría de atormentarle en una muy larga temporada. Apenas comía ni descansaba, se sentía culpable. Había viajado a través del tiempo para tratar de corregir las divergencias temporales que habían surgido con la aparición de una tecnología que no debía existir hasta muchos años en el futuro, pero temía que su presencia en este tiempo solo hubiese complicado las cosas aún más.

Terminaba la lista de notables invitados alguien que se encontraba allí como pez fuera del agua. El salvaje blanco llamado Ki-Gor. Criado en las junglas más profundas del Congo tuvo que aprender a sobrevivir por sí mismo desde su infancia y había llegado a convertirse en una leyenda de la que los nativos hablaban con reverencial respeto algunos y con encendido odio otros, los más malvados. Era una tribu de un solo hombre. O al menos lo fue hasta que una mujer caída del cielo llegó hasta él y acabó convirtiéndose en su compañera y amante, Helene Vaughn. Helene era una piloto formidable y había encontrado su lugar entre los Ases de Batalla de G-8, pero Ki-Gor seguía bastante desubicado y ardía en deseos de luchar contra sus enemigos. No se sentía útil y quería colaborar en la derrota de los nazis y hacerles pagar por las numerosas vidas que habían segado aquellos diabólicos tiranos entre sus amigos de las tribus. Aunque echaba mucho de menos su rudimentario hogar en la jungla, no desesperaba porque presentía que pronto iba a tener su ansiada lucha.

El agente X revisaba por enésima vez el mapa que le había proporcionado el Capitán Futuro en su diminuto despacho. Había una gran concentración de ellos en el distrito capital de Washington. Allí se encontraba la unidad cero. Nielsen había hecho que la trasladaran desde un punto de Florida que no habían podido determinar porque cuando consiguieron activar el sistema de seguimiento la unidad central ya se encontraba en movimiento, camino de su nueva ubicación. X estaba dispuesto a apostar la paga de un año a que se encontraba en la misma Casa Blanca. El megalómano de Harold Nielsen la había convertido en su bunker personal y en una muestra de su poder incontestado ante el mundo. Alguien llamó a la puerta y pidió permiso para pasar. Reconoció la voz del agente G-12 y se lo concedió.

—Señor, hay un mensaje que se repite por todas las frecuencias. Está encriptado pero hemos podido descifrarlo. Es un código de la marina que dejó de usarse por sospechas de que había sido descubierto por los servicios de inteligencia del Eje. —explicó

— ¿Voy a tener que presentarle un formulario por escrito para que me diga qué demonios dice ese mensaje, agente? —preguntó en tono recriminatorio X

—Por supuesto que no, señor. Me he tomado la libertad de transcribirlo y traerle una copia. —respondió azorado el agente

X tomó el trozo de papel entre sus manos y comenzó a leer.

“A los hombres misteriosos. Vuestro tiempo se acaba. Para demostrarlo ejecutaremos en la medianoche del día de hoy al vigilante Green Lama en Liberty Island. La ciudad de Nueva York tiene un nuevo dueño y ya no se tolera vuestra presencia en nuestras calles. Os reto a un desafío cara a cara si queréis intentar evitar la muerte de vuestro compañero.

Firmado por La Mano Carmesí”

— ¿Esto es todo?

—Sí señor.

—Muy bien, retírese. —ordenó X

El agente X abandonó su despacho poco después para reunirse de urgencia con el presidente que se encontraba en un despacho a menos de una decena de metros del suyo.

—Señor presidente, esto acaba de llegar por radio. —dijo al encontrar la puerta del despacho abierta

—Déjeme verlo. —pidió el presidente

Lo leyó atentamente y con el ceño fruncido preguntó.

— ¿Qué veracidad tiene este mensaje?

—Aún no he podido comprobarlo pero la posibilidad existe. Green Lama dejó La Isla ayer y partió en su avioneta privada rumbo a Nueva York. No hemos sabido nada desde entonces. He tratado de contactar con él por la radio y solo he logrado hablar con uno de sus ayudantes, un tal Brown que me afirma que desconoce su paradero actual. —explicó X

Roosevelt sacudió la cabeza preocupado.

— ¿Sabemos a que fue Green Lama a Nueva York?

—No lo sé a ciencia cierta. Comentó algo sobre que sería más útil en la ciudad que en La Isla pero no concretó nada.

—Es un asunto que compete a la policía de la ciudad. Nosotros poco podemos hacer desde el gobierno. Sabemos que los chicos de azul están saturados de trabajo y no les vendrá mal una ayuda extra. Convoque de inmediato a La Liga de los Hombres Misteriosos. —ordenó el presidente

—Un nombre con gancho. —bromeó X. Al ver que el presidente no estaba para bromas, añadió— Enseguida, señor.


Tres horas más tarde todos los miembros de la recién denominada Liga de Hombres Misteriosos se hallaban sentados alrededor de una gran mesa redonda, todos excepto Green Lama. Presidía la reunión Franklin Roosevelt.

