Sobrenatural nº06


Título: Zombie Land (III)
Autor: Federico Hernan Bravo
Portada: Lea Chillaud
Publicado en: Junio 2017


Con Sam infectado y con la cuenta atrás para convertirse en un muerto viviente, los hermanos Winchester tienen que encontrar la guadaña de la Muerte, la única esperanza para deshacer el apocalipsis en el que el mundo se encuentra ¿serán capaces de lograrlo a tiempo?

Su familia tiene una tradición familiar: Son Cazadores de monstruos. Dean y Sean Winchester deben enfrentarse a todo tipo de criaturas sobrenaturales salidas de las más aterradoras pesadillas, recorriendo el país dando caza a los entres y criaturas más terroríficas.

Creado por Eric Kripke



 
 
1
Deus ex Machina
 
 
Sam tuvo fiebre.
Dean consiguió antibióticos para él en el interior de una farmacia en el siguiente pueblo. Se los dio a su hermano de inmediato. La herida la había cosido y desinfectado lo mejor que había podido y si bien no tenia un aspecto tan desagradable, Sammy se llevaría de recuerdo una cicatriz de por vida en su brazo.
Los temores del menor de los Winchester de volverse un zombie no se cumplieron. Tal y como Dean le había dicho, no era la mordida lo que lo convertía a uno en un muerto vivo, sino morir. Por si las dudas y hasta que su salud se restableciera, Sam tuvo que hacer reposo.
Eligieron para ese descanso una casa abandonada bastante alejada de la ruta. Formaba parte de una granja; la vivienda estaba herméticamente cerrada, pero no tuvieron problemas. Sus antiguos dueños, una pareja de viejos granjeros, se habían suicidado de un balazo en la cabeza, asegurándose así no volver a la vida más tarde.

Después de enterrar sus cuerpos y mientras Sam ocupaba el dormitorio principal, Dean usó el anillo de la Muerte para visitar los poblados cercanos y aprovisionarse. Le seguía pareciendo raro y extraño seguir caminando entre zombies y que ninguno se fijara en él.
Entre las cosas que consiguió, aparte de la comida y la bebida, había un radiotransmisor. Pensó que con ello podría recibir cualquier cosa que se radiara al aire en el país y en el mejor de los casos, sostener alguna charla con alguien. Aun así fue reacio a esto último; los sirvientes humanos de Ankanoc podrían andarlos buscando. Lo que pasó con Melissa y sus lacayos ya debía ser conocido a esas alturas por el demonio y su jefe, el tal Hades.
En momentos como aquel, era cuando extrañaba a Cass. No había noticias de ningún ángel del Cielo. Pareciera que tras las muertes de Rafael y Castiel, la guerra civil entre alados había acabado.

-A lo mejor perdieron el interés por la Tierra – conjeturó Sam.

Dean no lo creía. Supuso que Hades tenía la culpa, de última. Tal vez evitaba que los ángeles pudieran aparecerse en la Tierra.

-¿Y si probamos? – preguntó a su hermano.

-¿Dices convocar a un ángel? - Dean asintió – No sé. Puede aparecer cualquier cosa.

-Con probar no perdemos nada.
Fue así como reunieron los implementos, dibujaron los símbolos e hicieron las invocaciones y rezos.
Dean pensó que la voz de una recepcionista celestial le diría: “Las líneas están ocupadas. Por favor, intente más tarde”, pero no fue así. Alguien respondió a la llamada…
Un joven alto, vestido con una gabardina negra, se materializó de repente. Miró a los Winchester con serenidad.

-Esto… hola… nosotros… solo probábamos que la comunicación con allá arriba todavía sirviera – explicó Dean, sonriendo nervioso – No creía que de una, alguien se haría presente.

-Soy Kalan – se presentó el ángel – Ustedes deben ser los Winchester. Castiel me habló mucho de ustedes.

-¿Conocías a Cass? – preguntó Sam.

-Era mi mejor amigo en el Cielo – Kalan esbozó una triste sonrisa – Me he enterado como todos de su perdida.

