Weird Tales nº07

Título: Doc Savage: Traición en la Gran Sabana
Autor: Guillermo Moreno
Portada: Pako Domínguez
Publicado en: Abril 2014

Doc Savage se interna en la selva amazónica venezolana para vivir una nueva y espectacular aventura ¡El Hombre de Bronce llega a Action Tales!

"Las historias más emocionantes, inquietantes y llenas de pulp y aventura"
Action Tales presentan


I

El Teniente Coronel Andrew Blodgett Mayfair o, como lo conocían sus amigos, Monk se encontraba acostado en aquel cómodo chinchorro[1], columpiándose suavemente mientras disfrutaba del atardecer en las selvas amazónicas de Venezuela. El químico de escasa estatura y cabellera carmín se

encontraba, junto a sus hermanos de aventura y aquel egregio titán que el mundo conocía como Doc Savage, en una misión humanitaria. Se había internado en lo profundo de las selvas venezolanas para llevarles medicinas y vacunas a unas poblaciones de indígenas pemones[2] que estaban sufriendo una extraña enfermedad a la cual aquella republica no podía hacer frente.

Llevaban varios días en aquella ardua tarea, la cual había resultado ser muy gratificante para el químico. En aquel viaje había logrado sintetizar varios compuestos a partir de algunas plantas inusuales que los piaches[3] de aquellas tribus le habían facilitado. También había asistido a los indígenas, quienes estaban asombrados por su apariencia y el color de su cabello. En poco tiempo se vio abrumado por chiquitines que lo observaban con curiosidad y por las solicitas féminas de la tribu. Las indígenas no eran muy agraciadas, si se les comparaba con las mujeres blancas, pero la atención y la devoción superaban con creces todo eso. Y, por último, el ver al petimetre de Ham sufrir por las picaduras de los puri-puri[4] no tenía precio.

— ¡Maldición!— exclamó el General de Brigada y abogado Theodore Marely Brooks, mejor conocido como Ham— he viajado por medio mundo y no me había topado con un zancudo más sanguinario que estos.

Monk sonreía para sus adentros mientras se mecía, como era de esperarse replicó con acidez.

—Deja de quejarte, patiquín.

— ¿Cómo puedes estar tan tranquilo allí con esas bestia chupasangre rondado por todos lados?

—Hice una loción, les di a todos ustedes.

—Pues como que conmigo tu pócima no hizo efecto alguno. Creo que estas perdiendo el toque. Químico de tercera

—Nada de eso— replicó Monk un poco picado ante el comentario de su amigo— Es que tienes el cuero suave, por andar con todas esas afecciones y usando lociones y demás.

—Oye antropoide subdesarrollado…

— ¡Aquí vamos de nuevo!— intervino de repente otro de los cinco amigos. Un hombretón de aspecto circunspecto— ¿Podrían dejar de discutir? ¿Acaso no ven que molestan a Johnny?— finalizó mientras señalaba una improvisada mesa, donde el mentado trabajaba frenéticamente en sus anotaciones.

Harper Littlejohn era el geólogo, arqueólogo y experto en ciencias sociales del grupo, y en aquel momento se encontraba transcribiendo las observaciones que había hecho de aquel pueblo amerindio. Todo aquello para compararlos con otras etnias de la región y así redactar un ensayo una vez que volvieran a Nueva York. Sería sin duda un gran artículo que reviviría la pasión por la exploración en munchos, y también le permitiría refutar algunas teorías positivistas que tanto le molestaban. Cuando el arqueólogo, de triste apostura, se supo nombrado levantó la vista mientras hacía grandes aspavientos.

—Les ruego encarecidamente, que no me involucréis en vuestras disertaciones— replicó en su tono educado.

— ¡Ya! ¿Viste lo que hiciste leguleyo, has molestado a Johnny?— replicó Monk con fuerza.

— ¡¿Yo?!— Exclamó ofendido— todo lo contrario, has sido tú, grandísimo…

—Basta— ordenó una figura salida entre la sombras— su comportamiento tan infantil está afectando a la tribu— agregó aquel hombre que resultó ser Doc Savage, quien acompañado por Long Tom, traían los cuencos con la cena— así que guarden silencio y coman— agrego y luego con un tono amable, que demostraba el cariño que sentía para con sus hermanos putativos, se dirigió a Ham— una vez cenemos resolveremos tu problema

Los seis hombres degustaron la inusual comida de los indígenas pemones, mientras charlaban entre ellos. Durante un buen rato, aquellos hermanos unidos por el destino y la aventura se olvidaron de los pesares del mundo y sus diferencias, mientras comentaban sus observaciones sobre aquel pueblo del cual los académicos occidentales apenas sabían algo.

—Buenas noches, vengo a ver como la están pasando— les saludó su anfitrión. Su nombre era Alejandro Zumaña, un hombre de mediana estatura y piel curtida por el sol, de rasgos nobles, bien parecidos y modales refinados. Alejandro era el artífice de aquella misión humanitaria. El joven Zumaña pertenecía a las elites socioeconómicas de aquella republica, pero a diferencia de algunos de su clase, los cuales estaban enfrascados en una lucha por el control político de la nación emergente, el muchacho se había dedicado al estudio y, sobre todo a su labor humanitaria como misionero. Fue por aquella destacada faena que pudo atraer la atención de Clark Savage, quien no dudo ni un segundo en ofrecerle su ayuda cuando se conocieron en la Gran Manzana.