—Señores...y señora —comentó tras una corta pausa dirigiéndose a Helene Vaughn—... Tienen ustedes en sus puestos una copia del mensaje que hemos recibido hace unas horas. Quizás algunos ya conocieran su existencia, si no es así les ruego que lo lean.

El presidente dejó unos segundos para que pudieran hacerlo y continuó.

—Green Lama continúa ilocalizable hasta el momento. —añadió el presidente

El Fantasma tomó la palabra.

—Ayer estuvo en mi cuartel general. Estaba bastante interesado en una serie de robos que se habían cometido en varias plantas químicas de la ciudad. Me pidió colaboración para acceder a los informes policiales y le puse en contacto con el teniente Caraway. Últimamente debido a la falta de medios y a la corrupción del cuerpo, me he visto obligado a convertirme en el jefe oficioso de la policía de Nueva York en un desesperado intento por mantener la ley en las calles. En previsión de que pudieran resultar útiles he traído copias de los informes solicitados por Green lama. Son estos. —Deslizó al centro de la mesa varias carpetas con el logotipo del cuerpo de policía de Nueva York sobreimpreso

El presidente Roosevelt hizo ademán de acercarse para coger las carpetas pero se detuvo y miró directamente al Fantasma

—Estoy seguro de que has investigado este asunto y que debes tener alguna conclusión. Por algo eres el mejor detective de Nueva York.

Sin hacer ninguna muestra de agradecimiento por el cumplido, el Fantasma respondió.

—Todo apunta a que La Mano Escarlata ha vuelto. —fue su corta explicación

—Alguien del hampa está acabando con la competencia. Las calles de los bajos fondos están muy revueltas y hay mucho miedo. Todos hablan de un nuevo señor del crimen. —explicó Black Bat

—Los robos de productos químicos parecen ser parte de algún gas paralizante o somnífero. Eso coincide con el modus operandi de La Mano Escarlata. —se extendió algo más en explicaciones El Fantasma

—Las piezas parecen encajar. —comentó el aviador y agente secreto G-8

—Demasiado bien. —dijo rotundo Ki-Gor con un extraño tono

Todos los presentes miraron un tanto sorprendidos al hombre de la jungla. Por su aspecto hosco y sobre todo por los largos silencios que Ki-Gor solía mantener, tendían a olvidarse de que seguía allí.

—No llego a entender del todo a que se refiere usted, Mr. Ki-Gor. —comentó el presidente Roosevelt

—En la jungla existe una tribu de bantúes llamados los Wandarobo. Son más pequeños y débiles que sus tribus vecinas. Suelen atrapar gacelas vivas pero no con la finalidad de comerlas. Las usan como cebo para atraer a cazadores incautos, dejando rastros que cualquiera puede seguir. El cazador acaba convertido en la presa, los Wandarobo son caníbales. —explicó el fornido rubio de piel bronceada por el sol

La mayoría trató de disimular una mueca de disgusto al imaginar la escena en sus mentes. Helene besó cariñosamente a su compañero, amigo y amante.

—Una teoría interesante. —concedió X que miraba entre el asombro y el respeto a Ki-Gor

—Con la que yo también estoy de acuerdo. —exclamó El Fantasma

—Pero nos dijiste que todo apuntaba a que se trataba de La Mano Escarlata. —le recordó el presidente extrañado por la incoherencia

—Y así es, todo apunta en la misma dirección. Tal y como dice Ki-Gor es como si quisieran llevarnos hasta la solución. ¿Qué interés puede tener La Mano Escarlata en enfrentarse tan abiertamente a todos nosotros? Acaba de recuperar su estatus y está todavía afianzando su organización. Con las fuerzas del orden de la ciudad mermadas y con los disturbios de los camisas marrones de Nielsen, nadie ha estado prestando atención a lo que sucedía en los bajos fondos. Es el entorno adecuado para que una comadreja como La Mano Carmesí prospere. Es absurdo embarcarse en una guerra cuando no controlas ni tu propio territorio. —comentó El Fantasma

Todos quedaron rumiando las palabras del caballero del antifaz.

—Entonces lo más probable es que se trate de Nielsen o de alguno de sus secuaces. —apuntó G-8

—Eso no cambia el hecho de que Green Lama pueda estar en manos de unos psicópatas. ¿Qué pensamos hacer al respecto? —inquirió Helene

Las miradas se centraron sobre Franklin Roosevelt. No era un miembro de aquella extraña sociedad de hombres misteriosos pero seguía siendo el legítimo presidente de los Estados Unidos y ahora mismo estaban en guerra contra los golpistas.

—Tiene todo el aspecto de ser una trampa. —dijo el presidente para evitar tomar una decisión y pedir consejo a los presentes

—No sé qué tenemos que pensar. Green Lama está en peligro. Debemos ir a rescatarle. —espetó contundente Black Bat

—Opino igual. —se sumó El Fantasma

Ki-Gor apoyó las palmas de sus manos sobre la mesa y respondió con una pregunta que dejaba bien clara cuál era su opinión al respecto.

— ¿Cuándo salimos?

—Estoy con ellos. —afirmó Helene Vaughn

—Yo también. —comentó el Capitán Futuro

Una voz digitalizada protestó.

