Manhunter de Marte nº08

Título: La guerra de Nuevo Marte (V)
Autor: Martín Xicarts
Portada: Phil Jimenez
Publicado en: Junio 2017

La lucha entre J'onn J'onnz y sus compatriotas marcianos por el destino de Undara llega a su climax. ¿Podrá él detenerlos... o será ya demasiado tarde?
Mi nombre es J'onn J'onzz. Soy el único superviviente de un mundo devastado. Llevo en este planeta muchos años, los suficientes como para sentirme cómodo aquí... todo lo cómodo que puede estar un marciano entre hombres.
Manhunter from Mars creado por Joseph Samachson y Joe Certa

Resumen de lo publicado: Un grupo de supervivientes marcianos deciden atacar el planeta Undara para establecer alli una nueva colonia.  J'onn trata desesperadamente detenerles, pero le superan en número y sus poderes son demasiado similares. Sólo apelando al honor entre soldados, consigue convencer a uno de ellos para que cambie de bando. Pero ¿será ya demasiado tarde?

Nota: Como vas a poder comprobar, en este relato aparecen un buen montón de marcianos que no habían aparecido o no lo habían hecho hace mucho tiempo en los comics. Para facilitarte identificarlos, te recomendamos que leas el siguiente artículo.

Había llegado la hora del crepúsculo. El sol empezaba a asomarse por el hemisferio sur de Ungara, mientras las nubes de humo evidenciaban las consecuencias de varios días en guerra. El legado que dejaban los marcianos era de miseria y muerte, pero aún estaba lejos de terminar. Cerca del Capitolio planetario, donde hacía no mucho tiempo se reunían los líderes ungaranos, un hombre y una mujer de piel púrpura y cabellos negros, corrían entre las ruinas de un edificio. Junto a ellos iba una anciana, de la misma raza que ellos, pero cuyo pelo era blanco como el mármol.

―Te dije que no era por aquí ―le recriminó Ahura, la joven ungarana, a su hermano, Ahriman.

―Allí adelante está la Salida B. Obviamente este es el camino correcto ―respondió el otro, sin mirarla. Sus ojos iban de un edificio a otro, mientras varios escuadrones de soldados virèlanos trotaban de aquí para allá. Los guardias de Marte II iban envestidos en armaduras ligeras y portaban armas de láser.― Tendríamos más oportunidad si ellos siguieran peleando con esas ridículas espadas(1).

―No, tendríamos más oportunidad si los khundianos no nos hubieran abandonado ―dijo enojada Ahura.

―Los dos, silencio ―murmuró la anciana Minan Usurn, dando por terminada la disputa. Físicamente se la veía frágil y delicada, pero tenía el espíritu combativo de veinte toros juntos.― La Resistencia se estableció en el Este, pero los marcianos tienen controlado ese frente. Vamos a necesitar una distracción si queremos llegar a ellos.

Los dos hermanos la observaron, pensativos. Su misión era clara: búsqueda y extracción de la última pariente de Abin Sur que aún vivía en Ungara. No tenían idea de cómo había escapado del Capitolio(2), pero eso les había ahorrado la mitad del trabajo. Ahora sólo quedaba lo difícil: pasar a través de un ejército invasor sin ser notados.

―Muy bien ―dijo Ahriman.― Tengo una idea, pero voy a necesitar que hagan exactamente lo que les diga.

Las dos ungaranas lo miraron sin entender, ante lo que él respondió con una sonrisa.


J’onn J’onzz y N’or Cott volaban en línea recta hacia el transbordador espacial marciano que estaba aterrizando no muy lejos del Capitolio. Aquella nave transportaba la muerte para aquel planeta: un terraformador, capaz de cambiar la estructura natural del mundo y convertirlo en algo nuevo. Virèlan ya había sufrido aquel destino cruel y los marcianos habían pagado el precio: el núcleo no soportó la metamorfosis planetaria y sus propias composiciones genéticas empezaron a rechazar sus poderes marcianos.

―¿En cuánto tiempo van a tenerlo listo? ―preguntó Martian Manhunter.

―Una hora. Tal vez menos ―respondió escuetamente N’or Cott.

Ambos se detuvieron antes de llegar, para luego quedarse flotando no muy lejos de la nave espacial. Al menos ochocientos soldados la protegían, por dentro y por fuera.