Se produjo un embarazoso silencio. Los hermanos se miraron, sin saber qué hacer a continuación.
-¿Cómo está la cosa allá arriba? – preguntaron.


-Todo ha concluido – les informó Kalan – La guerra, quiero decir. Este horrible asunto lo ha opacado todo. Los bandos enfrentados abandonaron la enemistad y se resolvió que debía hacerse algo.

-Oh. Son buenas noticias – terció Dean - ¿Qué van a hacer? ¿Lucharan todos contra Hades?

-Imposible. Es enormemente poderoso. Hoy por hoy, desde que Dios abandonó el Cielo, Hades es el ser con más poder en el universo.

-Genial. ¿Entonces?

-Confiamos en ustedes para detenerlo.

Dean resopló. Sam bajó la vista, apesadumbrado.

-Creo que no se han dado cuenta de algo: estamos jodidos por aquí. Los lacayos de Hades nos persiguen. Ese Ankanoc o como sea que se llame quiere nuestras cabezas en bandejas de plata. Además el país está lleno de zombies. Y solo somos dos para enfrentar a los tipos malos. Solo dos. ¿Cómo demonios quieren que les ganemos?

Kalan asintió. Pidió paciencia.

-No son solo dos, ahora son tres – dijo – Fui enviado a ayudarles.

-Magnifico. Un reemplazo de Cass. ¿Esa es toda la ayuda que el Cielo puede darnos?

-Puedo llevarlos a la guarida de nuestros enemigos – puntualizó el ángel- Además de luchar junto a ustedes. Yo tuve un papel importante en la Biblia.

Dean enarcó una ceja. No se lo podía creer.

-¿Ah, sí? Pues de lo poco que leí el libro, no te recuerdo – miró a su hermano – Hey, Sammy. ¿Te suena “Kalan” de alguna parte? – Sam negó con la cabeza – Lo que pensé. Permítenos dudar de tu afirmación.

Kalan suspiró.

-“Y sucedió que a medianoche, Jehová hirió a todo primogénito en la tierra de Egipto, desde el primogénito del Faraón sentado sobre el trono hasta el primogénito del cautivo que estaba en el hoyo carcelario, y todo primogénito de bestia. Entonces se levantó el Faraón de noche, él y todos sus siervos y todos los demás egipcios; y empezó a alzarse un gran alarido entre los egipcios, porque no había casa en la que no hubiera un muerto” – recitó – Éxodo 12:29,30. Por supuesto, los antiguos israelitas se lo atribuyeron a Dios mismo, pero la verdad es que fui yo. Enviado por Él, claro.
Kalan tomó una vieja Biblia de una mesita. Se la arrojó a Dean.

-Puedes comprobarlo por ti mismo. No miento.

-Dean, creo que en ésta, él tiene razón – comentó Sam, tratando de evitar sonreír. La cara de su hermano mayor era un canto a la perplejidad.

-Ok. Te creo. Bueno… tenemos que trazar un plan entonces. No podemos ir a tontas y ciegas. Además, Sammy todavía no está recuperado del todo. Tenemos que esperar.

Sin decir nada. Kalan caminó hacia Sam y lo tocó en la frente. La fiebre que sentía remitió de inmediato y hasta la herida cosida en su brazo desapareció, milagrosamente curada.

-Hey. Gracias, Kal.

-De nada.

Dean se cruzó de brazos.

-Esto está resultando demasiado fácil – se quejó - ¿Qué tienes que decir al respecto?

Kalan sonrió.

-Deus ex Machina.


2
Hades
Manhattan, Nueva York.

La Gran Manzana bullía de actividad frenética. Había gente moviéndose por sus calles, yendo y viniendo, ufanándose en transportar materiales para la construcción. La escena en sí no seria del todo insólita, si no fuera por un pequeño gran detalle: aquella gente estaba muerta.
Miles de zombies trabajaban unos detrás de otros, sin cansarse nunca. Llevaban el material a Central Park, donde una inmensa torre se elevaba a medida de que los trabajadores no-muertos la erigían. Supervisando a los obreros había un hombre rubio y apuesto, observándolo todo desde la ventana de un cercano Museo de Historia. En una mano sostenía una copa llena de champagne, de la cual bebía a sorbos espaciados.