—Debo oponerme a que Curtis participe en esa misión de rescate. Estamos muy cerca de conseguir una solución definitiva contra los Ángeles Negros. Tenemos que dedicar todo nuestro tiempo a esa investigación. Entiendo que está en juego la vida de una persona muy querida pero también lo están las vidas de cientos de miles que caerán por la represión de los camisas marrones si Nielsen se afianza en el poder. No hace falta que os recuerde las barbaridades inhumanas que están cometiendo los nazis en Europa contra los judíos y otras minorías étnicas, o los terribles crímenes a los que someten los japoneses a la población en la China ocupada. Eso podría acabar ocurriendo en América si no los detenemos a tiempo. Tenemos que dedicarnos al bien mayor. Los números mandan. —se oyó por el altavoz del recipiente que contenía el cerebro de Simon Wright.

—En este caso no puedo estar de acuerdo contigo, Simon. No del todo, al menos. La ciencia no puede resolverlo todo. No se trata de simples matemáticas sino de personas. Hablamos de la vida de un amigo que no dudaría en hacer lo mismo por nosotros. En un símbolo que da esperanza y lleva justicia a personas que no tienen posibilidad de encontrarlas por sí mismas. De todas formas no hay nada que tú no puedas hacer mejor que yo en la investigación. Voy con ellos. —dijo rotundo pero calmado el Capitán Futuro

Helene Vaughn que era la más sensitiva se dio cuenta del cambio gradual que se había producido en el Capitán Futuro y sonrió complacida. Era bastante menos estirado y mucho más humano que cuando le conoció por vez primera.

—Es lo que siempre os he dicho cada vez que nos hemos reunido. Solo luchando juntos podemos vencer. Me alegro de que por fin os hayáis decidido a hacerme caso. —comentó una sonriente Helene

Los miembros del Departamento G no habían participado en la votación porque su decisión no dependía de ellos sino de su comandante en jefe, el presidente de los Estados Unidos. Fue G-8 el que expuso en alto la pregunta.

— ¿Cuáles son las órdenes del Departamento G, señor?

Roosevelt tardó en responder, seguía dando vueltas a la infinidad de opciones y posibilidades que podía abrir aquel evento.

—No podemos dejar La Isla sin ningún tipo de defensa. Si se trata de La Mano Carmesí, es un asunto de la policía. Y si se trata de una trampa de Nielsen… también os voy a necesitar aquí como plan de contención si algo sale mal. No puedo ni debo arriesgar a todas nuestras fuerzas en una única operación. Lo que me pedís es que me lo juegue a todo a una sola carta y no puedo hacerlo. Este país le debe mucho a Green Lama pero yo me debo a los ciudadanos.

Los agentes del Departamento G hicieron el saludo militar a su presidente sin hacer el menor reproche ni proferir queja alguna.

—Es una ocasión excelente para estrenar el Mantarraya II. —anunció el Capitán Futuro levantándose de la mesa e invitando al resto a que le siguieran

Dejaron atrás la zona de despachos y oficinas y se dirigieron hacia los hangares donde dormían las aeronaves de los Ases de Batalla. Además de las familiares siluetas de los aeroplanos del escuadrón de G-8, una gran aeronave negra de unos veinticinco metros de longitud era lo más novedoso en el lugar. Equipada con cuatro potentes motores de explosión retroalimentados y de líneas suaves y aerodinámicas.

—Es algo distinto al anterior. —comentó Black Bat en un primer vistazo

—Sí, he aprendido de mis errores. He seguido los mismos principios que utilicé en las mejoras que hice a las aeronaves de los Ases de Batalla. Esta nueva versión del Mantarraya no tiene ningún tipo de tecnología que no sea de esta era. Aunque me he permitido retorcerla un poco para llevarla a su límite. Es lo que he bautizado como tecnología dieselpunk.

—Muy interesante todo eso. ¿Cuándo nos vamos? —volvió a preguntar Ki-Gor


Ki-Gor emergió de las frías aguas del Río Hudson en la orilla norte de Liberty Island, en el lado opuesto del lugar en el que se encontraba el símbolo más universal de la ciudad, La Estatua de la Libertad. Llevaba el cuerpo cubierto de un tinte vegetal de un verde casi negro. Bajo el amparo del manto de la noche comenzó a moverse tierra adentro apoyado sobre manos y pies para ofrecer el mínimo de silueta si había algún francotirador y también para entorpecer su detección a los vigías. Era como si a pesar de la oscuridad reinante el hombre de la jungla supiese donde pisar en cada momento exacto para no producir un solo sonido que pudiera delatar su posición.