―Todavía eres su Comandante, ordénales que no activen la máquina. No será difícil destruirla una vez que no tengamos oposición.

―Eso suena demasiado fácil.

―Sí, pero a veces algunas cosas lo son.

―No seas inocente, J’onzz. Sabes que con Re’s las cosas nunca son fáciles. Especialmente si ese maldito marciano blanco está involucrado.

J’onn se abstuvo de responder. Lo de Protex era un tema que aún no tenía intención de abordar. Primero el terraformador, luego lo demás. Claro que se moría de ganas de decirles un par de cosas al respecto, pero no era el momento. Apenas terminaron de hablar, una figura se les unió en su debate volador. Cay’an había regresado del espacio y miraba con malos ojos a N’or Cott.

―¿Qué es esto? ¿No deberías estar encadenándolo? ―le espetó a J’onn.

―No. Llegamos a un acuerdo, y ahora nos ayudará a detener el terraformador.

―¿Y le crees?

―Te creí a ti, ¿no es verdad? ―inquirió Martian Manhunter, antes de volver su atención al transbordador.― Muy bien, N’or, es hora de pasar a la acción. Terminemos con esto de una buena vez.

El Comandante de las Fuerzas Armadas de Marte II asintió y se dirigió hacia los puestos de mando de la nave, mientras sus dos compañeros observaban todo desde su privilegiada posición.

―¿Qué haremos nosotros? ―preguntó Cay’an.

―Esperar. Una vez que Cott termine con su parte, entramos. Con un poco de suerte, Re’s Eda está en esa nave y por fin podré lidiar cuentas con él.


―Gran idea. Estúpidamente original. ¿Qué puede salir mal? ―murmuró enojada Ahura, observando a su hermano enfundarse en uno de los uniformes de los soldados virèlanos.― Vas a engañarlos por completo, especialmente con tu impactante piel azul y tu pelo blanco.

―¡¿Puedes dejar de quejarte?! Me pones nervioso. Si no eres la solución, entonces no seas parte del problema ―le recriminó él, mientras terminaba de cambiarse y cerraba la visera espejada del casco.― Ahora pon tu mejor cara de angustia y finge ser una buena prisionera. Usted también, mi señora ―agregó esto último con toda la formalidad que pudo reunir.

―Ahura tiene un poco de razón ―dijo Minan Usurn.― ¿Estás seguro que esto va a funcionar?

Ahriman suspiró y terminó de colocarse el cinturón con los cartuchos por encima del hombro, para que le quedara de forma diagonal sobre el pecho. No tenían tiempo para seguir dudando.

―¿Qué otra cosa podemos hacer?

Esposó las muñecas de cada una de ellas, y terminó encadenándolas entre sí, para que no se separaran. Era el método que usaban los virèlanos para el control de prisioneros. Con un gesto de su mano, los tres salieron del edificio abandonado en donde se habían escondido, y salieron a la calle, dejando atrás el cadáver del soldado al que le habían robado la armadura.

El estado de la capital de Ungara era lamentable. La mayoría de las construcciones estaban destruidas o por la mitad, el fuego y el humo gobernaban a su antojo, y a los ungaranos que no habían huido los hacían cautivos y los llevaban en columnas a los distintos campos de prisioneros. Las otras ciudades y pueblos no estaban mejor, excepto aquellos cerca de las montañas en donde se pudo levantar una resistencia. Gracias a un misterioso mensaje anónimo(3) se enteraron de que venía una invasión, lo que les dio tiempo a contratar los servicios de los mercenarios khundianos, con los que soportaron los primeros ataques. Todo eso había acontecido en apenas unos pocos días, pero sucedió con tal fuerza y con tanta magnitud que parecían llevar semanas de guerra, muerte y hambre. «Vamos a sobrevivir, pase lo que pase» se repetía una y otra vez Ahriman, intentando pasar desapercibido entre los soldados enemigos. El miedo y los nervios lo gobernaban, pero tenía que lograrlo, sus vidas dependían de eso.

―Mira, allí los están reuniendo ―murmuró Ahura, mientras observaba a un pelotón de soldados conducir a dos docenas de prisioneros hacia un pequeño transporte aéreo.

―Tranquilas, intentaremos dar un rodeo y dirigirnos a la otra salida.

―Que no nos vean hablando ―ordenó Minan Usurn, en voz baja.