Una arrugada momia con sus vendas colgando se arrastró lentamente hacia donde él estaba. Abrió una boca que más que boca parecía un pozo, y habló:
-El amo quiere verte, Ankanoc.

El demonio Ankanoc se volvió y contempló al muerto. Arrugó la frente. Aquellas cosas reanimadas sin alma le ocasionaban repugnancia. No entendía qué veía Hades en ellas. Lo único bueno que tenían era que eran obreros eficientes. Nada más.
Oh, sí. Y también eran efectivos para matar humanos. Pero la pega venia del hecho de que todos los muertos se alzaban. El espíritu de Hades yacía en ellos, lo cual hacía a los cuerpos inhabitables para los demonios.

Suspirando, Ankanoc dejó su copa y siguió a la momia hasta la Sala Egipcia. Ahí, entre ataúdes majestuosos, estatuas de dioses y replicas ornamentales de la cultura del Nilo, una figura sombría vestida con una túnica negra con capucha le esperaba, sentado en una amplia silla.

-¿Deseabais algo, mi señor? – el demonio se inclinó reverentemente.

La verdad era que odiaba tener que recibir órdenes, pero no le quedaba otra. Hades era infinitamente poderoso, muchísimo más que él.

El Señor de los Muertos se tomó su tiempo antes de responder. Bajo la capucha, su rostro yacía envuelto en sombras. Cuando habló, lo hizo cuidadosamente, con un tono de voz pausado pero claro.

-Los Winchester vienen para aquí – anunció – Tus lacayos no han podido detenerlos.

-La pérdida de Melissa y su grupo ha sido grave, Maestro, pero dame otra oportunidad y haré que mis demonios esta vez organicen a los humanos sobrevivientes bajo nuestro control y les den caza como a los perros sarnosos que son.

-No – dijo Hades – Has tenido tu oportunidad. Mis hijos se harán cargo de la situación.

-¿Más zombies?

-Los enviaré directamente donde están. Los aniquilaré de una buena vez.

Ankanoc tenía sus reservas. Sin embargo, se las guardó para sí mismo. Hades pasó a otro tema…

-¿Cómo va la construcción de mi templo?

-Marchando lento pero seguro. Ya la torre principal se eleva a una muy buena altura.

-Bien.

-¿Puedo preguntaros, Maestro, para qué necesita el Señor de los Muertos un templo?

-¿Para qué necesitaba Yahvé un templo? ¿Por qué los antiguos griegos erigieron monumentos a Zeus? ¿Por qué los egipcios, nuestros buenos amigos que ahora nos asisten – señaló a las momias paradas cerca – construyeron las pirámides? Es sencillo, Ankanoc: para adorar a sus dioses. Para alabarlos, rezarles u orarles. Bien, soy un Dios. El Dios de los Muertos. Mis fieles deben tener un lugar donde rendirme culto.

-Muertos adorando dioses de cartón – dijo una voz – Me das risa.

Ankanoc se volvió, alarmado. Un hombre flaco vestido de negro y con un bastón había aparecido. Lo reconoció al instante: era la Muerte, el hermano de su señor.

-Tu atrevimiento al venir aquí en persona solo se compara con la blasfemia que has cometido al enviar a los Winchester en mi contra y darle a Dean tu anillo – replicó Hades, tranquilo - ¿Qué quieres, Muerte? ¿A que debo el deshonor de tu visita?

-Vine simplemente a recordarte tu próxima caída. Tu abrupto final en tu insaciable escalada de poder.

-Oh, que simpático. Pero te adelantas a los hechos. En mi versión de la historia, yo gano y el mundo es mío para siempre.
-Sí, por supuesto. Un mundo convertido en ruinas y plagado de muertos que caminan. Unas aberraciones sin alma, movidos únicamente por tu poder.
-Poder que es inmenso – replicó Hades – En comparación con el tuyo, querido hermano.
Silencio tenso. Ankanoc solo observaba, sin decir nada.

-Soy el Dios de este mundo – declaró Hades.