Alguien no demasiado lejos de él se movía, también era sigiloso y trataba de amortiguar el sonido de sus pasos, más no lo suficiente para escapar de los aguzados sentidos de Ki-Gor. Se echó cuerpo a tierra por completo, preparado para actuar al instante si llegaba a darse el caso. Finalmente localizó al guardia moviéndose hacia el este. Estaba cubierto por la primera fila de árboles que se extendían por el sur, a unos 30 metros de su posición. Al otro lado de la arboleda se hallaba la gran plaza redonda que conecta con la avenida que conduce al sitio de la gran estatua. No parecía que el guarda se hubiera percatado de la presencia del salvaje blanco porque continuó su ronda sin detenerse. Ki-Gor permaneció inmutable y una vez se aseguró de que estaba fuera del campo de visión del vigía, se deslizó entre las copas de los frondosos árboles. Con la agilidad de una pantera saltó de rama en rama, sin que sus acrobacias provocaran más ruido que el que producía el mecer del viento en las hojas.

Vio con claridad al guardia por vez primera. Reconoció su vestimenta como la de los asesinos de la Genyosha que le había descrito El Fantasma. Ki-Gor no entendía mucho de la política del mundo civilizado, pero sabía lo suficiente como para saber que eran aliados de los nazis y que retenían a Green Lama como prisionero. Esos dos motivos bastaban al hombre de la jungla para incluirlos entre sus enemigos. El ninja no vio venir al corpulento rubio, ya estaba inconsciente cuando golpeó el suelo de bruces. El atlético hombre de la selva confirmó que no había más guardias en los alrededores. Cuando estuvo seguro cogió la pequeña radio que llevaba sujeta a su taparrabos de piel de leopardo.

— ¡Despejado! ¡Repito, todo despejado!

— ¡Roger! —recibió como respuesta una voz electrónica que reconoció como la de Curtis Newton, alias Capitán Futuro

Ki-Gor oteaba con ansia las aguas de la orilla desde su atalaya vegetal. No pasó mucho tiempo hasta que una línea de espuma blanca a pocos metros de la costa le hizo saber que el Mantarraya II ya estaba allí. El increíble vehículo podía desplazarse por tierra, por mar y también bajo el agua. Los motores estaban en modo silencioso y apenas eran apreciables las vibraciones que producían. La aeronave y submarino embarrancó en la costa con el morro apuntando al río. De la parte trasera del aparato descendió una amplia puerta levadiza que cuando tocó tierra hizo las funciones de rampa. Dos sombras bien recortadas por la luz que provenía del interior de la nave saltaron de ella y se dirigieron a la carrera hasta donde se encontraba Ki-Gor.

— ¿Hacia dónde vamos ahora? —preguntó el noble salvaje mientras descendía del árbol

El Capitán Futuro consultó la computadora de su traje.

—Tengo grabado el patrón biológico de Green Lama. Está al sureste de nuestra posición.

El Fantasma oteó en aquella dirección.

—La Estatua de la Libertad. Eso debe tener sentido en la mente de ese japonés engreído de Kakichi. Ese es uno de sus hombres. —dijo señalando al ninja que seguía tumbado boca abajo, ajeno a todo lo que pasaba a su alrededor

Algo llamó la atención del Fantasma. La mirada inquisitiva del enmascarado no pasó desapercibida para el Capitán Futuro, que sacó unas extrañas gafas de uno de los muchos compartimentos que tenía en su cinturón de utilidades. Una vez con los llamativos anteojos puestos, se detuvo a inspeccionar el entorno.

Varias barcazas de desembarco se veían amarradas al muelle donde generalmente atracaba el ferry proveniente de Battery Park cargado de turistas y visitantes. Por lo que parecía, el barón Kakichi se había hecho con el control de la pequeña isla y había traído con él a un gran contingente de tropas. Continuó revisando el resto del lugar y pudo ver como la base de la Estatua de la Libertad estaba erizada de piezas antiaéreas.

—Hicimos bien en no acercarnos por aire. Los japoneses han cubierto bien las opciones para repeler un posible ataque aéreo o anfibio. —advirtió el capitán

El lado de la isla en el que se hallaban en ese momento estaba menos vigilado, pero eso les obligaba a cruzarla de lado a lado para llegar hasta la estatua. No era un recorrido particularmente largo pero preveían que se iban a encontrar todo tipo de obstáculos a su paso. Las barcazas del muelle debían haber traído gran cantidad de hombres y material bélico. El barón Kakichi no había reparado en medios para tratar de acabar con ellos.

—Lo mejor será que atravesemos el bosquecillo y aprovechemos su cobertura tanto como nos sea posible. —aconsejó El Fantasma

Los tres hombres se mostraron de acuerdo y emprendieron su camino. Llegaron al otro lado de la arboleda y tuvieron una visual de la enorme plaza circular en la que convergían los caminos de la isla. Todo estaba en silencio y no se veía a nadie. Se disponían a continuar su marcha cuando un destello de energía brilló por unas décimas de segundo alrededor del cuerpo del Capitán Futuro. Miró a sus pies y pudo ver la flecha que acababa de impactarle.

—De no haber llevado conectado mi campo de fuerza, esa flecha me habría atravesado el corazón. —se asombró el hombre del futuro

La conversación quedó en el aire porque del otro lado de la plaza, provenientes de las residencias de los trabajadores de la isla, comenzaron a salir miembros de la Genyosha. Iban armados con rifles y no tardaron nada en arrojar una granizada de plomo sobre los tres héroes. Al menos veinte de ellos en ordenada formación no paraban de vomitar fuego. Los luchadores contra el crimen tuvieron que buscar refugio detrás de los gruesos troncos de los árboles.