—Buenas Noches— respondieron educadamente los demás.

—Ven, pasa— agregó Monk, quien era, entre todos ellos, el que se encontraba más a gusto en aquella comunidad.

El joven venezolano no dudo ni un segundo en aceptar la invitación y se unió al grupo de aventureros. En un tris estaba participando de la animada charla, la cual habría seguido hasta el amanecer sino hubiese sido porque el destino tenía otro plan. En cuestión de segundos el viento trajo consigo, a la alejada choza, un sinfín de gritos de terror acompañadas por una especie de explosiones.

Sin mediar palabra alguna Doc se puso de pie, como propulsado por unos potentes resortes invisibles, y en un suspiro ya se encontraba afuera corriendo a gran velocidad hacía los gritos. Clark Savage Jr. había jurado combatir al mal donde apareciera, y asistir al necesitado sin duda, por aquella razón no podía mantenerse al margen cuando sabía que algún malhechor estaba haciendo de las suyas. Los cinco amigos no se quedaron atrás tampoco. Acostumbrados a tales arranques, conocedores y participes de ese juramento, no se asombraron en lo más mínimo, pero tardaron un poco más pues decidieron hacerse con algunos implementos para combatir o asistir a los heridos.

Para cuando los cinco amigos llegaron al centro del poblado, se encontraron con una escena realmente fantástica. Unas extrañas criaturas, de aspecto feral y contrahecho, estaban atacando al poblado. Surgían de la nada a gran velocidad, sometiendo a quienes le hacían frente, y metiendo en sacos gigantesco a los niños y mujeres. Aquellas cosas estaban secuestrando a los indígenas. Pero no era lo único que asombraría a los hombres, pues sobre ellos había una especie de nave que flotaba en aire, sin emitir sonido aparente, salvo un leven zumbido.

— ¿Qué demonio es eso?— comentó Renny realmente asombrado por tan ingenioso portento.

—Debe funcionar con unos potentes electroimanes o alguno sistema eléctrico de propulsión— se aventuró a especular Long Tom, pero luego descartó la idea al ver que el metal que tenían con ellos no era atraído por la maquina.

—Esos monstruos contrahechos se parecen a ti, ¡Eh, Monk!— Agregó Ham con malicia.


—Menos charla y más pelea— replicó el químico, realmente molesto— ya tendrán tiempo de observar con detalle esa monstruosidad cuando la derribemos.

Acto seguido el buen Monk se lanzó al ruedo. Entre potentes aullidos y su fiera determinación, el químico arremetió contra las bestias, quienes no estaban preparadas para repeler la potencia de sus puñetazos. En cuestión de segundos, Monk estaba haciendo la diferencia. Los otros compañeros no se quedaron atrás y en un tris se enzarzaron en la contienda unos, y los otros se dedicaron a apagar el pequeño incendio que había arremetido contra el poblado. Por su parte Doc, parecía un huracán de bronce yendo de un lado a otro, dando cuenta de aquellas bestias contrahechas. Estas al ver frustradas sus viles acciones trataron de subir al misterioso aparato por unas escalerillas que colgaban de los costados de este, mientras que otras, menos afortunadas, se internaron en el monte para salvar su orgullo. Cuando el titán de bronce se percató de ello, se lanzó a por una de estas, en cuestión de segundos, con una agilidad digna de un felino, subió por aquella inestable y endeble escalera.

Una vez arriba Doc se encontró en lo que parecía ser un contenedor, donde los antropoide, aterrorizados por su presencia, se pegaban a las paredes de metal, pero sin soltar los sacos donde se encontraban sus víctimas. Al fondo del contenedor había una puerta corrediza que, a gran velocidad, se abrió y de ella surgió lo que parecía ser la punta un cono, que el egregio Savage no dudo en relacionar con un arma. Sus deducciones estuvieron en lo cierto, porque en cuestión de segundos aquel cono vomito una descarga de energía dorada que el hombretón logró eludir gracias a sus potentes músculos, que a merced del entrenamiento diario actuaban casi por su cuenta. Pero sus adversarios fueron más astutos, y la par que uno disparaba, de la misma oscuridad surgió otro cono que no dudo, ni un segundo, en lanzar sus destellos contra Savage.

A pesar de su entrenamiento y talento, la suerte no estuvo del lado de Clark, quien se vio asaltado por la potente descarga de energía que lo dejo aturdido y a merced de los antropoides más cercanos. Quienes, en un aparente arranque de iniciativa, lo arrojaron por la borda entre vítores y aullidos de alegría.

II

Cuando Doc volvió en sí lo primero que vio fue el rostro circunspecto de Renny quien, al parecer, estaba velando su sueño mientras el resto descansaba apaciblemente. Al parecer había transcurrido buena parte de la noche, porque la aurora comenzaba a despuntar y tenues rayos de luz entraban por las hendeduras de la choza.