Los tres se acercaron a una estatua de Abin Sur a la que le faltaba la cabeza y un brazo, y la rodearon por uno de los costados, intentando no llamar la atención. La anciana desvió la mirada hacia su pariente, sin poder evitarlo, y contuvo una lágrima ante la profanación a la que lo habían sometido. De repente, un sonido los obligó a detenerse.

―¡Ustedes, alto ahí! ―exigió un uniformado, que luego se acercó a ellos con dos escoltas.― ¿A dónde las estás llevando? ―le preguntó a Ahriman.

―Eh... al... al campo sureste... ―respondió inseguro.― Señor.

―No, el frente de batalla se trasladó a ese sector. Llévelas con los demás y luego repórtese en el Capitolio.

Los tres soldados se fueron dando zancadas hacia otra exigencia, como muchas otras que estaban teniendo lugar en ese momento. Los ungaranos se miraron entre sí, sin saber qué hacer, y finalmente Minan Usurn empezó a caminar hacia el transporte.

―Más vale que nos saques de aquí, o la próxima vez yo usaré el uniforme ―murmuró Ahura.

―Si es que hay una próxima vez... ―contestó su hermano.

Llegaron hacia el vehículo y las dos ungaranas fueron empujadas con los otros prisioneros. En vez de seguir sus órdenes, Ahriman se sumó a los cinco soldados que servían de escolta, y pronto se elevaron en el aire para dejar la ciudad. Desde aquella altura, la catástrofe era aún peor. No podían terminar de creer que hacía no mucho tiempo, todo aquel territorio vivía en paz y serenidad.

El transporte dejó la capital y se dirigió hacia los campos aledaños, pasando por pueblos y fábricas, todas destruidas. El pensamiento general era uno sólo, sin excepción: “Si Abin Sur siguiera vivo, nada de esto hubiera pasado. ¿Dónde están los Green Lantern?”.


Un niño lloró durante toda la noche. Apenas tenía dos años. Cuando despuntó la luz del amanecer, las manos de Dhakia lo separaron del cadáver de su madre, que yacía tendido en el suelo, bajo una viga. La ungarana, de aspecto maduro, se llevó al pequeño con ella, mientras intentaba recordar de dónde provenían los otros lamentos y pedidos de auxilio para regresar por ellos más tarde.

Su pueblo había albergado a cincuenta mil personas. Ahora sólo quedaba la mitad, entre muertos, prisioneros y desaparecidos. Dhakia avanzó entre los escombros y las ruinas, y se acercó a la tienda de campaña que habían montado para cuidar de los heridos. Por suerte, los soldados invasores se olvidaron de aquel pueblo no mucho después de que lo atravesaron. La ungarana dejó al niño en los brazos de una comadrona, y se escapó de su llanto perpetuo para ir a buscar más sobrevivientes. ¿Por qué tenían que soportar todo eso? Tanto dolor y miseria por una guerra sin sentido. ¿Qué querían esos marcianos de ellos?

Muchos de los suyos ya no querían mirar al cielo. Antes lo hacían en busca de esperanza, pero ahora le temían, puesto que de aquel sitio habían llegado los usurpadores para destruirlo todo.

―¡Ayúdenme, por favor! ―gritó alguien no muy lejos de ella.

Dhakia corrió hacia la casa de donde provenía el llamado y se encontró a una mujer lastimada que intentaba levantar una pesada placa de madera.

―¿Hay alguien ahí abajo?

―¡Sí! Mi esposo quedó atrapado luego de la última explosión. ¡No puedo levantar esta tapa! ―sollozó la pobre mujer.

Dhakia se inclinó sobre la pesada madera e intentó levantarla, pero no tuvo mejor suerte que la otra ungarana. Buscando otra solución, recorrió con su mirada el resto de la destruida habitación, y encontró un tablón largo que no tardó en usar como palanca. Tras dos intentos fallidos, finalmente consiguió levantar la tapa lo suficiente para que la mujer retirara el cuerpo inconsciente de su esposo.

Esas sólo eran otras víctimas de aquella debacle, pero no iban a ser las últimas. Mientras ayudaba al hombre herido a llegar al precario campamento, Dhakia escuchó como las voces de una multitud se alzaban en lo que parecía ser un credo. ¿Qué podía ser todo aquello?