—Están equipados con lo mejor. Son rifles del Tipo 99, más potentes y con apenas retroceso. —explicó El Fantasma

Ki-Gor trepó a la copa más cercana en un intento de buscar una zona más despejada por la que retirarse, pero tuvo que desistir de su empeño porque en cuanto alcanzó las ramas altas una flecha estuvo a punto de atravesar su cuello. Solo los felinos reflejos del hombre criado en las junglas del Congo le evitó acabar desangrado. La saeta pasó tan cerca de su objetivo que llegó a cortar un mechón de la rubia melena que le llegaba hasta los hombros.

—Cuidado con la arquera. Green Lama y yo nos encontramos con ella en Los Ángeles y su puntería es letal. —advirtió El Fantasma señalando a las filas japonesas

Allí estaba Burakurozu. Ella era la que por órdenes directas del barón Kakichi comandaba las tropas que debían enfrentarse a los hombres misteriosos.

El Capitán Futuro devolvió el fuego con su pistola láser y a pesar de la distancia consiguió abatir a dos de los asesinos. Poco consuelo fue ese porque de inmediato comenzaron a llegar más de ellos provenientes tanto de los barracones del personal como de los alrededores de la gran plaza circular. Curtis Newton volvió a cubrirse tras la gruesa corteza del árbol y con su mano izquierda tocó un botón del panel electrónico que llevaba adosado en la manga izquierda de su traje de batalla.

—Estamos atrapados en la plaza. Sería un buen momento para que hicieras tu aparición. —dijo a través de la radio

—Voy en camino. —se oyó que decía la voz grave de Black Bat a través del altavoz del receptor

Durante el siguiente minuto siguieron recibiendo un intenso fuego de fusilería que les impidió realizar maniobra alguna mientras los comandos japoneses iban rodeando su posición. El primero en oírlo fue Ki-Gor gracias a sus sentidos desarrollados en la selva, donde eran indispensables para la supervivencia. Al principio fue como un ronroneo lejano pero poco a poco fue aumentando de intensidad hasta que se identificó como un motor. A Ki-Gor le pareció un rugido de león pero incrementado muchas veces de potencia.

De entre los árboles, arrancándolos literalmente de cuajo, apareció como una tromba el nuevo Blackbat V8. Un potente y robusto vehículo de combate diseñado por El Capitán Futuro. Una sombra negra que se confundía con la noche y que era una maravilla de la ingeniería, de líneas suaves y aerodinámicas. Con un potente motor de explosión y otro de auxiliar de compresión que se alimentaba de los propios gases de la combustión y que añadía todavía más potencia a aquella bestia de la carretera. Recubierto de una gruesa capa de blindaje hecha de una ultra resistente aleación creada por el Mago de la Ciencia llamado Curtis Newton.

Black Bat iba al volante de la potente máquina. La estabilidad y la suspensión del vehículo eran increíbles. A pesar de lo irregular del terreno, en su interior apenas se notaban las vibraciones. Los amortiguadores compensaban de manera automática los desniveles y eso facilitaba enormemente la conducción. Cuando llegó al centro de la plaza apretó el freno y el vehículo se detuvo en un cortísimo trecho.

Los asesinos de la Genyosha intercambiaron miradas de confusión y desconcierto entre ellos pero en breve concentraron el fuego contra el extraño automóvil. Las balas no consiguieron dañar la carrocería.

—Espero recordarlo bien y que no acabe volando por los aires. —dijo Black Bat para sí mismo al apretar uno de los numerosos botones que decoraban el salpicadero

Por suerte para Black Bat, el coche no explotó sino que se limitó a hacer lo que se esperaba que hiciese. Los laterales del capó se hundieron y comenzaron a desplegarse dos ametralladoras. Para cualquiera que no tuviese la extraordinaria capacidad de Black Bat de ver en la oscuridad habría sido una casualidad acertar a cualquier objetivo, pero en sus manos el arma causó una completa escabechina entre las filas japonesas. Eran balas piadosas, proyectiles de goma diseñados para incapacitar pero no para matar. No es que a Black Bat le hubiese importado mucho que fueran balas convencionales. No mataba a sangre fría pero lo que se había desatado en Liberty Island era una guerra abierta y al fuego se le respondía con fuego.

Los comandos japoneses optaron por replegarse a los barracones ante la brutal superioridad de fuego y la asombrosa resistencia del blindaje del Blackbat V8. Momento que aprovechó Black Bat para abrir las puertas del portentoso coche.

— ¿Queréis que os lleve? —preguntó a sus compañeros

Era una invitación que no se podía rechazar. Ki-Gor, el Capitán Futuro y El Fantasma se deslizaron con rapidez al interior del vehículo. Apenas el último de ellos estuvo a bordo, el motor volvió a rugir con toda su potencia. Se levantó una nube de polvo e inmediatamente salieron disparados a toda velocidad. Giraron a la izquierda, enfilando directos hacia el monumento de la Estatua de La Libertad. Se oía todavía el repiqueteo de las balas japonesas en la carrocería aunque eran incapaces de traspasar el blindaje.