—Gracias a Dios, has despertado— masculló Renny por lo bajo— temíamos lo peor a pesar de que caíste sobre el techo de una choza.

Doc se limitó a sonreírle a su hermano de aventura mientras trataba de ponerse de pie. A otro hombre le habría tomado mucho tiempo intentar esa peripecia, pero Clark Savage Jr. no era cualquier hombre, había sido entrenado desde muy tierna edad para fortalecerse y así ser capaz de vivir una al servicio de los demás. Por su parte Renny conocedor de las costumbres de tan egregio personaje no se atrevió, si quiera, ha llevarle la contraria de tal acción.

—Iré a ejercitarme— le comunicó en un tono bajo y seco— mientras levanta a los otros, prepárense y alisten al Amberjack partiremos a por esos malhechores—.Renny se limitó a asentir, mientras se

preparaba para cumplir aquellas ordenes a carta cabal.


Para cuando Doc volvió de su entrenamiento se encontró con sus hermanos y el joven Alejandro Zumaña presto para la aventura. Todos estaban a su vez acompañado de la esposa del cacique, quien esperaba al gigante de bronce con una buena porción de cazabe[5], pescado y guayoyo[6], todo sazonado con un gesto severo que no admitiría replica por parte del héroe, si este se negaba a consumir aquel modesto desayuno.

Doc no puso muchos peros y en poco tiempo, los siete aventureros se encontraban en el potente dirigible conocido como AmberJack. Aquel ingenio volador surcó rápidamente las corrientes etéreas para dirigirse al suroeste de la posición en la que se encontraba la tribu de los pemones, a una velocidad y dirección que parecía indicar, a quien viese de lejos a aquel ingenio, que el piloto conocía aquellas tierras como la palma de su mano. Y a pesar de que no era así, el piloto, Doc Savage, si había deducido la ruta a seguir a partir de los rastros que dejaron los antropoides durante su huida.

El viaje resultó se apacible y agradable para la vista de los compañeros, pues la extensión de tierra indómita que se explayaba frente a sus ojos era, sin duda, sobrecogedora; exótica y única. Lentamente aquella sabana comenzó a mutar y en un tris los aventureros se encontraron con unas formaciones rocosas inusuales. Eran unas mesetas muy altas, de pareces abruptas y una cimas planas, que no tardaron en arrancarle suspiros a Johnny, quien era el geólogo residente.

—Esos son los tepuyes[7] de los cuales me hablaron en la aldea— comentó este estupefacto— son de verdad magnificas, hermosas.

En cuestión de segundo la fortuna, que había acompañado a los aventureros, se torno en su contra, y el Amberjack comenzó a zarandearse. Doc, trató de contrarrestar aquel efecto, imponiendo su voluntad sobre los mandos, pero la nave no respondía. En poco tiempo todo intento era fútil, el dirigible no respondía y era atraído hacia la base de uno de los tepuy a gran velocidad, como si una mano invisible lo estuviese arrastrando.

Poco era lo que podían hacer el egregio hombre de bronce y sus acompañantes, salvo saltar del artefacto antes de que este llegase al destino hacia el cual era arrastrado. Y así fue como actuaron aquellos hombre, que no solían amedrentarse ante tales vicisitudes. Pues era mejor llegar por sus propios pies y bajos en sus términos, que siendo presa de algún desconocido.


III

Hermosa e inclemente, eran dos adjetivos que describían muy bien a la Selva. Y eran los que estaban haciendo sufrir a los aventureros. Cansados y cargados todos ellos, salvo Doc, caminaban en silencio. Un mutismo que no auguraba nada bueno, especialmente si provenía de Ham y Monk. El abogado y el químico, amigos inseparable, solían discutir con frecuencia y por nimiedades, cuando no tenían una razón se la inventaban, pero en aquel momento parecían guardar silencio a propósito, a pesar de que existían, mil y una razones para discutir.

Aquello preocupaba a Clark, quien era conocedor del valor de la moral. Consciente de ello, el hombre de bronce ordenó una parada para comer y evaluar la situación, mientras Doc los ponía al tanto de lo que podían esperar de parte de aquellos inusuales adversarios. La disertación transcurrió con calma, y lentamente el color volvió al rostro de sus hermanos. En poco tiempo la moral estuvo en condiciones óptimas y los cinco fabulosos y el egregio titán de bronce partieron hacia el tepuy.

A medida que se acercaban más a la meseta, y que la jungla se volvía más densa, la frescura aumento y la actitud de Alejandro cambió. El joven, otrora cálido y calmado, se había vuelto ansioso, se comportaba como alguien que está siendo vigilado. En poco tiempo se puso a la cabecera del grupo y los dirigió hacia una de las paredes del tepuy, donde encontraron una especie de cueva.