-Que curioso… Lucifer solía decir lo mismo y, ¿Dónde está ahora? En una jaula, en el Infierno. Ten cuidado de que no te pase lo mismo, hermano.

-Descuida. Ya me pasó una vez. No volverá a suceder. En cuanto a los Winchester, despídete de ellos. En este momento, mis seguidores van a por ellos.

-Te convendría no subestimar a esos muchachos – la Muerte sonrió – Tienen sus recursos.
Desapareció. Ankanoc se volvió hacia su amo.

-¿Maestro?

-Un autentico bravucón – Hades rió – Solo fanfarronea, de la impotencia. Que no te inquiete, mi fiel vasallo. Todo marcha exactamente como yo quiero.

Como acentuando sus palabras, en medio de la oscuridad que era su rostro, los ojos de Hades brillaron como dos carbones encendidos al rojo vivo.
Mientras tanto en la granja, los Winchester y Kalan se preparaban para ir a Nueva York. Sobre una mesa de la cocina, habían colocado todas sus armas y las estaban cargando al mismo tiempo en que repasaban su plan de acción.

-Lo primero es ir tras ese Ankanoc – dijo Dean – Según Muerte, él tiene la Guadaña, la única arma que puede matar a Hades.

-Acceder a Ankanoc no será fácil – intervino Kalan – Seguramente estará bien protegido por sus demonios, amen de los zombies que Hades controla y se encuentran por ahí.

-Pues bien, creo que entonces debemos usar el subterráneo, una vez que lleguemos a la ciudad – Dean se guardó una pistola en su cinturón. Tomó una escopeta – Es el sitio más seguro.

-¿Tú crees?

-Píensalo, Sammy: la gente no va a las alcantarillas. Por ende, no habrá zombies debajo de Manhattan. Con unas buenas linternas podemos cruzar caminando ese sitio.

-Necesitaremos un mapa del sistema cloacal neoyorquino – apuntó Sam.

-En cuanto lleguemos, conseguiremos uno. No debe ser difícil, más con nuestro nuevo amigo celestial acá presente – Dean se interrumpió. Kalan no le estaba prestando atención. Miraba hacia un punto indefinido del aire- Conozco esa mirada. Cass solía tenerla cuando estábamos en problemas. ¿Qué pasa?

Como toda respuesta, el ángel fue hasta una ventana y corrió una cortina. Echó un vistazo afuera.

-Tenemos compañía.

Docenas y docenas de muertos vivientes se dirigían a la granja, rodeándola. Eran una multitud impresionante.

-¡Mierda! ¿Cómo nos encontraron?

-Hades les dirige – informó Kalan – Puede controlarlos a voluntad. Amigos, este sitio acaba de dejar de ser seguro.

-Okey. Todos al coche. Saldremos volando ya mismo.

Dean se dirigió a la puerta principal de la vivienda, pero cuando la abrió un grupo de zombies casi se le tiran encima. Cerró de un portazo.

-¡Ya están aquí!

-¡No podremos usar el coche! – gritó Sam. Había estado viendo por una ventana pero se apartó justo a tiempo cuando mas cadáveres ambulantes aparecieron y golpearon los vidrios, destrozándolos.

A esos se unieron el resto. Toda la casa fue cercada. Las ventanas estallaron. Manos y cabezas emergieron, dispuestas a entrar.

-¡Retrocedan! – Dean corrió hacia los zombies que se colaban por las ventanas y les disparó varios escopetazos. Fue inútil: cuando uno caía, otros más ocupaban su lugar - ¡Esto no está funcionando! ¡Estamos atrapados!

Los gritos y gemidos de los muertos eran terribles. Los Winchester, armas en alto, se reunieron en el centro del comedor. Con frío terror contemplaron cómo se astillaba la puerta principal y se venia abajo, permitiendo el paso a oleadas de zombies.

-¡Kalan! ¡Sacanos de aquí! ¡Ahora! – el gritó de Dean se sumó al de los muertos hambrientos, quienes ya venían por ellos extendiendo sus podridas manos, como si fueran garras.