Apenas se vio liberada de su obligación, se dirigió al origen de aquel extraño cántico sin música, que venía de las ruinas de la gran biblioteca. Sólo las altas columnas habían sobrevivido a los bombardeos, y en el medio de ellas encontró a más de doscientas personas arrodilladas, como si estuvieran rezando. Dakhia siguió sus miradas y vio a un ungarano alto, calvo y de piel arrugada que dirigía las oraciones.

―¡Recen! ¡Oren por nuestros nuevos dioses, los poderosos señores verdes que vinieron a mostrarnos su luz! ¡Sólo Ellos pueden mostrarnos la verdadera salvación, a la que estuvimos cegados durante tanto tiempo!

Para su horror, aquellos pobres desgraciados parecían convenir con ese loco, que había perdido completamente la cordura después de varios días de guerra.

―¡Escúchenme! ―exclamó el falso profeta.― ¡Estuve en el frente! ¡Presencié con mis propios ojos el poder de los nuevos dioses! ¡Nada podemos hacer contra eso, excepto arrodillarnos y adorarlos! ¡Sírvanlos y aplaquen su ira!

Dakhia cerró sus puños con furia. No podía tolerar eso, no podía dejar que su pueblo se hundiera todavía más en la miseria. Sin pensarlo demasiado, tomó un cayado que reposaba en el suelo y se acercó al falso profeta que seguía escupiendo sus mentiras. Con un sólo movimiento le asestó un golpe en el estómago, obligándolo a inclinarse hacia adelante. Luego remató su acción golpeándolo en la nuca, para desmayarlo.

―¡Suficiente! ―gritó para hacerse oír. Observó como todos la miraban desorientados, sin entender qué estaba sucediendo.― No le presten atención a estos engaños y mentiras. Los invasores no son dioses, son marcianos, seres de otros mundos. Tienen poder, pero son tan mortales como ustedes o yo. ¡No adoren un culto de muerte y fuego!

Los diversos ungaranos se fueron poniendo de pie, poco a poco, sin dejar de escuchar atentamente sus palabras.

―Vean a su alrededor. Sus vecinos los necesitan. Sus padres, hermanos, esposas y esposos, sus hijos los llaman. Ungara está sufriendo, pero no es el fin. Aún no es el día en el que todos nos despediremos de este mundo, todavía pueden hacer algo al respecto ―clamó, mientras arrojaba el cayado lejos de ella.― Recuerden a Abin Sur. Recuerden a nuestro héroe. Y recuerden que la esperanza es lo último que podemos dignarnos a perder.

Un mañana mejor. Eso es lo que les estaba proponiendo, y ellos aceptaron. Todos se levantaron para vivir un día más.


N’or Cott se dirigió al primer oficial que le salió al paso. Su primera tarea era cerciorarse de que todo estuviese en orden para poder acceder al terraformador sin inconvenientes.

—Mi señor —dijo el primer oficial al ver a su comandante.

—¿Está todo listo para comenzar?

—Aún estamos abatiendo al ejército defensor, pero no quedará mucho de ellos en una semana.

«Si la máquina funciona, probablemente sólo les queden horas» pensó N’or, mientras se metía por un pasillo principal de la nave. Todavía recordaba bastante bien cuando terraformaron Nuevo Marte: montañas que caían, llanuras que se elevaban, decenas de miles de muertos. Había sido una tragedia, pero hicieron lo necesario para que su especie pudiera sobrevivir un día más. No podía deshacer lo que habían hecho, así que mejor no lamentarse por heridas viejas. Fue directamente a la sala de máquinas donde tenían el terraformador.

—Fuera —les ordenó a los guardias que lo custodiaban. No había ningún técnico para activarlo, aquello lo hacía un marciano desde una señal remota. O, en este caso, le tocaba a él hacerse cargo.

N’or Cott empezó a manipular los controles, iniciando el programa de desactivación, anulando los protocolos defensivos, pero algo se le resistía. Los códigos no estaban funcionando como deberían. Aquello no le gustaba nada, se suponía que no era difícil inutilizar aquellas máquinas.

# Vaya, vaya, supongo que no hacen falta más pruebas. N’or Cott, el traidor de su propia especie.#

La voz de Re’s Eda resonó por los comunicadores de la sala, proyectando un sonido tétrico y amenazante. N’or levantó la cabeza y miró alrededor, utilizando su visión marciana para detectar cámaras miniaturizadas repartidas por todo el lugar. No se iba a molestar en destruirlas, el daño ya estaba hecho y ellos habían perdido el factor sorpresa.