—No es muy profunda— comentó Johnny— Esta cueva se me antoja algo artificial

— ¿A qué te refieres?— inquirió Renny


—A que parece haber sido tallada por manos humanas— replicó Doc mientras se detenía a observar con cuidado. En cuestión de segundos, su entrenados sentidos confirmaron su duda— En efecto este es trabajo humano ¿Alguna idea, Alejandro?

— ¿Yo? No, ninguna— replicó el venezolano asombrado.

—Pero los nativos de esta región carecen de la sofisticación de otros pueblos amerindios— Aclaró Johnny— sin duda ellos no podrían hacer algo como esto.

—En efecto, además hay en estas rocas un acabado excepcional que, ni siquiera, la tecnología actual podría emular— replicó Doc.

— ¿Qué haremos?— preguntó Ham, quien hasta ese momento había guardado silencio.

—Descenderemos antes de que oscurezca— replicó, cortante, Monk— hay pequeñines y señoritas de la tribu que esperan por nosotros. Y, como sea, nos debemos a ellos. Es nuestro deber.

—Yo no lo habría dicho mejor— agregó Doc mientras palmeaba la espalda del buen químico.


Dada la inusual naturaleza de la cueva, resulto sencillo para el grupo de aventureros descender. En poco tiempo se encontraron en una cueva de aspecto convencional, por llamarla de alguna manera, y no tardaron en encontrar un pasadizo que seguir. Al cabo de un rato se percataron de que aquel corredor dejaba de ser una forma natural y abrupta para transformarse en un pasillo con un suelo y paredes lisas que desembocaba en una gran sala que era dominada por unas gigantescas puertas de piedra.

— ¿Qué demonios pasa aquí? — inquirió Ham realmente asombrado.

—Es una construcción excepcional— replicó Renny mientras observaba con detalle a aquella puerta y sus inscripciones.

—Es obvio que no es natural— replicó Johnny— pero tampoco es producto del pueblo pemón.

—Entonces es cierto— replicó Alejandro— Es cierto lo que dicen los pemones. Son ciertas sus leyendas— Encaró con presteza su compañeros y con gran teatralidad replicó— señores estamos frente a la morada de los Dioses.

—Frente a un misterio diría yo— replicó Monk.

—Ciertamente— agregó Doc— Ham, Monk y usted señor Alejandro, armen un campamento.

Thomas, hermano mío, que se haga la luz. Renny, Johnny y yo revisaremos esta construcción para ver donde tiene el cerrojo.

En cuestión de segundos y sin rechistar, salvo Alejandro a quien no le gustó el hecho de que su teatralidad pasara bajo cuerda y se le impartieran órdenes de esa forma, los compañeros se pusieron manos a las obras. Así pues, en solo una hora el campamento estaba de pie, y Long Tom, ya había iluminado las inmediaciones de la puerta con un juego de lámparas y su generador eléctrico portátil. Quien viese tal fenómeno desde lejos se asombraría por la capacidad de aquellos hombres que funcionaban como una maquina perfectamente engrasada que obraba portentos.

Por su parte la tarea de los investigadores no fue menos ardua, pues para poder observar con detalle la superficie de aquella construcción los hombres tuvieron que limpiar partes de la gran puerta. Luego procedieron a observarla con detalle, palmo por palmo con ojo avizor hasta que dieron con una posible salida. Donde una puerta convencional tendría un pomo, se encontraba un rectángulo. Este tenía alrededor de sus bordes una serie de piezas con grabados que Doc encontró similares a los ideogramas que los mayas usaban para la numeración. Luego se percataron que solo unos cuantos ellos estaban sueltos y podían, con algo de fuerza, ser arrastrados hacia el centro del rectángulo. Supuso el titán de bronce que si estos eran colocados en orden, sin duda, se activaría algún sistema interno que abriría la puerta.

— ¿Cuáles números se pueden mover?— Inquirió Long Tom.

—El 34, 5, 2,1, 21, 13,8, 3— le respondió Renny— ¿Alguna idea?

Durante un rato los hombres se quedaron reflexionando sobre los números, y mientras el tiempo pasaba y Monk preparaba algo con las provisiones que habían traído, un leve silbido comenzó a resonar en la cueva. Esta nota comenzó a incrementar su tono y con ella la alegría de los hombres.


—Es realmente sencillo— dijo Doc de repente— Y, sumamente asombroso.

— ¿A qué te refieres?— inquirió Renny

—La clave de este acertijo está en la sucesión Fibonacci— acto seguido Clark comenzó a mover la piezas ubicándola de tal forma que a partir de la suma de la primera con la segunda se obtenía el tercer numero— así queda nuestra clave 1,2,3,5,8, 13, 21, 34.

Una vez que hizo esto, cuando las piezas estuvieron en su lugar, estas se hundieron y la gigantesca puerta se movió mientras emitía un lastimero aullido que helaba la sangre.

—Tomen lo necesario— Ordenó Doc— la aventura continua.

Sin mediar palabra o rechistar o siquiera mirar atrás, los aventureros se pusieron en marcha. De haber vuelto solo un momento se habrían percatado que algo los seguía muy de cerca.