Kalan no perdió el tiempo. Aferró a los Winchester del hombro con ambas manos y los tres se teleportaron lejos de ahí, escapando una vez más de una muerte horrible y segura.
Reaparecieron en un lugar oscuro y húmedo. Olía bastante mal.

-¿Dónde estamos? – preguntó Sam.

-Alcantarillas de Nueva York – informó Kalan – Si me disculpan un segundo, tengo algo que hacer… - el ángel desapareció.

-¿Dónde se fue?

-¿Qué importa? Enciende las linternas, Sammy. Esto es la boca del lobo.

Sam sacó un par de linternas y las encendió. De repente el paisaje se iluminó; dos haces de luz vencieron a las tinieblas.
Kalan reapareció en ese momento. Trajo un mapa del sistema cloacal neoyorquino e información extra para los hermanos.

-Hades ha puesto a trabajar a los muertos para erigir un templo en Central Park – dijo – Ankanoc y él en tanto, ocupan provisionalmente el Museo de Historia enfrente del parque.

-Podrías habernos llevado hasta allí, en primer lugar, en vez de a esta fosa séptica, ¿sabes? – se quejó Dean.

-¿Y delatar mi presencia? Olvídalo – Kalan señaló los túneles – Ésta es la mejor opción. Creo que si no me equivoco, las alcantarillas conectan con el sótano del museo. Es un acceso seguro… supongo.

-¿Lo supones? Cristo – Dean miró hacia el techo – Cass, vuelve. No sabes la falta que nos haces…

Pese al mal humor del mayor de los Winchester, los tres consultaron el mapa y comenzaron a andar.
En el museo, Ankanoc bebía champagne de su copa mientras contemplaba la gran caja labrada en oro y llena de inscripciones en idiomas antiguos. No era el exterior lo que interesaba al demonio, sino lo que yacía dentro: un objeto de incalculable valor y poder.

-Ankanoc – una mujer había aparecido a sus espaldas. Era bella y rubia, con un cuerpo espectacular.
El demonio suspiró. Se volvió para contemplarla.

-Jenna – dijo - ¿Qué quieres? Creo que dejé en claro que no quería ser molestado…

-Deja ya de mandonear, Ankanoc – Jenna, evidentemente otro demonio, pero de sexo femenino, caminó hacia él sin temor. Miró al cofre – No entiendo por qué no la usas.

-Hades es muy poderoso. Demasiado – Ankanoc echó furtivas miradas a todos los rincones de la sala

– Tenemos suerte que no nos haya dado de comer a los muertos.

-Los nuestros están descontentos allá abajo – le informó Jenna – Muchos pensamos que tu liderazgo nos conduciría a la victoria. Que a diferencia de Crowley, tu guía seria mejor. ¿Nos equivocamos?

Ankanoc la miró con severidad.

-Eres muy impertinente al hablarme así, Jenna.

-Digo lo que pienso. Mi huésped, la dueña de este cuerpo, también lo hacía. Allá abajo están impacientes, Ankanoc – puntualizó ella – Dicen que si no ven resultados, te quitaran el apoyo.

-¡Eso es absurdo! ¡Soy el rey del Infierno! ¡No pueden derrocarme!

-Azazel fue el principal del Infierno y ya no está. Lilith tuvo su momento y tampoco está. Incluso,
Lucifer pudo volver a ocupar el trono y lo perdió por culpa de los Winchester. Después vino Crowley; practico, pero un patán al fin… y ahora estás tú.

-No entiendo el punto. ¿Adonde quieres llegar?

-Los lideres van cambiando, Ankanoc. Nadie es intocable. Ni siquiera tú.

El demonio frunció el ceño.

-Te convendría andar con cuidado conmigo – advirtió a Jenna – Soy muy paciente, pero si sigues blasfemando así… - se encogió de hombros.

-Solo señalo un hecho indiscutible. Los principales líderes del Infierno van cayendo. Trata de no dar un paso en falso, por favor. Cualquiera podría ocupar tu lugar… incluso, yo.

Jenna sonrió y desapareció. Ankanoc no dijo nada. En completo silencio siguió mirando el cofre con la Guadaña en su interior…



 continuara… 




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