Cuando se dirigían a toda velocidad a la base de la estatua, una serie de explosiones que abrieron enormes socavones en la calzada les hizo detenerse abruptamente. Recibieron un impacto en la parte delantera del vehículo y vieron como el enorme proyectil luminoso explotó abollando considerablemente la chapa y astillando de paso los cristales con la onda expansiva.

— ¡Son balas explosivas de alto calibre! —exclamó El Fantasma

El Capitán Futuro miraba asombrado sin creer del todo lo que veía.

—No conté con algo así. Retrocede, rápido. —pidió a Black Bat

El piloto puso la marcha atrás y se disponía a pisar a fondo el pedal del acelerador cuando un segundo impacto perforó el motor del coche explotando con tal potencia que levantó el coche más de un metro en el aire. El ruido de la máquina se apagó. La cabina estaba especialmente reforzada por lo que los ocupantes se habían salvado de lo peor de la explosión y apenas tenían algunas magulladuras.

—No vamos a poder resistir más impactos de ese calibre. —sentenció el Capitán Futuro

—Volvemos a estar atascados. Tampoco podemos salir o nos convertirán en picadillo. —comentó con el ceño fruncido El Fantasma

Black Bat golpeó el volante del vehículo de pura frustración.

—No, me niego a morir atrapado como un perro y simplemente esperando a que una bala nos acierte. Si he de morir, que sea a lo grande. —dijo desenfundando sus dos colts

—Es un suicidio. —protestó el Capitán Futuro

—Cualquier opción es mejor que esta.

Black Bat se dispuso a abrir la puerta del coche cuando una enorme sombra negra pasó a toda velocidad sobre sus cabezas creando un sonido parecido al de succión. Era el Mantarraya II. El Capitán Futuro se apresuró a consultar su panel electrónico y pulsó un botón para abrir una canal con la nave.

—Ms. Vaughn, aléjese de aquí inmediatamente. Sur órdenes eran permanecer en la aeronave hasta nuestro regreso. La Estatua está bien protegida con artillería antiaérea. ¡Repito, retírese!

Tras unos instantes de estática una voz femenina le respondió.

—Me temo que esa es una orden que no voy a cumplir, capitán. No podemos abortar la misión ahora y sin mi ayuda no son más que peces en un barril.

—No puedo permitirlo, es demasiado peligroso. —se quejó Curtis Newton

El Fantasma apoyó una de sus manos en el hombro del Capitán Futuro.

—Ella tiene razón. —le dijo intentando hacerle comprender

—Suerte, Ms. Vaughn. —terminó el capitán la conversación por radio

Ki-Gor miró con evidente preocupación la fugaz línea de la aeronave que se alejaba.

—Amigo, eres un hombre afortunado por tener a una mujer como esa a tu lado. —dijo Black Bat


Helene Vaughn se había sentido un poco molesta cuando el capitán le había ordenado quedarse en el Mantarraya II con Otto. Le sorprendía que en el futuro siguieran teniendo los mismos clichés sexistas y que Curtis se mostrara tan paternalista con ella a veces. Ahora que las balas trazadoras de los antiaéreos empezaban a iluminar el cielo a su alrededor y que sabía que en breve comenzarían a bombardearla con aquella munición explosiva, comenzó a desear no haberse quedado a bordo.

—Otto, voy a necesitarte como artillero. Yo voy a estar bastante ocupada tratando de mantener este trasto de una sola pieza.

—Imposible. Mi programación me impide disparar sobre seres vivos. —informó con voz neutra el pálido androide

—No tienes que matar a nadie. Tan solo asegúrate de destruir ese cañón para que nuestros compañeros puedan acercarse hasta la estatua.

Esperaba que Otto la hubiese oído porque ahora necesitaba poner sus cinco sentidos en la aeronave. Helene ya era una excelente piloto antes de conocer a Ki-Gor. De hecho había acabado conociendo al noble salvaje cuando la avioneta que ella misma pilotaba cayó en la jungla del Congo por un fallo mecánico durante un viaje desde El Cairo hasta Johannesburgo. A su experiencia previa se unían las horas de entrenamiento con los Ases de Batalla del agente G-8. No había nadie mejor que él a los mandos de un aeroplano en todo el planeta y si bien no le había enseñado todo lo que sabía, sí que había aprendido algunos trucos.

Comenzó una serie de maniobras erráticas que había practicado con el escuadrón de leyendas del aire para dificultar la puntería a los artilleros japoneses. El cielo se llenó de una letal cortina metálica cuando las baterías anti aéreas comenzaron a vomitar ráfagas de fuego que iluminaban la noche. Helene apretó los dientes, haciendo uso de sus reflejos para anticiparse a las intenciones de sus enemigos y no estar en el lugar donde aquellos ponían sus proyectiles. Interiormente rezó una plegaria para que Otto inutilizara con rapidez el cañón de las balas explosivas y dejara paso franco a sus amigos en tierra. Porque no creía poder mantener aquel ritmo endiablado y frenético durante mucho tiempo más.