IV



Aquella puerta los guió a un pasillo que desemboco en una cornisa, que daba a una gran caverna donde, los aventureros, observaron a sus pies una ciudad tallada en la roca que evocaba a la precolombina Teotihuacán y, que no tenía nada que envidiarle a aquella ciudad. Después de salir del estupor los hombres encontraron una serie de escalones que les permitió llegar al nivel de suelo. Una vez allí se vieron abrumados por la curiosidad, de tal forma que no les molestó el calor o la escasa iluminación. Lo único que interesaba era el descubrimiento que habían llevado a cabo y las interrogantes que parecían no tener respuesta.

Durante un rato los hombres vagaron y se deleitaron en la belleza de las construcciones y los tallados. Renny y Johnny eran, entre todos, los más extasiados, se sentían como niño en juguetería con libertad de apropiarse de lo que quisiera. En poco tiempo los edificios cercanos a la plaza principal fueron requisados. Para la alegría de Monk encontraron una buena cantidad de oro, piezas de jade y otras piedras preciosas, sin duda un gran tesoro. Pero este palidecía ante la gigantesca estatua que se encontraba frente a la plaza y que Doc observaba lleno de curiosidad.

Estaba cubierta de oro y piedras preciosa, media cerca de tres metros y medios. Emulaba el cuerpo de un hombre, pero no su apariencia del todo. Su cabeza se asemejaba al casco de un buzo, y sus ojos eran dos esferas de obsidiana, en cuanto a la nariz carecía de una, aunque si poseía una boca con una fiera expresión. El torso era rectangular; poseía unos hombros potentes a los cuales estaban unidos unos brazos que terminaba en unas gigantescas manos de cuatro dedos. Sus piernas se asemejaban a los brazos, salvo que eran más gruesas en la base, como si buscaran estabilidad. En fin, toda una pieza de arte e ingeniería.

— ¡Dios Bendito!— exclamó de repente Alejandro— Auyán, el guardián en persona supera a las descripciones de las leyendas.

— ¿Cómo lo llamaste?— inquirió Ham

—Auyán, el guardián— respondió Alejandro— frente a ustedes esta el Dios más temido de los pemones. Su nombre se traduce como: El diablo. Y es tomo mío.

—Bravo, Bravo— dijo una cavernosa voz salida de la nada a la par que aplaudía. Cuando Doc y los aventureros se dieron la vuelta se encontraron rodeados por una ingente cantidad de antropoides armados con una especie de picas; y guiándoles un tipo realmente extraño. Vestía un uniforme militar caqui, con su botas altas, guantes, un sable, una inusual capa purpura pendía de un broche en su hombro derecho, y su cara estaba cubierta con una especie de máscara antigás con un filtro muy pequeño y cercano a la boca— Diste con la ciudad perdida hermanito; pero siento decirte que todo esto es mío, por derecho de conquista.

—Esto no le pertenece a usted, mi señor— replicó Renny— Esto es, sin duda un patrimonio de la humanidad.

El recién aparecido se carcajeo ante aquel comentario.

—Pendejadas, ha dicho puras pendejadas— respondió— Lo que Kukenán reclama con suyo y puede arrebatar es suyo. Y esa máquina es mía— finalizó.

—No lo creo— gritó Alejandro— Esta vez no será así.

Acto seguido extrajo de entre sus pertenencias una extraña piedra. Con fuerza recitó unas frases en un lenguaje que, a todos, se les hizo familiar y a la vez desconocido. Una lengua extraña que les heló la sangre y los hizo retroceder un poco frente a aquel drama. Luego, en aquella lengua señaló a Kukenán y le dio una orden, que todos, gracias a la deducción, comprendieron.

La estatua comenzó a emitir un ligero zumbido y chasquidos que recordaban el andar de un buen reloj de cuerda, sus ojos de obsidiana comenzaron a brillar intensamente, para luego comenzar a moverse. Menuda fue la sorpresa que se llevaron los aventureros, aun Doc, cuando aquella cosa comenzó a caminar. Con un simple gesto de su mano, Kukenán, ordenó a los antropoides que le defendieran. Cegados por el terror o la devoción hacía su señor, estas bestias armadas con unas inusuales picas se cruzaron en el camino del temible Auyán.

Solo bastó un golpe de revés del terrorífico androide Auyán, para lanzar por los aires a unos cuantos antropoides. Los que aun quedaban en pie, con presteza, al ver el flanco descubierto de su adversario, arremetieron con sus picas, las cuales al entrar en contacto con su objetivo daban sendas descargas de energías. Abrumado por aquel ataque la bestia mecánica retrocedió unos pasos. Pero, el otrora fiel Alejandro, azuzó a su combatiente a arremeter.

— ¿Qué haremos?— preguntó Monk a Doc, realmente asombrado por lo que había ocurrido y sobre todo por la traición de Alejandro, a quien tenía en alta estima.

—Salir aquí, retonto— replicó el mordaz Ham— esta es una pelea entre hermanos. No nos concierne.

— ¿Y los niños?— inquirió de nuevo el químico.