# ¿Acaso creíste que iba a dejar un proyecto de décadas en tus manos? Completaré mi misión, N’or, y gobernaré sobre las cenizas del nuevo hogar de J’onn J’onzz. #

No había más tiempo, tenía que ser drástico. El Manhunter de Marte se volvió intangible y metió sus manos dentro del terraformador, buscando una forma de desactivarlo manualmente, o al menos destruirlo. Era riesgoso, pero tenía que intentarlo.

# Estás perdiendo tu tiempo. #

—¡Cállate! —gritó N’or, encendiendo sus ojos de un intenso color rojo antes de disparar sus rayos marcianos contra las paredes de la habitación, destruyéndolas. Al mismo tiempo, la máquina empezó a proyectar un zumbido agudo y penetrante que lo obligó a detenerse.

—Maldito seas, Re’s.


Estaban dirigiéndose con velocidad hacia una locación desconocida. Ahriman se mantenía junto a sus dos protegidas a todo momento, aunque sabía que a su hermana no le gustaría que la llamaran así. Sabía que ella podía valerse muy bien por sí misma, pero no podía evitar tener que cuidar de ella. Era todo lo que le quedaba en el mundo. Silenciosamente, el ungarano pertrechado como soldado virélano escuchó cómo el capitán del escuadrón hablaba por uno de sus comunicadores. Parecía estar recibiendo algún tipo de orden, aunque no podía descifrar de qué se trataba.

El transporte giró bruscamente y tomó rumbo de regreso a la capital. Esa no era una buena noticia. Ahriman se acercó a un par de soldados y les dirigió la palabra por primera vez, mirándolos a través de su casco espejado.

—¿Qué sucede?

—Alguien está atacando el transbordador.

—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros?

—Es un código ámbar, todas las fuerzas están siendo replegadas.

Decidió abstenerse de seguir preguntando, para no continuar demostrando su ignorancia. Aquello no podía ser bueno, al menos no para ellos, pero le daría tiempo a la Resistencia para, bueno, resistir un poco más. Si todo el ejército marciano se dirigía a la capital, sólo podía significar que algo muy importante estaba teniendo lugar, algo a lo que los mismos marcianos parecían temer.

De repente, la idea llegó a su cabeza. Sea lo que fuera que estaba ocasionando aquello, iba a necesitar toda la ayuda posible. Para empezar, evitar que una veintena de soldados se unieran a la fuerza principal. Calculando los tiempos y el espacio de la nave, Ahriman iba a tener sólo tres disparos para ejecutar. Tal vez dos.

Levantó lentamente su arma y, contando mentalmente, esperó con la respiración semi agitada a que el momento fuese propicio. Y lo fue. Su primer disparo láser impactó contra el guardia que estaba cerca de ellos, al alcance de Ahura y Minan Usurn. El virélano recibió el golpe en el pecho, cayó hacia atrás y no volvió a levantarse. Seguidamente disparó contra la cabina del piloto, abriéndole un agujero en el casco al conductor y dejando la nave a su merced. Cuando parecía que los otros soldados iban a reaccionar, Ahriman tuvo tiempo de un emitir un tercer disparo contra los conductos de ventilación que discurrían sobre ellos. Así consiguió abrir un boquete en el transporte y desestabilizarlo.

—¡Abajo! —gritó, antes de arrojarse sobre otro de los guardias. La nave empezó a trastabillar en el aire, perdiendo el control y dirigiéndose hacia uno de los edificios cercanos.

El ungarano intercambió varios golpes y patadas con su contrincante, para luego tener que lidiar con un segundo y un tercero. Los demás parecían más preocupados por evitar la colisión, que finalmente ocurrió. El transporte impactó contra el piso superior del malogrado edificio, destrozando varias paredes y sacudiéndolos a todos en el interior. Cuando se detuvo, Ahriman buscó a tientas a su hermana en la penumbra y consiguió sacarlas a ambas de la nave.

—Busquen las escaleras, rápido —les dijo, mientras levantaba su arma y les cubría la retirada. Se mantuvo siempre atrás, en la retaguardia del pequeño grupo, mientras bajaban y bajaban lo más rápido que podían. Al llegar a la primera planta, y oyendo las pisadas de sus perseguidores, Ahriman vio una entrada a un piso inferior, y se las remarcó enfáticamente con el brazo extendido.