El barón Kakichi colgó el micrófono de la radio sin dignarse a responder a los desesperados gritos de auxilio de sus hombres. Se volvió hacia Green Lama, que seguía atado de pies a cabeza sobre una silla que era el único mobiliario que se veía en la sala de observación de la corona de La Estatua de La Libertad.

—Tus camaradas se las han apañado para vencer a mis comandos y destruir las armas pesadas que protegían nuestra posición. Supongo que no deberían tardar mucho en llegar hasta nosotros. No es que me sorprenda, al fin y al cabo es lo que hacéis los hombres misteriosos. ¿No es así? Lucháis contra enemigos que os superan en número y nunca desfallecéis ante la adversidad. Porque no hay ningún hombre que pueda venceros. Pero esta vez, no se enfrentarán a un hombre. —dijo acariciando con insano placer la caja de madera oscura que llevaba consigo en todo momento

Green Lama imploró una vez más a su enemigo, buscando algún resquicio de humanidad dentro del odio que le dominaba para que desistiera de su plan. Pero tal y como temía, sus súplicas cayeron en saco roto. No pedía por su vida, trataba de evitar que el japonés usara el objeto maldito.

Kakichi abrió la tapa de la caja y miró su interior con la locura dibujada en sus ojos. Tenía una sonrisa de pura maldad estampada en el rostro, que reflejaba el antinatural brillo del infernal artefacto. Cogió entre sus manos la máscara y arrojó con desprecio la caja vacía, pues ya no no le era de utilidad.

La levantó con lentitud y puso el objeto sobre su cara.

La máscara de porcelana parecía estar hecha ahora de algún tipo de arcilla. Se estiraba y movía como si tuviese vida propia. Unos pequeños zarcillos con forma de tentáculos sobresalieron de la superficie de la máscara y se introdujeron a través de la carne del rechoncho japonés. Sus gritos fueron ahogados por la máscara pero eran todavía audibles. Por su tono desgarrador se intuía la agonía que estaba sufriendo. Las facciones del demonio comenzaron a dejar de ser algo dibujado en la porcelana y sustituyeron al rostro de Kakichi en una aterradora transformación. Los ojos de la criatura habían dejado atrás su humanidad y brillaban con una mortecina luz roja. Su cuerpo sufrió una terrible transformación. Sus músculos crecieron y aumentó de tamaño hasta sobrepasar de largo los dos metros de altura. La piel del que fuera el barón Kakichi se tornó de un gris oscuro del color de la piedra y al parecer, de la misma dureza también.

El primero en aparecer en la escena fue el Capitán Futuro. Usando los retropropulsores de su traje de combate alcanzó la balaustrada exterior y se introdujo en la corona a través de las aberturas panorámicas de la corona de la estatua. Un garfio que Green Lama reconoció voló por el aire hasta ir a afianzarse sobre la misma estructura. Black Bat estaba en camino.

La mera visión del demonio habría congelado la sangre al más pintado, pero el Capitán Futuro rompía el molde. Acostumbrado como estaba a encontrarse todo tipo de extrañas criaturas durante sus viajes a lo largo y ancho de todo el universo, no se dejó impresionar por el inquietante aspecto del ser. Desenfundó su pistola de energía y disparó contra él.

No parecía haberle afectado en lo más mínimo. El demonio cargó contra el capitán a una velocidad inhumana. Curtis Newton tuvo que hacer uso de su retropropulsor para esquivar la embestida, cosa que solo logró parcialmente porque su pierna derecha fue apresada por los brazos de la criatura. La enorme bestia humanoide lanzó al hombre del futuro con toda su fuerza infernal y éste fue a estrellarse bruscamente contra la pared oeste. Su campo de fuerza personal le salvó de lo peor del terrible impacto, aún así se sentía como si hubiese pasado por una picadora de carne gigante. Ignorando el dolor que recorría todo su cuerpo puso su pistola de energía a máxima potencia y trató de ponerse en pie.

Black Bat se unió a la lucha. Atravesó la balconada de un impresionante salto y ya había desenfundado sus dos colts automáticas cuando sus pies tocaron el suelo de la sala de la corona. Una descarga continua de fuego cayó sobre el demonio. Black Bat continuó disparando sin parar con fría precisión hasta acabar los cargadores de ambas armas. La estancia se llenó de humo y de un intenso olor a pólvora.

—Un poco ruidoso para mi gusto, aunque no se puede negar que como distracción está funcionando a la perfección. —oyó Green Lama una voz susurrante a su espalda

El lama giró lo poco que sus ataduras le permitían mover la cabeza y vio tras él al Fantasma deshaciendo los nudos que le mantenían inmovilizado.