—Los salvaremos— respondió Doc—Y para eso necesitaremos la ayuda de Kukenán, quiera o no—

el hombre bronce levantó su vista y se percató de las estalactitas. En su mente comenzó a gestarse una serie de ideas. Lentamente se fue formando un plan que se concreto, cuando observó la batalla entre Kukenán y la bestia de Alejandro; el primero había desenfundado una especie de pistola que, al igual que aquella que lo incapacito en la aeronave, vomito una descarga de energía— Despejad el camino, yo me haré con Kukenán y su arma, tal vez podamos usarla para hacer colapsar esta cueva o la entrada.

Los cinco hombres, de nuevo trabajando al unisonó, se lanzaron a cumplir las órdenes de Doc. En poco tiempo la vía hacia las escaleras y la cornisa estaba libre. Consciente de aquello Doc se entró en la liza. Con rapidez burló a los antropoides que no estaban luchando, y que únicamente estaban interesados en proteger a su líder. Una vez estuvo cerca de este, fue solo cuestión de golpear en el sitio adecuado, y el temible Kukenán, cayo inconsciente en sus brazos. Ya con arma en mano y megalómano en el hombro, el hombre de bronce partió a gran velocidad hacia la ruta de escape.

—No, no te libraras tan fácil de esta, cobarde— alcanzó a gritar Alejandro. Quien acto seguido dio una orden a Auyán. De la frente a la bestia surgió otra esfera de obsidiana, y de ella, aunque parezca increíble, surgió una potente descarga de energía. Pero los años, los lustros, siglos y tal vez milenios, no pasan en vano y la descarga salió desviada e impactó en algunos edificios haciéndolos estallar por los aires, trasformando las rocas en metralla.

Pero aquellas explosiones no disuadieron al hombre de bronce, quien haciendo acopio de toda su entereza, le imprimió fuerza a su carrera. Para cuando Auyán volvió a disparar Doc estaba muy lejos de la plaza, casi al pie de la escalera. Doc escuchó un tercer disparo, pero al no ver estallido alguno adelante u otra explosión atrás, supuso que Alejandro estaba usando aquella arma para deshacerse de los antropoides cercanos. Consciente de que aquella situación no duraría para siempre el titán de bronce uso su segundo aire para remontar los angostos escalones de tres en tres. Aquello habría sido imposible para un hombre cualquier, pero Savage distaba de ser uno.

Cuando alcanzó las mitad de la escalera, pudo ver como Auyán y, su amo al lado, avanzaban con calma entre un mar de cadáveres. Doc aun estaba asombrado por el cambio tan radical que había sufrido el chico, pero estaba aun más consternado por el hecho de que lo engaño como a un novato. Enardecido por aquellos pensamientos, el portentoso hombre del mañana reemprendió su marcha por las escaleras. Por cosas del destino y la malevolencia de las moiras, el joven Zumaña se percató de las acciones de Savage y ordenó a su androide disparar. De nuevo el sistema de aquella bestia mecánica fallaba y la descarga de energía impactaba en el muro varios metros por detrás de Savage; quien apresuro el paso. Para cuando Auyán volvía a disparar Doc se encontraba en la cornisa.

—Maldita sea— alcanzó a gritar Alejandro cada vez mas frustrado. Sin pensarlo dos veces volvió a darle la nefasta orden a Auyán.

Si Alejandro se hubiese detenido a pensar en aquel momento, si se hubiese dado el tiempo para reflexionar lo que estaba por hacer, se habría percatado que en la cornisa se encontraba Renny y Monk con sendos lanzacohetes, los cuales habían accionado. También se habría percatado de que la pieza de obsidiana en la frente del androide estaba brillando con mucha fuerza, inequívoca señal de que la maquina estaba sobrecalentada. Para cuando el primer destello de Auyán surgía de su frente, dos cohetes le impactaban en todo el pecho, haciendo que levantase la vista. La descarga hizo la suyas en el techo de la cueva.

Las estalactitas comenzaron a caer, destruyendo la ciudad alrededor. Pero los males de traidor no terminaban ante la perspectiva de morir enterrado bajo una montaña, sino que continuaron cuando la cabeza del portentoso ingenio hizo explosión expulsando un fuego que lo consume y contamina todo. Uno que la humanidad vería varios años después, un fuego tan primigenio que era cercano al fuego de la creación.

La furia de Auyán condenó a la ciudad subterránea, y al pasadizo por el cual escapaban a toda velocidad Savage, el prisionero y sus compañeros. Una vez que llegaron en donde se encontraba las dos puertas, el hombre de bronce hayo a sus restantes amigos armados, con el campamento recogido y rodeado de los antropoides que no lograron escapar a la ira de los cinco fabuloso.

—Corran, que esta montaña se nos viene abajo— gritó Monk, y vistazo al rosto de Doc fue suficiente confirmación para el resto. Al cabo de unos minutos, los seis hermanos habían dejado aquella cueva y con ella los portentos que habían encontrado.

V

Lo primero que vio Kukenán cuando volvió en sí, fueron los severos ojos dorado de Clark Savage Jr. Quien con un solo movimiento le quitó su máscara; y con aquel tono de estoico, que no admite replica le preguntó

— ¿Dónde está tu base? ¿Dónde están los pemones secuestrados?