—Métanse allí, yo les daré un rastro falso para que no puedan seguirlas.

—No seas estúpido, ven con nosotras —le respondió Ahura, tomándolo del brazo.

—No hay tiempo, daré un rodeo y las encontraré después.

Ahriman no llegó a despedirse, porque ya estaba saliendo por una de las ventanas rotas cuando ellas se metían al sótano. Su plan funcionó: los soldados virélanos no tardaron en abrir fuego contra él, que corría por las callejuelas desiertas de la ciudad. No estaban muy lejos del Capitolio, en donde parecía haber una nave gigantesca.

Cuando llegó a una encrucijada, empezó a recibir disparos láser por detrás y por delante, obligándolo a detenerse. Al menos dos docenas de soldados lo rodearon en cuestión de segundos. El joven los desafió por un instante, pero terminó arrojando su arma al suelo, al igual que su casco.

—Bien, me rindo. Ya pueden matarme, malditos.

Pero no llegaron a eso. No tuvieron tiempo. Una luz blanquecina iluminó el lugar, forzándolos a todos a mirar hacia un costado. No era sólo una luz, era una explosión de poder y fuego que no tardó en alcanzarlos.


J’onn supo que algo había salido terriblemente mal en cuanto vio a N’or volando de regreso hacia ellos. Sus sentidos marcianos no tardaron en captar la amenaza: el sonido de la bomba, el circuito de autodestrucción instalado, la trampa de Re’s Eda. Martian Manhunter descifró la expresión de N’or tan rápido como lo hizo Cay’an. Ellos dos volaron a gran velocidad hacia el espacio, pero J’onzz tardó más en decidirse.

Miró hacia abajo, hacia aquella ciudad que había sufrido lo peor de una guerra corta y destructiva. Había gente allí abajo, inocentes. Civiles o soldados, ninguno merecía morir, pero no tenía tiempo de salvarlos. No sabía si podía sobrevivir a la bomba, y aunque pudiera... ¿cómo iba a salvarlos a todos?

Dos fuertes brazos lo sujetaron y se lo llevaron con ellos. Miró hacia arriba y vio a N’or Cott arrastrándolo lejos del radio de la explosión. Y entonces lo vieron.

Primero fue la luz, que siempre antecede a todo. Luego fue el silencio, tan magnánimo y abrumador, tan mortífero. Tan terrorífico. Finalmente llegó la onda, el golpe, el choque, con un poder que lo sobrepasaba. Se expandió como una ola en un tsunami, derribando edificios e incinerando cualquier cosa que se le pusiera por delante. Y fuego, mucho fuego. Casi podía percibir el calor desde aquella altura.

—Por H’ronmeer... —murmuró Cay’an.

El daño estaba hecho. ¿Cuánto tiempo tardaría Ungara en recuperarse después de algo así? Pero ahora sabía algo con seguridad: Re’s Eda estaba dispuesto a todo para alcanzar su meta. Sacrificar dos mundos, personas inocentes, su propio ejército, incluso a sus compañeros.

J’onn apretó el puño. Era hora de acabar con todo eso.


La pantalla proyectó lo que había sido el final del falso terraformador. Re’s Eda miraba exultante el devenir de los acontecimientos, con una sonrisa siniestra cruzándole el rostro. Detrás de él se encontraban J’ynn, horrorizada, H’anc, estupefacto, y Protex, inmutado.

—Esperemos que ese sea el final definitivo de J’onn J’onzz y su banda de traidores —dijo Re’s.

—No seas ingenuo —contestó Protex.— A J’onzz tendrás que matarlo con tus propios puños para poder librarte de él.

Re’s prefirió no responderle y se volvió hacia H’anc, que seguía mirando la pantalla sin terminar de entender la magnitud de todo eso.

—¿Cuánto falta?

—Eh... Es... Ehm. Estamos entrando al Sistema Solar. Llegaremos a la Tierra en una hora.

«Bien» pensó Re’s. Había esperado lo suficiente. Era hora de Marte III.

Continuará...


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Referencias:
1 .- Re’s Eda autorizó el uso de pistolas en Manhunter de Marte #03 AT53
2 .- Cay’an la ayudó a salir en Manhunter de Marte #06 AT53.
3 .- Como descubrió J’onn en Manhunter de Marte #05 AT53

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