El barón Kakichi en su forma demoniaca ni siquiera detuvo el paso por las balas de Black Bat. Con su brazo como un tronco dio un manotazo del revés, deshaciéndose de él con la misma facilidad que alguien apartaría a una mosca. El Fantasma y Green Lama lo golpearon por la espalda con todas sus fuerzas y la criatura ni se inmutó. Se limitó a girarse y barrió a los dos héroes con un único y poderoso golpe.

—Era inevitable que cayerais ante mí. Muy pronto os seguirá el resto de vuestro país. —dijo señalando a las luces de la lejana ciudad que se veían a través del mirador

Su voz tenía una siniestra reverberación y sonaba como si estuviera haciendo gárgaras con cristales rotos.

— ¡No! ¡Eso no sucederá! —gritó una voz femenina desde el hueco de las escaleras

Allí estaba Ki-Gor. A su lado se hallaba una mujer de mediana estatura, cubierta por una túnica verde muy similar a la de Green Lama, permanecía inmóvil con sus brazos entrelazados dentro de las mangas de su túnica. Su actitud era más de meditación que de combate.

—Tu presencia en este plano te fue prohibida. Has conspirado y manipulado las mentes de los hombres para preparar tu regreso. Has roto el Orden Celestial y por tanto debes ser castigado. -advirtió la recién llegada al demonio

Asombrado por el aplomo que demostraba su maestra y mentora, Green Lama susurró su nombre con reverencial respeto, casi como una plegaria.

—Magga.

El monstruo lanzó un colosal rugido de rabia y cargó contra la mujer. Levantó sus largos y poderosos brazos en un simiesco gesto y descargó dos poderosos golpes que retumbaron por todo la estancia. Una potente luz esmeralda brilló allí donde los puños de la bestia tocaron el cuerpo de Magga y ella no pareció sentir los golpes. Continuó en la misma postura sin mover un solo músculo.

Por primera vez el demonio dio un paso atrás y en su rostro apareció la incertidumbre. Esa es la señal que puso de nuevo a los hombres misteriosos en la lucha. Tenían que aprovechar el momento de debilidad y golpear con todo lo que tenían.

Black Bat dejó caer los cargadores vacíos de sus automáticas y las recargó con la munición perforante que llevaba en su cinturón. Apuntó y disparó a los ojos de la criatura, que gruñó de dolor pero que estaba lejos aún de ser derrotada. Volvió a disparar contra el otro ojo, sin prisa y haciendo que cada bala contara.

El Capitán Futuro soltó una potente andanada con su arma a plena capacidad. El demoledor haz de energía consiguió separar el brazo derecho del monstruo, cortándolo como un escalpelo y haciéndolo caer al suelo. Un nuevo aullido de dolor escapó de la garganta del demonio. El miembro separado recobró el aspecto de un brazo humano, el del barón Kakichi.

Ki-Gor se abalanzó sobre el engendro del infierno y descargó varias puñaladas contra el cuerpo de la bestia. El extraño metal de su cuchillo aumentó de temperatura y hendió la pétrea piel de la criatura, de la que manó un repugnante ícor viscoso negruzco. Dolorido, el monstruo se lo sacudió de encima de un fuerte empujón que envió a Ki-Gor por los aires.

Green Lama reunió las pocas fuerzas que le quedaban en un golpe que estrelló contra el plexo solar de la criatura, haciéndola trastabillar un paso atrás. Justo en ese instante, El Fantasma cargó desde la retaguardia golpeando con el contundente pomo de su bastón la pierna izquierda del monstruo. Al verse atrapado entre dos fuerzas opuestas, el demonio acabó cayendo al suelo de espaldas. El Fantasma consiguió evitar ser aplastado rodando ágilmente sobre sí mismo hacia la derecha. En cuanto el gigante tocó tierra, El Fantasma envolvió la cabeza del monstruo con su capa, cegándolo por unos instantes.

El veterano vigilante siempre iba vestido como un elegante caballero. Su atuendo podía parecer más propio para ir a uno de los nightclubs de la jet-set neoyorquina que para aquella escena, pero El Fantasma sabía usar las prendas de su vestimenta como herramientas en su lucha contra el crimen.

El Capitán Futuro y Black Bat se lanzaron al unísono sobre el monstruo. Lo apresaron para impedir que se pusiera en pie. La voz demoniaca tronó de nuevo, amortiguada por la capa del Fantasma.

— ¡No podéis derrotarme patéticos humanos!

Con una calma y una tranquilidad dignas de admiración, Magga la Magnífica dijo.

—Ya lo han hecho. Han conseguido mantenerte inmovilizado el tiempo suficiente para que pueda usar el Sello de Jade.

La misteriosa mujer de la túnica verde depositó un pequeño disco de color verde sobre el pecho del demonio que se agitaba espasmódicamente, tratando infructuoso de alejarse del amuleto que tanta repulsión le causaba.

Un grito precedió a la enorme explosión de luz verde.

Luego, solo quedó el silencio. Interrumpido únicamente por los gimoteos incoherentes del barón Kakichi que había recuperado su aspecto original. Sangraba con abundancia y miraba sin ver su brazo amputado a través de la máscara de porcelana, que continuaba aferrada a su carne. Su mente se había roto.

Continuará...


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