— ¿Has visto como se niega a hablar?— dijo Monk realmente molesto— déjamelo a mí, yo lo hare cantar en un tris— agregó mientras golpeaba con fuerza sus puños para enfatizar su propuesta.

—Hablaré— dijo este aterrorizado frente a la visión de que aquel hombrecito le diese una paliza— es más, los guiare sin rechistar.

—Seguro tiene un as bajo la manga— replicó Monk, quien de verdad estaba furioso por la traición.

—No, no— respondió— no sabía que vendrían, es mas nunca pensé que Alejandro conseguiría

ayuda. Especialmente cuando yo lo deje en la calle.

— ¿Y el dirigible?— preguntó un exhausto Ham.

—En un andén, seguro

—Suficiente— ordenó Savage—pongámonos en marcha.


El viaje hasta la guarida de Kukenán o Luis Alejandro Zumaña, como se conocía entre la elite de Venezuela, fue sencillo para el grupo, pues a unos escasos metros se encontraba un transporte de tropa, custodiados por unos antropoides, los cuales no eran problema alguno para el grupo. Al cabo de un rato, Doc y compañía viajaban en un aerodeslizador y el pichón de megalómano los ponía al tanto de sus planes.

Los hermanos Zumaña pertenecían a una de las familias más prominentes de Venezuela, que habían estado luchando contra la hegemonía andina representada por la Tiranía de Juan Vicente Gómez[8]. Ellos, a diferencia de otros familiares y otras familias adineradas, habían optado por los intentos violentos para hacerse con el poder, pero el pueblo no quería mas guerra, y los ejércitos de montoneras ya no eran posibles. Con el fracaso de la expedición del navio Falke[9] hacia años, era patente que el camino violento no era la opción. Pero Alejandro y Luis no deseaba jugar con la reglas de los demás, así que valiéndose de sus fortunas y contactos comenzaron a reunir a un grupo de bandoleros para llevar a cabo su aventura.

Las andanzas de ese par los llevo a Ciudad Bolívar, donde consiguieron a los hombres indicados. Se sentían poderosos y suertudos, pero el destino se les volteó y se quedaron sin dinero. Dispuestos a todo, se encontraron con un misterioso anciano que les hablo de un tesoro en las profundidades de la selva, uno tan cuantioso que les permitiría no solo conseguir a los mercenarios adecuados, sino sobornar a las mismísimas fuerzas armadas, con las cuales sacarían al sucesor del tirano. Guiado por la codicia los jóvenes fueron tras el premio, allí encontraron el poder, el dinero y todas las herramientas para hacer su sueño realidad. Pero con ello pagaron un precio: la cordura. Guiados por una avaricia sin límite Luis Alejandro, que siempre había sido bueno para el estudio y tenía el don de aprender y aprehender con facilidad, se volvió contra su hermano y los mercenarios, una vez que dómino las oscuras ciencias que habían descubierto. Con el poder transformó a los hombres en aquellas bestias contrahechas, creó aquellas instalaciones y luego comenzó a secuestrar a los indígenas para engrosar sus filas de esclavos y tropas de asaltos.

Su idea era sencilla, una vez que fuese lo suficientemente fuerte, comenzaría a sabotear los pozos petroleros y hacer ataques precisos contra los extranjeros, especialmente los norteamericanos. Cuando el ejército de Estados Unidos respondiese a los ataques, como era debido. El surgiría de la nada, cual mesías, con su tecnología superior y los temibles antropoides derrotaría al invasor que había osado mancillar su tierra, y luego se haría dictador por aclamación.

—Sencillo, pero ingenioso— comentó Ham

—Tomando en cuenta esa tecnología— agregó Long Tom— seguro que lo lograba.

—Pero no contó con su hermanito— contrapunteó Monk apesadumbrado.

—Por eso no hay enemigo chiquito— replicó Renny.

Las dependencias de Kukenán resultaron ser asombrosas, un claro ejemplo de lo que lograba el ingenio humano cuando se lo proponía. Pero también eran, sin duda, otro ejemplo del potencial para el mal y la opresión que existía en los corazones de la humanidad, pues aquello había sido hecho por humanos embrutecido por la inmoral ciencia de los Zumaña. Por aquellas razones Doc se negó, a pesar de los ruegos de Monk y Long Tom, a llevarse cualquier pieza de tecnología, diagrama, invento u otro avance. Y, cuando tuvo la certeza de que todos los pemones estaban en el Amberjack y que los antropoides que quedaron se habían dispersado por la selva, procedió a usar la oscura tecnología de Kukenán para crear una explosión tan potente que sepultase aquella guarida del mal. Así llegaban a su fin las pretensiones de aquel temible megalómano.

— ¿Qué haremos con Kukenán?— Preguntó Ham a Doc— porque, si bien es cierto que ha cometido algunos crímenes contra sus semejantes y compatriotas, no hay manera de comprobarlos sin exponer sus descubrimientos.

—Me espanta la idea de que esta tecnología caiga en manos de los gobernantes de esta nación o cualquier otra— replicó Clark

— ¿Entonces?

—Lo dejaremos en manos de los Pemones— intervino Monk de repente.

—No, le matarían sin dudarlo— dijo Doc— no le haríamos justicia, eso no sería correcto.

—Debe haber un método más humano, aunque no se lo merece— replicó Ham.

—Y lo tengo— contestó Doc— Creo que con tu ayuda hermano— dijo dirigiéndose a Monk— y los piaches de la tribu podemos sintetizar una droga que junto al hipnotismo nos permitirían hacer de

Kukenán un hombre dócil y útil. Tal vez borrar sus recuerdos, eso sería más humano. Además, su mente ya esta fracturada.

—Me parece muy bien— replicó Ham torvo.


La alegría inundó la aldea, y mientras los pemones celebraban por haber recuperados a sus seres queridos. Monk, los piaches y Doc sintetizaron el compuesto que aletargaría a Luis Alejandro. Aquel experimento llevado a cabo por el hombre de bronce tuvo éxito, y al final de la jornada, el monstruo conocido como Kukenán había muerto y un Luis Alejandro dócil y considerado había surgido.

Cansado y satisfecho por los logros de aquella aventura, el hombre conocido como Monk o Teniente Coronel Andrew Blodgett Mayfair, volvió a acostarse en su chinchorro a disfrutar de la fresca noche, mientras consideraba la posibilidad de pasar sus últimos días entre los indios pemones. Pero al recordar la clase de vida que dejaría atrás descartó aquellos pensamientos.

—No me quedaré, pero al menos me llevaré los buenos recuerdos y este chichorro— dijo en voz alta, mientras se mecía hasta quedar dormido.


Dos días después los seis aventureros, más su prisionero, partirían hacia Caracas y de allí a su base en Nueva York. Tal como prometió y a pesar de las puyas de Ham, Monk se llevaría el chinchorro.

Lo disfrutaría por pocos días, pues al cabo de ese tiempo una nueva eventualidad surgiría que llevaría a enfrentarse a una temible secta de asesinos venidos del oriente que los catapultaría hasta la misteriosa Bengala… pero esa es otra historia.

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Referencias:
1 .- Hamaca ligera tejida de cordeles que emplean como lecho los indios de Venezuela.
2 .- Los pemones son indígenas suramericanos que habitan la zona sureste del estado Bolívar en Venezuela, la frontera con Guyana y Brasil. Son los habitantes comunes en la Gran Sabana y todo el Parque Nacional Canaima.
3 .- Términos para referirse a los brujos de la tribu
4 .- Mosquito propio de la región selvática. Es una forma coloquial de llamarlos.
5 .- El casabe de yuca (o simplemente casabe o cazabe) es un pan ácimo, crujiente, delgado y circular hecho de harina de yuca, este se asa en un budare, comal o a la plancha. Su producción y consumo se remonta a tiempos prehispánicos; se elabora a partir de la yuca o mandioca; Budare: El budare es una plancha circular de hierro fundido o arcilla, usada para cocer o tostar alimentos como arepas, cachapas, cazabe, mañoco o granos como el café. Se usa frecuentemente en Venezuela y Colombia.
6 .- Es un café reducido o suavizado con el doble o más de agua de lo normal. En Venezuela se le conoce como guayoyo o café aguarapao.
7 .- El tepuy o tepui es una clase de mesetas especialmente abruptas, con paredes verticales y cimas muy planas (aunque no en todos los casos) características del escudo guayanés, principalmente en la zona de la Gran Sabana venezolana. Suele estar compuesto de cuarcitas y areniscas con algunos lechos delgados de pizarra. Igualmente es posible encontrar estas singulares formaciones en menores cantidades y tamaños en el límite con los países vecinos como Guyana y Brasil.
8 .- Juan Vicente Gómez Chacón (24 de Julio de 1857, La Mulera, estado Táchira, Venezuela - 17 de diciembre de 1935, Maracay, Aragua) fue un dictador venezolano que, como tal, gobernó de manera totalitaria su país desde 1908 hasta 1935. Entre sus logros más notorios, destacan la conformación del Estado moderno en Venezuela, la eliminación de los caudillismos criollos y la cancelación de las deudas de la nación. Su régimen fue criticado y tildado de autocrático y opresivo con quienes disentían de sus prácticas. Sus detractores lo llamaban «el bagre», apodo de los lugareños tachirenses.
9 .- El Falke (alemán por halcón) era un barco de vapor alemán de origen inglés, del cual el general Román Delgado Chalbaud se sirvió como buque de guerra o buque filibustero para llevar a cabo la revolución venezolana en agosto 1929. En calidad de crucero nacional nombrado General Anzoategui fue usado en el asalto al puerto Cumaná 11 de agosto 1929. Después del fracaso de la operación y la huida del Falke a Trinidad, el buque fue confiscado por los autoridades ingleses en Port of Spain bajo sospecha de piratería. La expedición del Falke fue unos de los más grandes escándalos en la historia de la navegación alemana.

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